(hola mis chicas lindas aqui les dejo un capitulo mas de esta maravillosa historia gracias por sus comentarios y votos aprovecho para dejarles mi pagina de face que abri hace poco y alli coloque imagenes de la historia pueden pasar a verla ya se que casi termina pero no esta de mas mirar y alli subire lo de mi proxima creacion espero se unan a ella https://www.facebook.com/pages/Historias-Greiis/473715916083296 un beso desde Venezuela )
http://www.lunanuevameyer.com/fotoslnm/relatos/relato3754/Mi_regalo_para_ustedes__3.jpg
Feliz Año Nuevo adelantado :D
Increíble. Bella y Victoria llevaban semanas hablando de ir al Angelika para ver el pase nocturno de Lo que el viento se llevó. Finalmente estaban allí y, naturalmente, justo en pleno incendio de Atlanta, sonó su teléfono móvil. Obligada a salir corriendo al vestíbulo antes de que la mataran los demás espectadores, Bella se sintió abrumada por la ansiedad. ¿Sería Jacob? Tenía que serlo. Había vuelto a suceder algo espantoso. Tragó saliva y se acercó el teléfono al oído. — ¿Diga? — ¿Bella? Soy Jhon Kendall. ¿Jhon Kendall, el portero de los Blades llamándola a su teléfono móvil casi a medianoche? «Nada bueno, pero para nada». — ¿Kendall? ¿Qué ha pasado? —Estoy en comisaría—Se produjo una incómoda pausa—Yo...bien, me han pillado solicitando los servicios de una prostituta. «¡Idiota!—le habría gustado gritar— ¡Estúpido japonés canadiense grandullón!». — ¿Has hablado con alguien más?—Fue, en cambio, lo que le preguntó, con ese tono de voz que suele utilizarse para dirigirse a los niños con retraso de aprendizaje y a los maniacos peligrosos. —No...Es decir, nos dijiste que siempre que tuviésemos un problema te llamásemos a ti primero, así que... —Has hecho lo correcto—dijo ella enseguida—Dime dónde estás y llegaré tan pronto como me sea posible. Mientras, no hables con nadie más...ni con tu mujer, ni con ninguno de los chicos, con nadie. ¿Me has oído bien? —Sí, sí—Le dio la dirección con voz temblorosa. —Y ahora relájate, todo saldrá bien. Nos vemos en un momento. Finalizó la llamada y se derrumbó contra la pared del vestíbulo. «Casi perfecto, un caso de libro de texto de exactamente el tipo de publicidad que menos necesitaba el equipo. Sobre todo ahora, posicionado casi en la victoria. ¿Y ahora qué?». — ¿Va todo bien? Bella levantó la vista y vio a Victoria acercándose a ella, una mirada inequívoca de alarma reflejada en sus facciones. —Hay un jugador en problemas. No te puedo dar detalles en este momento. Vuelve a entrar y mira la película. Ya nos veremos más tarde en casa. —Lo que usted diga, señorita Escarlata—Le dio un pellizco en el brazo para darle ánimos y desapareció de nuevo en la oscuridad del cine. Sin saber muy bien qué hacer a continuación, Bella empezó a deambular nerviosa de un lado a otro del vestíbulo bajo la mirada recelosa del encargado del cine. ¿Qué pensaría que iba a hacer ella? ¿Atracarle con una bolsa de gominolas, robarle un cartón de palomitas y salir corriendo? Le devolvió la mirada y siguió exprimiéndose el cerebro para discernir qué tenía que hacer. Ya había tratado con la policía alguna que otra vez; eso no le preocupaba. Lo que le preocupaba era que el asunto saliera a la luz pública. Si se propagaba la noticia, la vida personal de Kendall se iría al traste y quedaría fuera de servicio para el equipo para el resto de la temporada porque la Liga Nacional le suspendería, lo que afectaría a los Blades. No sólo eso, sino que una situación como aquella tenía muy pero que muy mala pinta, pues perpetuaba el estereotipo de los deportistas como las personas de mal gusto que algunos, eso había que admitirlo, realmente eran. ¿Por qué había tenido que hacer aquello? Con la sensación de estar a punto de estallar, salió del cine y paró un taxi para que la llevara directamente a la comisaría. Tuvo la impresión de que el viaje se prolongaba eternamente, pues el tráfico estaba prácticamente paralizado en las cercanías de Broadway y la calle Cuarenta y Dos. Bella se sentía tan frustrada que se planteó incluso bajar del taxi y hacer andando lo que le quedaba de trayecto, pero se lo pensó mejor cuando vio las multitudes a las que tendría que enfrentarse. El taxista soltó una palabrota y Bella miró por la ventanilla y vio un coche que intentaba cortarles