Capitulo 2
Abriéndose camino entre el bullicioso grupo de periodistas que revoloteaba por el luminoso vestíbulo de suelo de hormigón que daba acceso al vestuario, Bella se armó de valor pensando en lo que le esperaba al otro lado de la puerta: cuerpos masculinos desnudos y sudorosos. Muchos. Hombres grandes y musculosos riendo y bromeando entre ellos, sacudiéndose los traseros con las toallas. Hombres saliendo tranquilamente de la ducha. Hombres haciendo estiramientos, masajeándose unos huesos castigados por la batalla. El día anterior había conocido a aquellos hombres en las mismas circunstancias —a todos, excepto a su capitán, Edward Cullen, que empezaba las sesiones de entrenamiento un día después—Jason había hecho las presentaciones y ninguno de ellos se había mostrado incómodo en absoluto por deambular completamente desnudo o medio vestido delante de una delicada relaciones públicas. Bella, por otro lado, había tenido que hacer un gran esfuerzo para evitar el irresistible deseo de mirar, boquiabierta y ensalivando, los físicos perfectamente esculpidos de aquellos tipos.
Una vez dentro del vestuario, se encontró con la misma escena que el día anterior. Algunos de los jugadores se habían repantigado medio desnudos en los bancos de madera situados frente a las taquillas y charlaban entre ellos. Otros estaban sentados en una mesa grande y rectangular que se encontraba en un rincón del vestuario, tragando vasos tamaño elefante de Gatorade que se servían de unas jarras enormes. Unos cuantos la saludaron con un movimiento de cabeza; algunos, pensó, apartaron la vista expresamente. En un radio sonaba la música a todo trapo. ¿David guetta? ¿Jay-z? Ni idea. El ambiente era exuberante, una sensación de vértigo casi adolescente. Aunque era septiembre, época de pretemporada, los Blades estaban claramente mentalizados para hacerse de nuevo con la Stanley Cup. Respiró hondo, intentando ignorar el penetrante e inevitable olor a sudor masculino, se acercó al banco situado en el centro del vestuario y se encaramó a él. Entonces, con todas las fuerzas que fue capaz de reunir, se llevó los dedos a la boca y silbó. La estancia se quedó en silencio y todas las miradas se clavaron en ella.
—Escúchenme, chicos. Ahora que he conseguido captar su atención, quiero decirles que necesito su ayuda. —Echó un vistazo al vestuario, procurando establecer contacto visual con todos los jugadores—Como saben, la organización de los Blades ha sido adquirida recientemente por Milenio Corporación, una empresa que se enorgullece de ofrecer al público diversión para toda la familia—La estancia se llenó de abucheos y risitas—Milenio quiere unos Blades ganadores tanto dentro como fuera del hielo, y con esto me refiero a que le gustaría que cada uno de ustedes ofreciera alguna cosa a la comunidad para la que juega—Agitó los papeles que llevaba en la mano—Esto es una agenda de los actos de beneficencia que se llevarán a cabo en la ciudad a lo largo del próximo año. He subrayado todos aquellos que no coinciden con las fechas de sus partidos y viajes. Me gustaría que cada uno de ustedes se apuntara para asistir a un mínimo de tres.
—¿Y si no lo hacemos? —dijo una voz desafiante con un marcado acento canadiense.
—Si no lo hacen, les daré una patada en el culo y, créanme, soy capaz de hacerlo. Tal vez sea pequeña, pero soy fuerte. —Los jugadores se rieron con el chiste y Bella se relajó un poco. Aunque ninguno de ellos lo supiera, debajo de su traje chaqueta estaba hecha un manojo de nervios, algo que había aprendido a ocultar con gran profesionalidad después de muchos años de práctica.
—Hablando de patadas en el culo, sólo quiero recordarles que nadie puede hablar con la prensa sin el permiso de la agencia de relaciones públicas, ¿entendido? No me importa si algún periodista los para a la salida de Zabar's y les pregunta si es allí donde compran habitualmente la comida. Todo, todo, tiene que pasar por mi aprobación o por la de Jason. No sólo eso pero, y que Dios no lo quiera, si los encuentro diciendo o haciendo alguna estupidez, tienen que llamarme inmediatamente. Por eso ayer les di a todos mi número de teléfono móvil. Espero que lo utilicen, sea de día o de noche, si tienen alguna pregunta o si surge una emergencia. Y ahora volvamos al tema que tenemos entre manos—Les lanzó una mirada rápida y decidida—Apúntense ahora a tres actos eso los salvará del fastidio de tenerme persiguiéndolos y dándoles la lata durante el resto de la temporada...algo por lo que me pagan espléndidamente—Más risas—¿Qué me dicen?
No esperaba que se apuntaran en masa, aunque sí esperaba que hubiera unos cuantos dispuestos a empezar a hacer rodar la pelota. Pero el vestuario se llenó de un gélido silencio. Pasó un segundo. Dos. Tres. El corazón de Bella empezó a acelerarse, las palmas de sus manos a humedecerse. Respiró hondo otra vez, para sosegarse. «Puedes hacerlo», se repitió mentalmente. Viendo que el silencio se prolongaba, se preguntó si era así cómo se sentían los actores cuando «morían» en escena.
—Vamos, chicos, no lo hagan más complicado de lo que ya es —dijo para animarlos—o se apuntan, o empezaré a anotar nombres al azar . Ustedes eligen.
