Capitulo 3
— ¿Podría hablar un minuto contigo?
Edward se bajó un poco las gafas de sol y la miró con cierta exasperación.
— ¿Qué te pasa ahora por la cabeza?
—Bueno, lo siguiente. Ya que eres el capitán del equipo, seré sincera contigo. Me han contratado para realizar un cambio de imagen del equipo.
—No necesitamos ningún cambio de imagen.
—Eso es discutible. A Milenio Corporación, el actual propietario del equipo, como muy bien sabes, no le gustó nada cómo se comportaron después de ganar la Copa la pasada temporada.
Él reprimió una sonrisa burlona.
—Compartimos la Copa con la ciudad. ¿Qué hay de malo en eso?
—La pasearon por clubes de striptease—Bella se dio cuenta de inmediato de que le había tocado la fibra sensible... pero la mala. Las facciones esculpidas de aquel atractivo rostro se endurecieron y ella tuvo la inconfundible impresión de que aquel tipo estaba luchando para mantener a raya su conocido mal carácter, un mal carácter que supuestamente le llevó en una ocasión a amenazar a un jugador con echarle de un autocar en marcha si no mejoraba su juego. Bella esperó, retenida en la parálisis prolongada de lo que ya, inequívocamente, era una mirada furiosa.
—Permíteme que te explique una cosa, señorita Swan—Su voz era un retumbar bajo, perfectamente controlado—La temporada pasada, mis chicos se partieron el culo en el hielo noche tras noche, y por un motivo: querían ganar la Copa. Cuando la ganaron, estaban en su derecho de hacer con ella lo que les diese la gana, tanto si eso significaba pasearla por un club de striptease o dejar que un perro comiese en ella. ¿Lo has entendido?
—¿Y qué me dices de esnifar cocaína de dentro de la Copa?—preguntó Bella, muy cortante—¿Eso también podían hacerlo?
—Esa historia es falsa, y lo sabes.
—Yo no lo sé, y tampoco lo sabe Milenio. Al fin y al cabo, tampoco importa si es cierto o no. Lo que importa es que un rumor como ése daña la imagen del equipo. Es inaceptable.
—Así que tu trabajo consiste en... ¿qué? ¿Convertirnos en unos chicos del coro?
—Milenio no pretende que los jugadores regresen cada noche a casa y se dediquen a preparar pastelitos, no. Pero sí espera que dediquen unas cuantas horas a realizar alguna actividad anticuada de relaciones públicas para ayudar a borrar esa imagen de juerguistas que acosa al equipo.
—No pretendo ofender, pero ninguno de los chicos del equipo, especialmente yo, le debe nada a Milenio.
Bella rió entre dientes, casi un bufido.
—¿De verdad? ¿Quién crees que firma ahora tus cheques? ¿Quién crees que te paga ese sueldo estupendo que te permite hacerte escoltar por modelos? Milenio es el propietario de los Blades, lo que significa que es tu propietario también, te guste o no.
Ahora era el turno de Edward de echarse a reír, y fue una risa despectiva.
—Si no fuese por mí, esos chicos blandos trajeados no sabrían ni quién demonios son los New York Blades. El único motivo por el que compraron el equipo es porque ganamos la Copa, y el único motivo por el que ganamos la Copa es porque el New York me fichó especialmente a mí para volver a convertirlo en un club ganador, y eso fue lo que hice. De modo que no me digas que les debo yo algo. Yo ya hice mi parte para esos del traje que viven allá arriba.
Conmocionada momentáneamente y reducida al silencio por su colosal ego, Bella se limitó a pestañear a modo de respuesta.
Levantó la vista para observar aquel rostro tan duro, que mostraba pequeñas huellas reveladoras de cómo se ganaba la vida—una diminuta cicatriz en la barbilla, otra en el puente de la nariz—y luego sacudió la cabeza con incredulidad.
—No lo has entendido, ¿verdad? Milenio Corporación tiene los bolsillos muy grandes, capitán. Con su dinero podrían comprar el mejor talento cuando les viniese en gana. Y de ninguna manera apoquinarán para construir un equipo que les pone en entredicho fuera del hielo. Te sugiero que si quieres seguir ganando la Stanley Cup, lo hagas jugando a su manera.
