capitulo 16
( Bueno me ha encantado ver el numero de visitas... y los comentarios de las chicas este capitulo va dedicado con to el cariño a mis comentadoras: Mariaus, Annaris, Bennet17, Judithp, Lucyyy, Quequeta y por ultimo pero no menos especial Astrid cannales... que tiene una personalidad como alice muy energica, besos espero lo disfruten....)
Estaba a medio camino del despacho de Jason cuando recordó de repente una reseña que había leído en la página de cotilleos del Post la mañana del día anterior: Alec y Jane Volturi estaban en Nueva York durante toda la semana visitando a sus amistades.
— ¡Idiota!—se dijo, echando a correr hacia el ascensor y sin parar de reír.
Llegó a su mesa jadeando y buscó enseguida la agenda electrónica donde guardaba todos los números de teléfono que sabía o creía podía necesitar en algún momento. Ella y Jane Volturi eran conocidas. Habían asistido juntas a clases de kickboxing en el New York Health & Racquet Club cuando los Volturi vivían aún en Nueva York. Bella le había conseguido un pequeño papel en Libre y salvaje. «Si algún día necesitas ayuda en cualquier tema—le había dicho Jane—no dudes en llamar a nuestro relaciones públicas».
Pues había llegado el momento de reclamar ese favor. Encontró el teléfono y, cruzando los dedos, marcó el número que le había dado la esposa del Grande. Después de colgar el teléfono, nada en el mundo le importaba menos que Edward Cullen y su estúpida negativa a ayudarla en las obras benéficas. Nadando en la sensación de ser invencible, bajó rápidamente a la calle para encontrar un taxi que la llevase a casa.
« ¡Soy buena, maldita sea!», se dijo para sus adentros, apoltronada en el asiento trasero del taxi.
Y por primera vez en mucho tiempo, se lo creyó de verdad.
La cena se celebraba en el Tavern on the Green, en la zona oeste de Central Park. De noche, aquel restaurante era absolutamente mágico, con las lucecitas blancas que adornaban los árboles que lo rodeaban iluminando de forma tenue las limusinas, taxis y coches particulares que iban deteniéndose de uno en uno y descargando a unos invitados que se habían vestido como si fueran a asistir a un baile. Bella estaba encantada, sobre todo cuando entró en el salón de banquetes donde iba a celebrarse la fiesta. Con sus paredes acristaladas, su techo alto abovedado y sus relucientes arañas de cristal de Baccarat, era un salón que siempre le hacía pensar en un pastel de bodas: ligero, etéreo, delicado. Se concedió un par de minutos para disfrutar de todo lo que le rodeaba y para escuchar la música de jazz que tocaba un joven sentado a un piano blanco situado en una de las esquinas. Se sirvió una copa de champán de una bandeja que le acercó un camarero y se dispuso a dar una ronda por el salón.
Gracias a su anterior trabajo, conocía a muchos de los asistentes y tenía siempre por norma reconectar con todos ellos, especialmente con los editores de revistas, a quienes descaradamente daba ideas para artículos sobre los jóvenes y atractivos jugadores. Una editora de la revista Seventeen se mostró especialmente interesada por un posible posado fotográfico con James o con Paul Meraz. Bella guardó su tarjeta y le prometió llamarla el lunes. Aprovechó un momento de pausa entre tanta acción para acercarse al Toro, que estaba haciendo un trabajo estupendo rondando también por el salón, eso sí, sin dejar de estirar el brazo siempre que se acercaba un camarero con una bandeja de canapés.
— ¿Feliz?—le preguntó Bella.
— ¿Feliz? ¡Si tenemos aquí al estrafalario Alec Volturi! De estar seguro de poder levantarme de nuevo, me arrodillaría en el suelo y te besaría los piececitos.
Ella le apretujó el brazo.
—Mi objetivo es satisfacerte.