el paso. Llevaba una pegatina de la Pólice Athletic League—PAL—en la ventana trasera. La PAL... ¡claro! Tenía un conocido en la PAL, un policía llamado Embry Call. Cuando estaba en Libre y salvaje le ayudó a recaudar dinero organizando un partido anual de fútbol entre policías y actores de la telenovela. Las ganancias fueron a parar a los niños de las zonas más deprimidas de la ciudad a los que la PAL ayudaba. Embry le había dicho que le llamase si algún día necesitaba un favor. «Muy bien, Embry, pequeño—pensó, hurgando frenéticamente en el bolso en busca de su Palm Pilot y su teléfono—odio tener que molestarte a estas horas de la noche, pero ha llegado el momento de pedirte el favor». Quince minutos después, Embry subía las escaleras de la comisaría del distrito para recibirla, un hombre corpulento y de trato fácil. —No sabes lo mucho que valoro tu ayuda—dijo Bella—Sobre todo a estas horas. —Ningún problema—le aseguró él, aguantando la puerta para que Bella entrara. Pese a lo tarde que era, la comisaría bullía de actividad. En una de las sillas de plástico de color naranja pegadas a la pared había un hombre con la cabeza vendada y ensangrentada, señalando a todo el mundo y quejándose de un borracho con un abrigo andrajoso que parecía haberse quedado dormido en el suelo. En un rincón se desarrollaba a todo grito una discusión doméstica entre un marido y su mujer, mientras que una prostituta, vestida con poco más que unos pantalones cortos de plástico de color rosa y un sujetador, balanceaba sus largas piernas y maldecía para sus adentros. La oficial de policía que atendía el mostrador, se mostraba imperturbable y hacía todo lo posible por ignorarlos. A Dios gracias, era uno de los aspectos de Nueva York que rara vez veía. Bella siguió a Embry hasta un despacho, después de que el policía enseñara su insignia a todo el mundo para identificarse. — ¿Tienes por aquí a un tipo francés llamado Jhon Kendall? La oficial del mostrador movió afirmativamente la cabeza. —Entonces, necesito verle, y también al oficial encargado del caso. —Un momento—Descolgó el teléfono que tenía delante, marcó un número y repitió la solicitud de Embry. Un minuto después, él y Bella eran conducidos a la parte trasera de comisaría, donde encontraron a Jhon y al oficial encargado en una gran sala iluminada con fluorescentes y llena de archivadores. Jhon estaba sentado junto a una mesita metálica donde un policía panzudo de mediana edad tecleaba datos en un ordenador. Cuando vio a Bella, se levantó de un salto y empezó a balbucear excitado en francés. —Siéntate, siéntate—le instó Bella, empujándolo con delicadeza para que tomase de nuevo asiento—No busques meterte en más problemas. El policía que estaba con el ordenador levantó la cabeza para mirar a Bella. — ¿Es su esposa? «Muérdete la lengua», pensó. —Una amiga. Embry le mostró su insignia al policía, que asintió. —Necesito que me hagas un favor —dijo amigablemente. — ¿Sí? —dijo el otro policía. — ¿Ves a ese tipo que hay aquí sentado? Sabes quién es, ¿verdad? —El otro policía asintió de nuevo—.Trata el caso como si fuese un tipo cualquiera... procésale, múltale, establece una fecha para que se presente ante los tribunales, y suéltale. Ni una palabra a la prensa, la televisión, los programas deportivos de la radio, a nadie. ¿Puedes hacerlo? El policía se encogió de hombros. — ¿Por ti? Claro, ningún problema. —Buen tipo. —Se estrecharon la mano y Embry se volvió hacia Bella —.Dejemos que el oficial termine su trabajo con Jhon. En la sala de espera, Bella casi se desmaya de la sensación de alivio. —Te debo una muy gorda —dijo. —Déjalo correr. Cualquier cosa por una vieja amiga. ¿Alguna posibilidad de organizar un partido benéfico entre los Blades y la poli? —Por supuesto. Pero espera a que terminen las fases eliminatorias, ¿de acuerdo? Él le guiñó un ojo. —Trato hecho. Y ahora me largo, si no te importa. ¿Estarás bien tú sola con el francés? —Estaré bien —le aseguró. Le dio un abrazo y le vio marchar, el hombre que acababa de salvarle el culo a Jhon Kendall y, posiblemente también, la temporada de los Blades. CONTACTOS. El mundo gira en torno a ellos. Agotada pero alborozada, eligió una silla de plástico alejada de la prostituta y del hombre ensangrentado, y esperó a que soltaran a Jhon.
