Contacto (+18)

Autor: greis24
Género: Romance
Fecha Creación: 27/04/2013
Fecha Actualización: 01/01/2014
Finalizado: NO
Votos: 28
Comentarios: 165
Visitas: 81976
Capítulos: 51

Isabella Swan es una joven publicista con una tarea difícil por delante: transformar al equipo de Hockey sobre Hielo New York Blades, unos chicos bebedores, gamberros y salvajes en un grupo dócil y educado. su mayor obstáculo será  el capitan Edward Cullen, para quien el concepto de relaciones Públicas significa salir con una modelo diferente cada semana. L a actutud negativa de E dward a la hora de hacer algo similar a un anuncio dirigido al público familiar entorpecerá los objetivos profesionales de Isabella. El odio es mutuo hasta que -sin quererlo ni buscarlo- se encontrarán descubriéndose el uno al otro sus virtudes más recónditas.


Contacto la historia es original de un libro de deirdre Martin. Escrita primeramente por Cerezo de Luna con los personajes de Sailor Moon, yo con el debido permiso de ella lo tomé y le hice algunos cambios incluido los personajes de la saga crepúsculo de la magistral Meyer, les recuerdo que la copia y publicacion de esta historia esta prohíbida sin el permiso de cerezo o el mío. sin mas que decir espero que disfruten la historia aqui les dejo el prefacio. ( aqui tienen una pagina que acabo de crear donde publicare mis siguiente proyectos y les recomendare historias y canciones las que gusten agreguenme https://www.facebook.com/pages/Historias-Greiis/473715916083296 )

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Capítulo 49: Capitulo 49: Es hora de que lo sepas...

(hola chicas feliz Navidad a todas espero santa les haya dejado muchos regalos <3.

aqui les dejo un capitulo genial espero les guste mucho esta dedicado a cada lectora que ha visto la historia para las que votan, comentan y leen en silencio gracias por este enorme apoyo las quiero. 

PD: me quitaron el internet hago lo que puedo para subir caPITULOS, iba a participar en lo de los fics navideños pero no se si pueda subir a tiempo el OS por falta de internet espero sigan disfrutando)

 

El partido inaugural de las finales de la Conferencia. Los seguidores del Pittsburg eran auténticos fanáticos y los de los Blades no les iban a la zaga. La excitación y el entusiasmo de sus gritos de ánimo llenaban el pabellón de una energía salvaje y ensordecedora. A Bella, viendo volar a Edward sobre el hielo del campo contrario, le costaba creer que Milenio estuviese dispuesto a dejarle marchar. Era un deportista consumado, su cerebro y su cuerpo trabajaban formando un tándem perfecto, poseía una habilidad casi sobrenatural para saber exactamente qué se tenía que hacer en la pista en cada momento. Sus dotes de liderazgo eran tremendas; era considerado aunque duro, implacable aunque inspirador, no le daba miedo correr peligro si ello significaba la diferencia entre la victoria y la derrota. Y aun así...

En aquellas eliminatorias estaba provocando más penaltis que nunca. Bella sabía que, en parte, era una actitud deliberada. Era una forma de enviar un mensaje al equipo contrario y de espabilar a la vez a sus chicos, y servía para marcar la pauta del tipo de juego que esperaba de ellos: duro, avasallador, malvado. Pero, en parte, era también temeridad pura y dura; al menos, eso era lo que decía Jason. Una temeridad que los Blades no podían permitirse. También decía que la época de Edward había pasado, que «no estaba creando tantas oportunidades de gol como antes». Y ya que Jason amaba el hockey por encima de todo, Bella no cuestionaba sus observaciones. Ella no era más que una novata a quien se le escapaban muchos matices del juego. Pero una cosa sí sabía. Incluso en un día malo, Edward Cullen seguía siendo uno de los jugadores de hockey con más talento de la historia de ese deporte. ¿No se merecía, entonces, saber lo que le sucedería si no ofrecía a Milenio una ejecución brillante de su juego?

Era una pregunta que llevaba casi dos días consumiéndola, desde que Jason y Espárrago Cayo le habían dado a conocer el gran secreto. Había jugado con la idea de comentárselo a Victoria, pero la había descartado enseguida. Sabía exactamente cuál sería la respuesta de Victoria: « ¡No le digas ni una palabra de esto a Cullen! ¡Te ha jodido y ahora es tu turno para joderle a él! ¡Mantén la boca callada y deja que las cosas queden en el lugar que les corresponde!».

