Capitulo 22
( en especial este capitulo me mata... no puedo creer lo que llegan hacer algunos hombres, y menos los que tienen poder lean y comente creo que mas de una estara enojada)
—Hola, Jasper— Edward se volvió sin alterarse para saludar a su amigo, que estaba en el umbral de la puerta que daba acceso a la sala— ¿Qué hay?
Bella se alarmó al ver que Jasper parecía confuso.
—El entrenador quería saber si podemos quedarnos los dos un rato y repasar con él el vídeo del partido de anoche. ¿Tienes tiempo?
—Por supuesto.
Fue la señal que Bella entendió como una invitación para abandonar el lugar. Se levantó y recogió todos sus papeles con estudiada escenografía.
—Espero que cambies de idea—le dijo a Edward, esperando que su tono de voz fuera de frialdad.
—No apostaría por ello—le dijo Edward en plan combativo, antes de que ella marchase.
—Adiós, Jasper—le dijo Bella, sonriente, al pasar por su lado.
Jasper se despidió de ella amigablemente.
—Adiós, Bella.
Edward observó cómo su mejor amigo esperaba expresamente a que Bella se hubiese ido antes de sentarse a su lado en el sofá. «Apunten, fuego—pensó Edward—Blanco».
Esforzándose para reprimir una sonrisa, le dijo Jasper:
— ¿Qué tal va todo, colega?
—Estupendamente, ¿y tú?
—Muy bien, muy bien—El rostro de Jasper mostraba curiosidad—Oye, ¿qué sucede entre Bella y tú?
—Nada— Edward se esforzó por mantener su cara de póquer— ¿Por qué?
—Venga, tío, no me vengas con pamplinas. Te conozco desde hace demasiado tiempo y las vibraciones que he notado al entrar eran muy extrañas—Cogió el documento y lo examinó con atención— ¿Estáis saliendo?
—En cierto sentido.
Jasper bajó lentamente el documento.
— ¿Y esto qué quiere decir?—Pero antes de que Edward le diese una respuesta, Jasper apuntó la suya—Por Dios. No me digas que te dedicas a jugar con ella.
Edward le miró, ofendido.
—No «juego» con ella—Miró de nuevo a su alrededor, aun cuando allí no había nadie, excepto ellos dos—Salimos informalmente, ¿de acuerdo? Y esto que quede entre tú y yo, y estas paredes.
— ¿Salís informalmente?—Jasper se mostró preocupado—¿Y esto qué quiere decir? ¿Qué te la follas, sin ningún tipo de compromiso?
Edward no creía lo que estaba oyendo.
—Me tienes por un cabrón, ¿verdad?
—En absoluto—insistió Jasper—Simplemente sé dónde tienes la cabeza en estos momentos por lo que a las mujeres se refiere.
—Sí, en el mismo lugar donde está la cabeza de Bella en lo que a los hombres se refiere. Ella también quiere que sea una relación informal.
Jasper le miró con expresión dubitativa.
— ¿Te lo ha dicho ella?
—No, me lo invento sí te parece. Sí, me lo ha dicho—Alargó el brazo para coger el zumo y terminarlo— ¿Por qué te preocupas tanto por esto sin que haya necesidad?
—Porque no se trata de una chica guapa y tonta que puedas echarle unos cuantos polvos y despacharla luego. Se trata de una mujer inteligente, interesante y agradable.
—Todo eso ya lo sé—fue la airada respuesta de Edward.
¿Por qué demonios estaba Jasper echándole aquel sermón?
—Lo único que quiero que sepas es que si le haces daño a esta mujer inteligente, interesante y agradable, estarás acabado, colega.
—Caramba— ¿Qué era aquello? ¿Su propio amigo se dedicaba a amenazarlo?— ¿Qué demonios sucede, Jasper? ¿Te importaría ponerme al corriente?
—Me gusta Bella. Nos gusta tanto a Alice como a mí. Aquella noche en el bar, nos dimos cuenta de que sucedía algo entre ustedes dos, o estaba a punto de suceder.
