Contacto (+18)

Autor: greis24
Género: Romance
Fecha Creación: 27/04/2013
Fecha Actualización: 01/01/2014
Finalizado: NO
Votos: 28
Comentarios: 165
Visitas: 82016
Capítulos: 51

Isabella Swan es una joven publicista con una tarea difícil por delante: transformar al equipo de Hockey sobre Hielo New York Blades, unos chicos bebedores, gamberros y salvajes en un grupo dócil y educado. su mayor obstáculo será  el capitan Edward Cullen, para quien el concepto de relaciones Públicas significa salir con una modelo diferente cada semana. L a actutud negativa de E dward a la hora de hacer algo similar a un anuncio dirigido al público familiar entorpecerá los objetivos profesionales de Isabella. El odio es mutuo hasta que -sin quererlo ni buscarlo- se encontrarán descubriéndose el uno al otro sus virtudes más recónditas.


Contacto la historia es original de un libro de deirdre Martin. Escrita primeramente por Cerezo de Luna con los personajes de Sailor Moon, yo con el debido permiso de ella lo tomé y le hice algunos cambios incluido los personajes de la saga crepúsculo de la magistral Meyer, les recuerdo que la copia y publicacion de esta historia esta prohíbida sin el permiso de cerezo o el mío. sin mas que decir espero que disfruten la historia aqui les dejo el prefacio. ( aqui tienen una pagina que acabo de crear donde publicare mis siguiente proyectos y les recomendare historias y canciones las que gusten agreguenme https://www.facebook.com/pages/Historias-Greiis/473715916083296 )

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Capítulo 46: capitulo 46: El adios

(hola chicas lamento no haber podido actualizar antes no tenia cabeza para sentarme a hacerlo pero hoy por fin me dedique a terminar lo que me faltaba y subirles el capitulo... les digo de ante mano que no es un capitulo agradable.... edward es un...... bueno lo dejo en sus mentes y me comentan lo que crean que es.... espero no me quieran matar pero asi tenia que ser para que el final sea muy bueno.... tengo una ultima noticia.... QUEDAN UNOS 4 CAPITULOS Y TODO TERMINA comenten si quieren que trabaje un epilogo y voten sino..... quedara con el final solamente..... besos y saludos desde Venezuela :D)

 

 

46

 

Antes que interrogar a Mike en la oficina, Bella decidió expresarle su desagrado porque no hubiera asistido a la fiesta en el transcurso de una buena comida. Esperaba que con ello considerara su invitación como un gesto de buena voluntad que indicara que ambos debían estar a la altura de las circunstancias y trabajar juntos mientras Lou seguía su proceso de recuperación.

Había elegido un restaurante llamado Bella's, enla Sesentay seis con Central ParkWest, uno de sus favoritos de la época en que trabajaba para la telenovela. Se trataba de un espacio grande, con varias plantas, donde servían comida italiana selecta y cuya clientela estaba principalmente compuesta por actores y empleados de los cercanos estudios de televisión. Ella y Victoria lo llamaban el «Pequeño Versalles», pues era todo mármol, espejos, dorados y cristal. De este modo, los actores que cenaban allí podían ver su imagen multiplicada una y otra vez. Era el sueño de todo egoísta. Bella no tenía la menor duda de que Mike se sentiría allí como en casa.

Empezaron la comida hablando educadamente de negocios. Mike pidió dos Martini seguidos mientras Bella iba bebiendo agua Pellegrino y esperaba el momento adecuado para sacar a relucir el tema de la fiesta.

—Mira—empezó, dejando el vaso de agua sobre la mesa—la verdad es que pienso que los dos estamos haciendo un buen trabajo desde que Jason no está.

—Pero...—Mike habló en tono sarcástico—Siempre hay un pero, ¿no?

—Sí que lo hay—Bella no pensaba dejarse intimidar—Deberías haber asistido a la fiesta para celebrar la victoria del sábado pasado.

— ¿Por qué?

—Porque es una forma de demostrar nuestro apoyo al equipo, y eso forma parte de nuestro trabajo, te guste o no. ¿Por qué no viniste?

— ¿La verdad?—Mike repasó con uno de sus delgados dedos el borde del vaso de Martini—Porque antes preferiría someterme a una colonoscopía que ir de fiesta con ese pelotón de zoquetes.

