Capitulo 26
(Chicas este capitulo me da en el corazon y odie profundamente a edward por ser tan seco y a bella por estar tan ciega... espero ustedes jusguen lo que aqui pasa este es el segundo capitulo mas doloroso para mi.... el primero les avisare cual sera... un beso y no me mateis..)
— ¿Puedes creerlo?
Edward estaba acostado en el sofá observando a Bella, que estaba de pie en su inmenso salón, mirándole, las ventanas de la nariz vibrando, el vapor humeando por sus orejitas de forma perfecta. Llevaba diez minutos desvariando—no, mejor despotricando, porque desvariar implicaba locura, mientras que despotricar implicaba rabia, de modo que se decantó por despotricar—sobre James.
Había sido un día jodido desde el instante en que se había levantado y había visto aquel repugnante titular en el periódico. El entrenamiento había sido un desastre, y ya sabía de antemano que iba a serlo; el equipo comprendía lo que estaba a punto de suceder y nadie había podido concentrarse en absoluto. Antes incluso de que él tuviera la oportunidad de hablar con ellos, había aparecido Bella de parte de Milenio y había soltado su discursito, que le había fastidiado pero que comprendía pues, al fin y al cabo, todo aquel lío era una «crisis», ¿no?
Y lo que recordaba a continuación era estar sentado junto a ella en una rueda de prensa, sintiéndose como un tonto de remate porque le habían ordenado no decir nada y limitarse a permanecer allí sentado, demostrando con ello su apoyo a la causa. Había obedecido, pero antes de disponer de un minuto para hablar con ella, Bella había desaparecido para reaparecer diez minutos después, cuando él estaba en el despacho del entrenador, con una mirada en los ojos que clamaba a gritos: «Necesito hablar contigo, ahora». Él había levantado la mano izquierda en el típico gesto de «Dame cinco minutos», y tan pronto como acabó su conversación con el entrenador, la había seguido hacia la sala de jugadores, donde ella le había gruñido que no podían hablar allí.
Y de este modo había sido como, dos taxis distintos después, se encontraban ahora en su casa, él tendido en el sofá intentando escucharla mientras descansaba después del partido físicamente agotador de la noche anterior, y ella despotricando.
—Intenta relajarte, ¿de acuerdo?—Intentó que su voz sonara tranquila aunque sin mostrar condescendencia. Los ojos Chocolates de Bella echaron chispas de nuevo, como si estuviese a punto de decirle algo para contradecirle, pero luego vio que la tensión de los hombros disminuía y lo entendió como una señal de agotamiento físico. Bella se derrumbó sobre una de las enormes y mullidas butacas que había frente al sofá, dejó las piernas colgando sobre uno de los brazos y se quitó los zapatos, sin pensar ni un instante en que su traje chaqueta pudiese arrugarse.
Edward bajó la cabeza y suspiró, asombrado de que aquélla fuese la misma mujer que menos de dos horas antes era la auténtica personificación del profesionalismo empresarial. En el vestuario, cuando se había dirigido al equipo para explicarles a todos que Milenio apoyaba a James, su control de la situación le había sobrecogido, sobre todo teniendo en cuenta el tema que allí se trataba. Sabía que, en el fondo, todas aquellas palabras se le debían estar atragantando. Pero nadie que la viese lo habría dicho: su voz era equilibrada, su rostro una máscara perfecta de neutralidad. Le había impresionado. Nadie conocía mejor que él lo que era ponerse a la altura de las circunstancias para desarrollar un trabajo, sobre todo cuando hasta la última fibra del cuerpo se oponía a ello.
La miró, consciente de que ella estaba observándole. Lo hacía con mirada expectante. Quería una respuesta a la historia que acababa de exponerle y que empezaba la noche en que ella, al volver de casa de Edward se había encontrado a Victoria devastada y hecha una piltrafa, y terminaba con James arrinconándola en el baño aquel mismo día. Esa parte de la historia lo había enfurecido de tal manera que pensaba ya en partirle el cuello a James durante el próximo entrenamiento. Pero era reacio a defenderla en ese asunto por razones que consideraba lo suficientemente evidentes para ambos.
— ¿Qué te gustaría que dijera?—le preguntó.
Bella se limitó a mirarlo.
—Oye, ¿te has enterado de algo de lo que he dicho?
—Por supuesto que sí.
— ¿Y no te molesta que me haya agarrado de esa manera?—le preguntó. Parecía un perro Terrier, nunca dispuesto a soltar su presa. Él se rodeó con los brazos.
