Capitulo 37
(Hola gente hermosa por fin viernes y ptro capitulo para mis lector@s, gracias una vez mas para todas las que me comentan me encanta leer sus comentarios no he podido responder porque estoy en examenes y la vida se complica pero si los veo! a las lectoras nuevas gracias por entrar a mi mundo de sueños y lectura ñ.ñ. espero me regalen mas Votos y siga la historia teniendo mas visitas! este capitulo me enferma porque hay hombres asi y lo detesto pero nuestro Edward Y Jasper ayudan sin entretener mas aqui se los dejo BeSOS de Venezuela)
Estar de gira con los Blades hacía añorar a Bella su época como relacionista públicas de Libre y salvaje. Al menos, en aquellos tiempos, viajar significaba subirse a un avión rumbo a un lugar de rodaje exótico como Florida o Hawai, incluso Italia. Pero ahora, a finales de enero, se encontraba justamente en la zona oeste de Canadá y en compañía de un montón de jugadores de hockey y su equipo de entrenadores. No podía decirse, precisamente, que la palabra «exótico» fuese el mejor calificativo de su situación.
Era extenuante, y excepto cuando ella y Jason se ponían a trabajar, aburridísimo. Pasaban la mayor parte del tiempo en aviones privados o autocares. Cuando viajaban, solía acurrucarse en su asiento con un libro. Pero resultaba difícil concentrarse: los jugadores insistían en ver El castañazo una y otra vez, y repetían a gritos sus frases favoritas al estilo The Rocky Horror Picture Show. Sabía que era una película de culto entre jugadores y aficionados pero, aun así, escuchar el mismo diálogo repetido eternamente era una auténtica prueba para sus nervios que, de todos modos, ya no daban más de sí.
Nunca había acompañado a Jason en una gira larga y estaba ansiosa por hacer un buen trabajo. Cada vez que se reunían y daban coba a la prensa local, se descubría repitiéndose mentalmente el estribillo de su vieja canción: «Puedes hacerlo». Peor aún, estaban diariamente en contacto con Mike, cuyo odio se transmitía por la línea telefónica cada vez que tenía que hablar con él. Tenía la sensación de que estaba esperando que ella diera un traspié y aquello la enervaba por un lado, mientras que por el otro la decidía aún más a demostrarle a Jason que no se había equivocado en su decisión de elegirla a ella como acompañante para aquella gira. El resultado de la situación fue una dedicación ciega por su parte que, cuando llevaban cuatro días de viaje, impulsó a Jason a hacerle el siguiente comentario: «Que sepas que tienes permiso para divertirte».
E intentaba hacerlo, pero era complicado, sobre todo con el caso Ivanov acosándolos dondequiera que fuesen. Era siempre la responsable de abordar el tema con la prensa local e inevitablemente acababa agotada y afectada. James había decidido repasarla de arriba abajo cada vez que sus caminos se cruzaban y con una mirada burlona a modo de desafío, un desafío que ella se negaba a asumir. Lo ignoraba hasta donde podía, pero no siempre resultaba fácil. En un par de ocasiones, en el avión o en el autocar, James había ocupado expresamente el asiento situado al otro lado del pasillo del de ella, y se había dedicado a hacer comentarios en ruso por lo bajo con los que sin lugar a dudas pretendía molestarla.
Su único consuelo era que a Edward nada de eso le pasaba desapercibido y que, pese a que no decía nada, iba asimilándolo todo. Verlo en ruta era toda una experiencia educativa. Igual que sucedía en casa, dominaba a sus jugadores con autoridad y dignidad. Cuando uno de los jugadores más jóvenes perdió un avión después de una noche de juerga, Edward implementó de inmediato un toque de queda a las once de la noche mientras estuvieran en ruta y se aseguraba de que todos los jugadores lo cumplieran pasando por sus habitaciones cada noche, como el carcelero que sin duda algunos creían que era. Por una vez, estaba haciendo algo que dejaría a los de Milenio muy satisfechos.
No estaba preparada, sin embargo, por el alcance de su fama lejos de Nueva York. Canadá era el país del hockey y Edward Cullen era su Mesías. Donde quiera que fuesen, el equipo era recibido por una inmensa legión de admiradores. Edward no podía entrar en el vestíbulo de un hotel sin que se le acercara alguien a pedirle un autógrafo o a pedirle que posara para una foto. Había decidido pedir que le sirviesen la cena en la habitación antes que aventurarse a salir a un restaurante con Jasper y arriesgarse a ver su cena interrumpida repetidamente. Y las mujeres...Dios, Bella odiaba a las mujeres, su forma de desnudarlo con los ojos, conejitas bobas que pensaban que un Wonderbra(sujetador o brasier) acompañado por la recitación de las estadísticas de la carrera profesional de Edward podían darles acceso al soltero más codiciado del mundo del hockey. ¡Qué poco sabían!.
