Capitulo 30
Nochebuena. Bella estaba en el dormitorio de su infancia. Abajo, la alegría y el buen humor seguían a todo volumen, ahogando casi los compases del Bing Crosby Christmas que su padre se empeñaba en tocar en el transcurso de la fiesta familiar desde siempre. Había dedicado el tiempo necesario a dar la cara, a saludar a los amigos de sus padres y a charlar con los clientes más importantes de su padre. Viendo a su infinitamente encantadora madre, animada por los cócteles, pasear entre los invitados, procurando que todo el mundo estuviese feliz y debidamente atendido, se le ocurrió que era precisamente de ella de quien había adquirido su habilidad para moverse a sus anchas en un salón atiborrado de gente. Era cuestión genética.
Después de asegurarse de que todo el mundo la había visto, se preparó un platito de aperitivos, se sirvió una muy merecida copa de champán y subió a arreglarse un poco a su antiguo tocador, con la intención de reaparecer después de un ratito de paz y tranquilidad.
La habitación no había cambiado desde que ella la ocupara siendo una adolescente: la misma cama con baldaquín, con tocador y armario a conjunto, la misma alfombra de peluche de color blanco. La parte posterior de la puerta seguía cubierta por un collage hecho con programas teatrales y carteles de espectáculos de Broadway a los que había asistido, y el mullido diván tapizado con seda de color rosa que utilizaba para dejar su ropa seguía en la misma esquina, junto con la librería empotrada. Era la habitación en la que solía soñar. Qué apropiado, entonces, que sentada ahora en su cama, blanda como el malvavisco, empezara a divagar sobre Edward.
Estaba enfadada con él por muchísimos motivos: su postura—ninguna postura—respecto al caso Ivanonv; su negativa a dedicar dos minutos de su tiempo a los hombres que firmaban sus cheques; su beso en la fiesta. No tendría que haberle dejado hacerlo. Y debería de haberle montado un numerito y echarlo lejos de su lado. Todo el mundo había pensado que aquel abrazo era una broma, pero ambos sabían perfectamente que no era así. Le había dicho que quería demostrarle lo que se estaba perdiendo. ¿Significaría aquello que él también estaba perdiéndoselo? ¿O simplemente pretendía hacerla subir por las paredes?
Solía burlarse de las amigas que afirmaban echar tanto de menos a sus amantes que incluso sentían dolor de verdad. Ahora sabía que no exageraban. Sentía dolor por él, un dolor tan intenso que incluso se había imaginado dejar de lado su enfado y confesarle que su postura respecto a James le traía sin cuidado, que no podía seguir ni un día más sin sentir su cuerpo junto al suyo. Después de la fiesta de Navidad, había cogido el teléfono media docena de veces como mínimo y en cada ocasión se había acobardado. La posibilidad de un rechazo era demasiado desoladora y su necesidad era tan intensa que le provocaba tanto vergüenza como debilidad.
Abatida, apuró la copa de champán. Ojalá Victoria estuviera allí con ella. Bella la había invitado pero, al parecer, en el clan de los Billbor(familia de victoria), no estar con la familia en Nochebuena era el equivalente a una traición y Victoria se había visto obligada a declinar su invitación. «Victoria está bastante bien teniendo en cuenta lo sucedido», pensó Bella. Sufría esporádicamente ataques de pánico y pesadillas, pero la psicoterapia estaba ayudándola y estaba más decidida que nunca a llegar hasta el final en el caso Ivanov, por muy amargo que pudiera ser dicho final. De haberse encontrado ella en su lugar, no sabía si lo llevaría todo tan bien. Decidió llamar a casa de los Billbor para desearles feliz Navidad, pero justo cuando iba a coger el auricular del teléfono de la mesita de noche, oyó que llamaban flojito a la puerta y Jacob asomó la cabeza.
— ¿Te escondes?
—Un rato—Bella colgó el teléfono y dio unos golpecitos a la cama indicándole con ello a su hermano que podía tomar asiento. Jacob entró en la habitación y cerró la puerta a sus espaldas sin hacer ruido. Estaba ruborizado y le brillaban los ojos, parecía más pequeño de los doce años que tenía.