Bella comprendía su punto de vista ya que, hasta cierto punto, ella también opinaba lo mismo. Su parte herida deseaba esconderle aquella información vital y contemplar cómo, tal vez, caía en desgracia. Sería la venganza perfecta. Pero no contárselo le parecía mezquino, rencoroso. Y el rencor no formaba parte de su forma de ser.

Se preguntaba, sin embargo, si contárselo la beneficiaría. Estaba segura de que él lo apreciaría mucho, pero tampoco quería decir que ayudándole consiguiera, como por arte de magia, que él decidiese estar de nuevo con ella... aunque en lo más profundo y en lo más secreto de su corazón, ésa era su fantasía. De decírselo, ¿sospecharía sus motivos? Posiblemente. Probablemente. ¿Y le importaba que los sospechara? No lo sabía.

Llevaban sólo quince minutos de partido y en la pista ya se habían sentado las bases del encuentro: gran velocidad y juego sucio. Sentada al lado de Jason en la sala de prensa, los ojos de Bella seguían a Edward y a Jasper adentrándose en la zona defensiva del Pittsburg, Jasper lanzándole el disco a su mejor amigo mientras dos defensas cargaban contra él. Edward retuvo el disco, a la espera de que el otro alero de su línea, Paul, se situara en el lado derecho de la portería. Una décima de segundo más tarde, Edward lanzó el disco como una bala en dirección a Paul quien, sin grandes preocupaciones, lo introdujo en la portería contraria. El público de casa abucheó la aparición del gol en el marcador electrónico que dominaba el centro de la pista: Nueva York, 1, Pittsburg, 0.

La línea de Edward se dirigió al banquillo para ser sustituida en el hielo por la línea encabezada por James. Bella, por encima de aquel ruido atronador, pudo aún escuchar la voz de Edward gritando en el banquillo:

— ¡Vamos, chicos! ¡Métanle otro! ¡No le den respiro! ¡Vamos!

«Eso—pensó Bella—es lo que adoro de él. Esa energía, esa determinación. La singularidad de su resolución». Era, por supuesto, la misma característica que le había partido el corazón pero, visto objetivamente, le resultaba admirable.

Vio su cabeza echarse hacia atrás para llevarse una botella de Gatorade a los labios y beber de ella. Incluso algo tan sencillo como aquello le aceleraba el corazón al doble de su velocidad habitual. « ¿Qué te pasa?—se preguntó— ¿Por qué él? Porque es estupendo en la cama, y fiel a sus amigos, y divertido. Porque es inteligente...y también tozudo. Anda que no es tozudo, pero eso también puede ser una virtud. Y...». Sus ojos empezaron a humedecerse. «... Porque cuando estaba conmigo, siempre me hacía sentir especial. Querida. Me escuchaba cuando hablaba. Me miraba con admiración. Admitió que se había equivocado con James. Se reía de mis debilidades. Era amable y cariñoso con mi hermano. Me animaba para perseguir lo que me gusta, aun sin tener ni idea de si yo era buena en ello o no. Simplemente daba por sentado que lo era, porque era yo. Me hacía sentir viva».

Con los ojos llorosos, se obligó a seguir viendo el partido. «Tienes que decírselo», pensó. Esperaría a ver qué tal iban los dos partidos siguientes. Si los Blades no ganaban, le explicaría lo que le esperaba...

La solución la dejó satisfecha hasta que una voz fastidiosa en su cabeza le preguntó si iba por la vida jugando a ser Dios. «O se lo dices o no se lo dices—se reprendió—Pero no juegues a esperar a ver qué pasa. Está bien—gimoteó en silencio—Mantendré la boca cerrada tal y como Jason me pidió. Que pase lo que tenga que pasar».

