capitulo 32
(Bueno chicas aqui les dejo dos capitulos uno corto y otro largo espero les agraden y voten y comenten porfa un beso a todas)
—Eres patética. Completamente y tremendamente patética—dijo Victoria.
Bella subió un poco más el volumen del televisor. Era Nochevieja y Victoria tenía previsto salir a bailar con su hermana Kate y varios de sus amigos. Habían invitado a Bella, pero ella había declinado la invitación con la excusa de que no sabía bailar. En realidad, lo único que quería era esconderse en su apartamento y torturarse imaginándose con qué supermodelo estaría Edward comiendo y bebiendo y disfrutando de una romántica cena a la luz de las velas.
—Lo siento, no puedo permitir que hagas esto—Victoria cogió el mando a distancia y, empuñándolo como una pistola en dirección al televisor, lo apagó.
Bella suspiró.
—Victoria.
— ¿No crees que es patético pasarte la Nochevieja sola y tirada en el sofá viendo Tal como éramos?
—La miro cada año—protestó Bella.
—Pero no sola y en Nochevieja—dijo Victoria, intentando convencerla—Vamos, Bella.
—Ya te lo he dicho, Victoria. No estoy de humor para salir de fiesta, ¿entendido?—Se sumergió bajo la manta que la cubría y miró a su amiga—Y ahora, por favor, devuélveme el mando a distancia.
Victoria se lo entregó a regañadientes.
—Yo tampoco estoy de humor. Pero voy a ir. Todo es por culpa de ese simplón, ¿verdad?
— ¿Simplón?
—Cullen.
Bella encendió de nuevo el televisor.
— ¿Qué pasa con él?
—Estás triste por su culpa.
—No estoy triste, Victoria.
—Bien. Entonces estás deprimida—Se puso unos tacones que la encumbraron sobre Bella como un edificio—¿Qué tal estoy?
Bella le sonrió.
—Estupenda.
—Puedo decirle a Kate que espere mientras tú te vistes como una flecha y te maquillas un poco. No le importará.
—No, gracias—Estiró el cuello para poder mirar más allá de donde estaba Victoria—¿Podrías moverte un poco hacia un lado? Hubbell y Katie están a punto de verse por primera vez.
Victoria refunfuñó de frustración y buscó en el baúl su bolsito de pedrería.
—Eres la mujer más testaruda que he conocido en mi vida—Se inclinó y pellizcó a Bella en la mejilla—Recuerda, me quedaré a dormir en casa de mis padres.
—Que te lo pases muy bien.
—Lo mismo digo—gritó Victoria corriendo ya hacia la puerta—Y no comas muchas guarrerías.
—De acuerdo—le prometió Bella.
Pulsó la tecla de «Pausa» y vio cómo Victoria se iba. Después de oír cómo cerraba las tres cerraduras de seguridad, volvió a tumbarse y se relajó. De acuerdo, tal vez era patética. ¿Y qué? Podía haber sido peor: podía haber aceptado la invitación de Benjamín para asistir a una lectura de poemas de Leonard Nimoy que se prolongaría toda la noche. Además, ¿qué tenía de malo pasar la Nochevieja sola? Odiaba toda esa alegría falsa e inventada, la presión de tener que pasarlo bien. Pasarlo bien era algo que tenía que producirse de manera natural, que no debería de ser una obligación.
Volcó su atención a las reservas que había sobre el baúl que hacía las veces de mesita de centro. Guarrerías varias y Coca-Cola Light. Un DVD de Ghost por si le apetecía llorar aún más después de Redford y Streisand. «Victoria no sabe lo que se dice. ¿Patética? Lo mejor es quedarse en Club Bella, pequeña».
Sacudió los almohadones, abrió la bolsa de Doritos y pulsó la tecla de «Play». El teléfono sonó justo cuando había encontrado la postura ideal para permanecer tumbada, apoltronada y cenar. ¿Descuelgo o no descuelgo? Persona de costumbres, descolgó.