— ¿Bella? — Jason asomó la cabeza por la puerta de su despacho—.Acaba de llamar Cullen. Ha dicho que quería verte en el vestuario YA. Miró el reloj. —Jason, están en mitad de su reunión previa al partido. ¿Estás seguro de que quería verme ahora? Jason movió afirmativamente la cabeza. —Lo ha dicho a voz de grito, muñeca. Creo que debe de haber algún problema. Bella se vio obligada a combatir la sensación de pánico que empezó a apoderarse de ella mientras bajaba hacia el vestuario. Que Edward la convocara durante una reunión previa a un partido sólo podía significar una cosa: algo iba mal, muy mal. ¿Otra vez Jhon? ¿Por qué todo se complicaba de esta manera, ahora precisamente que la Copa estaba tan cerca? Llamó a la puerta del vestuario con el corazón en la garganta. Oyó la voz de Edward gritando: — ¡Adelante! No estaba en absoluto preparada para la visión que la recibió en cuanto abrió la puerta. Los jugadores estaban dispuestos en círculo, completamente vestidos. Y en medio del vestuario estaba Jhon Kendall, con un ramo de flores enorme. —Para ti —dijo Jhon, adelantándose con el ramo—.Nunca podré agradecerte bastante lo que hiciste por mí la otra noche. Bella. Edward hizo un movimiento afirmativo de cabeza en señal de anuencia, su cara una máscara de reconocimiento. —La verdad es que con ésta te has mojado mucho por el equipo, Bella —dijo—Gracias. — ¡Un hurra por Bella! —dijo Jasper. Siguieron a eso gritos y voces. Deslumbrada, Bella cogió el ramo, demasiado abrumada para poder pronunciar palabra. Observó las caras de los jugadores, recordando lo extraña que se había sentido entre ellos al principio de temporada, lo preocupada que estaba porque nunca llegaran a confiar en ella o a percibirla como algo más que un simple peón de Kidco. Y ahora... —Gracias —musitó. —No, gracias a ti —dijo Jasper—.Nos habríamos enfrentado a un verdadero desastre de no haber sido por ti. —El control de desastres forma parte de mi trabajo. —Y preparar al equipo para el partido forma parte del mío —la interrumpió Edward—.No me gusta nada tener que interrumpir esto tan pronto, pero tenemos un partido de hockey que preparar, caballeros. —Se dirigió hacia la puerta y la abrió para que Bella pudiese salir. —Gracias de nuevo, chicos —dijo ella, gritando por encima del hombro. Se obligó a mirar a Edward—.Que ganen esta noche. —Lo haremos —dijo él sin mirarla. Y con eso, volvió a entrar en el vestuario y cerró la puerta a sus espaldas sin hacer ruido. Bella se detuvo un momento, desbordada por unos sentimientos que jamás habría imaginado que poseyeran los hombres que había allá dentro. De todas las victorias que había obtenido a lo largo de la temporada, aquélla era la más dulce. Sonriéndose, se encaminó de nuevo hacia su despacho, portando orgullosa el ramo, un verdadero trofeo.