—Esos «zoquetes» son tu trabajo—Bella cogió un trozo de focaccia y lo sumergió en el recipiente poco profundo lleno de aceite de oliva que había en el centro de la mesa—No vuelvas a hacerlo, ¿de acuerdo?

— ¿Es eso una orden?

—Es una petición.

—Tú eres el jefe—replicó Mike, retirando con cuidado la aceituna verde de la copa de Martini. La sostuvo en lo alto, examinándola como si de una piedra preciosa se tratara—Pero no por mucho tiempo.

— ¿Perdón?

— ¿Cuánto tiempo llevas follándote a Cullen, si no te importa que te lo pregunte? ¿Semanas? ¿Meses?—Torció los labios en una sonrisa rectilínea y se introdujo la aceituna en la boca.

Hizo lo posible para que su reacción no fuese visible, pero el cuerpo la traicionó y la conmoción calentó sus mejillas. Si intentaba negarlo, Mike se echaría a reír a carcajadas.

—Eso no te importa—respondió muy tensa. Se llevó la copa de agua a los labios, nerviosa ante la posibilidad de poder atragantarse o, peor aún, de romper la copa que con tanta fuerza sujetaba.

—Oh, sí que me importa. Corrígeme si me equivoco, pero juraría que Jason te avisó de que si algún día salías con algún componente del equipo, eras mujer muerta. ¿Me equivoco?

Era como si en su cabeza se hubiese instalado un enjambre de abejas y que todas zumbaran a la vez, sofocando su capacidad para razonar y concentrarse.

— ¿Cómo lo has descubierto?—le preguntó con voz débil. Su propia voz le sonaba remota.

Una expresión de placer perverso cubrió el rostro de Mike.

—Digamos que me lo ha contado un pajarito ruso.

«James. En el patio. ¡Fue él quien estuvo espiándolos!». Su venganza para con ella y Edward. «Estúpida. Estúpida y descuidada». Jamás debería haber accedido a salir al patio con él, jamás. Él estaba colocado e iba caliente, no pensaba claramente. Pero ella estaba sobria. No había excusas. Y ahora...

—Tal y como lo veo, tienes dos opciones. Puedes seguir siendo la jefa interina de relaciones públicas, en cuyo caso le contaré a Jason y a Milenio que tienes un lío con el capitán y te despedirán. O puedes ir a ver a los de Milenio, decirles que no te ves capaz de asumir la responsabilidad de sustituir a Jason en su cargo y renunciar a ello...recomendándome a mí como tu sustituto, por supuesto.

Bella tenía la mirada clavada en el plato de pan que tenía enfrente.

—Si hago eso—preguntó muy despacio— ¿cómo sé que no cambiarás de idea y le contarás a Jason lo mío con Edward?

Los ojos de Mike se iluminaron de placer y dio un puñetazo a la mesa, encantado.

— ¡Maldita sea, eso no se me había ocurrido! Gracias por la sugerencia.

—Hijo de puta—dijo Bella, silbando entre dientes—No te atreverás.

—Dame una razón para no hacerlo.

—Yo podría negarlo. Jason me creería a mí antes que a ti.

— ¿De verdad quieres ponerte de culo conmigo por esto, Bella?—le preguntó Mike en tono condescendiente—Ya viste todo lo que fui capaz de averiguar sobre tu amiguita Victoria. ¿De verdad quieres que haga lo mismo contigo? ¿Has pensado en cómo le molestaría a Jason ver fotografías tuyas con Cullen, inflagrante delicto, tomadas a media noche con un teleobjetivo? Le provocaría otro infarto.

—Estás enfermo, ¿lo sabías?

—No, sólo quiero lo que es mío por derecho propio, eso es todo.

Bella se llevó una mano sudorosa a la frente. El zumbido de las abejas era cada vez más potente.

—Necesito tiempo para pensarlo.

Mike se subió un poco la manga de la chaqueta y alzó la muñeca hasta que le quedó a la altura de los ojos, para ver mejor el reloj.

—Tienes treinta segundos.

—Lo digo en serio—explotó Bella.

—Está bien. Si necesitas un par de días para pensar las palabras exactas que utilizarás para decirles a los de Milenio que renuncias al puesto, te los concederé.

Bella se sirvió más agua, deseando ahora haber pedido algo más fuerte.

—Si hago lo que tú quieres—dijo con cautela, esforzándose para que no le temblase la mano— ¿me prometes que no le dirás palabra a Jason sobre mi vida personal?