— ¿Diga?
En el otro extremo de la línea hubo una décima de segundo de duda.
— ¿Bella? Soy Edward.
«Oh. Dios mío».
—Edward—respondió Bella, esperando que el chirriar que había notado en su voz hubiese pasado desapercibido en el otro lado del teléfono—¿Qué pasa?
—Acércate a la ventana del salón y corre las cortinas.
— ¿Qué?—Borracho, tenía que estar borracho. Y ni siquiera era medianoche.
—Haz lo que te digo—le insistió Edward—Acércate a la ventana.
— ¿Se trata de alguna broma?—Se imaginó abriendo las cortinas y encontrándose a los Blades al completo saludándola enseñándole el culo.
—No es ninguna broma—le garantizó Edward—Hazlo, simplemente, ¿vale? Confía en mí.
—De acuerdo—respondió Bella de mala gana. Se sentó, los Doritos cayeron por todas partes, y envuelta en su manta, se acercó a los grandes ventanales que dominaban la calle y corrió la cortina. Abajo, vio un taxi estacionado delante de una cabina telefónica. Y en la cabina telefónica, saludándola con la mano, estaba Edward.
— ¿Qué demonios...?
—Vístete. No es necesario nada elegante, con unos vaqueros y un jersey hay más que suficiente.
— Edward...
—No te molestes en maquillarte, no lo necesitas. Te espero abajo en cinco minutos.
Cuando estaba a punto de decirle que sí, se le ocurrió que él se había presentado en su casa imaginándose que ella no tenía nada que hacer, que era, la típica chica a la que nadie invita a nada. Pues muy bien, le demostraría que estaba equivocado.
—Lo siento, tengo otros planes.
Antes de la respuesta, hubo una décima de segundo de inesperado silencio.
— ¿Entonces por qué vas en chándal y con una mantita sobre los hombros?
—Porque mi cita y yo hemos quedado para celebrar una agradable y cómoda Nochevieja en casa. De hecho, debe de estar al caer.
— ¿De verdad? En este caso, esperaré fuera de tu edificio y le saludaré cuando el portero le abra—Colgó el teléfono.
— ¡Mierda!—exclamó Bella, apartándose de las cortinas y colgando de un golpe el teléfono. ¿Por qué no viviría en un piso más alto? ¡La había visto en chándal! ¿Y ahora qué? Volvió corriendo al sofá y se derrumbó en él. Cuando el teléfono sonara otra vez, y sabía que lo haría, no lo cogería, no pensaba cogerlo. Pasaron cinco minutos. Diez. Sonó por fin. Respiró hondo para calmarse y respondió.
— ¿Dónde está tu cita misteriosa?
—Acaba de llamar para decirme que no puede venir. Tiene la gripe. ¿Quieres alguna cosa?
—Ya te lo he dicho. Vístete y baja en cinco minutos. Tengo una sorpresa para ti.
—Necesito diez minutos como mínimo.
—Está bien, diez—Podría decirse que casi había oído cómo se le fruncía el entrecejo. Y mientras, a Bella le daba vueltas la cabeza.
—No querría ser impertinente, pero ¿cómo supiste que estaría en casa?
—No lo sabía. He tentado la suerte. Ya sabes lo que dicen: Quien se atreve, gana. Nos vemos en diez minutos—Colgó.
Pasmada, Bella colgó también el teléfono. No sabía qué hacer. No sabía qué pensar. Se sentía atontada y excitada y asustada, todo a la vez. Se dirigió a su habitación para vestirse en pleno estado de choque. Vaqueros y jersey, había dicho. Pues eso haría. ¿Sin maquillaje? Ni pensarlo. Jamás iba a ninguna parte sin un toque de rímel y barra de labios como mínimo, y aquella noche no era ninguna excepción. Era Nochevieja...una noche que, tenía la sensación, jamás olvidaría.
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