— ¡Esto es tan asombroso que ni me lo creo! ¡Fantástico! La alegría de Jacob por el regalo que acababa de hacerle —dos entradas para el quinto partido de las finales de la Stanley Cup entre los Blades y los de Los Ángeles— hizo sonrojar a Bella de satisfacción. —No es más que una de las ventajas de ser la relacionista pública del equipo —dijo, intentando reprimir, como siempre, sus ganas de alborotarle el Cabello. Los abrazos estaban aún permitidos, igual que algún que otro besito en la mejilla de vez en cuando. Suponía que debía de sentirse agradecida por ello. Se le veía feliz, y por eso se alegraba. Se preguntó si Edward tendría algo que ver con todo aquello. Jake le había dejado caer que había llamado unas cuantas veces a Edward para pedirle consejo sobre la situación que se vivía en casa, y que le había sido de gran ayuda. Le habría gustado poder darle las gracias a Edward, pero se suponía que ella no sabía nada de aquel asunto. De modo que se contentaba con simplemente sentirse agradecida de que estuviera apoyando a Jake y de que Jacob se sintiese cómodo buscando apoyo en él. Pedir ayuda, sobre todo siendo chico, no era precisamente lo más fácil del mundo. A una semana del inicio de las finales de la Copa, había aprovechado el estupendo tiempo de junio para visitar a sus padres durante un fin de semana completo. En apariencia, el motivo de su viaje era entregarle las entradas a su hermano. Pero lo que pretendía en realidad era saber qué opinaba su padre sobre los conflictos profesionales a los que se enfrentaba. Después de dejar a Jacob en compañía de su último videojuego, se dirigió a la planta baja y salió de la casa por la puerta principal, deteniéndose en seco al encontrar a su madre rondando cerca de donde estaba su padre arrodillado junto a uno de los parterres de azaleas, podando las ramas más bajas de los arbustos. Su madre rara vez se interesaba por el jardín. —Córtalas un poco más —le decía su madre, utilizando un vago gesto para indicar la forma que quería. —Ya están bastante cortadas —replicó su padre. —Me gusta que echen flores por la parte superior —se quejó ella. El padre de Bella se incorporó y le entregó a su madre las tijeras de podar. — ¿Quieres hacerlo tú? —Eres imposible, ¿lo sabías? —Renne Swan colocó su castaña melena sobre uno de sus hombros y despreció las tijeras con un ademán, volviéndose hacia su hija en busca de su confirmación— ¿Es imposible o no? —Imposible —confirmó Bella. Esperó a que su madre dijera algo peor sobre su padre —siempre decía algo peor— pero, en esa ocasión, su madre se limitó a dar media vuelta y a encaminarse hacia la casa, cerrando, a modo de propina, la puerta de un buen portazo. En el mundo de los Swan, aquello era todo un avance. Bella se sentó en el contorno de ladrillo del parterre, los codos apoyados en sus rodillas desnudas tan blancas como la leche. — ¿Quieres que te ayude? —No, tú siéntate aquí y cuéntame cosas. Hace tiempo que no hablamos. —Lo sé. —Observó a su padre retomar el trabajo que tenía entre manos, su rostro con una clara expresión de determinación— ¿Papá? — ¿Sí? — ¿Tenías miedo cuando decidiste empezar por tu cuenta con Swan y Dwyer? ¿Te daba miedo pegártela? —Por supuesto que sí. Pero estaba cansado de trabajar para los demás. —Levantó la cabeza para mirarla— ¿Por qué? ¿Pasa algo en el trabajo? —Victoria piensa iniciar su propia empresa de relaciones públicas y quiere que trabaje con ella —empezó a decir Bella, algo incómoda. A su padre se le iluminó la cara. —Eso es estupendo. ¡Las dos empezando por vuestra cuenta! —El problema es que no estoy segura de querer hacerlo. —Bajó la vista para mirar sus pies calzados con sandalias y, distraídamente, empezó a desconchar el esmalte de las uñas de los pies. — ¿Por qué? —Por muchos motivos —respondió, andándose con rodeos. No quería decirle cuál era el verdadero motivo, que pese a tener fe en sus aptitudes, seguía existiendo aún una pequeña semilla de miedo en lo más profundo de su ser que le impedía perseguir lo que tanto deseaba. — ¿Muchos? Muy bien, dime alguno. —Me gusta lo que hago ahora. Su padre se encogió de hombros. —Pues entonces quédate dónde estás —le respondió, moviendo de nuevo las tijeras de podar. —Pero eso tampoco es lo que quiero. —Hizo una pausa, abochornada—.Parezco una tonta quejica, ¿verdad? —No, pareces una mujer joven algo confusa con su carrera profesional. —Lo estoy —admitió Bella. La insatisfacción con su carrera profesional siempre había sido como una fiebre mínima, molesta pero no debilitadora. Pero ver a Edward abriéndose camino para combatir sus momentos bajos había sido toda una inspiración. Era evidente que amaba lo que hacía y que estaba dispuesto a llegar hasta el límite para hacer realidad su sueño de conseguir otra Copa. La