(hola chicas no subi un capitulo antes porque hubo un corto en mi casita... gracias a dios todo vivio pero el susto de muerte que me lleve, ademas de los parciales que no me abandonan... aunque me quedan dos por este año nada mas :) espero les guste el capitulo aqui se los dejo)
Edward no era muy de sorpresas. De modo que cuando el portero de fin de semana le llamó para avisarle de que Bella estaba abajo, se sintió contrariado. ¿Qué hacía presentándose en su casa sin previo aviso? Al día siguiente tenía partido, un partido importante.
Resignado a aquella intrusión, le dijo al portero que la dejara subir. Repasó rápidamente el salón. No estaba arreglado, pero tampoco estaba hecho un desastre. Sue estaba de baja con gripe desde el jueves y en lugar de buscar una sustituía, había decidido pasar sin ayuda. Había periódicos amontonados, prendas que se había ido quitando sobre el respaldo del sofá y la mesa llena de tazas de café a medias. Nada importante. Tampoco es que Bella fuera precisamente el colmo del orden.
Sonó el timbre y le abrió la puerta. Enseguida se dio cuenta de que algo iba mal. Tenía los ojos hinchados de llorar. La hizo pasar, preocupado.
— ¿Qué sucede?
A Bella empezó a temblarle el labio inferior.
—Jason—consiguió articular antes de que las lágrimas se apoderaran de ella—Ha sufrido un infarto. Está en el hospital.
—Oh, cariño—La tomó entre sus brazos—Lo siento mucho.
Bella murmuró alguna cosa, que él no consiguió entender porque hablaba con la boca pegada a su pecho. Ella le abrazó con más fuerza, como si temiera que se le escapase. Y él la abrazó más también, para consolarla.
—Desahógate, cariño—dijo, tranquilizándola y acariciándole el pelo—No pasa nada.
Siguió su consejo y se desahogó, los sollozos sacudiendo su cuerpo menudo. Se sentía adulado por el hecho de que hubiese acudido a él, pero también como un pazguato, allí abrazándola tan sólo, con la mente totalmente en blanco y sin saber qué decir para consolarla. A lo mejor bastaba de momento con abrazarla. Si a Bela le apetecía hablar, ya lo haría.
Pensó en la última vez que había visto a Jason, después del terrible encuentro del viernes por la noche contra el Tampa Bay. Jason había respetado su deseo de tratar sólo con los periodistas especializados y había prohibido la entrada al vestuario a cualquier otra persona mientras los jugadores se duchaban y cambiaban. Era algo que valoraba, igual que valoraba su talento para emparejar cada jugador con el entrevistador o fotógrafo que más le encajaba. Ninguno de sus chicos había regresado quejándose de una sesión fotográfica o de un acto organizado por él. Y lo mismo podía decirse de Bella. Al principio, cuando era nueva, se había mostrado un poco insegura, pero ahora era tan buena como su jefe. Excepto cuando el asunto tenía que ver con él, naturalmente. A él seguía acosándolo. Seguramente para que Jason no tuviera que hacerlo.
Decidió que en cuanto Bella se hubiera marchado, llamaría a alguno de los chicos y organizaría una visita a Jason al día siguiente antes del partido. Eso le animaría. No le sorprendía que el Toro hubiese acabado cayendo, y a los chicos tampoco les tomaría por sorpresa. Se sentía culpable al pensar en las muchas veces en que todos se habían metido con él y se habían reído de él a sus espaldas. Para un puñado de deportistas en una forma física excelente, el aspecto físico de Jason, sus hábitos alimenticios y su temerario desprecio hacia el deporte, resultaba horripilante. Incluso ahora, sólo de pensarlo, Edward se sentía incómodo. ¿Cómo era posible descuidarse de esa manera, poner en riesgo la propia salud? No lo entendía. Pero aun así, jamás en su vida le habría deseado que sufriese un infarto. Era una mala noticia, sin la menor duda.
Bella se separó con delicadeza de su abrazo. Parecía más tranquila.
—Lo siento—se disculpó, sorbiendo por la nariz—Estaba en el hospital, y cuando salí sólo me apetecía verte a ti.
