capitulo 34
(Bueno lo prometido es deuda aqui esta otro capitulo que de seguro las dejara suspirando, gracias por los votos, me da mucha felicidad ver que les gusta sin molestar mas dejo mis palabras hasta aqui para que lean un beso desde Venezuela greis)
Su instinto le empujaba a devorarla, a poseerla. A tomar lo que era suyo y a buscar un alivio rápido al dolor que crecía en su interior. Pero aún así, contemplando con ternura allí de pie, al lado de la cama, encendiendo una vela, se sintió abrumado por la sensación de querer conocer hasta el último centímetro de su cuerpo. Se imaginaba su boca regocijándose en el blanco perlado de la piel de su nuca, percibía casi la tentadora firmeza de sus pequeños y atractivos pechos en sus manos. Eran sensaciones que no encajaban, que no debían encajar, con las prisas. Y fue así cómo, pese a la enfebrecida voz de su cabeza que le incitaba apasionadamente a ir a por ella, decidió devorarla lentamente.
Encendida la vela, se volvió hacia él. Los destellos dorados de la luz titilante bailaban sobre sus cabellos castaño rojizo, creando un efecto parecido al de un halo. En silencio, Edward extendió las manos para posarlas sobre sus hombros, complacido al percibir el ligero estremecimiento que recorrió el cuerpo de Bella en cuanto él empezó a deslizar lentamente las manos por los hombros, sus dedos buscando los de ella. Con la cabeza ladeada, parecía estar preparándose para formularle una pregunta. Pero no; era un movimiento de anticipación, previo a ponerse de puntillas para besarlo en la boca, y aquel sabor vino a recordarle de nuevo que tenía que tomarse su tiempo.
El beso de ella fue hambriento, urgente. De haber hecho caso a su iniciativa, se habrían arrancado la ropa en cuestión de segundos para zambullirse el uno en el otro. Tuvo que ralentizarla, hacerle ver que merecía la pena esperar un poco.
Separó delicadamente su boca de la de ella y, sin soltarle la mano, se sentó en la cama. Ella hizo lo mismo, respirando de forma entrecortada. Él la tendió en la cama, era como un vestido sin cuerpo, y una sonrisa lánguida y contenida le iluminaba la cara. Conmovido, acarició la suavidad de su mejilla.
Sin dejar de mirarla a los ojos, gozando de la felicidad silenciosa que veía reflejada en ellos, se colocó delicadamente sobre ella. Bella ronroneó al sentir la presión del cuerpo de él sobre el suyo. Edward observó el movimiento intencionado de sus caderas, un desafío. Excitado, enterró la cara en la dulzura de su cuello, sus labios incitándola, rozándola, sin parar en ningún momento. Bella gimió y su cuerpo se retorció debajo del de él, inquieto, atormentado. Por fin le acarició la cabeza y le agarró por el pelo.
—Edward—musitó. Dejó él de besarla para mirarla de nuevo a los ojos—Te deseo terriblemente.
—Pronto—le prometió él, su dolor interno cada vez más punzante. Se deslizó por su cuerpo hasta que sus manos alcanzaron sus pechos para tocarlos, acariciarlos, tomándose todo el tiempo del mundo, asegurándose de memorizar la sensación de su cuerpo, sus curvas. Su respuesta le dijo que la sumisión era inminente: la cabeza de Bella cayó hacia atrás como si estuviese ofreciéndole en sacrificio la pureza de su garganta.
La cabeza le daba vueltas y se decantó otra vez por darse un festín allí, así que hundió delicadamente los dientes en su carne suave y cálida. Ella grito, su desnuda excitación llevándole casi al borde del abismo, pero decidido a no rendirse ni perder el control, todavía no. Rodó sobre su cuerpo para hacerse a un lado y empezó a desabrochar tranquilamente los botones de la camisa aterciopelada de ella, dejando al descubierto un sujetador de encaje negro. Notó la tensión de Bella en el momento en que abrió los cierres de la parte posterior y anticipó la dulce liberación que ello suponía. Pero lo que hizo fue dejar el sujetador en su lugar y cerrar la boca sobre el encaje que cubría el pezón derecho, destellos de placer recorriéndole el cuerpo entero al verla jadear.