Reapareció la mirada gélida.
— ¿Estás amenazándome?
—Estoy exponiéndote la situación. Es evidente que tus compañeros de equipo te respetan hasta el punto de preguntarte «¿Hasta qué altura?» si les pides que den un salto. Si tú haces relaciones públicas, el resto de los chicos seguirán enseguida tu ejemplo. No creo que sea mucho pedir.
— ¿No? Pues yo sí—Se subió de nuevo las gafas de sol para ocultar sus ojos—Hazme un favor, ¿quieres? Diles a los de Milenio que cojan su «implicación con la comunidad» y la manden bien lejos. Si me apetece hacer una buena obra, la haré. Pero mientras tanto, mi altruismo no es ninguna mercancía. ¿Lo has captado?
—Perfectamente —respondió muy tensa Bella. En contra de su voluntad, la sensación de náuseas que había conseguido mantener a raya empezó a ascender de nuevo por su garganta.
—Muy bien. Que tengas un buen día.
—Igualmente. —Bella apretó los dientes mientras él pasaba por su lado.
¡Obstinación absoluta! En el coche, de camino de vuelta a Manhattan, Bella reflexionaba sobre Edward Cullen. Había sido sincera con y en lugar de agradecérselo, él se había comportado como un imbécil. La verdad era que aquello no la había sorprendido; pero le habría gustado que la discusión no hubiera desembocado en una confrontación. Ahora tendría que trabajar el doble de duro para lograr la cooperación del capitán del equipo.
Había aprendido, que la inseguridad-que le producía el capitán Cullen- podía utilizarse con fines productivos. Le proporcionaba una energía pura y nerviosa, una energía que aprovechaba para trabajar más y llegar más lejos. Le daba también iniciativa, y esa iniciativa la había llevado hasta donde se encontraba hoy en día.
Había trabajado durante años como relaciones públicas de la famosa telenovela de la ABC, Libre y salvaje. Empezó en la parte más baja del organigrama, escribiendo las biografías de las caras recién llegadas a la serie contratadas única y exclusivamente por su aspecto, y apuntándoles a quién debían de nombrar cuando se les preguntara quiénes eran sus héroes. Pero al final descubrió que destacaba en el arte de enrollarse. ¿Qué descubrían a un actor en su camerino en compañía de una prostituta? Que lo lleve Bella... ella sabrá cómo gestionarlo con diplomacia con los admiradores y la prensa.
Era muy buena para esas cosas. Asique siguió haciéndolo durante cinco lucrativos años hasta que un día sonó el teléfono y era Jason, el director de relaciones públicas de los New York Blades.
—Al principio, Dios creó el hockey, ¿me entiendes? —le había dicho casi incomprensiblemente mientras comía un bocadillo de fiambre el día que se conocieron. Sentada junto a la mesa de despacho, frente a aquel gigantón apasionado e hiperactivo, en una lujosa oficina repleta de sofás de cuero negro y con las paredes cubiertas de fotografías de aquel hombre acompañado por algunos de los mejores jugadores de hockey del mundo, Bella se sentía a la vez fascinada y asqueada. Era un hombre famoso por sus hazañas dentro del universo de las relaciones públicas deportivas. Pero hablaba con la boca llena, maldecía como un camionero y parecía desconocer que llamar a una mujer «muñeca» podía llevarle a los tribunales. Con su enorme barriga y su corbata siempre llena de lamparones, no tenía precisamente el aspecto de un profesional.
—Milenio necesita que estos chicos limpien su expediente. Rectifico: lo exige. Los jugadores no son malos tipos, pero el problema es que muchos de ellos se criaron en «el Culo del Mundo», Canadá, ¿me entiendes lo que quiero decir? La gran emoción de su vida era lanzar discos de goma a la cabeza de sus hermanos pequeños y ver las reposiciones de Tres en la carretera en la CBC.Y ahora, de repente, se encuentran en la Liga Nacional, ganan mucho dinero. Empiezan a perder la cabeza con el vino, las mujeres y la música. Milenio quiere que el equipo de relaciones públicas de los Blades halague a los chicos que están casados y con niños. Y quiere que todos empiecen a salir a hacer obras de caridad.
