Contacto (+18)

Autor: greis24
Género: Romance
Fecha Creación: 27/04/2013
Fecha Actualización: 01/01/2014
Finalizado: NO
Votos: 28
Comentarios: 165
Visitas: 81974
Capítulos: 51

Isabella Swan es una joven publicista con una tarea difícil por delante: transformar al equipo de Hockey sobre Hielo New York Blades, unos chicos bebedores, gamberros y salvajes en un grupo dócil y educado. su mayor obstáculo será  el capitan Edward Cullen, para quien el concepto de relaciones Públicas significa salir con una modelo diferente cada semana. L a actutud negativa de E dward a la hora de hacer algo similar a un anuncio dirigido al público familiar entorpecerá los objetivos profesionales de Isabella. El odio es mutuo hasta que -sin quererlo ni buscarlo- se encontrarán descubriéndose el uno al otro sus virtudes más recónditas.


Contacto la historia es original de un libro de deirdre Martin. Escrita primeramente por Cerezo de Luna con los personajes de Sailor Moon, yo con el debido permiso de ella lo tomé y le hice algunos cambios incluido los personajes de la saga crepúsculo de la magistral Meyer, les recuerdo que la copia y publicacion de esta historia esta prohíbida sin el permiso de cerezo o el mío. sin mas que decir espero que disfruten la historia aqui les dejo el prefacio. ( aqui tienen una pagina que acabo de crear donde publicare mis siguiente proyectos y les recomendare historias y canciones las que gusten agreguenme https://www.facebook.com/pages/Historias-Greiis/473715916083296 )

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Capítulo 20: capitulo 20 (la despedida de Benjamín)

Capitulo 20

(hola soy yo de nuevo..... vengo con un muy interezante capitulo espero lo disfruten les aviso que no podre actualizar sino hasta el lunes, de verdad lo siento pero viajo con mi madre.... por cierto feliz dia de las Madres y espero pasen un excelente fin de seman besos)

 

Edward se sentó.

—Me imagino que no le apetecía un trocito de pastel.

—No me cansaré de oír hablar de esto—Bella suspiró—Querrá enterarse de hasta el último detalle.

Edward se levantó del todo y le tendió la mano  para ayudarla a levantarse.

— ¿Y qué le contarás?

—Hasta el último detalle.

Edward le regaló una sonrisa seductora.

—No se lo cuentes todo. Hay cosas que son privadas. ¿No crees?

Bella asintió, impresionada ante aquel destello de debilidad.

—Y ahora vayamos a por el pastel...

 

 

Aquella noche tendría lugar la tertulia que acabaría con todas las tertulias. Bella lo supo en el mismo instante en que dieron las seis de la tarde. Victoria saldría corriendo del trabajo, pararía el primer taxi que encontrara y volvería directamente a casa. Como preparativo, había puesto a enfriar una botella de Burdeos, aliñado una ensalada y puesto la moussaka al horno para gratinarla.

Después de que Edward se marchara, había pasado la tarde flotando en estado de ensoñación, repitiendo mentalmente y sin parar lo sucedido, examinándolo todo, diseccionando frases, analizando sintácticamente emociones, escudriñando oraciones en busca de significados ocultos, inflexiones, matices. ¿Podía ser posible que se hubiese acostado con su hermana y le hubiera mentido? ¿Era posible que un hombre como Edward Cullen, que podía tener a cualquier mujer que deseara, la hubiese deseado realmente a ella?

¿Habría accedido con demasiada rapidez a mantener una relación informal? Siguió haciendo suposiciones sin parar hasta que finalmente, después de haberle dado tantas vueltas al hecho de haber estado con él, buscó un momento de respiro dándose una ducha y obsequiándose con una pequeña siesta. Le fue bien: se despertó fortalecida, preparada para afrontar el ataque abrumador de preguntas que Victoria le lanzaría.

Y justo en aquel momento entró por la puerta, casi sin aliento.