Edward redujo violentamente a uno de los defensas del Pittsburg y patinó, gruñendo y rabioso, hasta el banco de castigo. Movía los labios a toda velocidad, maldiciendo al árbitro antes de acatar su destino y verse reducido a ver el encuentro por un rato desde detrás del Plexiglás. Los Blades superaron sin problemas la superioridad numérica de los Pittsburg hasta que Edward regresó a la pista, no sin antes deteniéndose un momento para decirle algo a uno de los árbitros antes de unirse a la tercera línea que acababa de saltar al hielo. Bella observó las caras de los jugadores en cuanto Edward se dirigió a ellos: mostraban tanto reverencia y respeto como ansias de satisfacerle.

Y fue entonces cuando lo supo. Tenía que decírselo, no porque necesariamente se mereciese saberlo, no porque deseaba que volviese a quererla, sino porque era lo mejor para el equipo. Milenio podía poner a parir a Edward Cullen todo lo que le apeteciera por ser una auténtica pesadilla para las relaciones públicas del club. Pero lo que allí contaba era que Edward era el corazón y el alma de los Blades. Si le perdían, perderían con él su espíritu y sus ganas de victoria. Era así de sencillo.

Se relajó en su asiento, segura ahora de haber tomado la decisión correcta. Esperaría a que el equipo se hubiese instalado debidamente en el hotel después del partido. Y entonces le haría una visita a Edward.

 

 

Los Blades derrotaron al Pittsburg por tres a dos. «Gracias a Dios», pensó Bella, caminando en silencio por el pasillo alfombrado del hotel. De haber perdido, le habría tocado enfrentarse con un Edward con humor de perros. De todos modos, se había preparado para cualquier cosa desagradable con la que él decidiera sorprenderla: sarcasmo, consternación, incredulidad...todas ellas las diversas facetas en las que Edward podía ofrecer lo peor de sí.

Se detuvo antes de llamar y acercó el oído a la puerta para escuchar qué pasaba dentro, rezando en silencio para que no se acercara nadie y se preguntara qué estaba haciendo. Jasper estaba dentro, riendo, seguramente por algo que había dicho David Letterman en televisión; ambos estaban enganchados a The Late Show. Llamó decidida a la puerta, fingiendo no haber oído las lamentaciones de Edward y la palabrota con la que le había respondido Jasper.

— ¿Quién es?—gritó Edward.

— ¡Isabella! —gritó también ella en respuesta.

La recibió un silencio letal que la hizo sentirse peor que la irritación con la que les había oído expresarse momentos antes. Aguantó la respiración, «Por favor, Dios, haz que no se muestre demasiado cabrón».

La puerta se abrió de golpe y apareció Edward, con una toalla azul marino anudada a la cintura y cara de pocos amigos. A Bella le vino en aquel mismo instante a la cabeza la primera vez que lo había visto en el vestuario de los Blades. Entonces, tampoco llevaba encima más que una toalla y estaba tan enervado como ahora.

—Mejor que vengas con algo bueno.

—De hecho, es malo—le informó, empujando la puerta para abrirla del todo—y es por eso que tengo que hablar contigo—Su mirada se cruzó con la de Jasper, que estaba acostado en su cama e iba vestido con chándal. Le sonrió disculpándose—Hola Jasper. Siento molestarlos, chicos.

—No pasa nada—dijo Jasper, incorporándose—¿Por qué no pasas?

Respondiendo a la invitación, Bella entró y pasó rozando a Edward, a quien oyó liberar un largo suspiro de sufrimiento mientras cerraba la puerta.

— ¿Te apetece beber alguna cosa?—le ofreció Jasper, haciendo un gesto en dirección al mini bar.

—No, gracias—Su mirada se trasladó con sigilo hacia Edward, que seguía mirándola con recelo, los brazos cruzados sobre su pecho desnudo. No se lo pondría fácil, eso estaba claro. Volvió entonces la atención hacia Jasper—Tengo que hablar con Edward sobre un tema...

—Sea lo que sea lo que tengas que decirme, puedes decirlo delante de Jas—la interrumpió Edward.

Pero Jasper no pensaba permitirlo.

—Si Bella quiere hablar contigo en privado, Edward—dijo, levantándose de la cama y dirigiéndose a la puerta—creo que debemos respetárselo—Abrazó con cariño a Bella un momento—No dejes que este perdedor te venga con pamplinas, ¿entendido?

Bella consiguió responder con una débil sonrisa.

— ¿Dónde vas?—le preguntó Edward. Parecía molesto por la desaparición de su amigo.