— ¿A que no puedes soportar la idea de que el viejo se entere de que eres una buscona igual que las demás?

—Respóndeme—La idea de defraudar de Jason en cualquier sentido le resultaba insoportable.

Mike sonrió satisfecho.

—A lo mejor podríamos encontrar alguna solución.

—Quiero una garantía.

—En la vida, las garantías no existen, señorita Swan. ¿Es que no te lo han explicado nunca?

Bella se quedó mirándolo fijamente. Él la miró también. De ser necesario, ella podía quedarse así eternamente.

Fue finalmente Mike quien bajó la vista.

—Está bien—dijo, con un sonoro suspiro—Si haces lo que te pido, no le contaré a Jason ese lío de mal gusto que tienes con Cullen. Pero—y ahora es mi turno para el «pero», querida Bella—lo que te dije hace unos meses iba en serio. Si vuelves a entrometerte en mi camino, o si insistes en hacerme sombra, te destruiré. ¿Entendido?

Bella asintió, muy tensa.

—Bien, ¿pedimos la comida?

 

 

A la mañana siguiente, Bella se tomó el día libre por asuntos personales y cogió el coche para ir a casa de sus padres. Era en el jardín que con tanto esmero su padre y ella cultivaban cada año donde mejor solía pensar, y necesitaba estar allí. Necesitaba ensuciarse las manos con tierra y tirar y podar y cortar. A partir de la semana siguiente, cuando empezaran las fases eliminatorias, apenas tendría tiempo para respirar y, mucho menos, para tomarse un día libre con el que salvaguardar su salud mental.

Como era de esperar, no había nadie en casa. Su padre estaba trabajando, Jake estaba en el colegio y su madre había salido para asistir a uno de sus desayunos de siempre, al que sin duda seguiría uno de sus partidos de tenis de siempre, una de sus comidas de siempre y una de sus salidas de compras de siempre. Con un poco de suerte, podría trabajar en el jardín sin que nadie la molestara hasta que Jake regresara a casa al salir del colegio, en torno a las tres.

Aparcó el coche al final del largo camino de entrada circular y fue en primer lugar a inspeccionar los parterres cubiertos de hojas de brunnera y luego los arbustos de azalea que había delante de la casa. Ambas plantas ostentaban diminutos capullos verdes que luchaban por abrirse, aunque aún tenían que pasar al menos otras tres semanas antes de que empezaran a abrirse las espléndidas flores de color fucsia de la azalea. Su humor mejoró un poco cuando se dio cuenta de que su padre se había entretenido ya rastrillando los parterres y aplicándoles un poco de Milogarnite, un abono que impedía que cualquier animal se comiera las semillas. «Estupendo, se me ha adelantado», pensó, encaminándose hacia la parte trasera.

Los parterres de flores que rodeaban el espacioso patio estaban aún por rastrillar, así que decidió dedicarse a ellos primero. Descendió por el césped resbaladizo hasta el cobertizo de su padre y cogió sus viejos guantes de jardinería, un par de tijeras y el pequeño rastrillo verde de plástico que su padre le había enseñado a utilizar de pequeña. Subió la cuesta de nuevo y empezó a rastrillar concienzudamente el primer parterre, cuidando de no estropear los nuevos brotes que estaban saliendo. Seguía aún sin tener claro qué decisión tomar: si mandar a la mierda a Mike o renunciar al puesto.

Tal y como lo veía, se encontraba en una situación en la que de ningún modo saldría ganando. Si se negaba a renunciar a su puesto, Mike hablaría con Milenio sobre lo de ella y Edward, su reputación caería por los suelos y su credibilidad sería cuestionada. Podían despedirla, incluso. Además, estaba el asunto de los medios de comunicación. Si de momento continuaba ocupando el puesto de Jason, ¿estaría preparada para el bombardeo de atención que les rodearía a ella y a Edward en cuanto Mike revelara la noticia a la prensa? Durante unos días, como mínimo, aquello sería una pesadilla. Sabía que ella sería capaz de gestionarlo. ¿Pero podría Edward?

La otra opción, someterse a la amenaza de Mike, era equivalente a cometer un suicidio profesional. No era necesario ser muy inteligente para ver que echarse atrás en una promoción profesional, aunque fuese temporal, no era un buen movimiento a ese nivel. Milenio la consideraría débil, incapaz de aguantar la presión, pensaría que no era la «trepa» que Jason había estado vendiéndoles. Era muy probable que jamás volvieran a promocionarla y que incluso se viera degradada. Renunciar a su puesto era la salida típica del cobarde.