— ¡Juro por Dios que casi acabo tirando a algún imbécil bajo un autobús para conseguir un taxi!

Bella observó acurrucada en el sofá del salón cómo se desabrochaba rápidamente el abrigo, lo colgaba en el armario del recibidor, se metía en la cocina y regresaba con dos copas de vino. Normalmente, cuando llegaba a casa se cambiaba enseguida de ropa para sentirse más relajada. El hecho de que fuera directamente a por el vino indicaba simplemente lo interesante que consideraba que debía ser su revolcón con el capitán.

—Muy bien. Ten un poco de vino. Desembucha. Y la cena huele estupendamente, por cierto.

Bella le dio un sorbito al vino y decidió ser malvada.

—Deja que primero termine de ver las noticias.

Victoria cogió corriendo el mando a distancia, que se encontraba encima del viejo baúl, y apagó el televisor.

—Las repiten a las once—Se volvió hacia Bella—¿Y bien?

Sonriente y feliz, Bella empezó a explicárselo todo... bueno, casi todo. Una vez hubo acabado, se recostó en el sofá, dejó que Victoria lo captara todo y esperó el veredicto de su amiga. Victoria no dijo nada de entrada. Después se levantó y empezó a caminar de un lado a otro, pasos silenciosos sobre la mullida alfombra oriental.

—A ver si lo he entendido bien—dijo muy seria. Entre el deambular de un lado a otro de Victoria y su tono de voz, Bella se sentía como si estuviese viviendo un drama en la sala del tribunal—Has accedido a que sea una relación informal.

—Eso es.

—Por lo tanto, ¿me equivoco suponiendo que finalmente vas a despachar a esa plaga de la humanidad llamada Benjamín?

La pregunta sorprendió mucho a Bella.

— ¡Por supuesto que sí! ¡Jamás me acostaría con dos hombres a la vez! Eso es asqueroso.

— ¿Y qué me dices de Edward?—Victoria dejó de andar de un lado a otro y se plantó delante de Bella—¿Piensa acostarse únicamente contigo?

Bella empezó a acalorarse.

—Yo...supongo que sí—respondió, azorada. Ni siquiera había pensado en eso.

—Lo supones, pero no lo sabes—resumió Victoria, al estilo de Perry Mason.

— ¿Qué se supone que tenía que decir, Victoria?—Bella siguió con la mirada a Victoria, que acababa de reanudar sus paseos. Empezaba a sentirse increíblemente estúpida.

— ¿Qué te parece « ¿Piensas seguir acostándote con otras, Edward?»?—El rostro de Victoria era el de la determinación en persona—Tienes derecho a saberlo.

—Lo sé, lo sé, lo sé—replicó Bella, con la sensación de que le estaban dando un buen sermón. Bebió un poco de vino—Me imagino que estaba...no sé...que estaba tan pasmada por lo que había sucedido que ni se me ocurrió preguntárselo.

—Pues muy bien, pues creo que debería ocurrírsete la próxima vez que decidáis bautizar el suelo de una cocina—Se posó en el brazo del sofá—Los tíos son criaturas distintas a nosotras, Bella. Su definición de «informal» y nuestra definición de «informal» son radicalmente opuestas.

— ¿De verdad?—dijo Bella con sarcasmo—No tenía ni idea. Explícame más cosas sobre las relaciones, señorita con doce años de experiencia en un colegio católico.

Victoria hizo una mueca.

—Mira, no pretendo fastidiarte el día, ¿entendido? Lo que quiero simplemente es que no te haga daño.

— ¿Cómo puede hacerme daño?—preguntó con voz quejumbrosa Bella—Ambos hemos acordado que sería una relación informal.

—Sí, pero estás mintiendo—Victoria se había puesto en pie de nuevo antes de que Bella tuviera tiempo de responder—Te conozco, Swan. Sé cuando de verdad te gusta alguien, y este tipo te gusta de verdad.