— ¿Y?
—Si no estuvieras concentrándote en ganar de nuevo la Copa, te darías cuenta de que es una mujer que podría hacerte...
—Vale ya. Para. Tiempo. No vamos por este camino. Quiero que sea un asunto informal. Bella quiere que sea informal. Y fin de la historia. No quiero oír más.
Jasper se incorporó.
— ¿Porque es verdad?
—Porque no tiene nada que ver contigo—Notaba la tensión acumulándose en los hombros y se levantó también, con una mueca—Venga, mejor que vayamos al despacho del entrenador, que a estas alturas estará ya echando humo.
—Te lo he dicho en serio—reiteró Jasper mientras salían del salón de jugadores—Hazle daño a esta mujer, y estás muerto.
—Entendido—soltó Edward. No le gustaba que le dijeran lo que tenía que hacer. Y odiaba incluso más que le dijeran lo que no tenía que hacer, sobre todo cuando se lo decía alguien tan cercano a él. Pero había captado el mensaje, alto y claro. Si le prestaba o no le prestaba atención, sin embargo, dependía por completo de Bella.
—Quédate.
—No puedo. Le prometí a Victoria que estaría esta noche en casa para que me explicase todos los detalles de su cita con James.
—Puedes oírlos mañana. Quédate.
Bella suspiró y cerró los ojos. La idea era tentadora. Acurrucada debajo de un grueso edredón de plumón, con el cuerpo de Edward abrazándola posesivamente, lo último en el mundo que le apetecía era salir de su cama de matrimonio, adentrarse en la noche polar y coger un taxi para regresar sola a casa. Eran poco más de la una de la madrugada. Victoria no debía ni haber llegado a casa. La verdad era que podía dejarle un mensaje en el contestador y jurarle y perjurarle que estaría de vuelta a primera hora de la mañana, ¿no? Victoria lo comprendería.
Su mano asomó por debajo de la colcha para alcanzar el teléfono, pero la retiró rápidamente. No, Victoria no lo comprendería. Era siciliana, y siempre decía que cuando se le prometía alguna cosa a un siciliano, más valía cumplir la promesa. Victoria agarraría un súper cabreo si no estaba en casa esperándola, o si se quedaba con Edward. Tocaba volver a casa.
Se acurrucó junto a Edward. Cinco minutos más abrazados y luego se levantaría. Sólo cinco minutos más. Edward respiraba de forma relajada y la sensación de sus brazos rodeándola parecía lo más natural del mundo. Y el sexo que había precedido la escena... madre de Dios. Dicen que la perfección llega con la práctica. No quería ni pensar con cuántas mujeres habría «practicado» Edward antes que con ella, pero se alegraba de ser la actual beneficiaría de tanta práctica. Aquel hombre sabía cómo satisfacer a una mujer, conocía las delicias de unos juegos preliminares largos, lentos, hasta llevarla al borde del abismo, y sabía cómo continuarlos con una deslumbrante exhibición de creación del clímax que la dejaba con la sensación de prácticamente perder la conciencia. Lo irónico era que había pensado que en la cama sería horroroso: rápido, egoísta e ignorante, como supuestamente eran muchos hombres, y muchos deportistas, y que el incidente deliciosamente frenético de la cocina había sido una aberración. Pero no era nada de eso.
Levantó perezosamente la cabeza y miró en dirección a la puerta abierta del dormitorio. Vio la estela de prendas que, con su impaciencia por estar juntos, habían dejado en su serpenteante camino desde el recibidor hasta el borde de la cama. Bella se alegraba de haber decidido finalmente acompañarlo a su casa. Al principio no pensaba hacerlo; los Blades habían sufrido una severa derrota en su pista, y el apasionado análisis del partido que había realizado Edward se había oído sin problemas desde el exterior de la puerta cerrada del vestuario. Y no había sido agradable. No estaba muy segura de que su humor de perros cambiara después de salir de los Met Gar.
