capitulo 18
(siento no haber actualizado ayer me mandaro un trabajo extra de la universidad y pues tuve que hacerlo corriendo y no me dio tiempo de actualizar por eso las recompenzo con 2 capitulos y aqui esta lo que esperaban....<3 besos espero sus comentarios)
—Lo siento.
—También lo siento yo—Levantó la tapa de la lata de azúcar caramelizado y se aproximó al pastel, que estaba en el otro mostrador de la cocina colocado sobre una fuente de enfriamiento especial—A lo mejor la próxima vez me lo dices con más tiempo.
—Oye, que no habrá una próxima vez, ¿lo recuerdas? Dijiste que si te ayudaba en esto nunca volverías a acosarme para pedirme cosas.
—Mentí—Sumergió la espátula en el pegajoso azúcar caramelizado y empezó a cubrir el pastel con cuidado para no estropear la capa superior esponjosa del bizcocho—Tengo que acosarte, lo sabes—continuó—Jason me contrató para hacerlo.
—Está bien—dijo él, abatido. Se levantó y se aproximó a Bella—¿Necesitas ayuda?
—No, gracias. Puedo arreglármelas sola—Esperó a que volviera a sentarse, pero no lo hizo. Aunque exteriormente notaba que controlaba la situación a la perfección, la verdad era que aquella proximidad empezaba a hacer mella en ella y que el calor masculino que emanaba estaba mareándola—Y bien—dijo, como por decir algo— ¿cuánto tiempo llevas viéndote con mi hermana?
Le miró justo a tiempo de ver cómo apretaba la mandíbula.
—No me veo con tu hermana. Me dio su teléfono en un restaurante y la llamé porque no quería llegar solo a la jarana de la United Way. Fin de la historia.
—De modo que sólo te acuestas con ella.
— ¡Por Dios!—exclamó Edward, perdiendo su famosa compostura—¡No me acuesto con ella! ¡No quiero acostarme con ella! Quiero acostarme...
Se interrumpió. Bella se quedó paralizada, la mano que sujetaba la espátula se tensó sin ella quererlo. Cerró los ojos un instante y tragó saliva. Sentía el corazón latiéndole contra las costillas, notaba el ambiente cargado de la cocina arremolinándose en torno a los dos. Por una décima de segundo, y de intensa que era la fuerza de las emociones no expresadas, era como si la estancia tuviese vida propia. Esperó a que fuese Edward quien hablara, deseando que se marchara o que la tomara y la volteara hacia él. Pero no hizo ninguna de las dos cosas. Lo que hizo fue extender el brazo, retirarle delicadamente la espátula y dejarla sobre el mostrador.
—Tienes chocolate en el dedo—dijo en voz baja.
Bella se obligó a abrir los ojos y a girarse. Sus miradas se fundieron cuando Edward le cogió la mano y muy despacio, con deliberación, se llevó a la boca el dedo índice cubierto de chocolate y empezó a lamerlo delicadamente. Bella respiraba con dificultad. « ¿Qué estaba haciendo?». Contempló, fascinada, cómo se llevaba los demás dedos a la boca, besándolos, lamiéndolos, chupándolos de uno en uno, con gestos tiernos y provocativos a la vez, y su cuerpo empezó a temblar levemente a medida que el placer fue invadiendo su organismo como un coñac de calidad, caliente pero suave.
El calor empezó a filtrarse en lo más profundo de su cuerpo...despacio, como la miel. Nadie le había hecho nunca una cosa así. Nadie le había hecho nunca algo tan simple y que excitara en ella tanto sentimiento de deseo.
—Edward—Su cuerpo bullía ahora de energía, una energía nacida del miedo y del deseo, a partes iguales. Percatándose de su debilidad, se agarró al mostrador de la cocina—Creo que...
—Lo sé—Le abrió la mano y le besó la palma—Tendría que irme. Pero no pienso hacerlo. Te deseo, Bella.