—Por supuesto que me molesta. Pero...
— ¿Pero qué?—explotó ella, interrumpiéndole. Lo miraba echando chispas por los ojos. Edward luchaba por mantenerse objetivo.
—Tú misma dijiste que James era inofensivo, cuando te molestó aquella vez en el tren.
— ¡Pues es evidente que me equivoqué!
Bella lo miraba con los ojos entrecerrados, una mirada dura, y se había cruzado de brazos en un evidente gesto de desaprobación. Estaba claro que él no había dicho lo que debía. Aunque, dada la situación, sabía perfectamente que cualquier cosa que dijera no sería la adecuada, razón por la cual no quería entrar en más detalles. Abrió la boca para decírselo, pero un terrible calambre en la espalda se lo impidió. Odiaba tener que admitirlo, pero estaba más molido de lo que se imaginaba y cuanto mayor se hacía, más tiempo necesitaba para recuperarse de las palizas físicas...algo que no sabía ninguno de sus compañeros, ni ningún integrante del equipo de entrenadores. Afrontando la oleada de dolor, apretó los dientes hasta superarla. Bella, mientras, guardaba silencio. No esperaba compasión por su parte pero, por el amor de Dios, un « ¿Te encuentras bien?» habría sido agradable.
—No te preocupes por mí. Simplemente estoy muriéndome aquí en el sofá.
—Oh, estás bien—Bella agitó la mano sin hacerle caso. Lo observaba ahora como si estuviese mirando con el microscopio un espécimen nauseabundo—Le crees a él, ¿verdad?—Su voz, gélida de incredulidad—Crees a James.
—No sé muy bien qué creer—replicó con cautela Edward. Y era la verdad. Pero no la verdad que ella quería oír.
— ¿Cómo puedes decir esto?
Edward suspiró. No había forma de evitarlo. Había llegado el momento de lanzarse a la piscina de los tiburones.
—No pretendo ofender a nadie, Bella, pero recuerdo cómo se comportó Victoria aquella noche que vino al Chapter House contigo. Estuvo provocando a mis chicos.
— ¿Qué?—El grito era lo bastante agudo como para perforar los tímpanos—¡Ella no provocó a nadie! ¡Estuvo flirteando con ellos! ¡Y existe una diferencia enorme!—Cual presa fácil, Edward fue observando cómo la rabia iba cogiendo fuerza— ¿Qué estás insinuando? ¿Qué Victoria es una «mala chica» que se «metió solita en ello» o que «lo provocó»? ¿Que su comportamiento en el bar aquella noche demuestra en cierto modo que James dice la verdad?
—Lo único que digo es que da algo más de credibilidad a la versión de la historia de James—dijo con cautela.
—Oh, Dios mío.
Edward se puso tenso sin quererlo al ver que la sangre iba abandonando lentamente el rostro de Bella.
—Le crees a él. Admítelo. Le crees a él.
No estaba seguro de qué deseaba silenciar más: el dolor que sentía en la espalda, o la voz que escuchaba en su cabeza y que anhelaba poder decirle que dejaran correr de momento aquella conversación, porque no estaba de humor para ello y porque su estridencia no hacía más que empeorar la situación. Crispado, le respondió con:
—No pongas en mi boca palabras que no he pronunciado. Ya te lo he dicho, no sé qué creer—Se llevó la mano a la zona lumbar para masajearse la musculatura, su mirada perdida en el techo—Para serte sincero, lo que más me preocupa en este momento no es quién dijo la verdad.
— ¿Oh? ¿Y qué es lo que más te preocupa?
—Cómo este litigio podría afectar el rendimiento y la moral del equipo. Me importa una mierda si los cargos contra James son verdad o no. Lo más importante para mí, como capitán, es asegurarme de que todo esto no impida a mis chicos rendir al cien por cien, sobre todo a James. Si se distrae, el equipo lo sufrirá, y a su vez lo sufrirá nuestra apuesta por el título. No es aceptable.
Hubo a continuación una pausa muy larga, cierta conmoción.
—No puedo creer lo que estás diciendo. ¡No puedo creer que lo único que te importe sea el equipo!
Movió la cabeza para seguirla.
—Es mi trabajo, Bella...igual que tu trabajo era ponerte hoy delante de los chicos y la prensa y mentir con todo el pesar de tu corazón en nombre de Milenio, diciendo que apoyabas a James—La expresión de Bella le dio a entender que el comentario le había sentado como una patada—Simplemente hago aquello para lo que me pagan. Como tú.