— ¿Y?—dijo Bella, a la defensiva.

—Y si te dieran a elegir, mejor harías teniendo una relación, pero ya que el capitán Sexo en la Cocina quiere que sea una cosa informal, tú has accedido, porque tener algo con él siempre es mejor que nada.

—Victoria, te equivocas de todas—insistió Bella—Para empezar, no creo que Edward Cullen y yo pudiéramos tener una relación: es un tío que vive, come y respira hockey. Además, no quiero poner en peligro la historia de Milenio. Me pagan mucho dinero, lo sabes perfectamente. Tengo que asegurarme de que el trabajo sigue siendo mi prioridad. Sé que no me crees, pero salir informalmente con Edward Cullen ya me va bien. Tengo ya bastantes temas sobre la mesa como para encima tener que preocuparme de hacer feliz a un tío.

—Ya—dijo Victoria, carraspeando. Era evidente que no la creía—Si quieres creer todo esto, me parece muy bien. Pero luego no vengas llorándome cuando descubras que está metiendo su disco en la portería de otra.

Bella se encogió de miedo.

—Eso ha estado muy mal. Muy mal, muy mal.

—Mira, no tenses más la cuerda, he tenido un día muy malo en el trabajo—Sujetó con cuidado la copa en alto y se dejó caer por el brazo del sofá hasta quedarse tendida en él.

—Hablando de eso—dijo Bella—tengo que hablar contigo de un tema de trabajo.

— ¿De qué?

— ¿Crees que podrías conseguir que uno de mis chicos hiciese una pequeña aparición en Libre y salvaje?

Victoria se quedó en blanco.

— ¿Una aparición? ¿Estás loca o qué? Esos chicos no son actores, no saben ni leer una frase.

—Serían tres frases como mucho, Victoria. Lo sabes.

Victoria se paró a pensarlo.

— ¿Qué me dices de James?

— ¿James?—dijo Bella—Este sí que sabes muy bien que apenas habla inglés.

—Te apuesto a que yo le enseño—ronroneó Victoria.

—Tu obsesión por James empieza a rayar la locura, ¿sabes?

—Te he dicho muchas veces que quiero una cita con él, pero te niegas a escucharme.

—Ya tuviste tu oportunidad en el Chapter House—observó Bella.

— ¡Apenas la tuve!—replicó Victoria— ¡Ese tragón desdentado de Paul Meraz no nos dejó ni intercambiar ni un solo secretillo!

Bella seguía impertérrita, de modo que Victoria recurrió a la estupenda sonrisa «de cerrar tratos». Empezó a masajearse el cuello, como si tuviera un calambre.

—Si tú no me ayudas, no sé si podré ayudarte yo.

Bella chasqueó la lengua.

—Está bien. Le diré a James que estás interesada si tú me consigues esa aparición. Bajaremos al vestuario antes del partido del viernes, ¿te parece bien? Y después de eso, te apañas.

Victoria se inclinó hacia delante, impaciente ya.

—Lo engañaras de antemano, ¿verdad? Le explicas que en realidad, aquella noche en el bar, con quien yo quería hablar era con él, etcétera, etcétera.

—Sí, claro. Lo que sea—dijo Bella, demasiado agotada como para ponerse a discutir.

Victoria sonrió.

— ¿Qué haría yo sin ti, Bella?

—Pues no lo sé, Vicky. ¿Qué harías?

—Morirme de hambre. Aburrirme. No podría ver partidos de hockey gratis—Le dio un pellizco a Bella en la mejilla—Eres la mejor, Swan. ¿Quién sabe? A lo mejor tú y yo, y James y el capitán, podríamos salir juntos alguna noche, a celebrar una cena informal.

—Sí, y tal vez mi jefe se vuelva vegetariano y se dedique a correr diez kilómetros diarios. Venga, vamos a ver esa moussaka. Me muero de hambre.

