Capitulo 6
Cuando Bella llegó a casa eran ya casi las siete. Abrió la puerta de su apartamento y se vio atacada por una explosión de aire acondicionado gélido, la prueba segura de que su compañera de piso, Victoria, había regresado de la sesión de búsqueda de localizaciones exteriores en la que había estado trabajando. Cerró la puerta a sus espaldas y la oyó cantando en la ducha. Asomó la cabeza en el baño y exclamó en broma:
— ¡Ya estoy en casa, cariño!
— ¡Salgo en un minuto! —gorjeó Victoria como respuesta, elevando la voz por encima de la cascada de agua. Bella sabía que en el horario de Victoria, «un minuto» significaba como mínimo diez minutos de tiempo real, de modo que se dirigió al salón, se despojó de su americana azul marino y la dejó caer sobre el respaldo del sofá antes de ir hacia la cocina en busca de una botella de vino.
Ella y Victoria llevaban casi cuatro años como compañeras de piso y habían sido compañeras de trabajo durante dos, cuando ambas trabajaban para Libre y salvaje. Las dos ganaban más que suficiente para alquilar un apartamento por su propia cuenta, pero ni la una ni la otra quería hacerlo. ¿Por qué vivir sola cuando puedes vivir con una amiga? Además, ninguna de las dos quería abandonar aquel apartamento.
Se trataba de un apartamento de tamaño mediano y dos dormitorios situado en la confluencia de la Primera Avenida con la Cincuenta y Nueve, con techos altos, suelos de parqué y una cocina enorme, algo que Bella consideraba un detalle importante, pues le encantaba cocinar...aunque no estuviera mucho en casa para cultivar sus talentos culinarios. En el salón, situado a un nivel más bajo, había una chimenea enorme de mármol italiano, y una pared de ventanales desde el que se veía el puente de la calle Cincuenta y Nueve, un lugar estupendo para ver la maratón de Nueva York, que Victoria corría cada año.
La habitación favorita de Bella era su dormitorio. Hay que decir que era el más pequeño de los dos, con apenas espacio suficiente para su amada cama con cabezal y pies de madera de ébano, pero estaba encantada de sacrificar el espacio por las puertaventanas que se abrían a una diminuta terraza donde tenía pulcras hileras de macetas de terracota llenas de plantas aromáticas. Melisa, lavanda, albahaca, tomillo, cilantro, orégano, salvia, hinojo...Cuando Bella se sentía estresada, cogía algunas hojas, las machacaba entre los dedos y se las llevaba a la nariz, inspirando hondo. Era una técnica de relajación que su padre le había enseñado, y siempre le funcionaba.
—Hola.
Bella acababa de servirse el contenido de la botella en una copa de vino y se dirigía al salón cuando Victoria salió corriendo del baño en albornoz y con una toalla envuelta en la cabeza como un turbante, lo que le daba cierto aire de exótica princesa italiana.
— ¿Qué tal por Key West(es el nombre de un hotel)? —preguntó Bella, quitándose sus Zapatillas de una patada.
—Calor. Deberían matar a quien quiera que tuviera la brillante idea de hacer una sesión de búsqueda de localizaciones en Key West a primeros de septiembre—Victoria lanzó un profundo suspiro y se derrumbó en el sofá al lado de Bella—Eso de que no estuvieras allí fue un rollo. Pero basta de hablar de mí. Ahora quiero oírlo todo sobre estos machos gigantescos sobre patines con los que te pagan por estar.
— ¿Qué quieres saber?
— ¿Cuántos hay solteros?
—Victoria—le dijo Bella con reprobación. Sabía que llegaría. En el mismo instante en que Bella le explicó a su amiga que había aceptado el puesto, Victoria se le había echado encima para conocer los detalles sobre los chicos que estuvieran disponibles.
—¿Y bien?—insistió Victoria—¿Alguna posibilidad?
—Todavía no lo sé—le dijo Bella, andándose con rodeos, aunque era verdad—Deja que los conozca mejor y te diré alguna cosa.
—El capitán está muy bueno—comentó Victoria en voz alta. Deshizo el turbante de toalla y empezó a frotar con fuerza su melena roja ondulada—¿Cómo se llama? ¿Edwin Cullen?
—Edward Cullen—la corrigió Bella. Se quedó tensa— ¿Crees que está bueno?
— ¿Por qué? ¿Tú no?
—La verdad es que no me he dado cuenta.
—Entonces abre los ojos, chica; está buenísimo.
—Me imagino—respondió Bella distraídamente. Por supuesto que se había dado cuenta, pero había estado intentando no pensar en ello. Para empezar, no era de su estilo. A ella le gustaban los hombres un poco más cerebrales. Además, sabía que con él no tenía la mínima oportunidad. Ni medía un metro ochenta, ni había aparecido nunca en la portada de una revista, ni subsistía a base de aire y agua, y sus tetas—si es que las tenía—eran completamente suyas. Edward Cullen no la miraría ni en un millón de años.
Victoria, mientras, se había quedado con una mirada soñadora perdida en la nada.