—Por favor, Edward, ahora—le suplicó.
—Pronto—repitió él con voz ronca, preguntándose cuánto tiempo más podría resistir. Tiró de ella hasta sentarla en la cama y poder así deslizarle la camisa por los hombros. Y entonces finalmente, acompañando sus gestos de delicados besos en la clavícula, desabrochó del todo el sujetador y lo retiró.
—Eres preciosa—murmuró, besando el vacío entre sus dos pechos.
Los ojos de Bella se llenaron de lágrimas.
—Nadie me había dicho esto jamás—musitó, como si intentase recuperar el ritmo de la respiración.
—Entonces es que nadie había llegado a verte de verdad.
Se disponía a besarle los pechos cuando ella le detuvo, sólo por un instante, para tomar entonces las riendas de la situación. Edward observó su elevada concentración mientras le quitaba el jersey y el suéter de cuello alto que llevaba debajo. La sensación de placer inundó su cuerpo al preguntarse qué haría ella a continuación. ¿Tocarle? ¿Besarle? ¿Lamerle? Cerró los ojos. Un segundo después sintió la sensación ardiente provocada por las manos de ella que, incandescentes, le acariciaban el pecho. La necesidad estaba llevándole al borde del precipicio de la razón y lanzándole hacia la pasión.
La abrazó y se derrumbaron en la cama, una boca buscando la otra, la carne buscando más carne, las manos de él cobrando velocidad, aunque sin prisas, asimilándola aún. Estaba decidido a memorizarlo todo: la dulce curvatura de sus costillas, el delicado balanceo de sus caderas, el aumento de temperatura de su piel bajo sus caricias. Y también su sabor. «Dios, sí». Dulce, aunque salado. El sabor de una mujer hambrienta y que no teme demostrarlo. Sólo aquel sabor bastaba para llevarlo de cabeza al más puro estado de inconsciencia.
Siguió explorando cada vez más abajo con ambas manos y con la boca, deteniéndose sólo para deshacerse de los pantalones vaqueros y las braguitas. Bella cerró los ojos, su cuerpo tembloroso. Edward abandonó entonces la cama para arrodillarse en el suelo, delante de ella. Tobillos, pantorrillas, rodillas y espinillas...frecuentemente olvidados, y tan suaves en Bella. Los acarició y los besó, sus labios y sus dedos extasiados ante su sedosa suavidad. Y luego estaba la parte interior de los muslos...imposible olvidar aquéllos. Se inclinó hacia delante, besándola, pellizcándola, mientras Bella le suplicaba con su cuerpo que continuara. Y así, sin querer defraudarla, le separó las piernas y acercó la boca a aquel calor húmedo y resbaladizo.
Llegó ella enseguida, en una oleada, su cuerpo temblando con violencia y su voz gritando para liberarse. Era más de lo que su sangre ardiente podía soportar. Se levantó, se arrancó lo que le quedaba de ropa y se deslizó en su interior, sus cuerpos estremeciéndose al reconocerse de nuevo y también sorprendidos, ella enlazando las piernas por detrás de la cintura de él, un encaje exquisito.
El resplandor ocre de la luz de la vela, el aroma almizclado del deseo mutuo, incluso la delicadeza de la nieve que había empezado a caer en el exterior...Todo se conspiraba para que el corazón de Edward se disparara con la necesidad de completarla, de cerrar el círculo. Buscó sus manos y, enlazando los dedos, empezaron a moverse juntos lentamente, con la facilidad de los amantes capaces de elegir entre prolongar la situación o acelerar el ritmo y sucumbir al placer más salvaje. Edward dejó que fuera ella quien decidiese, y aguantó y aguantó hasta que los gritos enloquecidos de «¡Ahora! ¡Ahora!» le hicieron saber que había llegado también su momento. Inspiró hondo y cayó en picado, sus sentidos explosionando al vaciarse finalmente, felizmente, en ella.