— ¿Has estado bebiendo a escondidas del ponche de papá «Salta, brinca y desnúdate»?—le preguntó Bella con desconfianza.
—Mamá me deja tomar una copa—respondió a la defensiva, sentándose a su lado— ¿Qué pasa? —le preguntó, tratándola como a uno de sus compañeros de colegio.
—Todo va bien. ¿Y tú?
—Bien. Estoy un poco...
Empezó a toser, una tos profunda y muy sonora que había estado atacándole todo el día. Bella le dio unos golpecitos en la espalda hasta que se recuperó.
— ¿Te traigo un poco de agua?—le preguntó.
Jacob negó con la cabeza.
—Esta tos es muy fea—observó Bella con preocupación.
—No es más que una tos—dijo Jacob malhumorado—No tiene importancia.
—Si tú lo dices. Pero pareces un ganso moribundo.
Jacob hizo una mueca y picó un tocinillo de cielo del plato de papel que sostenía ella.
— ¿Cómo están los Blades?
—Bien.
— ¿Cómo está Edward Cullen?
«Es un cabrón gigantesco». Bella cogió una tostada untada con queso brie y le dio un mordisco.
—Está bien.
—Rosalie dice que es gay.
Bella casi se atraganta con la tostada y se puso a toser, escupiendo las migas.
— ¿Qué?—consiguió articular mientras sacudía las migas.
—Rosalie dice que es gay. Explicó que un día que salieron, él casi ni la besó, cuando todos los tíos caen siempre a sus pies y luego no puede sacudírselos de encima. Dijo que está muy claro que es gay.
—Ya—Bella se mordió el labio, casi sin poder contener la risa. «Caramba, hermanita, siempre te equivocas en esas cosas». Se sintió feliz al darse cuenta de que Edward le había dicho la verdad cuando aseveró que no se había acostado con Rosalie...aunque no sabía qué importancia tenía eso ahora— ¿Tú qué piensas?—le preguntó a Jacob.
Jacob se encogió de hombros.
—No creo que lo sea.
— ¿Y eso?
—Porque, ¿recuerdas aquella vez que me llevaste contigo a la pista? No paró de mirarte las tetas.
— ¡Jacob!—exclamó Bella, avergonzada.
—Es verdad—dijo su hermano, protestando. Se llevó a la boca otro tocinillo de cielo—De todas maneras, no me importa lo que sea. Es un tío estupendo.
—Sí que lo es—dijo Bella en voz baja, asolada de repente por una sensación de tristeza. Era evidente que estaba sufriendo una pequeña crisis nerviosa. En un momento dado estaba al borde del ataque de risa al ver que Rosalie daba por hecho que una falta de atracción hacia ella equivalía a homosexualidad, y un instante después estaba a punto de echarse a llorar. ¿Y por qué? ¿Por qué había dado por terminada una relación sexual informal con un deportista estúpido que, de todos modos, nunca habría llegado a ninguna parte? Chorradas. Aquello era un caso extremo de depresión navideña, y ya está. Otra copa de champán y empezaría a sollozar al oír cualquier villancico.
— ¿Por qué te has puesto tan seria, mequetrefe?—Jacob la enlazó con una cariñosa llave de judo y le dio un golpecito en la cabeza con los nudillos.
—No me llames mequetrefe—le avisó Bella con falsa seriedad, deshaciéndose de la llave y vengándose de su hermano alborotándole el pelo, algo que sabía que odiaba—¿Qué me dices si bajamos de nuevo los dos?
—Allí abajo es todo aburridísimo—se lamentó Jacob—Además, papá no para con el cedé de ese cantante que ya está muerto.
—Pues entraremos en la cocina y robaremos unas galletas. Ya sabes que mamá no las saca nunca hasta el último momento.
—Pensaba que querías esconderte.
Bella se encogió de hombros y se dirigió hacia la puerta.
—De uno mismo es imposible esconderse.
— ¿Qué?
—No importa. Anda, bajemos.
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