capitulo 35
(de nuevo viernes y aqui esta un capitulo para ustedes... chicas espero les guste este capitulo tiene mucha realidad xq esto lo viven muchos niños :( pero nuestro edward siempre ayudando un beso desde Venezuela)
La despertó un zumbido. Pensando que era el teléfono, alargó el brazo para responder. Edward murmuró que lo que sonaba era el timbre de la puerta y su cabeza confusa pudo entonces procesar que era necesario salir de la cama. Se acercó tambaleándose y con ojos legañosos al interfono y pulsó el botón para hablar.
—Dime, Billy.
—Perdón por molestarla tan temprano, señorita Swan, pero aquí hay un chiquillo que se llama Jacob y que dice ser su hermano.
Bella se despertó de repente.
—Oh, Dios mío, mándamelo para arriba.
Corrió a la habitación para coger el batín y miró de reojo el reloj de la mesita de noche. Las seis de la mañana del día de Año Nuevo y Jacob allí. Sintió un escalofrío mientras su cabeza repasaba todas las posibles razones de su aparición. «Dios, ayúdame por favor a mantener la calma—suplicó—Por favor».
Cerró sin hacer ruido la puerta del dormitorio, pues Edward parecía haberse quedado de nuevo dormido, y esperó a que sonara el timbre de la puerta. Cuando lo hizo, le temblaban las manos de tal manera que le costó incluso girar todos los cierres de seguridad y abrir la puerta. Y cuando finalmente consiguió abrirla se encontró con la descorazonadora imagen de su hermanito allí solo en el vestíbulo, su rostro bañado por las lágrimas.
—Lo siento—dijo con voz entrecortada—pero no se me ha ocurrido otro lugar donde ir.
—No seas tonto—Lo arrastró hacia dentro y lo abrazó con fuerza, sus lágrimas amenazándola también en el mismo instante en que Jacob empezó a sollozar contra su pecho.
— ¡Los odio!—sollozó— ¡Odio vivir allí!
—Tranquilo, no pasa nada, todo irá bien—Sin dejar de abrazarlo, cerró la puerta y pasó al salón. Tomaron asiento en el sofá. Le secó las lágrimas con la manga del batín—Cuéntame qué ha sucedido.
Jacob tenía hipo.
—Mamá y papá salieron por Nochevieja. Mamá estaba completamente borracha y cuando llegaron a casa empezaron a pelear. Rompieron platos, y de todo, y yo no podía dormir. Yo...
Dejó de hablar de repente. Bella siguió su mirada y se volvió para ver a Edward acercándose a ellos, vestido sólo con los vaqueros y desnudo de cintura para arriba. Tenía el pelo alborotado y era evidente que intentaba despertarse. Jacob querría saber qué hacía el capitán de los New York Blades saliendo del dormitorio de su hermana. Pero de ese tema ya se ocuparía más tarde.
—No pasa nada. Puedes hablar delante de Edward.
Dudoso, Jacob esperó a que Edward se instalara al otro lado de Bella para continuar.
—Mamá subió a mi habitación y se sentó en el extremo de mi cama y no callaba—Cogió aire para continuar—Dijo que nunca había querido a papá, y que de no haberse quedado embarazada de mí, lo habría dejado hace años y todas esas cosas—Sofocó un sollozo—Al final, se fue y yo bajé corriendo y le cogí dinero del bolso y cogí un taxi hasta la estación. Y aquí estoy.
—Oh, cariño—Se le veía tan pequeño allí sentado, un niño perdido y asustado—Lo siento mucho—Le apartó el pelo de los ojos— ¿Entonces no saben que estás aquí?
— ¡No, y no quiero que se lo digas!
—Tengo que hacerlo, cariño.
—Lo más seguro es que ni siquiera estén despiertos—bufó Jacob.
—Entonces, los despertaré. ¿Por qué no te sientas aquí con Edward mientras yo les llamo? Cuando esté, prepararé tortitas para desayunar, ¿les parece bien?
