Capitulo 28
(por fin viernes chicas aqui esta un capitulo muy interezante..... se conocen benjamin y edward..... espero lo disfruten y comenten besos)
—Cabrones tacaños—había murmurado Jason mientras Bella le ayudaba a entrar en un vestido de Santa Claus que corría el grave peligro de abrirse por las costuras. Había intentado convencerla de que se vistiese de elfo para ayudarle a repartir regalos en la más barata de todas las fiestas de Navidad celebradas, pero ella se había negado. Lo último que quería en el mundo era que Edward Cullen la viese vestida con medias de color verde lima y zapatos amarillos de punta.
Escuchando educadamente a un jefazo de Milenio, que estaba aburriéndola con todos los detalles de su casa de tres millones de dólares, se sentía atrapada. «La casa debe estar bien», pensó con amargura. Se resistió al impulso de comentarle lo interesante que le parecía que hubiese conseguido ganar la cantidad de dinero suficiente como para construirse un País de las Maravillas particular junto a la autopista de peaje de Nueva Jersey, cuando Milenio era una empresa tan tacaña que ni siquiera gastaba en alquilar un salón de banquetes de un hotel para celebrar la fiesta de Navidad. Oficialmente, habían dicho que la fiesta se celebraba en los Met Gar para que los «jugadores pudieran patinar con sus hijos». Lo de «cabrones tacaños» era una explicación más precisa.
Consiguió liberarse del charlatán de los tres millones de dólares y, con una copa de ponche en la mano, se acercó a la barrera de Plexiglás que separaba la pista de hielo de las gradas. Los jugadores acompañaban por la pista a pequeños de hasta dos años de edad, pertrechados sobre diminutos y relucientes patines, mientras que los niños más mayores se deslizaban por el hielo como si hubiesen nacido en él. Patinaban incluso algunas de las esposas, colaborando con ello a completar la imagen de la familia feliz, una imagen que presionaba a Bella tanto como un zapato estrecho. Celosa, así se sentía. Celosa de verlos a todos tan felices. Celosa de que todo el mundo tuviera a alguien y ello no tuviese a nadie.
Con la máxima discreción posible, observó a Edward dando vueltas por la pista con los pequeños Whitlock, claramente enamorados de su robusto «tío». Los tres reían con ganas por algún chiste y los niños disfrutaban de lo lindo de la atención exclusiva del capitán. Bella se vio sorprendida por un pensamiento espontáneo: «Qué buen padre sería». Horrorizada, desterró de inmediato la idea y se concentró en la vestimenta de Edward. Se había vestido en plan informal: pantalones vaqueros, jersey de cuello alto de color negro y por encima un jersey grueso de esquiar de color rojo con una cenefa en el pecho con estampados de copos de nieve también en negro... una vestimenta que le reflejaba como el hombre fuerte y varonil que ella sabía que era. Como sintiéndose observado, le lanzó una mirada al pasar patinando cerca de donde ella estaba. Por una décima de segundo, Bella pensó que tal vez le sonreiría, pero no, su rostro no revelaba más de lo que podría revelar una esfinge. Exasperada consigo misma por darle importancia a aquello, decidió llenar de nuevo su copa de ponche.
—Hola, Bella. Feliz Navidad.
Bella se volvió sonriendo al oír la voz de Alice Whitlock.
—Hola, Alice. ¿Cómo va todo?—Bella movió la copa de ponche en dirección a la pista de hielo—Me sorprende que no estés patinando.
Alice se acercó a Bella como queriendo tramar algo.
— ¿Quieres que te cuente un secreto? No sé patinar. Jasper lleva años intentando enseñarme, pero me da mucho miedo. Estoy convencida de que me caeré y me partiré el cuello.
—Te entiendo—dijo Bella. Levantó la copa de ponche y brindaron como buenas amigas.
— ¿Lo tienes todo a punto para Navidad?—preguntó Alice—¿Qué planes tienes?
—Estaré con mis padres en Connecticut. ¿Y vosotros?
—Jasper y yo nos quedaremos en Nueva York. Vendrán los padres de Jasper. Y Edward estará también con nosotros, como siempre.
Bella movió afirmativamente la cabeza, como si supiese de sobras que Edward pasaba las Navidades con los Whitlock, algo que, por supuesto, desconocía.
— ¿Ya has hecho todas las compras?—continuó Alice diciendo.
—Intenté acabar con ellas en Acción de Gracias—confesó Bella—Soy demasiado quisquillosa con los detalles.