No es que lo de ella y Edward se notase. Habían llegado al acuerdo de que por muy delicioso que fuese verse clandestinamente, intentar cualquier cosa mientras estuviesen en ruta era un suicidio. Eso no significaba que no hubiese momentos robados: una mirada de deseo aquí, una mano rozando discretamente una espalda allá. Una tarde, cuando Bella tuvo que llevar una solicitud de entrevista a la habitación que compartían Edward y Jasper, Edward se había levantado de la cama y la había abrazado con fuerza, su beso salvaje y desesperado. Había sido una sorpresa maravillosa pero cada noche, acurrucada y sola en la habitación del hotel, Bella se descubría contando los días que faltaban para regresar a Manhattan y poder divertirse un poco.
El partido final de la gira era en Calgary. Caía una tormenta de nieve y a Bella le costaba creer que el piloto hubiese decidido volar, pero lo había hecho. Después de un vuelo exasperante, el séquito de los Blades aterrizó de muy buen humor pero con el cuerpo agotado. Habían humillado al Ottawa y habían sido masacrados por el Montreal, resurgiendo para derrotar tanto al Edmonton como al Vancouver. Llegaron al hotel de Calgary casi a las nueve de la noche. Al día siguiente tenían programado un entrenamiento a las siete de la mañana, al que los componentes del equipo de relaciones públicas también les tocaba asistir.
Pese a lo tarde que era, Bella y Jason se pararon en el restaurante del hotel para atender las solicitudes de entrevistas y picar alguna cosa. Mientras estaban allí, Jason coincidió con un antiguo amigo que había trabajado con él de relaciones públicas en la época en que Jason alcanzaba aún a verse los pies. Se apuntó a cenar con ellos y se pasaron la cena intercambiando historias nostálgicas que Bella se vio obligada a escuchar.
Eran las once menos cuarto cuando la conversación se sosegó un poco y ella aprovechó para disculparse para irse a dormir. Salió apresuradamente del restaurante y pasó por el vestíbulo de entrada, que estaba lleno de admiradores. Fue allí donde divisó a James, charlando con dos jovencitas de aspecto frívolo. Esquivó rápidamente su mirada, pero era demasiado tarde. Sus miradas se habían cruzado ya y estaba excusándose de la compañía de las chicas y aproximándose a ella.
—Bella.
Hizo ver que no lo oía y se dirigió dando grandes zancadas hacia la enorme hilera de ascensores que había enfrente de las exuberantes plantas y el elegante mobiliario tapizado con cretona del vestíbulo. Sacudiéndose de encima los temblores, pulsó el botón para subir al tercer piso pero el condenado ascensor era de los que se tomaban su tiempo. Ivanov estaba ya a su lado.
—Bella, me gustaría hablar contigo.
Bella no dijo nada.
—Bella...
Se abrieron las puertas del ascensor y Bella entró. Pulsó enseguida el botón para cerrar las puertas. Pero era igual. James había empujado las puertas del ascensor y había entrado. Estaban los dos solos y el olor a alcohol rezumaba del cuerpo de James como si fuese colonia barata.
—Tú amiga, ahora dicen en los periódicos que es una gran puta, ¿no?
Bella respiró hondo. La necesidad de gritar era abrumadora.
— ¿Por qué me odias tanto, eh?
—Creo que es bastante evidente.
—No, no, tú me odiabas antes de que tu amiga me hiciese esto. ¿Por qué?
—Has superado la hora del toque de queda, James, y estás borracho. Mejor que te metas en tu habitación antes de que el capitán Cullen te encuentre.
—No has respondido a mi pregunta.
Las puertas del ascensor se abrieron al llegar al tercer piso.
—No pienso hacerlo—replicó Bella, nerviosa de verdad al ver que él la seguía fuera del ascensor—Te has equivocado de piso, James.
Bella se encaminó a paso acelerado hacia su habitación.
—Vete o llamo a seguridad.
James se echó a reír.
—Sí, llámales, cuéntales mentiras como la puta de tu amiga. ¿Crees que alguien va a creerte?
Bella permaneció en silencio. Estaba muy cerca de su habitación, pero no pensaba correr el riesgo de abrir la puerta con él pisándole los pies. Se detuvo en medio del pasillo.
— ¿Qué quieres?