No sólo eso, sino que la logística de película de espionaje necesaria para llegar a su casa había resultado muy poco agradable. Primero, Edward se había inventado una excusa para no ir al Chapter House con sus compañeros de equipo, una costumbre que seguían siempre después de una derrota. Luego, todo el tema del transporte: para no levantar sospechas, habían utilizado dos taxis y el de Bella había llegado a destino diez minutos antes que el de Edward. El portero del edificio, que parecía un perro guardián, no la había dejado esperarle en el lujoso vestíbulo, de modo que se había visto obligada a esperarle en la acera y a pasear arriba y abajo para que no se le helaran los pies. Cuando llegó el taxi de Edward, estaba malhumorada y segura de haber perdido la nariz por congelación.
A Dios gracias, Edward tenía coñac en casa para calentarla, pero poco más. El apartamento le hizo pensar enseguida en una celda monacal con alta tecnología. Era sobrio, pero moderno, con una pantalla de televisión gigantesca dominando una pared, y un equipo de música de tecnología punta empotrado en un mueble de madera de color negro reclamando el dominio de otra. No había ningún toque personal: ni fotografías de amigos o familiares, ni vitrina con trofeos, ni anillos de la Stanley Cup que poder admirar. Era un lugar impersonal. Necesitaba un toque humano...el toque de una mujer, aunque en el mismo instante en que se le pasó la idea por la cabeza, Bella supo que jamás se le ocurriría mencionarla en voz alta. Cuando le preguntó sobre la austeridad del lugar y su falta de calidez, Edward se limitó a encogerse de hombros.
—Supongo que en realidad no lo considero como un «hogar», sino más bien como un lugar donde dormir o descansar antes de los partidos—admitió.
Y dónde estaba su hogar, le preguntó.
—En el hielo.
Tenía que habérselo imaginado.
Sus cinco minutos se habían agotado. Le dio unos besitos tiernos en la clavícula y se desanudó de él con delicadeza.
—Tengo que irme, de verdad.
Iba a besarla, pero Bella se sentó en la cama.
—Tengo que irme, Edward—repitió, pese a ser lo último en el mundo que le apetecía hacer—De verdad.
Edward suspiró, resignado.
— ¿Te llamo un taxi?
Bella le sonrió agradecida.
—Estaría muy bien.
Edward se inclinó hacia delante y le pellizcó juguetonamente la cadera por el lado en el que estaba sentada al borde de la cama.
— ¿Te gustaría tener un compañero de juegos en la ducha?
A Bella empezó a hervirle de nuevo la sangre sólo de imaginárselo.
—Me gustaría, pero mejor que no, o nunca saldré de aquí.
—Esa es la idea.
—Eres un hombre malvado, capitán Cullen—Miró de reojo las prendas esparcidas más allá de la puerta—¿Podrías hacerme un favor? ¿Podrías reunir toda mi ropa mientras estoy en el baño y ponerla sobre la cama?
—Tus deseos son órdenes.
—Mmm—ronroneó Bella—Lo tendré en cuenta para la próxima vez.
La próxima vez. Acurrucada en el asiento trasero de un Lincoln Town Car, y mientras avanzaban por unas calles casi en completo silencio, Bella pensaba con calidez y confianza en la próxima ocasión en que ella y Edward volverían a estar juntos. Se había comportado como un perfecto caballero, la había acompañado hasta abajo para recibir el taxi, había dado instrucciones al taxista sobre la dirección y había pagado el trayecto por anticipado, antes de rozarle los labios con ternura a modo de despedida. No se había esperado nada de todo aquello, y todo aquello le había encantado. Pero al salir juntos del edificio a la calle, la paranoia se había apoderado de ella; al fin y al cabo, nunca se sabe quién puede rondar por ahí, sobre todo en pleno centro de la ciudad, donde Edward—una locura, en opinión de Bella—había decidido vivir. Pero el hecho de ser tan tarde había jugado a su favor y nadie, al parecer, se había percatado de su presencia. La verdad es que tenía que tener en cuenta que estaban en Nueva York donde nueve de cada diez veces, nadie se percata de la presencia de nadie.