 

 

El mantra que Bella solía entonar en el trabajo era «Puedes hacerlo». Pero aquella mañana, no estaba aplicándolo al trabajo, sino que lo utilizaba para hacerse la fuerte y armarse de valor para romper con Benjamín. Habían quedado para tomar un café en el Happy Fork Diner. Nada de Starbucks para Benjamín el artista, no señor. Faltaría más. Siempre que se atrevía ella a sugerirlo le saltaba encima y empezaba a vomitar su retahíla sobre las empresas norteamericanas, sobre cómo obligaban pedir un café «largo» cuando en realidad lo querías «corto», sobre su café arábigo lleno de pesticida y Dios sabe qué más. Antes, su discurso político vehemente la derretía, estaba tan comprometido. Pero ahora la hacía casi entrar en coma, de aburrido que lo encontraba. Dejó que él eligiera el lugar, ella eligió la hora y lo dejaron así.

Nunca antes había roto con nadie, o al menos con nadie con quien hubiera mantenido una relación durante tres años seguidos. Tenía que reconocer que había sido ella quien había mandado a paseo su relación con Garrett Revol mientras estudiaba en la universidad, pero eso no contaba, porque era en la época de la universidad y cualquiera que afirmara ser marxista pero, por otro lado, dispusiera de una tarjeta American Express Oro cortesía de mamá y papá, se merecía que le despachasen de una patada. Pero aun así, todo aquello le hacía preguntarse a Bella por qué, hasta entonces, siempre se había sentido atraída hacia personajes de izquierdas y bohemios. ¿Tendría que ver con querer elegir expresamente hombres muy distintos a su padre, un esforzado trabajador de clase obrera? ¿O sería que subconscientemente elegía hombres respecto a los que pudiera sentirse superior desde el punto de vista económico? A lo mejor tampoco existía un motivo subyacente. A lo mejor es que era, tal y como Victoria lo había calificado en una ocasión, un «imán para personajes estrafalarios». Pero, de ser eso cierto, ¿cómo se explicaría la aparición de Edward en la pantalla de su radar?

Empujó las sólidas puertas basculantes de la cafetería y agradeció el aire caliente que la envolvió de inmediato y el hecho de que Benjamín no hubiese llegado todavía. Fuera hacía frío y la previsión de la mañana auguraba pequeñas nevadas. Vio enseguida un reservado en la parte trasera del local y corrió hacia allí, se quitó rápidamente de la gabardina y se instaló en la bancada tapizada con piel sintética de color marrón.

En pocos segundos apareció un hombre unicejo(una sola ceja…) que le gruñó algo que ella entendió como « ¿Café?». Bella movió afirmativamente la cabeza y el hombre se marchó, para regresar un instante después con una taza a rebosar de un líquido negro y viscoso y una carta de menú del tamaño de una pequeña lápida mortuoria. Bella le dijo que estaba esperando a otra persona y que pediría más tarde. La respuesta del hombre consistió en arrojar varios sobrecillos de azúcar sobre la mesa y arrastrarse a continuación hacia el siguiente reservado. Bella dio un sorbo al café, que se había derramado en el platillo. «Oh. ¡Puaj! Esto debía de ser café ayer—pensó con repugnancia—pero hoy parece gasóleo». Una vez hubiera roto con Benjamín, iría directamente a un Starbucks y se tomaría un cappuccino doble, eso no se lo quitaba nadie. Había cosas de las que el cuerpo no podía prescindir.

Echó un vistazo a la carta sin despegar ni por un momento un ojo de la puerta de entrada. La cafetería estaba llena de gente y había mucho ruido. El chico con aspecto de soso del reservado contiguo al de Bella hablaba a gritos por el teléfono móvil sobre una «operación que no ha tenido éxito». En el reservado del otro lado, una pareja entrada en años comía buñuelos y leía el Post.