Bella siguió cuarenta minutos más dando vueltas, francamente confiada. Era una cosa que sabía hacer muy bien, sabía cotillear, cómo vender los Blades como una fuerza potencialmente activa para la comunidad pero sin forzarlo. Como resultado de ello, dos personas de dos programas sociales distintos habían accedido ya a trabajar con el despacho de relaciones públicas para celebrar un acto benéfico. Como si no hubiese bastantes motivos para alegrarse, la gente se estaba volviendo loca con la presencia de los Volturi, y Jason no se había manchado aún el esmoquin. El único problemilla era su empalagoso compañero de trabajo, Mike, que se le había pegado como una sombra desde que había llegado. Hasta el momento, Bella había conseguido ir siempre por delante de él y evitar el contacto. Pero cuando tanto James como el tipo de Hockey on the Hudson con el que estaba charlando se disculparon para ir al servicio, se quedó indefensa y Mike le entró directo.
—Bella—Incluso su forma de pronunciar su nombre le ponía los pelos de punta—Eres una dama con la que es muy difícil conseguir una cita.
—Estoy trabajando. Tú también deberías intentarlo.
Soltó una carcajada más falsa que un encuentro de lucha libre. Haciendo caso omiso a la indirecta, deslizó lentamente la mirada por su cuerpo, haciéndole desear haberse vestido con un saco de patatas en lugar del vestido ceñido de color azul noche en el que siempre confiaba cuando tenía que ponerse de tiros largos de verdad.
—Mírala—murmuró él—Siempre he dicho que en las cajitas pequeñas estaba lo mejor.
— ¿Como en el caso de los diamantes y del veneno?—replicó dulcemente Bella.
—Y también con una apuesta secreta como ésta—dijo él, arrastrando las palabras.
—No te entiendo.
—Diciéndonos que podías conseguir a los Volturi, pero no a Cullen y luego presentándolos a los dos. Una sorpresa muy agradable, Bella. A Jason le encantará.
Bella volvió la cabeza, siguiendo la mirada de Mike en dirección a la entrada al salón de banquetes. Allí, guapísimo, vestido de esmoquin y con el aspecto de ser el propietario del lugar, estaba Edward Cullen.
Y cogida de su brazo, su hermana, Rosalie.
Sintió una dolorosa punzada pero se resistió a ella.
—Mira, Mike, aún tengo que hablar con más gente—dijo apresuradamente, alejándose educadamente de su lado. Era como si el salón estuviera encogiéndose. Edward la buscaría, sabía que lo haría, aunque fuese sólo para decirle: «Mira, estoy aquí, he hecho lo que me pediste». «Mira, estoy aquí con tu hermana. ¡Hijo de puta!».
Apuró la copa de champán y se sirvió otra. La tentación de engullirla de un trago, de anestesiarse, era muy fuerte. ¿Cómo decía aquel dicho? ¿«Cuidado con lo que desees porque acabarás consiguiéndolo»? Bien sabía Dios lo mucho que deseaba que Edward Cullen cooperase y realizase alguna actividad de relaciones públicas...pero no de aquella manera, no con su bella y elegante hermana del brazo. Edward y Rosalie. ¿Cómo no se había enterado? Dio otro trago rápido al líquido burbujeante para sentirse más fuerte y decidió que sólo había una manera de abordar el tema, y ésa no era otra que lanzando un ataque preventivo. Se acercaría a ellos, cruzaría cuatro palabras frívolas, y tema concluido. Entonces estaría libre para seguir trabajando por el salón hasta la hora de la cena. Como si ahora pudiese comer. Como si pudiese superar el resto de lo que se convertiría ahora en una noche interminable sin llorar, vomitar, o ambas cosas.
La habían visto y se acercaban a ella vadeando un océano de cuerpos tonificados e impecablemente vestidos. El atractivo deportista y la espléndida modelo. «Qué predecible», pensó con desdén Bella. Él era realmente tal y como se rumoreaba, siempre ponía las tetas por delante del cerebro. De todos modos, le importaba una mierda...
—Hola, jovencita—La voz de Rosalie le sonó tan cariñosa que por un momento Bella se sintió culpable de haber deseado tantas veces que su hermana se convirtiese de repente en un monstruo. Apelando a todo el control y la compostura que era capaz de reunir, respondió a su hermana con otra radiante sonrisa y le dio un beso en su inmaculadamente maquillada mejilla.
—Hola, larguirucha.
Miró entonces a Edward. Cabía confesar que la expresión dibujada en su rostro no tenía precio. Se había quedado boquiabierto de asombro, su mirada confusa iba de Bella...a Rosalie ...de nuevo a Bella.