Temía quedarse dormida. Estaba segura que de hacerlo se despertaría babeando en el sofá de casa y que todo aquello habría sido simplemente un sueño. Extendió el brazo y tocó la cadera de Edward para tranquilizarse. Respondió él rodando hacia el lado de la cama que le correspondía a ella, su mirada soñadora.
—Hola—susurró amodorrado, extendiendo también el brazo para tocarla.
—Hola. ¿Te he despertado?
—No, sólo estaba adormilado—Levantó la cabeza y entornó los ojos para intentar ver algo en la habitación a oscuras— ¿Qué hora es?
—Cerca de las tres.
—Mmm
Volvió a recostarse y se le cerraron los ojos. Bella se preguntó si sería muy dormilón. No tenía forma de saberlo, pues nunca habían pasado una noche entera juntos.
— ¿Edward?
— ¿Mmm?
— ¿Te quedarás toda la noche?
—Por supuesto—Le dio un besito en la coronilla, adormilado.
—Estupendo—Bella se acurrucó más entre sus brazos. Hacía ya un buen rato que la vela se había apagado pero, aún así, había en el dormitorio un resplandor plateado, el resultado, se imaginó, de la nieve que seguía cayendo en el exterior.
—Me pregunto cuántos centímetros acabarán acumulándose—se dijo Bella en voz alta.
Edward bostezó.
—A lo mejor se trata de una tempestad de nieve.
—En cuyo caso, el lunes no podríais desplazaros en avión hasta Ottawa.
Edward gruñó.
—No me apetece pensar en eso.
Bella, perezosa, trazó un dibujo en el pecho de Edward con el dedo.
— ¿Y en qué te apetece pensar?
Edward abrió los ojos.
— ¿Te digo la verdad? En comida. Me muero de hambre.
—Yo también—confesó ella, aliviada. Se alegró de saber que no era la única cuyo estómago gritaba con desesperación. Se sentó— ¿Qué podría preparar?
—Nada. Son las tres de la mañana. Propongo un banquete de comida basura aquí mismo, en el dormitorio. ¿Dónde están todas esas chucherías que me prometiste?
—Creía que los deportistas nunca comían comida basura—bromeó Bella.
—Pues éste come lo que le venga en gana. Anda, tráela.
Riendo, Bella se levantó y se echó encima un batín antes de salir al salón. Las chucherías estaban justo donde las había dejado. Cogió un puñado y regresó con Edward, que se había sentado en la cama y había encendido la luz de la mesita de noche.
— ¿Por qué tengo la sensación de que todo esto tiene algo de decadente?—preguntó, mientras Bella repartía la comida basura sobre una mantita antes de volver a meterse con él en la cama.
—Decadente sería embadurnarte el pecho con un poco de mermelada de ésta y luego lamerla. Esto es simplemente divertido.
—Ah—Cogió la bolsa de Doritos y se echó unos cuantos en la mano— ¿Dónde está tu compañera de piso?—preguntó por decir algo.
A Bella no se le había pasado por la cabeza que llevándolo a su casa, el tema de Victoria, y todo lo que ello comportaba, acabaría saliendo a relucir. Y así había sido.
—Ha ido a bailar con su hermana—Buscó algún signo de desaprobación en los ojos de Edward y sintió alivio al no encontrarlo—Esta noche duerme en casa de sus padres.
Edward se limitó a asentir.
—Creo que tenemos que hablar de esto...de todo el asunto entre Victoria y James.
La expresión de Edward se volvió defensiva.
—Está bien.
—Me equivoqué al irrumpir en tu apartamento de la forma en que lo hice—admitió Bella—Me equivoqué también diciéndote que te regías por una doble moral—Suspiró y le quitó el papel a una rosquilla navideña—Pienso que lo mejor que podemos hacer para tratar con éxito esta situación es no comentarla más, ya que es algo en lo que nunca estaremos de acuerdo.