Y si les iba a los de Milenio y les decía directamente que Mike estaba amenazándola, se preguntó mientras avanzaba para rastrillar el siguiente parterre. ¿La creerían? ¿O sería etiquetada como «empleada problemática»? La situación la ponía furiosa. ¡Se merecía ser la sustituía temporal de Jason! Se había partido el culo el año entero y lo que había hecho lo había hecho estupendamente. Por eso la habían contratado... la habían contratado concretamente a ella, para acicalar la imagen del equipo. Y lo había hecho, además, lo había hecho rápido y lo había hecho bien. Y pensar que todo ese trabajo duro podía quedarse en nada por lo estúpidos e indiscretos que habían sido ella y Edward...

Dejó el rastrillo, se arrodilló sobre la hierba húmeda, cogió las tijeras y empezó a cortar las peonías muertas y las margaritas. Seguramente nunca debería haberse liado con Edward. Recordaba haberle comentado a Victoria en otoño, cuando ella y Edward habían empezado a tontear, que quería que lo suyo fuese una relación informal porque necesitaba centrarse en su carrera. ¿Y cuál había sido la respuesta de Victoria? Que era una mentirosa y que lo que quería era mantener una relación en serio con él. Era como si Victoria la conociese mejor que ella misma.

Y ahora, mira dónde estaba. Debido a su «relación» con Edward, toda esa energía y concentración que supuestamente poseía corrían un grave peligro. Pero eso no era lo peor. Lo peor de todo era que se había enamorado de él y, por lo que podía decir, tampoco eso iba a acabar en nada. Los ojos se le llenaron de lágrimas y las diminutas flores azules de las nomeolvides empezaron a volverse borrosas. Era una mujer lista, divertida, inteligente, sexy, o al menos se lo montaba condenadamente bien para parecerlo. ¿Por qué no se había enamorado Edward de ella?

Si tuviese un poco de cerebro en la cabeza—y dadas sus actuales circunstancias, no estaba muy segura de tenerlo—daría por finalizada la relación entre ellos, de inmediato. ¿Qué sentido tenía? Jamás conseguiría lo que deseaba obtener de él, y en aquellos momentos estaba más que clarísimo que el acuerdo que tenían complicaba las cosas mucho más de lo que nunca podría haberse imaginado. Acabar con ello le permitiría consagrarse de nuevo a su carrera. La dejaría libre para encontrar a alguien que la amara tal y como ella se merecía ser amada.

Pero entonces intentó imaginarse lo que sería nunca volver a sentirse entre los brazos de Edward, ni ver sus ojos arrugarse hasta desaparecer cuando reía, ni volver a hablar con él sobre las antiguas películas cursis que a ambos les encantaba alquilar, y la desolación se apoderó de ella. No podía dejar de verle. Le era igual lo irracional de la relación. Daba igual que su historia no fuese ahora lo que a ella le gustaría que fuese, razonó, despojándose de los guantes de jardinería para acariciar los jacintos marchitos. A lo mejor, cuanto más tiempo llevaran juntos ella y Edward, más empezaría él a ver que ella era la persona que buscaba. O a lo mejor, no era más que un ejemplo destacado de una mujer que se agarra desesperadamente a un clavo ardiente. Pero no le importaba. Por penoso que fuera, aprovecharía por ahora todo lo que pudiese tener, al menos en su vida personal.

¿Y la vida profesional? Eso era otro cantar. Cuanto más pensaba en ello, más se daba cuenta de que nunca sería capaz de vivir con ello si se dejaba amedrentar por Mike y sus estúpidas amenazas. ¿Qué tal vez perdía el trabajo? Sí. Pero era un riesgo que debía correr. Mike tendría en su mano los chismorreos, pero ella tenía un historial profesional demostrado. Edward siempre le decía que creyera en sí misma, que se olvidara de sus conversaciones internas negativas y que se tomase en serio las palabras del cartel que él tenía colgado en su taquilla y que decía: «Quien se atreve, gana». Pues esta vez pensaba atreverse a contraatacar.

 

 

Encontró a Mike en el despacho de Jason, sentado en la silla de Jason, con los pies encima de la ahora pulcra mesa de Jason, leyendo un ejemplar de Smart Money. Su mirada de triunfo hacía que lo que pensaba decirle le resultara más delicioso si cabe.