Casi le fallan las piernas al oír aquello. La cabeza le daba vueltas de oír aquellas palabras pronunciadas de verdad...palabras que habían vivido únicamente en su fantasía, palabras que estaba convencida que aquel hombre jamás le diría. Se apoyó en el mostrador con un suspiro de incredulidad.
—¿Bella? ¿Estás bien?
Movió afirmativamente la cabeza, incapaz de hablar, aunque de los confines de su garganta escapó un gemido leve, animal. La preocupación desapareció de los ojos de Edward al oír aquello y fue sustituida por una excitación ciega, temeraria. Aquel gemido era la señal de conformidad que claramente había estado esperando. Le quitó las gafas y aplastándola contra él, le cubrió la boca con la suya con besos desesperados, famélicos. Bella notó que empezaba a separarse del mostrador de la cocina y vio una explosión de un millón de brillantes colores tras sus párpados cerrados. Se besaron con excitación el uno al otro, casi a mordiscos, cuerpo contra cuerpo, con un deseo animal de fundirse, de ser uno. Dios, cuánto deseaba poseer a aquel hombre. Aquí. Ahora. Deseaba sentir aquellos músculos duros y torneados ardiendo bajo la caricia de sus dedos. Las oleadas de deseo se sucedían y se apoderaban de ella mientras él exploraba bruscamente con las manos los territorios de su cuerpo, mientras las manos de ella buscaban a tientas, deseaban, acariciaban. Pegados el uno al otro, se acercaron tambaleantes hasta la blanca nevera, donde Edward la apoyó y, levantándola como una pluma, la apuntaló con su cuerpo.
—Bella—le murmuró rozándole el cuello con los labios, su boca enfebrecida inundando la suave piel con besos rápidos y calientes. Aquella avidez se apoderó de ella y se aferró a él, los dedos enroscados entre su cabello Cobrizo, sus gemidos emparejados con las exigencias de la boca de él, incitándolo a seguir explorándola, a llevarla más lejos.
Las manos de él, posadas sobre las nalgas de ella, se deslizaron silenciosamente hasta la cinturilla de los pantalones de chándal.
Y entonces, en un fugaz movimiento, le bajó tanto los pantalones como las braguitas. Bella gimió con fuerza, estremeciéndose ante aquella sorpresa, perdiendo la noción de todo. Las prendas habían caído hasta la altura de los tobillos y se deshizo rápidamente de ellas. Sujetándole la cara, le besó con un abandono tan feroz que la respiración de él se tornó difícil y tensa. Sí, era todo lo que Bella era capaz de pensar. «Sí. Ahora. Por favor».
Como si él le hubiese leído los pensamientos, separó la boca de su piel.
—Rodéame con tus piernas—le susurró con impaciencia.
Temblando ante lo que estaba por llegar, deslizó lentamente la pierna izquierda sobre el muslo cubierto de tela vaquera. Vio sus ojos vidriosos y notó cómo luchaba por controlar su excitación ante una caricia tan sencilla como efectiva. Satisfecha, repitió el movimiento sobre el muslo derecho y enlazó las piernas por detrás de su cintura.
—No te preocupes—le prometió él, mientras su mano se movía lentamente para acomodarla—No te dejaré caer.
Pero eso era exactamente lo que Bella estaba haciendo...caer a través de las nubes, a través de bosques húmedos, a través de las profundidades de un océano azul oscuro, mientras sus dedos buscaban entre sus muslos y empezaban a provocarla expertamente. Bueno, era muy bueno, las capas de deseo creciendo las unas sobre las otras, su cuerpo arqueándose y tensándose mientras cerraba los ojos y clavaba las uñas en la dura piel de sus hombros.
—Dios—gimoteó, notando que el aire apenas le llenaba los pulmones. Se sentía resbaladiza y húmeda, su cuerpo tensándose como un arco, y él seguía acariciándola, sin prisas.
—Diría que odias lo que estoy haciéndote—bromeó él.
—No hagas caso.
—Será complicado—gruñó él, presionándola con su erección.
