Capitulo 11
Lo de las relaciones públicas tenía sus compensaciones, y esto era un ejemplo de ello: sentada junto a la pista de hielo, observaba a su hermanito disfrutar del entrenamiento de los Blades. Jacob no despegaba los ojos de Edward en ningún momento; todo lo que él hacía era lo mejor, lo más grande, lo más asombroso. «Eso es lo que tú crees», pensó Bella, sabiendo que después del entrenamiento tendría que dirigirse al vestuario e intentar, una vez más, hablar con el capitán Tozudo para que dedicase un poco de su tiempo a alguna buena causa. Pero cuando Edward pasó volando por su lado y lanzó el disco por encima del Plexiglás en dirección a Jacob, la postura de Bella se suavizó un poco. Tal vez no quisiera tratar con ella, pero era evidente que le importaba hacer feliz a un joven admirador. Lo menos que podía hacer era reconocérselo.
Y mientras lo observaba, Bella intentó ver a Edward a través de los ojos de su hermano, sus admiradores y sus compañeros de equipo. Para su hermano, era un dios del deporte cuyo coraje y determinación le habían ayudado a hacerse un lugar en la historia del deporte. Sus admiradores le amaban porque era superior a la vida, un jugador legendario y un ganador acreditado que había conseguido la Stanley Cup para Nueva York y que estaba decidido a conseguirla de nuevo. Sus compañeros de equipo le querían por el mismo motivo, y por otros más: era su líder, pero también su amigo, alguien que los apreciaba de verdad a todos ellos a nivel individual. Jason le había contado una historia sobre un novato que había llegado a los Blades a mitad de temporada y que se había instalado temporalmente en un hotel. Cullen a había invitado al joven jugador a instalarse en su casa e incluso le había ayudado a encontrar apartamento. Bella se había quedado boquiabierta al escuchar el relato; le había costado reconciliar el deportista egoísta con el que se había enfrentado con aquel osito que supuestamente tenía un corazón. ¿Quién era aquel tipo?
Finalizado el entrenamiento, Jacob se puso los patines, impaciente por la oportunidad que se le brindaba de explicar a sus amigos que las cuchillas de sus Bauer habían tocado el mismo hielo que los patines de Edward Cullen. El plan de Bella consistía en dejarle dar unas cuantas vueltas a la pista para que disfrutara y luego acompañarlo al vestuario y presentarlo a los jugadores. Normalmente, Cullen era uno de los primeros que abandonaba el hielo y se metía en la ducha. Pero aquel día fue el último y, de hecho, se acercaba patinando a ritmo lento hacia donde estaban Bella y Jacob, haciendo con ello que los ojos de Jacob doblaran prácticamente su tamaño y el estómago de Bella quedase hecho un nudo, a la defensiva.
—Hola—le dijo a Jacob desde el otro lado del Plexiglás—Soy Edward.
—Yo...—Jacob se interrumpió, demasiado atónito como para poder hablar. Se volvió hacia su hermana. «¿Es real todo lo que me está sucediendo?», preguntaba su mirada.
—Está bien—susurró Bella, dirigiendo amablemente la mirada a Edward, que se mostraba imperturbable ante la repentina mudez de su hermano. De hecho, parecía incluso que entendía su actitud.
—Tú debes de ser el hermano de Isabella—continuó tranquilamente Edward, con una expresión muy amable—Veo cierto parecido.
Jacob se limitó a tragar saliva.
—Este es Jacob—dijo cariñosamente Bella, rodeando a su hermano con el brazo y pellizcándole en broma el hombro, para tranquilizarlo—Ayer cumplió doce años.
—Feliz cumpleaños—dijo Edward.
—Gracias—consiguió murmurar Jacob.
Edward señaló los pies de Jacob, calzados con los patines.
— ¿Juegas al jockey?
Jacob movió afirmativamente la cabeza.
Y la cabeza de Edward se inclinó en señal de aprobación.
—Buen tipo. Lo único que importa es el deporte. ¿Te apetece dar unas cuantas vueltas conmigo, pasarnos el disco?
Esta vez fueron tanto Bella como Jacob los que abrieron los ojos como platos.
—Edward—empezó Bella, intentando contener su asombro—no tiene por qué hacerlo.
—Lo sé. Pero quiero hacerlo—Lanzó a Jacob una sonrisa de aliento—¿Juegas?
—Sí—dijo Jacob, amedrentado.
—Pero con una condición.
«Por supuesto—pensó con amargura Bella—Sabía que era demasiado bueno para ser verdad».
—Si fallo un pase, no se lo digas a nadie. Al fin y al cabo, tengo una reputación que mantener.
Jacob sonrió y mirando a Bella una vez más para adquirir confianza, se unió a su héroe sobre el hielo. Al principio estaba nervioso, sus pasos inseguros, pero fue soltándose poco a poco. Bella no podía oír lo que Edward le decía pero, fuera lo que fuese, hacía sonreír y reír a su hermano. Bella estaba conmovida. ¿Cuándo había sido la última vez que había oído a su hermano pequeño reír de aquella manera, tan despreocupado y feliz? Siguieron patinando, turnándose en la portería, pasándose una y otra vez el disco. Bella fue percatándose lentamente de que en aquel momento no estaba viendo a Edward Cullen tal y como lo veían sus admiradores, ni tal y como lo veía su hermano, ni siquiera como lo veían sus compañeros de equipo.
Estaba viéndolo como una mujer ve a un hombre, al hombre que, de permitírselo, podía pasar del estado de periférico a potencial. Veía un hombre fuerte, atento, cuyas convicciones estaban tan profundamente enraizadas como sus emociones. Como alguien dispuesto a dedicar tiempo a hacer feliz a un niño; un hombre del que una mujer podía imaginar...
Se detuvo allí. ¿Pero qué estaba pensando? El hombre que estaba allí enfrente embelesando a su hermano era la perdición de su existencia profesional. No sólo eso, sino que además era el típico deportista mal educado, egoísta, probablemente sexista, además, si rascabas un poco la superficie, con el que no quería tener absolutamente nada que ver. No, seguiría con Benjamín, el cerebral, el pretencioso, el desmotivado Benjamín. Benjamín, el seguro. Al menos, pensando en él, no agitaba en lo más hondo de su ser aquellos sentimientos profundos y aterradores. Que algún significado debían de tener, eso era evidente. Aunque no estaba muy segura de querer saber exactamente cuál era su significado.
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