— ¿Qué haces aquí, Mike?

—Acostumbrarme a estar sentado en la silla del Gordo. ¿Entiendo que estás aquí para decirme que dejas correr tu puesto temporal?

—De hecho, estoy aquí para decirte lo contrario. De modo que te sugiero que salgas de esta silla para que pueda ponerme a trabajar.

— ¿Acaso no dejé claro lo que sucedería si no veías las cosas a mi manera?

—Que cotorrearías sobre mí con Jason y con Milenio. Sí, lo dejaste muy claro. Adelante. Si les importa algo más que un bledo me quedaré pasmada.

Mike rió con desprecio.

—Te veo muy segura de ti misma.

—Trabajo duro, y obtengo resultados. Oh, y soy lista. Por eso Jason me promocionó a mí, y me hizo a mí, y no a ti, directora adjunta de relaciones públicas. ¿O es que todavía no lo habías captado?

Mike la miró fijamente.

—Eres una pequeña puta.

—De hecho, Mike soy una gran puta. Y ahora, sal de mi silla.

—Espera a ver lo que le suelto a la prensa sobre tú y Cullen—dijo entre dientes y levantándose de mala gana—Estás acabada. Tu reputación ya no existe.

—Y vuelve a tu despacho...después de que informes a los periodistas en la pista, claro.

—Te arrepentirás de esto—le espetó mientras se dirigía hacia la puerta del despacho.

—Ya veremos—Bella se sentó en la silla de Jason en el mismo instante en que la puerta se cerraba de un portazo.

 

 

«Bien. Eso había resultado indoloro. Y, sorprendentemente, no le había provocado náuseas». ¿Sería posible que por fin estuviera librándose del síndrome del impostor? Se sentía feliz y dio vueltas y vueltas sobre la silla, riendo como una niña pequeña. ¡Se había mantenido firme consigo misma! Se sentía orgullosa. Fuerte. ¿Sería así como se sentía siempre la gente realmente confiada? ¿La gente como Edward? Porque de ser así, era maravilloso, no quería que aquello acabase nunca.

—Lo has hecho—susurró en voz alta. Por fin creía en sí misma. Jason también creía en ella. Y Mileno. Y Edward. Sobre todo Edward. Tendría que darle las gracias por esto, darle las gracias por ayudarle a ver que era capaz de hacer cosas.

¡Dios, se sentía invencible!

Respiró hondo, obligándose a poner de nuevo los pies en el suelo. Edward. Tendría que ponerle sobre aviso de lo que estaba por llegar, a nivel de medios de comunicación. Mike sacaría lo peor de sí mismo y describiría su relación como algo sórdido, no le cabía la menor duda. Tenía la intención de actuar en modo «Sin comentarios» hasta que el ruido se amortiguara, pero necesitaba saber cómo pretendía Edward manejar el tema. Quizá, pensó, podían comentarlo en el transcurso de una cena muy romántica e íntima aquella misma noche.

 

 

—No puedo verte más. Lo siento.

Edward aguantó la respiración al ver que la boca de Bella, que hasta entonces había estado dándole al palique sin parar sobre cómo debían lidiar a esa comadreja de Mike, empezaba a temblar. Luego, se serenó un poco y forzó de nuevo una expresión neutral. En el instante en el que había puesto el pie en su apartamento, había sabido que decir lo que tenía que decir iba a resultarle más complicado de lo que se imaginaba. Bella había bajado la intensidad de la luz y había puesto en el equipo de música un cedé de jazz suave. Había montado una preciosa mesa para dos, decorada con dos velas blancas largas y un jarroncito con flores frescas. El ambiente estaba impregnado por el oloroso aroma de pollo preparado con especias, y Bella...bueno, Bella ofrecía una imagen digna de contemplar, sus espléndidos y luminosos ojos chocolates, su cabello marrón con mechones rojizos brillante, cada curva de su menudo y ligero cuerpo destacada por el vestido negro ceñido que había elegido para la ocasión. Al verla, se preguntó si no estaría cometiendo el mayor error de su vida.

Había jugado con la idea de esperar hasta que terminaran la cena, pero le había parecido especialmente cruel: disfrutar de la maravillosa comida que le había preparado y luego dejarla tirada. Mejor hacerlo de entrada, y acabar con ello. Luego se marcharía, daría un paseo para aclararse las ideas y ella podría hacer lo que quisiera que las mujeres hicieran después de una ruptura.