Un nuevo gemido, esta vez el de una mujer a punto de llegar al límite. La abrumaba la necesidad de tocarlo, de sentir aquella amplia superficie de piel perfectamente esculpida que era su pecho. Sus manos abandonaron su cabello alborotado para descender por su cuerpo y arrancar el jersey de la prisión del pantalón vaquero. Deslizó las manos por debajo de la prenda y acarició su pecho. Tenía la piel ardiendo, su dura musculatura parecía de acero. Bella disfrutaba incitándolo y sentía pinchazos de placer, gélidos y calientes a la vez, taladrándola más y más a medida que la respiración superficial de Edward le inundaba los oídos cuanto más le masajeaba y acariciaba ella. Sus manos siguieron su libre deambular, las puntas de los dedos hundiéndose de vez en cuando por debajo de la cinturilla de sus calzoncillos para rozar levemente y provocar la piel que había debajo.
Aquellos delicados movimientos que recordaban el cosquilleo de una pluma provocaron un salvaje gruñido masculino de gratitud. Bella se dio cuenta de que el deseo de poseerla estaba desgarrándolo. Con ganas de equipararse a ella, o tal vez de superarla, los dedos que seguían entre los muslos aceleraron sus movimientos. Bella empezó a perder la conciencia de sí misma, estaba llevándola directamente a los abismos del universo conocido. Su mundo se desvaneció para convertirse en una neblina blanca; sólo existía el aquí, el ahora, la absorbente necesidad de devorar y ser devorada. Se convulsionó, se arqueó, se estiró, su cuerpo estaba muy cerca, casi estaba allí...
—Dime qué es lo que quieres—dijo él con voz ronca.
—A ti—gimió ella—Tenerte dentro de mí. A ti.
Se desabrochó los vaqueros, liberándose por fin. Estaban ambos al borde del abismo, la frenética necesidad era casi insoportable. Bella abrió brevemente los ojos para abordar la inevitable pregunta que formulaban los de Edward, le susurró que tomaba la píldora, y volvió a cerrarlos. Las manos de él descendieron hasta las caderas de ella para hacerla descender, lentamente y con mucho cuidado, sobre su erección.
La perfección del encaje la dejó boquiabierta. La sangre corrió a toda velocidad por la cabeza de Bella cuando él empezó a moverla hacia arriba y hacia abajo, mientras ella le empujaba también con todas sus fuerzas, una desesperación salvaje apoderándose de ella.
—Ahora—gritó ávidamente—Ahora. ¡Ahora!
Edward gruñó, y cayendo arrodillado con Bella pegada aún a su cuerpo como una segunda piel, la recostó sobre el suelo enlosado de la cocina. Levantó enseguida la cabeza para mirarla a los ojos y comprobar si era eso realmente lo que ella quería. Y cuando vio que Bella había hablado en serio, se hundió en ella...duro, profundo, enterrándose en su interior tal y como ella le había pedido, los gritos de liberación de ella resonando en sus oídos mientras él la penetraba una y otra vez hasta llevarla a la cúspide y hacerle perder los sentidos. Jamás un hombre la había llevado hasta aquellos extremos. Jamás se había sentido tan dispuesta a seguir ciegamente el mapa de su propio deseo.
Con la cabeza aún dándole vueltas, alargó la mano para entrelazar sus dedos con los de él.
—Ahora tú —le ordenó. Una oleada de agradecimiento inundó su rostro y le sonrió con languidez. Y luego desconectó, los ojos cerrados y el cuerpo trabajando, entrando y saliendo de ella con movimientos rítmicos y expertos que empezaron a hacerse más y más rápidos. Bella se arqueaba para recibirlo cada vez, estrechaba su abrazo en una danza delirante que sólo podía terminar de una manera. Llegó finalmente, la explosiva liberación de su clímax provocando un prolongado y estremecedor suspiro en todo su cuerpo, y también en el de Bella, que permanecía tendida y temblorosa debajo de él, agradecida, saciada y tremendamente sorprendida por lo que acababa de suceder.
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