—Decirte que tu amiga es una mentirosa—respondió, tropezando con sus propios pasos.
—Eso ya me lo dijiste antes de Navidad.
—Preguntarte por qué nunca has querido salir conmigo. Todas las mujeres quieren, ¿pero tú? No. Aquella vez en el tren, me muestro muy amable y tú no haces nada. Eso no me gusta.
—Qué lástima.
Dio un paso hacia ella.
—Pienso que eres muy bonita, Bella.
— ¿Bella? ¿James? ¿Qué demonios sucede aquí?
Al oír la voz de Edward, el corazón de Bella, que le había subido hasta la garganta, se desplomó hasta recuperar su lugar habitual en el pecho. James dio un traspiés hacia atrás al volverse y encontrarse con Edward y Jasper, que le acompañaba en sus rondas.
—Ha pasado la hora del toque de queda, James—dijo Jasper—¿Qué haces aquí fuera?
—Bella me ha invitado a su habitación, dice que quiere hablar conmigo—mintió, aplicando un tono de voz suplicante.
—Mentiras—dijo Edward. Sus ojos se clavaron en Bella.
—Es verdad—insistió James.
— ¿Cuánto has bebido, James?—preguntó Jasper. James se encogió de hombros—Sabes que vas a ser sancionado, ¿verdad?
— ¿Y?—dijo con sorna James—Soy rico.
Edward y Jasper intercambiaron miradas de preocupación.
— ¿Qué haces en esta planta?—volvió a preguntarle Jasper—Estás en la quinta.
—Ya os lo he dicho...
—Guárdate para ti tus cuentos chinos—gruñó Edward—¿Qué demonios haces aquí?
—He venido a ver a la preciosa Isabella—ronroneó con acento borracho James—Mírenla. Miren ese culito caliente—Buscó a tientas sus pechos—Y estas tetas...
¡Bum! Cayó a la alfombra. El puño de Edward conectó con su mandíbula antes incluso de que pudiera darse cuenta de que iba a pegarle. Bella vio, paralizada, cómo Edward lo levantaba cogiéndolo por el cuello de la camisa y lo arrastraba contra la pared, manteniéndolo allí.
—Si alguna vez en mi vida te oigo hablar a una mujer, o sobre una mujer, de esta manera, si alguna vez vuelves a ponerle la mano encima a una mujer sin su consentimiento, haré que tu vida sea tan miserable que desearás regresar a la Madre Rusia y hacer esa condenada cola del pan. ¿Ha quedado claro?
Cerrando los ojos, James apenas pudo hacer un leve gesto de asentimiento. Cuando Edward lo soltó, se deslizó por la pared como un muñeco de trapo sin vida.
—Levántate—le gritó Jasper. Viendo que James no se movía, Jasper se acercó para ayudarlo. James se deshizo de sus manos, murmurando por lo bajo. Consiguió ponerse a cuatro patas y luego, lentamente, precariamente, logró ponerse en pie. Jasper lo cogió entonces y tiró de él en dirección al ascensor.
—Ya me encargo yo de que nuestra estrella rusa regrese a su habitación sana y salva—les dijo a Edward y a Bella. Y cuando se abrieron las puertas del ascensor, empujó a James dentro.
En cuanto estuvo sola con Edward en el silencioso pasillo, Bella soltó el aire. Le dolían los pulmones. Era como si hubiese estado aguantando la respiración durante mucho tiempo. Le miró. Se había quedado sin color en la cara.
— ¿Estás bien?—le preguntó. Bella movió afirmativamente la cabeza. Edward miró entonces hacia un lado y otro del pasillo y, viendo que no había nadie, la atrajo hacia él para abrazarla y darle un tierno beso en la coronilla.
—Siento que hayas tenido que ver esto—le dijo, soltándola, una expresión de dolor se reflejada en su atractivo rostro.
—Me alegro de que aparecieran en ese momento. Sólo Dios sabe lo que habría pasado.
—Tenemos que hacer algo con él—dijo en voz baja—Sigue con las suyas y ocurrirá otra desgracia. Hemos trabajado demasiado duro como para permitir que una escoria como James destruya nuestro equilibrio y ponga en peligro la moral del equipo—Movió la cabeza, disgustado—Tendría que haberme encargado antes del tema.
— ¿Qué piensas hacer?
—Ahora no es necesario que te preocupes por ello. Pero mientras, si ese canijo se acerca a un metro de ti y no estoy yo por allí, házmelo saber.
La acompañó hasta la habitación y, robándole un beso veloz, le dio las buenas noches.
|