Pronunció su sencilla parrafada de dos fases y quedó a la espera de una respuesta, pero la declaración quedó colgando en el aire, como un nubarrón cerniéndose sobre la estancia. Bella se había quedado inmóvil como un maniquí, su espalda recta como un palo y sus delicadas manitas unidas primorosamente sobre su regazo. ¿Estaba enfadada? ¿Destrozada? No sabría decirlo.

— ¿Bella?

—Te he oído—Habló en tono cortante— ¿Es porque Mike ha filtrado la relación a la prensa y tú no quieres tratar con ella?

—No, es porque verte me distrae y tengo que depositar hasta el último gramo de mi atención en conseguirla Copa.

«Oh, lo entiendo», deseaba que ella dijera, y que moviera afirmativamente la cabeza como muestra de su comprensión. Pero no lo hizo, sino que se limitó a mirarlo fijamente. Incómodo, intentó desdecirse.

—No es por ti, es por mí.

— ¿Y cuántas frases estereotipadas más piensas decirme?

¿Qué podía responder a aquello? Bella tenía razón, era una frase estereotipada. Aunque también era la verdad. Siguieron sentados en un sombrío silencio, y Edward se descubrió casi deseando que Bella se echase a llorar, que le pidiera que se fuera, que hiciese alguna cosa. Sentado allí, se sentía como un ser rastrero y sus palabras le sonaban como una patraña total y absoluta y, sin duda alguna, era así como le sonaban a ella.

—Permite que te pregunte una cosa—dijo ella de pronto, rompiendo el hechizo.

Edward cogió fuerzas para aguantar el chaparrón que parecía inevitable.

—Dices que tienes que concentrarte en las eliminatorias. ¿Significa eso que tenías planificado despacharme en cuanto llegaran las eliminatorias?

—Bella, ambos acordamos que esto no era más que una relación informal...

—Respóndeme—Su voz era cortante— ¿Tenías pensado despacharme en cuanto llegaran las eliminatorias?

—Deja de decir «despacharme», suena tan...

— ¿Sincero?

—Cruel—apuntó Edward en voz baja—Y lo último que desearía es ser cruel contigo.

Bella se inclinó hacia delante.

—Aún no has respondido a mi pregunta.

Edward dudó.

—No tenía planeado que lo nuestro siguiera al llegar las eliminatorias—admitió a regañadientes—Para serte sincero, no tenía planeado que lo nuestro se prolongara más que unos meses.

—Entiendo.

Minúscula, la voz de Bella se había vuelto minúscula. Peor que el silencio, era aquella voz tan minúscula. Dios, era un auténtico hijo de puta. Si ella supiera que aquello no era más que un acto de supervivencia. Que lo último que quería en el mundo era aquello, lo que estaba sucediendo en aquellos momentos. Pero no podía decírselo. Eso sería como pedirle a un huracán que destrozara tu casa. La pared de acero que separaba sus emociones de su raciocinio estaba allí, imposible de escalar, y no pensaba ni siquiera intentarlo.

La miró de reojo. El dolor de Bella era tan real que parecía haber tomado forma, era como si otra persona se hubiera sentado en el sofá entre los dos. Una persona de la que deseaba desesperadamente no ser responsable.

—No puedo permitirme distracciones—volvió a decir, sintiendo una necesidad profunda de explicarse más, aun sabiendo que sus palabras podían empeorar la situación—Me gusta estar contigo, sabes que me gusta, pero mi principal amante ha sido y siempre será el hockey. Lo sabías cuando empezamos, Bella.

—Lo que no sabía era que existía una fecha de caducidad predeterminada en la que tenías pensado despacharme.

—Entonces es culpa mía—dijo Edward, disculpándose—Supongo que debería haberlo dejado más claro.

—Supongo—dijo ella, dándole la espalda.

«Ahora—pensó él—Ahora me pedirá que me marche. Pídeme que me marche, por favor, Bella. Esto es una tortura».

—Lo siento—murmuró él, incapaz de pensar en otra cosa que decir. Bella no dijo nada.

Edward se levantó.

—Supongo que es mejor que me marche.

—Una cosa—Se volvió de nuevo y le miró fijamente a la cara. La angustia y la desesperación de sus ojos fueron suficientes para obligarle a él a sentirse culpable y bajar la vista.

— ¿Qué?

— ¿Significo algo para ti? ¿Alguna cosa?