— ¿Se conocen?
—Somos hermanas—respondió con frialdad Bella.
— ¿No se nota?—bromeó Rosalie.
—La verdad es que no se parecen mucho—comentó con cautela Edward.
—No, ella es alta y bellísima y yo soy bajita y normal—añadió jovialmente Bella. Rosalie se echó a reír, sin tener ni idea de por qué era la única que reía. Bella encontró aquella carcajada demasiado fuerte. Pero todo sonaba fuerte. La música, el remolino de voces a su alrededor, todo era ensordecedor. Tal vez fuera porque estaba a punto de desmayarse. Y mientras, la mirada de Edward le quemaba la retina. ¿Qué estaría intentando transmitir? ¿Vergüenza? ¿Una disculpa? Fuera lo que fuese, le importaba un comino.
La risa de Rosalie—fuerte, interminable, empalagosa—acabó desvaneciéndose y dejó un hueco en aquel instante incómodo e infernal que Bella se sentía incapaz de llenar. Lo mismo le sucedía a Edward: la expresión boquiabierta había desaparecido para ser sustituida por una mirada que Bella interpretó como malestar puro y duro. Rosalie, como siempre, no se enteraba de nada.
— ¿Qué hay en el menú?—preguntó lucidamente.
«Estoy segura de que estás tú», pensó Bella. Le obsequió con una enorme sonrisa.
—No lo sé, hermanita. Lo que sí sé es que tengo que irme corriendo. Tengo que acorralar a un par de personas más antes de sentarnos a comer. ¡Nos hablamos luego!
Fingiendo tener prisa, se escabulló entre la multitud. «Atroz. Había sido atroz». Examinó rápidamente el salón: Jason estaba con la editora de Seventeen. «Bien». Mike estaba contemplando el escote de una pobre ingenua del consejo directivo de Servicios para la Familia y los Niños. «No tan bien». Iba ya por la mitad del salón, casi llegando a su meta, cuando notó que alguien la agarraba con fuerza por el brazo.
—Bella, espera.
« ¡Maldita sea!». Estaba a punto, tan a punto de escapar...Atrapada, se volvió y levantó la vista para mirar a Edward a la cara.
— ¿Sí?—dijo con impaciencia.
—Tú hermana y yo...no es lo que piensas.
—Yo no pienso nada.
—Bella, por favor. Sé que estás molesta.
Empezó a pensar rápidamente.
—Estoy molesta porque no me informaste de que vendrías. De haberlo hecho, habría hecho publicidad del acto a bombo y platillo. Y además, con Alec Volturi en el salón, tu presencia aquí resulta redundante, ¿me explico?
Edward sacudió la cabeza con cariño.
—Eres una auténtica pistola, ¿lo sabías?
—Sí, y a esta pequeña pistola le quedan aún algunas balas que disparar antes de la cena. Que tú y Rosalie se diviertan, ¿de acuerdo?
—Bella—Iba ella a largarse, pero algo en su tono de voz, cierto tono de imploración, la obligó a dar marcha atrás—Rosalie y yo...
Rrring.
—Dispara—Exasperada, Bella hurgó impaciente en su bolsito para encontrar su teléfono móvil—Será sólo un momento—le dijo a Edward, pegándose al oído el ofensivo instrumento para poder oír bien pese a lo bullicioso del ambiente. Mataría a Victoria por hacerle aquello, la mataría— ¿Diga?
Pero no era Victoria. Era Jacob. Jacob llorando, con hipo, y diciéndole que mamá estaba borracha y papá hecho una furia, y que si podía ir a buscarle, por favor, que si podía ir a buscarle ya mismo.
—Voy enseguida—le dijo—Espérame en la casita de invitados—Guardó el teléfono en el bolso, temblando.
— ¿Bella?—preguntó Edward, preocupado.
—Tengo que irme—murmuró de forma distraída, alejándose de él.
— ¿Va todo bien?
—Tengo que irme—repitió ella, hablándole por encima del hombro. Se fue corriendo hasta donde estaba Jason y le explicó que le había surgido una urgencia familiar. Y se marchó, desapareciendo en aquella noche que una hora antes tan mágica le había parecido y que ahora sólo le parecía plagada de problemas.
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