—Abajo, a la habitación de Paul, a lo mejor me deja ganarle al póquer. Llámame cuando estés.

—De acuerdo—gruñó Edward, viendo que Jasper se iba. Obligado entonces a atender a su visita, se volvió hacia Bella—¿Estás segura de que no quieres beber nada?—le preguntó de mala gana.

—Me apetecería una Coca-Cola, si no es mucho problema.

Él murmuró alguna cosa para sus adentros, Bella no entendió muy bien qué, y se acercó al mini bar para servirle la bebida. Mientras cruzaba la habitación, Bella contempló el movimiento ondulante de los músculos de su espalda, su mirada cautivada por la amplitud de sus hombros mientras él sacaba la bebida de la pequeña nevera y le servía el refresco en un vaso de plástico.

— ¿Qué pasa?—le preguntó Edward, aproximándose a ella con la bebida.

«Mantén la mirada fija en su cara—se dijo Bella—sólo en su cara». Aceptó agradecida la bebida.

— ¿Puedo sentarme?—le preguntó.

— ¿Tanto vas a tardar?

—Acabaré lo más rápidamente posible, te lo prometo.

Le indicó él con un gesto una de las sillas que había al otro lado de su cama. Una vez se hubo sentado ella, también él tomó asiento, y el nudo de la toalla empezó a deshacerse.

—Mierda. Perdón—Se levantó y, dejando caer la toalla al suelo, se dirigió al baño. Bella notó que su cuerpo se encendía con un calor y una sensación de placer totalmente inesperada. Edward desnudo...¿lo haría expresamente para torturarla? ¿O lo hacía sin darse cuenta, como tantos atletas? Tenía que ser eso. Cuando unos segundos después salió del baño, envuelto esta vez en el albornoz afelpado que proporcionaba el hotel, su temperatura corporal había recuperado la normalidad y se imaginó que tal vez sería capaz de superar la conversación sin que su deseo empañara su capacidad de enlazar más de una frase seguida.

—Muy bien—dijo él, instalándose en el borde de la cama— ¿qué es lo que es tan importante que incluso tienes que echar a Jas de su habitación?

—Ha sido Jasper quien se ha ofrecido a irse—se sintió obligada a observar. Cuando miró a Edward a la cara, esa cara que tanto amaba, empezó a apoderarse de ella el malestar de tener que ser portadora de tan malas noticias. Se recordó que lo que tenía que decir era malo sólo en el caso de que él decidiera no hacer nada con aquella información. Aun así, la idea de decírselo... Se quedó con la mirada fija en su refresco.

—Hace un par de días, Jason me dijo algo que se supone no debería yo saber.

— ¿Y es...?

Bella levantó la vista para mirarlo a los ojos.

—Al parecer, Milenio no está satisfecho con tu nivel de juego—Se quedó dudando—Dicen que si no mejoras tu juego, no van a renovarte el contrato a final de año.

El se quedó mirándola. Era eso. Sólo mirándola. Sin ninguna reacción visible...es decir, hasta que abrió la boca. Su voz reflejaba su tensión.

—Entiendo—Apretó la mandíbula— ¿Cuándo te dijo eso Jason?

—Hace dos días. Estaba en una reunión con Cayo Vulturi.

— ¿Quién demonios es Cayo Vulturi? —explotó Edward.

—Uno de los peces gordos de Milenio—Hizo una pausa—Es quien firma tus cheques, literalmente—añadió en voz baja.

—Entiendo—repitió Edward. Mirando al vacío, se pasó distraídamente la mano entre el cabello antes de hundir las manos en los bolsillos del albornoz y quedarse mirando sus pies descalzos. Bella tuvo que reprimir la urgencia de abrazarlo y darle consuelo. Se quedó mirándolo. Parecía más contrariado que furioso. Contenido. Como un géiser a punto de estallar.

— ¿Edward?—le preguntó. Edward levantó la cabeza para mirarla, su cálida mirada Verdosa dura ahora como una piedra.

— ¿Te das cuenta—dijo—de que, en gran parte, están planteándose esto porque yo me he negado a besarles el culo?

—Lo sé—dijo Bella.

Sin pensarlo, extendió la mano para cogerle la Coca-Cola y ella le pasó el vaso. Parecía lo más normal del mundo, algo que habían hecho antes muchísimas veces. Excepto que ahora...