—Muy bien—dijo Jacob, sorbiendo por la nariz.
Bella se fue dejando a Edward a solas con su hermano. Edward se inclinó hacia él con una expresión inequívoca de compasión.
— ¿Estás mejor?
Jacob asintió con la cabeza de forma casi imperceptible.
— ¿Quieres beber alguna cosa? ¿Un vaso de agua? ¿Un poco de zumo?
—No, gracias—dijo Jacob con una vocecita.
— ¿Sabes? En mi familia pasaba una cosa parecida.
Jacob le miró receloso.
— ¿Qué cosa?
—Mi viejo solía emborracharse y destrozaba la casa.
En el rostro de Jacob se dibujó una mirada a medio camino entre la incredulidad y el alivio.
— ¿De verdad?
—Sí. Era el ritual de los viernes por la noche: salía del trabajo, entraba en el bar con sus amigotes, luego llegaba a casa con una cogorza de órdago. Y entonces nos tenía a mi madre y a mí toda la noche en vela diciendo que nadie le quería ni le tenía en cuenta para nada, que su vida era una mierda por culpa de nosotros...—Edward sacudió la cabeza—Estoy seguro de que piensas que todo es culpa tuya, ¿verdad?
Jacob se miraba los pies.
—Estoy seguro de que piensas que es por algo que tú haces, que si tuvieses unas notas estupendas en el colegio, o si te partieses el culo en la pista de hielo, entonces tus padres te querrían y las cosas cambiarían. Eso es lo que yo pensaba. Y es por eso que me convertí en un jugador de hockey tan bueno. Para satisfacer a mi viejo. El quería haber jugado, pero no pudo, así que pensé que yo lo haría por él. Pensaba que mi padre se sentiría feliz si yo era un gran jugador de hockey sobre hielo. Que así dejaría de pegar a mi madre y de emborracharse. Pero, ¿sabes qué? No fue así. Porque todo aquello, en realidad, no tenía nada que ver conmigo, y no era por mi culpa, igual que la situación que viven tus padres no es por tu culpa.
Jacob volvió a mirarlo de reojo, tímido.
—Y ¿cómo...te lo hiciste?
—Dormía muchas veces en casa de amigos, ésa era una de las cosas que hacía. Y cuando fui lo bastante mayor como para largarme de una vez por todas de allí, lo hice—Hizo una pausa—Cuando necesitaba desahogarme, hablaba con gente, igual que estamos haciendo tú y yo ahora.
— ¿Y sigue bebiendo tu padre?—preguntó Jacob.
Edward se encogió de hombros.
—No lo sé. Llevo años sin hablar con él. ¿Sabes qué? Cada vez que te apetezca hablar sobre el tema, llámame, ¿de acuerdo? Te daré el número de casa y el de mi móvil.
Jacob tenía los ojos abiertos de par en par.
— ¿Lo harías de verdad?
— ¿Para ayudar a un camarada de armas? Por supuesto. Pero que quede entre nosotros, ¿de acuerdo? No quiero que tu hermana se entere de lo sentimental que soy.
—No diré nada, te lo juro—Miró entonces a Edward con curiosidad—¿Están enamorados Bella y tú?
«Oh, mierda», pensó Edward. ¿Qué demonios se suponía que tenía que decir? Si le decía al niño que lo único que amaba era el hockey, estaría enviando un mensaje erróneo en cuanto al sexo y el compromiso. Por otro lado, si mentía y le decía que sí, sólo Dios sabía lo que podría llegar a suceder después. Se decidió por una respuesta vaga.
—Somos muy buenos amigos—y, levantándose del sofá, inclinó la cabeza en dirección a la cocina.
— ¿Tienes hambre?
—Sí—dijo Jacob.
—Yo también. ¿Qué te parece si ayudamos a tu hermana a preparar esas tortitas?
Al ver que Jacob le seguía obedientemente sin formular más preguntas personales, Edward tuvo la sensación de haber esquivado la mayor bala que le habían disparado en la vida.
|