La mirada de Alice se iluminó cuando se acercó aún más a Bella.
— ¿Qué tal con Edward?
Bella se quedó helada.
—No sé a qué te refieres.
—Dios mío—La sensación de azoramiento transformó la cara normalmente apacible de Alice—Se supone que no debía saberlo, ¿no?—Posó la mano en el hombro de Bella—Me lo contó Jasper, pero te juro que no le he dicho ni una palabra a nadie, ni lo haré.
—No pasa nada—le aseguró Bella, aunque no fuese así—Se ha acabado.
—Oh—Alice parecía preocupada de verdad—Lo siento.
—No lo sientas—dijo secamente Bella—Era sólo sexo. Nada importante.
—Isabella—replicó Alice, mirándola directamente a los ojos—nunca es «sólo sexo».
Los gritos de « ¡Mamá, mira!» desviaron la atención de Alice y Bella aprovechó la oportunidad para excusarse, y retirarse. Así que los Whitlock sabían lo de ella y Edward. No estaba segura de por qué motivo, pero aquello la hacía sentirse incómoda, sobre todo porque no tenía ni idea de dentro de qué contexto había presentado Edward la relación. A juzgar por la reacción de Alice, se imaginaba que Edward no le había ido a Jasper diciéndole: «Me estoy trabajando la relacionista pública». Pero, ¿qué había dicho? Odiaba esa sensación de no saberlo. De que nunca lo sabría.
Cuando los de Milenio decidieron que los jugadores ya habían pasado el tiempo suficiente en la pista de hielo con sus retoños, llamaron a todo el mundo y fueron conducidos en manada hasta el restaurante que había dentro del recinto de los Met Gar, The Grill, para charlar un rato antes de que sirvieran la comida. Bella casi se desmaya al ver que habían instalado un estrado para los ejecutivos de Milenio en la parte delantera del acogedor salón. El mensaje estaba muy claro: Somos la realeza y somos los que mandamos. Previamente, abajo en la pista, habían «recibido» a los jugadores y a sus familias, y Bella se había percatado de que habían hecho especial hincapié en James, lo que la había puesto rabiosa. Como cabía esperar, Edward los había ignorado y, de hecho, había hecho todo lo posible para no rendirles ni el más mínimo homenaje. Había ido directamente a la pista y se había quedado en ella hasta el momento de dirigirse al restaurante. Por desgracia para Bella, Jason también se había percatado de su actitud y antes de que empezara a agobiarla sobre el tema, ella le había prometido que hablaría con Edward, que era lo que estaba a punto de hacer ahora, aunque fuese sólo para remediar la situación antes de que las cosas fueran a más.
Se abrió camino hacia donde él estaba en compañía de Jasper, junto a la larga barra de madera de arce pulida. Le dio un golpecito en el hombro.
—Disculpa, pero tengo que hablar un momento contigo.
Edward se volvió, sorprendido. Bella lo pilló dándole un rápido repaso y se alegró de haberse vestido especialmente para la ocasión: pantalones negros de cuero, botas y un jersey de lana de cachemira y escote en uve de color lila que destacaba con fuerza sus ojos chocolate. Pero la sonrisa se desvaneció en un segundo de la cara de Edward para dar paso a una mueca.
— ¿Qué sucede?—preguntó.
—Los de Milenio Corporación quieren conocerte.
Se recostó informalmente en la barra.
—Yo estoy muy bien aquí. Diles que vengan ellos.
—No compliques más las cosas. Sabes que no funciona así.
—Y tú sabes que me importa un comino cómo funcione. Pensaba que esto era una fiesta.
—Y lo es.
—Entonces ¿por qué te tengo pegada al culo?—preguntó cariñosamente Edward —¿Es que jamás te tomas un día libre?
— ¿Y tú?
—Touché— Edward levantó la copa de cerveza a modo de brindis—Te diré una cosa. Cuando haya acabado la cerveza, iré y les besaré los anillos. ¿Estarás feliz con eso?
—Haz lo que te dé la gana—replicó Bella, asqueada—Se trata de tu carrera profesional.
A punto estaba de retirarse cuando por el rabillo del ojo, más real que una pesadilla, vio que Benjamín se aproximaba. «La guinda que remata el pastel, muchas gracias». Le había llamado en un momento de debilidad y habían quedado para tomar un café después de la fiesta. ¿Qué demonios hacía allí, ahora? Se armó de valor, intentando con todas sus fuerzas no hacer caso de la expresión de « ¿Quién demonios es aquí el perdedor?» que empezaba a dibujarse en el rostro de Edward.