Benjamín llegó justo cuando estaba a punto de iniciar las biografías minuciosas de sus compañeros de cafetería para entretenerse un poco. Bella tuvo la sensación de que el estómago le caía a los pies. Se aproximó sin prisa hasta la mesa, su abrigo de segunda mano balanceándose sobre aquel cuerpo delgado como un palo de regaliz, su boina negra ladeada en lo que seguramente consideraba un ángulo desenfadado. Una sensación de mortificación se apoderó de ella. ¿Era aquél de verdad el hombre con el que había estado saliendo durante los últimos tres años? ¿En qué estaría pensando?

Ma cherie—Se inclinó y le dio un beso casto y cariñoso en la mejilla antes de colgar el abrigo; desprendía un fuerte olor a tabaco, el resultado de los très caros Galoises que insistía en seguir fumando. No tenía dinero para un abrigo decente, aunque lo gastaba en cigarrillos franceses de importación. Asombroso.

Se instaló enfrente de Bella y giró la cabeza para buscar al camarero.

—Un café, garçon, por favor—gritó.

— ¿Podrías olvidarte de la imitación de Chevalier aunque fuese sólo por un momento?—le pidió ella, molesta.

—Me parece que alguien está de mal humor esta mañana.

—Pues te parece bien.

Sorprendentemente, el camarero apareció en pocos segundos con un café para Benjamín.

—Ah, merci—Le sonrió a Bella, una sonrisa ingenua que le habría gustado poder borrar de su cara— ¿Sabes ya qué pedir, cariño?

Bella le lanzó una mirada capaz de helar la sangre a cualquiera y miró al camarero.

—Tomaré un pastelito de chocolate, por favor—dijo educadamente, devolviéndole la gigantesca carta.

—Y yo tomaré un cruasán—dijo afablemente Benjamin. El camarero desapareció—Y bien, ¿qué te trae de cabeza?—La miró con compasión—Se te ve cansada.

—Lo estoy. Tengo mucho trabajo—Sólo verlo allí sentado, tan desprevenido, la hacía sentirse culpable—Tú también pareces cansado—contestó, dando largas a la situación.

—Trabajo hasta las tantas. Ya me conoces, trabajo mejor de noche, como suele suceder con la mayoría de artistas. Pero—hundió la mano en el bolsillo trasero del pantalón y extrajo de allí un pliego de papeles, su cara transformada en una mueca de complacencia—la falta de sueño ha valido la pena. He escrito tres nuevos poemas y tengo la intención de leerlos esta noche en la reunión de poetas. De hecho, uno de ellos está inspirado en ti y lo he titulado «Ángel con visión práctica: Un canto». ¿Quieres oírlo?

—No, no quiero—Había oído sus poemas muchas veces y la verdad es que no eran malos. Pero aquél no era ni el momento ni el lugar para recitar un poema sobre ella, sobre todo teniendo en cuenta lo que estaba a punto de hacer. Mientras, había desplegado la servilleta sobre su falda y dudaba, buscando las palabras adecuadas. Y entonces lo comprendió: las palabras adecuadas no existían. Dijera lo que dijese, él se enfadaría. Lo mejor era rematar el tema cuanto antes.

—Mira, Benjamín, creo que no deberíamos vernos más.

—Um, está bien—consiguió decir él después de una prolongada pausa, mirándola confuso y articulando también con confusión— ¿Puedo preguntar por qué?

—Simplemente, porque no me siento a gusto, ¿de acuerdo?—Sandeces, sandeces y más sandeces—Pienso que eres un gran tipo, y ha llegado el momento, para mí...y para los dos, de seguir adelante. ¿Sabes?

Tienes toda la razón, le habría gustado oír a Bella. Pero no escuchó nada por el estilo. Benjamín perdió entonces el color, la miró con ojos henchidos de tristeza y le preguntó, decaído:

— ¿He hecho alguna cosa que pudiera ofenderte o molestarte? Porque de ser así...