Contemplaba el ajetreo del mundo al otro lado de la ventanilla, la clientela de los bares y los clubes nocturnos desperdigados por las anchas aceras, riendo y charlando. Y entonces cayó en ello: ese calor que empezaba a arder en lo más profundo de su ser era felicidad. Se repitió la palabra para sus adentros: felicidad. La sensación la sorprendió de entrada. Y cuanto más pensaba en ella, más miedo le daba. Significaba un nivel de sentimientos que no concordaba con el concepto de «informal». Informal significaba divertido, significaba frívolo, significaba despreocupado. Relajado. Bueno, la verdad es que su cuerpo estaba relajado, pero su cabeza no, y tampoco su corazón. Aquella cosa, aquella pequeña semilla de felicidad que empezaba a echar raíces, era indomable, como si tuviese vida propia. Una cosa era sentirse feliz por la calidad del sexo, y otra muy distinta sentirse feliz por quién era la pareja en el sexo. «Atracción, no emoción. Ésa es la clave. Atracción no emoción, atracción no emoción, atracción no emoción... ».
El coche se detuvo delante de su edificio. Bella entró y se detuvo a charlar un momento con el portero de noche, que simulaba estar mirando las cámaras de vídeo distribuidas por el edificio, pero que en realidad estaba concentrado en un pequeño televisor que tenía sintonizado en un canal de tele tienda.
Mientras subía en el ascensor, la sensación de curiosidad de Bella aumentó. Se preguntaba cómo le habría ido a Victoria su salida nocturna con James, el Chico Maravillas. Todo había empezado en el vestuario, cuando ella los había presentado de nuevo, y cuando los Blades salieron a la pista, ellos ya habían hecho planes para ir a cenar a un pequeño restaurante ucraniano que James frecuentaba. Bella esperaba que, después de la lata que Victoria le había dado, todo hubiese salido bien.
Abrió la puerta del apartamento y entró. El salón estaba oscuro. ¿Se habría acostado ya Victoria? Dejó de caminar, y fue entonces cuando escuchó un sonido de llanto en dirección al sofá.
— ¿Victoria?
Los llantos pararon, pero la estancia siguió a oscuras. Alarmada, Bella palpó la pared en busca del interruptor de la luz y lo encendió. El salón se llenó de luz y pudo ver a Victoria sentada en el sofá, vestida con su albornoz y con los brazos cruzados con fuerza sobre la cintura, como si con ello quisiese contener su vientre para que no saliese disparado hacia el exterior. Tenía los ojos hinchados de llorar, el maquillaje corrido y la mejilla izquierda inflamada.
—Oh, Dios mío—Bella corrió a su lado—¿Qué ha pasado?
Victoria murmuró incoherencias y negó con la cabeza.
—Vicky, dime algo. Victoria.
Seguía sin decir nada. Sin saber muy bien qué hacer, Bella la rodeó con el brazo y acarició el cabello de su amiga. Victoria se puso rígida en cuanto la tocó. Cada vez más aterrorizada, Bella apartó las manos pero permaneció sentada a su lado.
—Vicky, por favor, cuéntame qué ha pasado. Sea lo que sea, yo puedo ayudarte. Por favor.
Victoria giró lentamente la cabeza. Bella notó que el corazón le subía a la garganta al ver la angustia en los ojos de su amiga, el dolor tan intenso que reflejaban. Esperó mientras Victoria seguía mirándola. Entonces, sin decir palabra, se acurrucó y apoyó la cabeza en el regazo de Bella. Ni se movió. Ni habló. Pasaron los minutos, Bella sentada literalmente sin poder hacer nada después del anterior rechazo de Victoria, sintiéndose inútil. Cuando Victoria habló por fin, lo hizo para pronunciar una única frase, pronunciada en un tono de voz tan carente de vida que Bella sintió escalofríos.
—James ha intentado violarme.
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