—Mon cherie—Benjamín se disponía a cogerle la mano a Bella pero ella la apartó enseguida—He intentado llamarte al móvil, pero no me lo cogías.
—Hola, soy Edward Cullen—dijo Edward, extendiendo la mano para estrechar la de Benjamín. Su tono de voz era súper amigable y el destello de malicia de su mirada provocó en Bella deseos de matarle—¿Y tú eres...?
—Benjamín malik—La superioridad de su voz era inequívoca, igual que su débil acento francés.
—Encantado de conocerte, Benjamín . ¿Eres amigo de Isabella?
—Soy su novio.
—Ex novio—le corrigió bruscamente Bella.
Benjamín sorbió por la nariz con arrogancia.
—Un simple tecnicismo.
—Ex novio—repitió pensativo Edward, sus ojos buscando con ganas los de Bella. Al ver su mirada burlona, le entraron a Bella ganas de arrancárselos—Muy interesante—continuó Edward.
— ¿Sí?—replicó Benjamín con frialdad —¿Por qué?
Edward calibró la pregunta.
—Oh, no lo sé—dijo por fin con un suspiro—Simplemente me imaginaba a Bella con alguien más masculino, ¿sabes?
Bella le lanzó una mirada de desdén antes de volcar su atención en Benjamín.
— ¿Qué haces aquí?—le preguntó, manteniendo la calma—Creía que habíamos quedado en vernos a las cinco.
Vio con turbación cómo Benjamín montaba el gran espectáculo volviéndole la espalda a Edward antes de responderle.
—Como ya he dicho, ma petite belle, he intentado comunicar contigo por el móvil, pero no lo cogías. No puedo quedar. El editor de Anarchy Now!! Quiere para mañana un pequeño artículo y me temo que tendré que ponerme a trabajar en él—Se inclinó haciendo una gran reverencia—Desolé. Lo siento.
—No pretendo molestar, pero ¿a qué vienen tantas frases en francés, colega?
Bella cerró las manos en un puño. Edward no se quedaría satisfecho hasta haberla humillado por completo. Y viendo que Benjamín no tenía la mínima intención de volverse para responderle, Edward se movió hasta instalarse al lado de Bella. Se quedó mirando a Benjamín como si fuese un bicho raro, la pregunta flotando aún en el aire.
Benjamín se llevó una mano al pecho.
—Soy francés de corazón—Miró despectivamente a Edward—Dudo que alguien como tú pueda comprenderlo.
Edward asintió con tristeza.
—Oui, c'est pas vrai. Los atletas del Neandertal rara vez comprendemos nada—Cerró un puño en dirección a Benjamín—Si lo miras bien, te darás cuenta de que mis nudillos casi rozan el suelo—Lanzó una rápida mirada hacia la barra— ¿Verdad, Jazz?
Jasper apartó la vista, reprimiendo una carcajada. Edward agachó la cabeza y se quedó mirando la cerveza, reprimiendo otra, evidentemente. Bella, furiosa, agarró a Benjamín por la manga de su andrajoso abrigo y lo arrastró fuera del salón.
—Querida—dijo él compasivamente, una vez estuvieron fuera—No había caído en lo zoquetes que son esos que tienes que tratar a diario. Pobrecita.
—No vuelvas jamás a molestarme mientras estoy trabajando—dijo Bella entre dientes y aporreándole el pecho—Jamás. Jamás. Jamás.
Benjamín se encogió de miedo.
—Pero...
— ¡Jamás!—vociferó Bella una última vez antes de regresar corriendo al restaurante. «Mantén la calma», se dijo. No se atrevió a mirar en dirección a la barra, aunque sabía perfectamente que Edward no le quitaba los ojos de encima; los sentía allí. Miró rápidamente a su alrededor. La mayoría de la gente estaba ya sentada en las mesas, charlando. Había aún gente de pie, con copas en la mano, hablando y riendo. Bella lloriqueó para sus adentros. Otra «cosa» que se suponía debía controlar: que ninguno de los jugadores bebiese mucho. Demasiado tarde. Aseguraría que un buen puñado de ellos estaba ya camino de agarrar una buena borrachera, y no le importaba. Era una fiesta, por el amor de Dios. Si Milenio no podía disculpar que los chicos se descabellasen en su maldita fiesta de Navidad, es que eran realmente los acólitos de Satán que Edward siempre les acusaba de ser. Tal vez, al fin y al cabo, emborracharse no era tan mala idea.
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