—Estuviste un poco grosero con ella, ¿no crees?
Edward levantó la vista de las páginas de deportes del NewYork Sentinel que estaba hojeando para ver que Jasper Whitlock, su compañero de equipo y amigo desde hacía mucho tiempo, le miraba interrogante. Estaban sentados en «su» mesa del Maggie's Grill, esperando que les sirviesen la comida. La temporada estaba a punto de empezar y volvían a su rutina habitual: coger el coche hasta Armonk para ir a entrenar, picar algo rápido después y luego coger de nuevo el coche para regresar a la Gran Manzana. Debería estar de buen humor. El entrenamiento había ido bien; los chicos iban tirando, ahorrando el sudor y la sangre de verdad para cuando la temporada empezase oficialmente. Parecían comprender que si querían ganar la Copa en primavera tenían que darlo todo, día sí y día también, fuera día de partido o no. Además, tenía un buen presentimiento sobre la temporada que estaba a punto de empezar. Pero entonces había irrumpido esa tal Isabella Swan en el vestuario, escupiendo propaganda corporativa, y su buen humor se había evaporado para ser sustituido por una abrumadora sensación de resentimiento que era incapaz de sacudirse de encima.
Bebió un trago de cerveza y le devolvió la mirada a su amigo.
—No se lo merecía. Simplemente estaba intentando hacer su trabajo.
—Sí, ¿y sabes en qué consiste su trabajo, Jasper? Consiste en poner orden entre nosotros para que esos trajeados de Milenio puedan ganar dinero a nuestra costa. ¡Que los jodan! Les importa una mierda la integridad del juego, o cualquiera que juegue a él. No les debemos absolutamente nada.
—Sigo pensando que no te pasaría nada por apuntarte a uno de esos actos sólo para poner contentos a los contables. Así te los quitarías de encima. Mientras sigas negándote a ello, seguirá machacándote.
Edward se encogió de hombros.
—Que lo haga.
—Por Dios—Jasper se recostó en su asiento, asombrado—Eres un cabrón tozudo, ¿lo sabías?
Edward sonrió.
—Por eso llevo ganadas tres Copas Stanley hasta el momento, colega. Porque nunca me rindo, y nunca me doy por vencido.
—Tienes razón.
Edward dio un nuevo trago a la cerveza. Lo que le había dicho a esa señorita Swan era cierto: si por propia voluntad le apetecía dedicar un tiempo a obras benéficas, lo haría. Volvió la cabeza, buscando la camarera. El servicio era hoy lentísimo. ¿De qué iban?
Jasper, leyendo sus pensamientos, puso los ojos en blanco.
—Enfría un poco los motores, ¿vale? La camarera llegará en un momento.
Edward se relajó. Era bueno que Jasper supiera siempre lo que le pasaba por la cabeza. Sobre el hielo, era el extremo derecho que recibía los pases de Edward, su velocidad, su fuerza y su dureza eran casi tan legendarias como las de él. La prensa deportiva solía referirse a ellos como «Batman y Robín». Fuera del hielo, Edward confiaba en Jasper para explicarle la verdad desnuda y sin tapujos; era el único tipo en quien confiaba tácitamente. Si era demasiado bestia, Jasper se lo hacía saber. Y también se lo hacía saber cuando pensaba que se estaba pasando un poco disfrutando de la vida nocturna de Nueva York.
Felizmente casado y con dos niños, Jasper era de la opinión de que Edward debía asentarse. Pero con treinta años de edad, en plena forma, y fuerte como un deportista diez años menor que él, daba la impresión de que pasaría aún una década más antes de que el capitán Cullen se planteara colgar los patines y se casara. Si por él fuese, jamás se retiraría, así de sencillo.
O quizá no tan sencillo.
Edward había sentido una pequeña punzada de deseo al salir de las duchas y encontrarse con la relacionista pública encaramada al banco y soltando su discurso de ánimo. Era mona... bella no, pero mona: pequeñita, coqueta, pelo castaño con mechones rojos y largo hasta la cintura, nariz de garbancito y unos luminosos ojos chocolates que no parecían perderse detalle. Enérgica, eso era. Parecía muy enérgica. Pero qué más daba. Isabella Swan no era su tipo. Tampoco es que recordara muy bien cuál era su tipo. Llevaba años sin mantener una relación seria.
