Capitulo 12
Mostrarse amable con su hermanito había sido un error. Edward se daba cuenta de ello.
Era finales de octubre, estaban a un mes del inicio de la temporada oficial, y desde que le había regalado al niño el mejor día de su vida, dedicándole unos minutos en la pista de hielo, firmándole un autógrafo y posando para un par de fotografías, Bella, la Terrier Humana, se le había echado encima, tratando constantemente de engatusarlo y lisonjeándolo y suplicándole y rogándole y persuadiéndole, intentando convencerle para que apareciese en un acto, en cualquier acto.
Algo que, naturalmente, no haría.
Pero por mucho que su acoso constante le hiciese desear robarle a alguno de los entrenadores un rollo de esparadrapo y taparle con él la boca, se daba cuenta en el fondo de que simplemente estaba haciendo su trabajo, un trabajo que básicamente parecía centrarse en fastidiarle a él la vida. Se había convertido en una especie de chiste: bastaba con que se le acercase a un metro de distancia para que la primera palabra que saliese de su boca fuera un raudo y convincente «No».
Se imaginaba que él tenía la culpa de todo. De haber ignorado al niño, de haberse dirigido al vestuario aquel día como siempre solía hacer, ella seguiría pensando que era un tozudo duro de pelar. Pero no; se había apartado de su camino habitual para hacer algo agradable, y con ello había revelado una pequeña raja en su coraza, una raja que ahora ella intentaba dinamitar con su estrategia de perforadora, pensando, evidentemente, que si lo presionaba lo suficiente, él acabaría sucumbiendo. Pero se equivocaba del todo.
¿Pero por qué lo había hecho? Reflexionaba sobre el tema mirando por la ventanilla del tren interurbano que los conducía hacia Washington, D. C. Aquella noche jugaban en Washington. Hasta el momento, los Blades llevaban ocho victorias y cuatro derrotas, y tres de estas últimas habían sido en pista contraria. Esperaban mantener el equilibrio y la concentración esta noche, porque Dios sabía bien lo mucho que necesitaban la victoria. Los de Washington practicaban un juego duro y agresivo. Eran competitivos y rápidos. «Pero nosotros somos más competitivos y más rápidos —pensó con orgullo—Y si podemos mantener la concentración, acabaremos utilizándolos de escobas para barrer el hielo».
Sus pensamientos volvieron de nuevo hacia su pequeño castigo constante y su hermanito. ¿Por qué lo había hecho? Muy fácil: quería alegrarle el día al niño. Tenía clarísimo que algo tan simple como charlar un poco y dar unos cuantos pases de disco hacían feliz a cualquiera. No era mucho pedir, y él se alegraba de poder ofrecerlo. Además, el niño —Jacob—le había hecho pensar en él a su misma edad. Robusto pero tímido, temeroso de apropiarse de su propio espacio. Se preguntó si el padre del niño le estaría constantemente detrás para que ganase, ganase y ganase, tal y como había hecho su padre con él. Edward pensaba que la acción habría merecido la pena si aquella sesión privada con uno de sus héroes servía para incentivar la autoestima del chaval, aunque fuese sólo un poco, o para aligerar la posible presión de intentar ser siempre lo bastante bueno como para complacer a su padre.
Pero conseguir que aquel cumpleaños fuese un día inolvidable para el niño no era más que una justificación a medias, y lo sabía. La otra mitad de la justificación era que quería impresionar a Bella. Después, cuando ella le miró con aquellos grandes ojos Chocolates llenos de gratitud y de alguna cosa más que ni siquiera quiso tratar de averiguar, cayó en la cuenta de que había estado esperando aquella mirada y que, de hecho, era él quien acababa de provocarla. Una mirada que decía que ella sabía que dentro de él había algo más que una necesidad abrumadora de victoria y una negativa terca a cooperar con ella. Una mirada que decía...
Con una necesidad urgente de despejar esas ideas, se levantó de su asiento y fue a ver a sus chicos para asegurarse de que todos se sentían cómodos y que no tenían ideas raras abrumándoles la cabeza. Era algo que siempre solía hacer como parte de su trabajo de capitán, aunque la prensa bromeara sobre él al respecto y lo llamasen por ello «Papaíto», un mote que tenía completamente atragantado. De hecho, había varios del equipo que le superaban en edad y él tampoco es que fuese muy mayor. Mientras avanzaba por el pasillo del tren vio al Toro hablando por el teléfono móvil. Estaba echándole la bronca a alguien mientras iba vaciando un paquete de caramelos del tamaño de una bolsa de agua caliente. Unas filas más allá estaba Bella. Estaba leyéndoles la cartilla a dos de los novatos, Quil Ateara y Jared Pelletier, que habían sido lo bastante estúpidos como para dejarse fotografiar saliendo borrachos de uno de los bares de topless más conocidos del East Side.
—Y sucederá lo siguiente—vocifera Bella—Voy a redactar una nota de prensa diciendo que ambos sienten mucho haberse comportado de un modo tan poco profesional, y que nunca volverá a suceder. Porque no sucederá, ¿comprendido? Milenio no lo tolerará, y yo tampoco. Si quieren ser malos chicos, háganlo disfrazados. ¿Entendido?
Los dos jugadores asintieron.
—Bien. Una cosa más: si alguien de la prensa les pregunta sobre esto, tienen que responderles «Sin comentarios». Y punto. Nada de «Simplemente tratábamos de divertirnos», o «No hacíamos daño a nadie», o «La malvada responsable de relaciones públicas nos ha dicho que no podíamos hablar del tema». «Sin comentarios», y basta.