—Porque cuanta más cobertura consigan los jugadores en la prensa normal y en televisión, más publicidad habrá de los partidos, más entradas venderemos y más rico se hará Milenio —remató Bella.
Jason enarcó las cejas, que parecían dos orugas.
— ¿Tienes algún problema con eso?
—Ninguno —le aseguró Bella—No es más que la naturaleza de la bestia, lo sé.
—Bien. Sé que puedes hacer este trabajo con los ojos cerrados, y es por eso que te quiero aquí. Me han dicho que eres estupenda en lo que haces, que tienes contactos en el mundillo, se que podrás acicalar la percepción que el público tiene de los Blades, que en su mayoría no son tan salvajes como la prensa nos ha hecho creer—Frunció el entrecejo—El único problema tal vez sea Cullen.
Y ahí fue cuando le explicó a Bella lo del capitán.
—No me malinterpretes, es un gran chico, un gran jugador de hockey —insistió Jason, reprimiendo un eructo—Pero para mí es una pesadilla enorme, un auténtico y arrogante hijo de puta. Es de los que piensan que la publicidad es una pérdida de tiempo, una distracción. Para él, lo único que importa son esos sesenta minutos en la pista de hielo, y punto, se acabó la historia. Fuera del hielo, le gusta la buena vida: los mejores restaurantes, las mujeres más bellas, ya puedes imaginártelo. Es una especie de play-boy, y a Milenio eso no le gusta.
—Así que quieres que lo modere un poco, ¿no es eso?
—Sí, porque si consigues que se calme, los otros seguirán su ejemplo de inmediato. Milenio quiere que la gente vea que tiene dentro algo más que esa maldita y obsesiva voluntad de ganar y ese eterno deseo de exhibir a la favorita del mes. Quieren que todos ellos sean percibidos por el público como personas interesadas por la persona normal y corriente que paga por verles jugar. Es importante que el público piense que son algo más que un montón de camorristas con mucho dinero y poca preocupación por la decencia, por el amor de Dios.
—Estoy segura de poder hacerlo —afirmó Bella con confianza, pese a no estar segura del todo
Jason mencionó su salario informalmente y ella casi se cae de la silla. Ni en un millón de años se habría imaginado poder ganar una cantidad de dinero como aquélla. Aun así, mantuvo la frialdad.
— ¿Y qué me dices de la opción de compra de acciones? ¿Plan de jubilación? ¿Dietas para vestuario? ¿Vacaciones? ¿Secretarias?
Jason suspiró, empujando hacia ella una carpeta de color granate brillante con la palabra «Milenio » grabada en relieve en plata.
—Esto te explicará todo lo que necesitas saber.
Charlaron durante un rato más y Bella salió de la entrevista sabiendo que había aceptado el puesto. Trabajar de relaciones públicas para los Blades era justo la inyección de moral que necesitaba para salir de su cómoda rutina. No sólo eso, sino que la cantidad de dinero era demasiado espectacular como para rechazarla.
— ¿Por qué le llaman el Toro? —preguntó a una de las secretarias antes de salir de la oficina de Jason.
La mujer, de unos sesenta años de edad, con un casquete de cabello cubierto de laca y teñido de un rojo chillón, miró a Bella por encima de las gafas bifocales en forma de media luna que llevaba instaladas en la punta de la nariz.
—Porque hace mucho tiempo, cuando era boxeador, solía luchar como un toro. Ahora sólo ataca como uno de ellos.
Bella se echó a reír, encantada. Una semana después, presentaba su dimisión.
Y allí estaba ahora, conduciendo a casi veinte kilómetros por hora por encima del límite de velocidad de regreso a la ciudad para explicarle al Toro que en su primer día en el ruedo había conseguido que Jasper y James se apuntaran a algunos actos, pero que Edward se mostraba impertérrito.
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