La primera vez, cuando aún jugaba en el St. Louis, con una Stanley Cup bajo el brazo y el puesto de capitán a punto de ser suyo, se había enamorado de tal manera que incluso su juego se había visto afectado. Aquel año, el St. Louis no se acercó ni de lejos a las eliminatorias, la mujer acabó plantándole y eso, pensaba tristemente Edward, eso fue todo. Y la segunda vez que rindió su corazón, hacia unos dos años, la relación se fue a pique cuando Edward se percató de que a ella le importaba más gastarse su dinero que él. Fue él quien rompió entonces, y ella ejecutó su venganza explicando a la prensa alguna historia absurda y falsa sobre cómo despotricaba en privado sobre sus compañeros de equipo. Los que le conocían bien sabían que todo era mentira.
— ¿Edward?
Pestañeó. La camarera había ido y venido, y había servido ya su salmón a la plancha y la hamburguesa de Jasper. El pequeño comedor de paredes oscuras de Maggie's estaba lleno de clientes habituales, sus voces subían y bajaban con la fácil cadencia de la conversación.
—Lo siento. Estaba en el limbo.
—No me digas. —Jasper sonrió con malicia antes de llevarse una patata frita a la boca— ¿Pensando en la relaciones públicas?
Edward dibujó su famoso semblante ceñudo, el que servía de grave advertencia al equipo rival de que iba en serio.
—Tienes razón.
—Era mona.
—Supongo. La verdad es que ni me di cuenta.
Jasper rió entre dientes.
—Mentiroso—Le dio un buen mordisco a la hamburguesa y engulló un trago de Coca-Cola para bajar la comida—Oye, Alice quería saber si te gustaría venir a cenar el viernes por la noche.
—Dime a qué hora y allí estaré.
—Déjame que se lo pregunte al chef y te lo digo—Jasper hizo una pausa, durante la cual sumergió una patata frita en una piscina de kétchup—Puedes venir con alguien si te apetece.
La mirada de Edward era inquebrantable.
—Sabes que durante la temporada nunca salgo con nadie en serio.
—Sí, claro, sólo pensaba... —Jasper se encogió de hombros—Da lo mismo.
— ¿De verdad piensas que estuve grosero con esa relacionista pública? —preguntó de repente Edward.
— ¿Tú no?
—Sí—admitió a regañadientes, sintiéndose mal cuando le pasó por la cabeza una imagen de la expresión de perplejidad de Bella. Odiaba pensar que se había llevado una primera mala impresión de él y que seguramente tendría que cargar con ello en la próxima ocasión en que se cruzaran sus caminos—Hablaré con ella mañana, durante el entrenamiento—murmuró.
— ¿Para decirle qué?
—Que me pilló en un mal momento y bla, bla, bla.
—Y con bla, bla, bla, querrás decirle que sigues negándote a hacer cualquier tipo de actividad de relaciones públicas.
Edward levantó el vaso en su dirección a modo de brindis.
—Por mi brillante compañero de equipo, que por fin empieza a captarlo.
—Cabrón—gruñó cariñosamente Jasper—Cabezota y toca pelotas cabrón.
Cambiando de tema, Edward se puso a hablar sobre el entrenador billy y sobre quién pensaba que necesitaría trabajar un poco más en defensa. Pero pese a que las palabras salían de su boca sin esfuerzo, tenía la mente en otra parte. Estaba en el vestuario, disculpándose ante Isabella, devolviéndole aquella dulce sonrisa que antes había rechazado, explicándole que en realidad no era un imbécil redomado. Se percató de que su mente empezaba a irse por las ramas y se obligó a retomar la conversación y a darse una advertencia al respecto. Tendría que controlarse y evitar a Isabella o se vería metido en problemas.
Y los problemas, sobre todo en lo que a su corazón se refería, eran una cosa que no podía permitirse.
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