—No has hecho nada—le interrumpió Bella, para darle confianza—Soy yo, ¿entendido?—Sandeces, sandeces y más sandeces. « ¿Por qué no sueltas aún otro cliché más?»

Benjamín, con los ojos vidriosos, no la escuchaba.

— ¿Has encontrado otra persona?

—Por supuesto que no, no seas tonto—Le habría gustado contarle la verdad, pero le daba miedo. Benjamín era un tipo muy intenso. Bella se lo imaginaba acechándola sin parar si descubría lo sucedido entre ella y Edward.

—No eres feliz—dijo, casi inexpresivo.

—No lo soy.

Aturdido, volvió a guardarse los papeles en el bolsillo trasero de los vaqueros. Y entonces, sin previo aviso, agachó la cabeza y se puso a llorar. Por el rabillo del ojo, Bella vio cómo la pareja mayor del reservado contiguo lo miraba discretamente por encima de los periódicos.

—Benjamín—le imploró —compréndelo, ¿lo harás, por favor?

Mon dieu, ¿cómo es posible que esto esté sucediendo?—gimió. Levantó su rostro lloroso para mirar a Bella—¡Eres mi musa! ¡Mi impulso creativo morirá sin ti, se marchitará en la parra!

«Y entonces, te buscarás un trabajo de verdad», pensó Bella. Pero le dijo:

—Eso no es verdad, y lo sabes. Podrás seguir escribiendo.

—La capacidad es una cosa, pero el deseo es otra—fue su amarga respuesta—Sin ti, no querré escribir.

Bella se quedó en silencio. Aquello podía continuar eternamente, él explicándole los detalles sobre cómo estaba arruinándole la vida y ella insistiendo en que, en realidad, no se la estaba arruinando, aunque era posible que sí lo estuviese haciendo. Él se había criado pobre, había elegido una profesión donde sin duda alguna seguiría pobre, su madre era la protagonista del anuncio de un conocido fármaco tranquilizante, y ahora su novia lo despachaba. El impulso de contradecirse por completo y regresar con él era muy fuerte, pero Bella se resistió a él y se recordó que la lástima era una base nefasta para cualquier relación. Tenía que acabar aquí y ahora. Mantuvo su silencio.

El rostro de Benjamín, deformado hasta entonces por la agonía, centelleaba ahora de rabia e incredulidad.

—No te importa, ¿verdad? No te importa aniquilar mi espíritu creativo.

Bella se lo pensó un momento. Y conocía la respuesta.

—La verdad es que no.

— ¡Lo sabía! Sabía que acabarías convirtiéndote en uno de ellos.

— ¿Uno de ellos?

—Y al final ha sucedido, ¿no? Te has vendido completamente.

—Más o menos—convino Bella.

—Te arrepentirás de esto, ma petite belle—Se levantó y forcejeó para ponerse el abrigo—Lamentarás el día en que me dejaste marchar; y lo que es más, maldecirás la mañana que te despiertes y descubras que ya no te queda corazón, que no eres más que una pieza más del engranaje de su máquina.

Y con esto, salió echando voces de la cafetería, dejando la cuenta, como siempre, a cargo de Bella.

 

Más tarde, mientras estaba en el trabajo, empezó a darle vueltas a la idea de que pese a que debería sentirse aliviada por haber cortado con Benjamin, no se sentía así. Más bien se sentía egoísta y nerviosa, como si estuviese paseándose por la vida como una mujer anuncio con un cartel enorme colgado que rezara: «Me acuesto con Edward Cullen». Sabía que era ridículo, pero no podía evitarlo. Era una variación de su miedo como impostora. Cuando pasó por delante de la mesa de la secretaria de Jason antes de entrar en el despacho de él, Bella pensó: «Lo sabe». Cuando entró en el despacho de Jason y se sentó delante de Mike, obligada a soportar aquella falsa sonrisa que dejaba entrever unos dientes diminutos como perlitas que parecían de muñeca, pensó: «Lo sabe». Y cuando le sonrió tímidamente a Jason cuando éste pasó por su lado y le alborotó el cabello a la vez que la saludaba con un «Hola, pequeña», pensó: «Lo sabe».