—Por lo tanto, no te preocupa la posibilidad de estar protegiendo a un violador y ayudándole a progresar en su trayectoria profesional—dijo acaloradamente Bella.
—No más de lo que te preocupa a ti—le lanzó Edward como respuesta, molesto porque estuviese poniéndose mojigata con él.
—Soy una profesional de las relaciones públicas, Edward, no tengo otra elección. Tú sí.
—Muy bien—Estaba a punto de perder en serio los nervios—Entonces elijo hacer la vista gorda ante la posible culpabilidad de James y concentrarme en lo que ha sido, y siempre será, mi prioridad número uno: ganar la Stanley Cup.
Bella se agitó nerviosa.
—Así que es eso. No recibirá ningún tipo de reprimenda, no será condenado al ostracismo, todo seguirá igual que siempre.
—Sí señora, así es. Me imagino que por tu lado pasará lo mismo, ¿no?—Bella se quedó en silencio—Mira, dejemos ya de hablar del tema, ¿de acuerdo?
—Buena idea.
Bella se levantó. Edward la vio acercarse al armario de los abrigos que había en el vestíbulo con paredes de mármol y coger el abrigo.
— ¿Qué haces?
—Irme.
— ¿Para qué? Creía que íbamos a pedir cena japonesa.
—He cambiado de idea.
— ¿Por qué?—Con mucho esfuerzo, se obligó a sentarse— ¿Porque no quiero sacarle los trapos sucios a James?
—Porque podría perder mi puesto si alguien descubre que estamos juntos, y no merece la pena—Se puso el abrigo encima y se calzó de nuevo—Además, no sé si puedo estar con alguien que pone las victorias deportivas por delante de...
— ¿La integridad?—la interrumpió enojado Edward.
—Eso es—dijo enseguida Bella—Y...
—Oye, espera un momento—Era incapaz de reprimir por más tiempo la rabia— ¿Me estás diciendo que tengo que tener integridad en lo que a James se refiere, pero que tú no?—Se le escapó una sombría sonrisa entre dientes—No pretendo ofenderte, tesoro, pero eso son pamplinas.
—No me llames tesoro. Es ofensivo.
—No tan ofensivo como tu doble moral.
—Me marcho.
— ¿Para siempre?
—Sí, para siempre. No creo que este lío informal y clandestino esté funcionando, ¿o no?
Edward se encogió de hombros comedidamente.
—Yo pensaba que estaba funcionando bien, pero oye, si quieres acabarlo porque me niego a hacer mi trabajo de la forma que tú crees que debería hacerlo, adelante. Seguramente soy muchas cosas, pero lo que está claro es que no soy un perdedor—Cogió el teléfono que estaba en la mesita— ¿Te pido un taxi?
—Ya me lo buscaré yo, gracias.
—Muy bien, pues supongo que eso es todo, entonces—La irracionalidad de lo que Bella estaba haciendo estaba reventándolo, pero antes muerto que demostrarlo—Si puedes soportar mi presencia tres segundos más, permíteme decirte que, al menos profesionalmente, espero que seamos capaces de mantener la misma relación próxima y afectuosa que siempre hemos mantenido.
—Claro que sí.
Y con esto dio media vuelta y se dirigió a la puerta de entrada, el clic, clic, clic de los tacones sobre el suelo de mármol negro un sonido discordante. Hubo una breve pausa, un sonoro portazo, luego el silencio. «Así que ya estaba. Hasta la vista. Finito. De vuelta otra vez al papel de adversarios». Tremendamente agotado, se instaló otra vez en el sofá y cerró los ojos.
— ¿Qué demonios acaba de suceder aquí?—le dijo en voz alta al salón vacío. Conocía la respuesta: Bella acababa de sufrir una grave sobrecarga. «Afrontémoslo—pensó—las mujeres están chaladas. Ergo, Bella está chalada. Jesús». Tal vez fuera una bendición que ella hubiera decidido cortar, aunque pensaba que había sido una reacción un poco exagerada. Necesitaba aquel tipo de comportamiento loco e inestable tanto como un agujero en la cabeza. Mejor volver a las guapas y tontas anónimas, sin vínculos de ningún tipo. Era un plan de acción mucho mejor. Pero, de ser éste el caso, ¿por qué se sentía como si acabasen de arrancarle las tripas? Y peor aún, ¿por qué estaba ya echándola de menos?
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