Le devolvió el vaso de plástico.

—Es podridamente increíble. El año pasado les consigo la Copa. Volveré a conseguírsela este año, ¿y es así como me lo pagan? ¿No renovándome el contrato porque he tenido algunos días malos?

—Es asombroso, lo sé. Cuando Jason me lo contó, casi me caigo redonda.

La mirada de Edward la taladraba.

— ¿Quién más lo sabe?

—Por lo que yo sé, sólo Jason, Milenio y yo—Su rostro se cubrió de amargura—Mike no tiene ni idea, si es esto lo que me preguntas.

—Es lo que te pregunto. Mike es el idiota que le filtró a la prensa lo de las lesiones del equipo. ¿En qué demonios pensaba?

—No pensaba—«Esto lo entenderá», se dijo mentalmente.

Pero Edward no la escuchaba. Estaba mirando hacia la ventana, su semblante solemne, su cuerpo inmóvil. «Debería irme ahora», pensó Bella. Pero algo la retuvo allí.

— ¿Estarás bien?—le preguntó con delicadeza. Era eso, allí estaba, esa cosa que le resultaba imposible de erradicar. Era preocupación. Amor.

—Estoy bien—respondió él secamente. La miró, y por primera vez desde que habían acabado su relación, Bella tuvo la sensación de que estaba mirándola de verdad. Su postura carecía de aquella actitud defensiva, se había librado de los muchos roles que se imponía a sí mismo. En aquel momento era solamente Edward, un hombre lleno de dolor, un hombre que se sentía despreciado.

— ¿Por qué me lo has dicho?—le preguntó en voz baja—Podías haber mantenido la boca cerrada sin ningún problema.

Bella apartó la vista, incómoda.

—Porque era lo correcto. De haber sido la situación al revés, yo habría querido saberlo—Él la observaba con cautela, Bella lo notaba, su continua mirada calentándole el lateral de su rostro—Lo he hecho también por el equipo. Sin ti, pierden todo su espíritu. Y no quiero que esto suceda.

Él le respondió con silencio. Cuando Bella se atrevió a mirarlo de nuevo, él volvía a tener la vista clavada en el suelo.

—Debería irme—Dejó el vaso con Coca-Cola encima de la mesa que había junto a la silla y se levantó. Edward hizo lo mismo. Se encaminaron juntos hacia la puerta.

—Supongo que te veré mañana en el entrenamiento—dijo Bella, lánguidamente.

Edward apenas si asintió.

Ella se volvió hacia la puerta, dispuesta a abrirla.

— ¿Isabella?

Ella cerró los ojos un instante. «Por favor—pensó—Por favor». Con la mano aún en el pomo de la puerta, se volvió para mirarlo.

— ¿Si?

—Gracias.

La tensión de su voz lo decía todo.

—De nada.

Dio un paso hacia ella y se detuvo. Ella se quedó esperando, aguantando la respiración, su cuerpo suspendido. «Por favor, Edward»—suplicó en silencio—haz lo que tu corazón te pide que hagas. Construye un puente entre tú y yo con todas las palabras que no se dicen entre nosotros, y crúzalo. Por favor».

Pero él no podía, de modo que ella lo hizo por él. Se acercó a él y, poniéndose de puntillas, le dio un beso en la mejilla.

—Intenta dormir un poco esta noche—le dijo. Y luego se fue, cruzó la puerta y salió al pasillo, su corazón más ligero por el regalo que creía haberle hecho. «He hecho lo que tenía que hacer—le dijo mentalmente—Ahora te toca a ti».

 

 

Un hombre poseído. Esa era la frase manida que todos los periodistas deportivos estaban utilizando para describir el juego exhibido por Edward en los tres partidos siguientes contra el Pittsburg. Ganaron la final de la Conferencia Este con una aplastante victoria en cuatro partidos seguidos y cuando, después de ganar en casa, Edward levantó el trofeo del Príncipe de Gales por encima de su cabeza, lo hizo mirando a la tribuna presidencial donde estaba instalada la plana mayor de Milenio. Se aseguró de tener una gran sonrisa fija en la cara que decía: « ¿Así que pensaban libraros de mí? Pues esperen a ver lo que sucede de aquí a dos semanas, cuando patine por esta pista levantando en alto la Stanley Cup, hijos de puta. Entonces verán lo rápido que me echan, cuando tengan a todos los seguidores coreando mi nombre y mi cara aparezca en las portadas de todos los periódicos de Nueva York».