— ¿Y qué me dices del ruso ese nuevo?
—¿James Ivanov? Lo he conocido hoy.
— ¿Y...?
—Y es muy joven y apenas habla inglés.
— ¿Y qué? Es guapísimo.
Bella miró a Victoria con malicia.
— ¿Cómo lo sabes?
Victoria se levantó, sintiéndose insultada.
—Resulta que no vivo bajo tierra, ¿sabes? Hoy aparecía en el Sentinel un artículo muy largo hablando de él. Le llamaban «el expreso siberiano»—La mirada perdida volvió a sus ojos—Seguro que su acento le hace parecer uno de esos espías sexy que aparecían en las antiguas películas de James Bond.
—De hecho, recuerda más a Boris Badenov.
—Eres un demonio, ¿lo sabías?—La mirada ensoñadora dio paso a una leve desesperación— ¡Ayúdame, Bella! Hace tres meses que no salgo con nadie.
—Eso no es cierto. Cenaste hace nada con ese productor de «Good Morning America».
—Ése no cuenta. Lo único que hizo fue hablar sobre cómo su ex novia lo dejó por otra mujer. Acabada la cena, incluso yo estaba dispuesta a convertirme en lesbiana, ¿entendido? Fue una pesadilla. Mira, estoy cansada de pasarme las noches de los sábados sola, enroscada en el sofá y mirando el canal de las películas. O de hacer de vela cuando están Benjamín y tu.
Bella dio un brinco en el sofá.
—¡Benjamín! Mierda, hoy tenía que llamarlo a la hora de comer.
—Tranquila, seguramente no estaba ni en casa—murmuró Victoria, examinándose las uñas—Seguramente estaría recitándole sus poesías malas a algún pobre pringado que no tuvo forma de huir de él.
A Bella no le hizo gracia.
— ¿Has terminado ya?
—No. ¿Por qué no lo despachas, Bella? Sabes que quieres hacerlo. ¡Es un gorrón pretencioso! ¡Podrías estar con alguien mucho mejor que un tipo que fuma apestosos cigarrillos franceses y que piensa que eso le da derecho a aplicar una pronunciación francesa a su nombre! ¡Llámame Benjamín! ¡Malikgg favor!
— ¿Pero por qué piensas eso? —Bella se mantenía impasible.
— ¡Ese tipo se instaló aquí seis semanas mientras no encontró apartamento y jamás se ofreció a pagar por nada!—Mina estaba furiosa— ¡No sólo eso, sino que tuvo el coraje de decir que la única mujer italiana del mundo merecedora de adoración es Beril! ¿Se supone que con eso pretendía granjearse mi cariño?
—Podría haber sido peor. Podría haber dicho Madonna. Lo dijo en plan poético.
—Lo dijo en plan imbécil.
—Afloja un poco con él, Victoria. Lo pasó mal. Su padre abandonó la familia cuando él tenía diez años y su madre no está muy cuerda, ¿me entiendes?
—Estoy de acuerdo en eso, es muy triste—admitió Victoria—Pero sigo pensando que podrías encontrar algo mejor.
Bella puso los ojos en blanco. Era una conversación que habían mantenido ya muchas veces. Pero Victoria no lo entendía. Bella no quería nada mejor que Benjamín, al menos por ahora. Después de tres años, «la relación» era cómoda e informal, algo que ambos podían mantener en funcionamiento poniendo el piloto automático. Aquello no llegaría a ninguna parte, y así era cómo ambos querían que siguiese. Y eso era lo que Victoria no comprendía. Para ella, todos los chicos eran potencialmente «él», un concepto que Bella se negaba a comprar.
—No te preocupes por mí. Cuando llegue el momento, despacharé a Benjamín y me arrojaré en brazos de mi amor verdadero.
Victoria puso mala cara.
—No es necesario que seas tan sarcástica.
— ¡No lo soy! Lo sabré cuando llegue el momento. Pero por ahora, esto con Benjamín ya me va bien.
—Lo que tú digas—Cogió de nuevo la copa de Bella—Ahora explícame tu primer día de trabajo.
Le explicó a Victoria lo que había sucedido en el vestuario con Edward.
—Me parece que es un puesto hecho a tu medida, cariño.
—Oh, sí—Bella estaba francamente de acuerdo—El no se ha dado cuenta aún de con quién está tratando.
—La piraña de las relaciones públicas.
—Exactamente—Apuró la copa y se levantó—Mañana intentaré utilizar la dulzura y la suavidad para enseñarle quién lleva los pantalones.
—O para quitárselos, si se da el caso.
Se echaron las dos a reír.
—Toma nota de mis palabras—dijo Bella por encima del hombro mientras se acercaba a la cocina para llenar de nuevo su copa—Para cuando haya terminado la temporada, el capitán estará considerado como uno de los ciudadanos más bondadosos, involucrados y respetables del planeta.
(espero les guste tratare de actualizar diario si la universidad me permite si no no se preocupen los viernes seguro subo un capitulo o los sabados, saludos espero les gusten los capi..... besos)
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