— ¿Y estás segura de poder hacerlo?—le preguntó Edward.
—Puedo intentarlo—Le dio un mordisco a la rosquilla—Mmm, está buena.
—Pero la Coca-Cola está caliente—Remató alegremente Edward.
—Y hay otra cosa de la que creo que deberíamos hablar—prosiguió Serena.
— ¿Sí?
Dudó ella.
—De nosotros.
Edward seguía imperturbable.
— ¿Sobre qué de nosotros?
De repente, Bella se sintió embargada por una oleada de timidez.
— ¿Somos los mismos que éramos antes...una pareja informal?
Edward se encogió de hombros.
—No veo por qué no.
Bella cerró los ojos un instante para que él no se percatara de su decepción.
—Bien—mintió ella. ¿Qué otra cosa podía hacer? Él no quería una relación. Pese a los sentimientos que empezaba a tener hacia él, se conformaría con lo que hubiese. Tendría que esforzarse en controlar sus emociones, y nada más. Abrió los ojos—Pero tendremos que seguir manteniéndolo en secreto. Jason me dijo que si descubría algún día que estaba «liada» con alguno de los jugadores, me despediría en el acto.
—De todos modos, es mejor mantenerlo en secreto. Tal y como ya comentamos cuando empezamos, no querrás que los de Milenio piensen que te estás prostituyendo para conseguir tus objetivos a nivel de relaciones públicas, y yo no quiero que ellos piensen que me acuesto contigo sólo para librarme de hacer ciertas cosas.
—Hablando de lo cual...
—No—Su mirada se oscureció—Ya conoces mi respuesta.
—No iba a hablar de eso—Acabó con su rosquilla—Deberías acatar algo más la disciplina impuesta por los de arriba. No les gustó en absoluto que los ignorases durante la fiesta de Navidad.
Edward bufó insatisfecho.
—Que se aguanten. Que se vayan al carajo.
—No te haría ningún daño hacerles un poco la pelota, aunque fuese sólo una vez.
—A lo mejor lo haría si tuviésemos un bajón. Pero en estos momentos estamos en veinticuatro, doce y tres. ¿Tienes idea de lo maravillosas que son estas estadísticas, Bella? Estamos concentrados y volveremos a traer la Copa a Nueva York. Y mientras, las entradas para los partidos se agotan, lo que significa que los chicos de Milenio pueden disfrutar de nuestros éxitos sin hacer nada. Para ellos, no somos más que un método para que su nombre esté en la cabeza del público.
— ¿Por qué crees que compraron el equipo, Edward? Todo forma parte de una estrategia de marketing, de una manera de hacerse con esta porción del pastel demográfico integrada por hombres entre los dieciocho y los treinta y cinco años de edad que todavía no tienen.
—Exactamente, y eso es lo único que les importa: demografía, imagen de marca y asegurarse de que hasta el último habitante del planeta conoce el nombre de Milenio—replicó Edward—No el de los jugadores. Ni el arte del juego. Ni su integridad. Ni...
Bella le metió en la boca un nacho de maíz.
—Ya basta. Ya te he entendido. Es evidente que se trata de otro tema que haríamos muy bien en evitar siempre que fuese posible.
—De acuerdo—masculló Edward, sin dejar de masticar. La miró sensualmente—Eso me ha gustado—murmuró.
— ¿El qué?
—Tu manera de controlar la situación y meterme ese nacho en la boca. Ha sido sexy.
— ¿De verdad?—La recorrió por entero un escalofrío de calor—Tendré que tenerlo en cuenta.
—Tengo una idea mejor. ¿Por qué no acabamos de comer y seguimos celebrando el Año Nuevo?
—Una idea magnífica—dijo Bella, lamiéndose los dedos para limpiarlos de chocolate— ¿Vamos?
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