No era tonto. Esa especulación en torno a su bajo nivel de juego o lo que fuera era eso...pura especulación. Si de verdad lo valoraban como jugador, se habrían aproximado a él para expresarle su preocupación, para preguntarle si tenía algún problema y ofrecerle su ayuda. Y el hecho de que no lo hiciesen explicaba una historia completamente distinta, una historia que señalaba tanto su devoción fanática por la imagen como su obsesión por los resultados. Querían librarse de él porque no podían controlarlo. Porque sabían que obtener aquella Copa coincidiría con las negociaciones de su contrato, lo que le colocaría en una posición óptima para designar su precio que, sin duda alguna, no estarían dispuestos a pagar. Les daba igual que fuese un jugador considerado como un dios y que su presencia en el equipo ayudara a mantener el estadio siempre lleno. Lo único que les importaba era la nómina y las apariencias y, por lo que a ellos se refería, él era un problema en ambos sentidos, el carísimo capitán que se negaba a dedicar su tiempo libre a participar en causas elegidas para hacer quedar bien a Milenio.

Había oído rumores de que los de traje y corbata estaban también insatisfechos por su papel con el personal del equipo. Un voto suyo a favor o en contra podía significar la diferencia entre el traspaso o no de un jugador, entre que alguien se quedara o no en el banquillo. Parecían pasar por alto el hecho de que Billy solicitara siempre expresamente su opinión. El mandamás de los Blades estaba amenazado por la fuerza de su veto. «Piensan que estás sobrepasando tus límites», le había comentado Billy, y ambos se habían quedado maravillados ante la estupidez de no querer que un capitán que había conseguido tres Copas Stanley diera su opinión cuando se le solicitaba. Le gustaría poder pensar que habría estado a la altura de las circunstancias sin que Bella le diese ninguna pista de lo que los peces gordos tenían en mente, pero no estaba seguro de que hubiera sido así. Sus palabras habían servido literalmente para encender un fuego, y cuando había salido a la pista de hielo para disputar los siguientes tres partidos contra el Pittsburg lo había hecho echando chispas, impulsado por la fuerza de la adrenalina pura y cargado con una determinación prácticamente inextinguible para demostrar a aquellos procesadores de números de qué madera estaba hecho. Mal estarían las cosas si pensaba permitir que aquellos decidieran su destino.

Se moría de ganas de que empezaran las finales de la Copa. Si ahora lo veían como a un hombre poseído, que esperaran a verle en el partido inaugural de la serie en el soleado Los Ángeles.

Pasó el trofeo a Jasper, cuya solemnidad era un reflejo de la suya. Ganar la Copa Príncipe de Gales estaba muy bien, pero lo único que significaba era que habían ganado el primer asalto. Era algo que en su cabeza apenas contaba. Veía a Bella mirándole desde la sala de prensa. Normalmente, verla le desconcertaba un poco, pero aquella noche se sentía lleno de gratitud. Darle a conocer lo que Milenio estaba planeando a pesar de lo que había sucedido entre ellos le había impresionado de forma extrema. De haber sido la situación al contrario, no sabía si él habría sido tan generoso. Seguramente no. De hecho, siendo un imbécil como era, la habría dejado en suspenso. No lo sabía. Lo único que sabía era que ella había empujado su deseo de ganar la Copa hasta sus máximos extremos. Su presencia era una distracción hasta el momento en que le dijo lo que estaba sucediendo entre bambalinas. Pero ahora pensaba aprovechar toda esa energía que había estado utilizando intentando no pensar en ella para empujarse a sí mismo y a los Blades hacia la victoria. Y cuando ganaran, le entregaría a ella la Copa, dándole de este modo a la mujer que le había salvado el cuello el agradecimiento que se merecía.

Y luego daría a los de Milenio una sorpresa que nunca jamás olvidarían.

Capítulo 48: Capitulo 48: Corazón de Hielo o no? Capítulo 50: Capitulo 50: Mi sabio padre

 


Capítulos

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