Vio cómo la mirada colectiva pasaba de repente de examinarla a ella a alguna cosa que había a su izquierda y que al parecer resultaba fascinante. Miró hacia allí. Se trataba del capitán Edward Cullen, con una toalla blanca anudada a nivel de la cintura, su cuerpo duro como una piedra brillante aún debido a la humedad de la ducha. Llevaba el pelo Cobrizo peinado hacia atrás y sus ojos Verdes lanzaban una mirada profunda, dura y de pocos amigos. Sintiéndose Pequeña, pese a seguir instalada en lo alto del banco, Bella tuvo que hacer esfuerzos por no verse superada por la sensación de mareo que empezaba a crecer en su interior. Le sonrió con educación.
— ¿Capitán Cullen?
—Yo mismo. —Respondió también con educación pero a la defensiva, sin revelar sus intenciones. Bella bajó con cuidado del banco y le tendió la mano. Cullen la aceptó y la saludó con un breve y firme apretón. La mano de Bella parecía la de una muñeca y le pasó rápidamente por la cabeza la idea de que aquel hombre podía hacerle picadillo si le apetecía. Lo que, gracias a Dios, no hizo. Todavía.
—Soy Isabella Swan.
—Sé quién eres. —Cruzó sus fuertes brazos sobre el pecho y siguió mirándola, desafiante, expectante.
—Estaba explicando a tus compañeros de equipo que, como parte de nuestros esfuerzos por mejorar las relaciones con la comunidad, Milenio Corporación querría que cada jugador se apuntara a un mínimo de tres actos benéficos. Tal vez podrías abrir camino y apuntarte el primero.
—No.
Bella pestañeó.
—Pero...
—No—Se dirigió a su taquilla caminando con grandes zancadas y empezó a vestirse. Jason le había comentado que era un cabrón arrogante y poco colaborador. Y ahí tenía la prueba. Decidida a ignorar su negativa, se volvió hacia los jugadores.
—Sigamos—dijo sin alterarse—¿hay alguien que esté interesado en apuntarse?
—Yo me apunto—dijo una voz desde atrás.
Aliviada, Bella se puso de puntillas y miro por encima de aquel mar de cabezas para ver quién había hablado. Se trataba de Jasper Whitlock, un tipo fornido y de cabello rizado que era uno de los segundos capitanes del equipo. Bella lo había conocido el día anterior y había quedado encantada con lo bien que se expresaba. A decir verdad, no esperaba mucho del departamento de cerebros en lo que a esos chicos se refería. Al fin y al cabo, eran jugadores de hockey. Se ganaban la vida persiguiendo un pequeño disco de caucho sobre una pista de hielo. ¿Qué inteligencia cabía esperar?
Jasper se adelantó, cogió la lista de manos de Bella y, después de examinarla por encima, anotó sus iniciales junto a tres actos.
—¿Quién es el siguiente?—preguntó. Bella se percató de la mirada de enfado que le lanzaba Edward Cullen, a la que el capitán respondió encogiéndose de hombros con indiferencia. Viendo que nadie se movía, Jasper suspiró.
—Lo he intentado—le dijo a Bella, encaminándose hacia la ducha. Era evidente que los chicos del equipo captaban las indirectas de su amado líder. Si el gran Edward Cullen creía que no merecía la pena apuntarse a actos de caridad, ellos lo creían también.
—Está bien—dijo Bella, sin dirigirse a nadie en particular—si no se apunta hoy, volveré mañana, y pasado, y el otro, hasta que se apunten. No puedo dejarlo correr, chicos.
Con su amenaza cerniéndose en el ambiente, vio que se acercaba a ella el prodigio ruso, James Ivanov, una auténtica sorpresa. Jason le había advertido que los jugadores extranjeros solían recelar de las actividades de relaciones públicas porque no se sentían muy seguros con el idioma. Evidentemente, James era la excepción a la regla.
—Hola—dijo con cuidado y con un acento muy marcado, su inocente cara de niño tremendamente seria—Soy James Ivanov.
—Hola, James—dijo cordialmente Bella—Encantada de conocerte.
El hizo un ademán en dirección a la hoja que Bella tenía en la mano.
—Quiero apuntarme.
—¿Tienes alguna idea sobre el tipo de actos que te gustarían más?
—Algo con chicas—declaró, sus ojos Dorados se iluminaron—Algo con muchas, muchas chicas.
Bella se echó a reír.
—Normalmente hay mujeres en todos ellos. ¿Quieres participar en una partida de golf? ¿Una cena de etiqueta?
—Sí, una cena—Se acercó a ella, como si fueran a compartir un secreto—Tú también estarás, ¿no?
—Sí.
— ¿Querrías salir con mí?
Bella tardó un instante en darse cuenta de que lo que quería decir era «¿Querrías salir conmigo?». Le dio unos golpecitos en el brazo.
—Tal vez en otra ocasión. Pero de momento, tengo mucho trabajo.
—Sí, de acuerdo—dijo él con cierta impaciencia, y se alejó. Era una monada adorable. Y Milenio estaba seguro de que estaba destinado al estrellato. Pero parecía un poco... infantil. Definitivamente no era su tipo.
Las cosas empezaron a relajarse y el vestuario a vaciarse. Los jugadores se marcharon en grupos de dos o tres. Bella vio a Edward por el rabillo del ojo, vestido ya, cargándose al hombro la bolsa de gimnasia. Se había puesto unas gafas de sol y a punto estaba de irse cuando ella lo abordó.
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