llenaba de envidia. ¿Cómo debía ser sentirse así con lo que hacías en la vida? No tenía ni idea. Pero Edward sí, y también su padre, razón por la cual había ido a verle. —No querría parecer un disco rayado, pero cuando empezaste por tu cuenta, ¿quién te dio la confianza para hacerlo? ¿Para superar ese miedo al fracaso? Su padre dejó en el suelo las tijeras de podar, se levantó con cuidado y se aproximó a ella para sentarse a su lado. —No estoy muy seguro de cómo responderte a eso —empezó—.Lo único que sabía era que si como mínimo no lo intentaba, no podría vivir en paz conmigo mismo. Me pareció un riesgo más fácil de correr que instalarme en una vida de compromiso. —La miró a la cara— ¿Es por tu título universitario? Bella asintió. —Hace unos meses, un... amigo mío... me dijo lo mismo que tú me dices ahora. Lo pasé bastante mal, pensando en que había tirado la toalla demasiado rápido en cuanto a lanzarme a iniciar mi propio negocio. Me dijo que lo único que de verdad importa en la vida es «ir a por ello», ¿sabes? —Se mordió el labio—.Me parece que tenía razón. —Este «amigo» tuyo —Bella levantó la cabeza ante la insinuación escondida en el tono de voz de su padre—, ¿se encuentra en posición de hablarte de esta manera? ¿Ha luchado para alcanzar sus sueños? —Hasta el punto de excluir todo lo demás. —Me parece que eso no te hace muy feliz —observó irónicamente su padre. —No me lo hace, no, pero no me apetece hablar de ello, si no te importa. —Le lanzó a su padre una rápida sonrisa de disculpa. —No pasa nada —le aseguró él. Entornó los ojos para mirar a lo lejos y ver que la pequeña furgoneta de color azul y blanco de correos se detenía al final del camino de acceso a la finca para depositar un montón de cartas en el buzón—.Y bien, ¿qué piensas entonces? Bella se sintió de pronto embargada por una oleada de timidez. Era su padre, un hombre de éxito hecho a sí mismo. ¿Y si se reía de lo que estaba a punto de decir? ¿Sería capaz de recuperarse después de eso? Pero su padre jamás en su vida la había decepcionado. ¿Por qué tendría que empezar ahora? Cerró los ojos y respiró hondo. El aire olía a la dulzura de las flores y a verano incipiente. —Como sabes, gano mucho dinero. Mucho. Y llevo años dándole caña. He hecho números, y si igualo la cantidad de dinero que Victoria piensa poner para iniciar el negocio, y ambas empezamos con unos sueldos mínimos, la verdad es que podríamos ser ya de entrada una empresa de relaciones públicas importante. —Me parece un plan muy atinado. Ella abrió los ojos y se volvió hacia su padre. — ¿De verdad? ¿No lo dices sólo por decirlo? Su padre parecía descorazonado. —Por supuesto que no. Siempre he creído en ti, Isabella Marie. Si pones el ojo en esto, no me cabe la menor duda de que lo conseguirás. Pero que yo lo diga no significa nada. Quien ha de creer en ello eres tú. —Lo sé —murmuró Bella —.Sólo me preocupa lo de la edad, ¿sabes? Tengo treinta años. La mayoría de los emprendedores empieza hoy en día con veintidós... — ¡Qué horror! —replicó su padre, sin hacerle ni caso—.No te escondas detrás de la excusa de la edad. La abuela Mary no empezó a pintar hasta los ochenta años. Harían Sanders no fundó Kentucky Fried Chicken hasta bien entrados los años sesenta. ¿Qué es lo peor que puede pasar? —Que fracase. Miserablemente. —Fracasarás si no te das una oportunidad. Pero, de todos modos, esto no es más que mi opinión. —Y también la de Edward. Su padre sonrió, con toda la intención. —Supongo que ése debe ser el «amigo» al que has estado refiriéndote. —Y yo supongo que viste todo lo que salió en los periódicos. —Era difícil evitarlo. Pero dime, ¿es verdad que la separación fue de mutuo acuerdo? —No. Me despachó él. El rostro de su padre se cubrió de indignación. —Pues peor para él, entonces. —Reflexionó contemplando sus parterres de azaleas— ¿Cuándo dimitirías? —Después de las finales. Pero me quedaría por allí parte del verano, para ayudar a mi jefe a formar a mi sustituto. Su padre la miró a los ojos. — ¿Estás segura que lo de quererte marchar no tiene nada que ver con tu ex novio? Bella enlazó su brazo con el de su padre. —Juro por Dios, papá, que lo de querer largarme de Milenio no tiene nada que ver con Edward. Milenio me contrató para que realizara un trabajo muy concreto, y lo he hecho. Pero siento la necesidad de hacer algo más grande. Algo que sea mío de verdad. —Bien, en este caso, la elección parece obvia. —Enlazó su mano con la de su hija y se la apretó con fuerza—.Por lo que sé, nadie se ha ido nunca a la tumba deseando haber corrido menos riesgos en la vida. Hazlo, Bella. Quedarás sorprendida cuando veas lo rápidamente que te atrapa el universo si estás dispuesta a dejarte ir. Trágate ese miedo y hazlo.
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