Se encontraba en un estado de ánimo paranoico en el que todos lo sabían y en el que todos se preguntaban si se trataba de una broma, si era algo de una vez y no más, si ella era una pelandusca. Empezaba a volverse loca, y lo sabía. Tenía que acabar con aquello. Si un día después de los hechos estaba con aquellos niveles de paranoia, ¿cómo demonios estaría cuando Edward y ella empezaran a tontear con cierta regularidad? ¿Convencida de que todo el mundo los miraba a través de las ventanas para ver cómo lo hacían?

Se recostó en el arrugado cuero del sofá y esperó a que Jason se organizase. Y esto solía significar dar dos o tres sonoros sorbos de café, meterse en la boca medio bocadillo de queso con huevo y arrugar unos cuantos papeles. Era un proceso que siempre había fascinado a Bella, principalmente porque siempre era igual. Mike, por otro lado, intentaba desviar la mirada de Jason siempre que le era posible y era evidente que todo lo que Jason hacía le resultaba repugnante. «Tener que trabajar para un tipo como Jason tiene que ser una tortura para un chico tan fino como él», pensaba Bella. Y la idea le proporcionaba un placer perverso.

—Muy bien, damas y caballeros, las últimas noticias. Como sabéis, la semana próxima tenemos tres desplazamientos: Minnesota, Vancouver y Calgary. Mike, tú vendrás conmigo, como siempre—Luego miró a Bella—Y en cuanto a ti, damisela, cuéntale al Gran Jason qué temas tienes pendientes esta semana.

Bella miró el block de notas que tenía en el regazo.

—Además de gestionar la visita de Jared al Hospital de Niños, tengo que estar disponible cuando el reportero de esa revista femenina entreviste a los Whitlock el... ¿cuándo es? ¿El jueves? Tengo que estar allí además para la sesión fotográfica. Veamos, qué más...Hablé con esa editora que conozco de Seventeen. Está decidida a realizar una sesión fotográfica con James y Paul y tal vez una sesión de grupo con algunos de los demás solteros más jóvenes.

Jason dio un puñetazo exultante y suave sobre la mesa.

— ¡Sí! ¡Penetración en el mercado adolescente! Sabía que el amor que siento por ti era por algún motivo.

Bella se llenó de orgullo ante los elogios de Jason, aunque Mike la mirase lanzando chispas por los ojos. Saber que estaba haciendo bien su trabajo era agradable, le hacía pensar que tal vez sí se merecía el increíble sueldo que estaba cobrando. Después de todo, tal vez sí era lo bastante competente como para emprender su propio camino en solitario.

—Veamos—La voz de Jason se había vuelto seria. Hizo desaparecer entonces la otra mitad del bocadillo mientras cogía de la mesa una hoja de papel—Esto ha llegado de arriba esta mañana, y tú, Bella, vas a odiarlo, porque yo, que soy aquí el Gran Jefe, pienso ejercer mis privilegios directivos y obligarte a lidiar con ello.

Bella notó que el corazón le daba un vuelco.

— ¿Qué es?

—Los de arriba están satisfechos con eso de que los chicos se involucren en actos benéficos y todas esas milongas. Es un paso en la dirección correcta. Y están entusiasmados con esa idea que has tenido de que todos los chicos vayan vestidos con traje y corbata cuando se desplacen para jugar en pista contraria. —Bella sintió otra oleada de placer ante aquella nueva recompensa—Pero aún no es suficiente.

Bella echó la cabeza hacia atrás.

—Déjame pensar—dijo mirando al techo—Quieren imponer el toque de queda en los desplazamientos.