»Y finalmente, los dos asistiréis a un curso sobre las consecuencias del consumo de alcohol y drogas. Es lo que se conoce como rehabilitación de la imagen, y harán ver que les ha encantado, aunque sea su peor pesadilla. ¿Me he explicado con suficiente claridad?
Los jugadores asintieron de nuevo y se fueron. Impresionado, Edward la vio regresar también a su asiento junto al pasillo. Un segundo después se le acercó James Ivanov y se inclinó para decirle alguna cosa. A Edward no le gustaba escuchar a hurtadillas las conversaciones de los demás, pero le llamó la atención el tono de frustración que captó en la voz de Bella.
—James... ya te lo dije. No quiero salir contigo.
—Pero yo quiero.
Bella puso los ojos en blanco, contrariada.
—Muy bien, pero yo no quiero, ¿me entiendes? Eres un chico muy agradable, ¿de acuerdo? Pero no pienso salir contigo. Y cuanto antes te lo metas en la cabeza...
Sin prestar atención a sus palabras, James le tomo la mano y la posó sobre su bíceps.
— ¿Lo tocas? Duro como una roca, un hombre de verdad. ¿Cómo no puedes querer?—Bajó la voz y adquirió un tono seductor—Admítelo, lo quieres. Tú...
Bella le apartó la mano, azorada.
—Basta ya, James.
Allí estaba. Algo se agitaba en el interior de Edward, algo que no quería calificar pero que le resultaba imposible obviar. Con la tensión presente en todos y cada uno de los nervios de su cuerpo, se acercó a la pareja, sus ojos Verdes lanzando a su compañero de equipo una inequívoca mirada de atención. Si James pensaba que podía comportarse fuera del hielo de aquella manera—si pensaba que su capitán iba a tolerar que acosase a una mujer—entonces aquel fanfarrón que empezaba a llenar portadas vería la que le iba a caer encima. Cuanto más se acercaba, más parecía encogerse James, de modo que incluso antes de que le agarrara y le lanzará contra la fila de asientos del otro lado, Edward vio que James se había dado cuenta de que acababa de meter la pata hasta el fondo.
— ¿Qué parte de lo que ella te ha dicho «no» has comprendido bien?—rugió Edward.
—Lo siento—dijo James, su mirada empañándose de vergüenza al ver la rabia y la decepción de su líder.
—No me lo digas a mí, díselo a ella—Edward soltó a James y con un pequeño empujón le obligó a dirigirse a Bella.
—Bella—James tenía los ojos abiertos como platos, una mirada cándida—Siento haberte molestado. Te dejaré tranquila—Se volvió nervioso hacia Edward, como queriéndole decir: «¿Es suficiente con esto?». Edward le respondió con una sacudida de cabeza casi imperceptible y James se fue rápidamente hacia la parte trasera del vagón para escapar de las miradas vigilantes de sus compañeros de equipo y cicatrizar en privado las heridas de su humillación. Edward lo observó y después se volvió hacia Bella, que parecía algo conmocionada.
— ¿Te encuentras bien?
—Estoy bien—dijo Bella—Pero podría haberme apañado sola.
— ¿De verdad? ¿Y por qué no lo has hecho, entonces?
—Porque no me has dado la oportunidad—respondió cortante. El rubor que cubrió sus mejillas dejó embelesado a Edward, contra su voluntad. ¿Cuántas mujeres se ruborizaban de verdad hoy en día?
—James es inofensivo, lo sabes de sobras—estaba diciendo ella—En gran parte, el problema está en que no sabe cómo funcionan las cosas en este país, sobre todo las interacciones entre hombres y mujeres—Sus labios dibujaron una fina línea que pretendía mostrar su desaprobación—A lo mejor podrías enseñárselo.
— ¿Te estás burlando de mí, señorita Swan?
—Eso jamás, capitán Cullen. Simplemente aludo a un talento fuera de la pista que he oído decir que posees.
— ¿Y qué más has oído decir de mí?
—Mejor que no lo sepas.
Edward se echó a reír. Vio entonces la sonrisa en la mirada de ella y le respondió con la misma moneda. Le gustaba esa facilidad con la que ambos intercambiaban bromas durante esos escasos y excepcionales momentos en los que ella no estaba acosándolo. Le gustaba. Razón por la cual quiso aporrear a James, porque sólo de pensar en él acercándose a ella se le revolvían las tripas de tal modo que ni siquiera podía pensar correctamente. Dios. ¿Pero qué demonios le sucedía?
Retrocedió e hizo un gesto indicando los documentos que ella tenía en su regazo.
—Te dejo que sigas con esto—dijo con frialdad.
—De acuerdo—Aquella sequedad dejó a Bella aturdida—Supongo que deberías darle las gracias—dijo en voz baja—Resulta agradable saber que la caballerosidad no ha muerto.
Caballerosidad. Que utilizase aquel término le dejó muy satisfecho, le hinchó el corazón de orgullo. Pero, por otro lado, también le puso nervioso, ya que empezaron a despertar lentamente los sentimientos de antiguas experiencias románticas. No podía permitir que sucediese. No lo permitiría.
—A lo mejor podrías redactar una nota sobre el incidente para los tipos esos de Milenio y camuflarlo como un acto de servicio a la comunidad—fue la ocurrencia de él. Pero no supo muy bien si ella le había oído, pues lo dijo cuando estaba ya por el pasillo de regreso a su asiento, donde pensaba permanecer quieto durante el resto del trayecto.
(Espero les gusten los nuevos capitulos de nuevo me encantaria que comentaran si les gusta o por el contrario la odia .... XD y si me regalan un votico de confianza me alegraria mucho.... besos)
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