Edward tosió incómodamente para aclararse la garganta.

—Por supuesto que sí. Eres una buena amiga.

—Los amigos no se acuestan juntos, Edward. Los amantes sí. Las parejas también.

Lo tenía atrapado. Él hizo una pausa, a la espera de que ella le formulase la pregunta que no quería responder.

—Ese día en el vestíbulo, cuando te dije lo que sentía. ¿Cómo es que nunca me lo mencionaste?

—Isabella—dijo rápidamente Edward—este tipo de discusión no es buena para ninguno de los dos. Acabemos las cosas aquí, ¿de acuerdo?

— ¿Por qué? ¿Tienes miedo de hablar de ello?—Su voz sonaba rabiosa.

—No.

—Entonces, ¿dónde está el problema? Quiero una respuesta, Edward. ¿Cómo es que nunca reconociste lo que te dije?

—Se me pasó.

Hizo el ademán de marcharse, pero la rabia en aumento que reflejaba la mirada de ella le paralizó en el lugar donde estaba.

—Espera un momento. Tú has dicho lo tuyo y ahora quiero decir yo lo mío.

—Está bien—dijo Edward con cautela.

—Siéntate.

Se sentó.

—Eres un hipócrita—empezó Bella—Les dices a tus jugadores, igual que me dijiste a mí, que no tengan miedo, que busquen su oportunidad, que asuman riesgos, que afronten los retos, ¿y tú? No. Tú te aferras a aquello que sabes que te sale bien. Y cuando se presenta una oportunidad de arriesgarse y mantener una relación real, de amor, una relación adulta... ¿estás dispuesto a intentarlo? Por supuesto que no. ¿Y sabes por qué? Porque tienes miedo.

Él no pudo evitar echarse a reír al oír aquello.

—No quiero ofenderte, Bella, pero jamás en mi vida le he tenido miedo a nada.

—Excepto a la intimidad y a la vulnerabilidad.
Te da un miedo terrible, ¿verdad? Te da miedo ser rechazado, o descubrir que existe vida más allá de ir detrás de la consecución de un maldito trofeo deportivo. Y por lo tanto, evitas el riesgo para evitar el dolor. Llevas una vida superficial, patética, unidimensional.

—Pues si soy tan patético y unidimensional—contraatacó enfadado Edward—¿por qué demonios quieres algo conmigo? ¿Por qué dijiste que me querías?

—Porque veía que en ti había alguna cosa más que tu jodida obsesión por ganar, y esperaba... ¡Dios, no sabes cómo lo esperaba!...ser capaz de hacértelo ver. ¡Pero es evidente que no he podido!

Furioso él ahora, se levantó y luchó para ponerse la chaqueta que había dejado sobre el respaldo del sofá.

—Creo que por esta noche ya nos hemos psicoanalizado bastante, muchas gracias. Seguiré tu consejo cuando trate con los buitres de los medios de comunicación y practicaré el baile del «Sin comentarios». Y mientras, significaría mucho para mí que pudiésemos seguir mostrándonos educados en el trabajo.

—Eso no será ningún problema.

—Bien.

—Una cosa más—dijo Bella con suavidad.

— ¿Qué?—le soltó Edward.

—Espero, por tu bien, que un día aprendas a practicar lo que predicas, al menos en lo que a tu vida personal se refiere. Porque si no lo haces, acabarás siendo un viejo triste y solitario. Y no me gustaría nada que eso te pasara.

Después de decir eso, se levantó y marchó a la cocina. Edward oyó que abría el grifo y se ponía a lavar los platos. La necesidad de entrar allí corriendo y gritarle unas cuantas cosas era muy fuerte.

Pero salió del apartamento y cerró con cuidado la puerta a sus espaldas.

Mientras bajaba en el ascensor hasta el vestíbulo, se dio cuenta de que su pelea mental continuaba. « ¡Bella no sabe de qué demonios habla! ¡La Copa es la plenitud emocional, el riesgo mayor que existe! Ha confundido dedicación y energía con falta de profundidad emocional. ¿Qué demonios sabe ella?».

Suspiró cuando se abrieron las puertas del ascensor. Ya estaba hecho. Ahora podría concentrarse en las eliminatorias. Levantó la mano para decirle adiós al portero y huyó hacia la noche de Nueva York.

Capítulo 45: capitulo 45: el miron Capítulo 47: capitulo 47: la decision de bella

 


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