—No, pero me parece una gran idea—Jason cogió un lápiz y se puso a escribir—Lo que quieren es que los chicos vayan con americana y corbata en sus desplazamientos y cuando vengan a jugar sus partidos en casa.

Bella levantó la cabeza.

— ¿En casa?—repitió—Jason, los chicos vienen básicamente de su casa. No tienen por qué acicalarse así. Tiene sentido cuando están fuera de la ciudad, representando al equipo, pero tener que hacerlo aquí...

—Estoy de acuerdo contigo—la interrumpió Jason—Pero lo quieren así. Quieren que lo hagan todos, o si no...

— ¿O si no qué?

—O si no serán multados con doscientos billetes cada vez que no lo hagan.

—Me estás tomando el pelo—Estaba ya imaginándose lo que sucedería cuando les fuera con ésta a los chicos: motín en el vestuario y quien acabaría haciendo equilibrios en la pasarela para no caer pasto de los tiburones sería ella—Vamos, Jason. Nunca lo consentirán, se cabrearán, y mucho. ¿No puedes hablar con la empresa y decirles que es una idea completamente irrealista?

—Ya lo he intentado, muñeca, créeme. No quieren saber nada. Quieren lo que quieren y cuando lo quieren.

—Yo, personalmente, no creo que sea tan mala idea—apuntó Mike. Bella y Jason se volvieron hacia él a la vez—Los de Milenio tienen razón. Algunos de estos zoquetes llegan a los vestuarios hechos unos zorros, como recién salidos de la cama. Sobre todo Cullen.

—Esto no es verdad y lo sabes—dijo Bella, intentando con todas sus fuerzas que no se notase que se ponía a la defensiva—Llegan vestidos con sudaderas, pantalones vaqueros, ropa informal...son deportistas, por el amor de Dios. No modelos masculinos.

—Son deportistas profesionales—le rebatió Mike—que deberían de tener un aspecto profesional. Por mucho que esos monos se vistan de Armani, no llegarán a convertirse de repente en unos caballeros, pero al menos parecerán caballeros.

— ¿Monos?—repitió enojada Bella. «Edward Cullen no es ningún mono, burro impotente»— ¿Cómo puedes...?

—Vale, vale, tiempo muerto, chicos y chicas—Jason tuvo que intervenir para calmarlos. Miró con frialdad a Mike—Mike, sé que preferirías hacer relaciones públicas para un actor de primera categoría antes que para un puñado de chicos cuyo coeficiente intelectual consideras que no llega a la altura de un taburete, pero es mejor que te guardes para ti tus sentimientos personales ,¿capisce? No puedo precisamente afirmar que me llene de confianza oír que los calificas de «monos»—Se volvió hacia Bella, dulcificando su expresión—Y en cuanto a ti, sé que los chicos te harán picadillo cuando les vayas con esto, pero también sé que puedes gestionarlo. Cualquiera capaz de meter en un esmoquin a ese cabezota de Cullen y conseguir que acuda a un acto benéfico sabe cómo dirigir a esta tropa. No tengo la menor duda de que cuando llegue el viernes, todos los chicos se llegarán al partido con aspecto de ganar un millón de dólares.

—Eso es—dijo Bella, tibiamente. «Un millón de dólares». Ésa era aproximadamente la cantidad que tendría que ponerle enfrente a Edward para que obedeciese. Las cosas se pondrían feas. Mezquinas, malas y feas. Nunca debería haber aceptado aquel puesto. Nunca debería haberse liado con Edward. Pero ya que lo había hecho, no le quedaba otra alternativa que apostar por Milenio y confiar en que su relación personal con el capitán le proporcionase alguna que otra influencia adicional e invisible. Haciéndose la fuerte y cruzando los dedos, salió de la reunión.

 

Capítulo 19: capitulo 19 (interrupcion) Capítulo 21: Capitulo 21 (no vale la pena)

 


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