—No pasa nada—Le secó con la mano las lágrimas que rodaban por sus mejillas— ¿Te apetece pasar un momento?
—Claro.
Edward la notó algo molesta mientras la acompañaba hasta el sofá. ¿Le sabría mal que sólo le hubiera dicho que pasase un momento? Esperaba que no. Porque por mucho que deseara consolarla, no pensaba permitir de ningún modo que aquella visita inesperada se le fuera de la mano. Él era de los de la vieja escuela: el sexo antes de un encuentro debilita la concentración y la vitalidad del jugador. Tal vez los hubiera capaces de manejar dos acontecimientos deportivos seguidos, pero él no era de ésos. Sobre todo después de su conversación con Billy. Le cogió el abrigo y lo depositó sobre una silla, antes de dejarse caer en el sofá junto a ella.
Bella miró a su alrededor, sin dejar aún de sorber por la nariz.
— ¿Dónde está Sue?
—Ha estado enferma.
—Ya se nota—Cogió una de las tazas de café que había sobre la mesa y miró en su interior. Volvió a dejarla sobre la mesa, con cara de asco— ¿Por qué no me dejas que te las lave?
—No, gracias.
—Pero...
—No.
Lo último que quería en el mundo era que le lavara los platos. Era algo demasiado íntimo, demasiado doméstico. Simbólicamente, significaba muchas cosas. Si le permitía que le lavase los platos, lo próximo que le pediría sería hacerle la colada, y antes de que se diese cuenta, se encontraría casado, con tres niños y con una casa en Westchester. No, nada de lavar los platos, ni ahora, ni nunca.
—Estás molesto porque me he presentado sin avisar, ¿verdad?—Intentó leerle la cara, ella también con una expresión algo dolida.
—No estoy molesto —insistió Edward con cautela.
—Estás enfadado.
Decidió ser sincero con ella.
—Sí, lo estoy. Pero teniendo en cuenta las circunstancias, lo comprendo.
Bella empezó a notar de nuevo lágrimas en los ojos.
—Está muy mal—susurró—Está en estado crítico.
«Oh, no, por favor, no vuelvas a llorar—suplicó Edward en silencio—Por Dios». ¿Cómo podía ser un cabrón tan egoísta? Ella estaba en plena crisis y lo único que se le ocurría a él pensar era en lo incómoda que le resultaba aquella situación.
Avergonzado, se acercó a ella y la rodeó con el brazo para consolarla.
— ¿Qué han dicho?—le dijo, sonsacándola.
—Que están intentando impedir un nuevo infarto.
Edward sacudió la cabeza.
—Pobre Toro. Aunque, la verdad, es que no me ha pillado por sorpresa.
—Tampoco a mí.
— ¿Cómo afectará todo esto a tu trabajo?
—Oh, lo del trabajo será estupendo—dijo con amargura—Voy a tener que postrarme respetuosamente ante Mike hasta que Jason regrese.
—Creía que ahora estabas por encima de Mike.
—Técnicamente sí, pero él tiene la veteranía que supone llevar más tiempo allí.
—No te preocupes, Jason regresará pronto—La atrajo hacia él y le besó la cabeza, disfrutando del aroma de su cabello. Le recordaba el de las manzanas, vivificante y fresco. Puro. Volvió a oler, y se obligó a parar, sabiendo que si seguía un par de segundos más, acabaría queriendo más. Bella lo intuyó; se volvió para darle un beso en la cara.
Edward cerró los ojos.
—No.
— ¿Por qué no?—bromeó ella, pasándole los dedos entre el pelo—Sabes que también me deseas.
«Sí, te deseo aquí mismo en el sofá, y luego te deseo en la alfombra, y...».
— ¿Edward...?—Su voz fue un susurro de coquetería.
—No puedo—Abrió los ojos y, con toda la educación de la que fue capaz, se apartó de ella—No me tortures, Bella.
—Sólo es tortura por culpa de esa estúpida regla tuya que prohíbe el sexo antes de los partidos—le espetó ella.
—Una regla que me gustaría que respetases.
— ¡Has sido tú el que ha empezado a restregar tu cara contra mi pelo!
Edward levantó las manos en un gesto de rendición.
—Tienes razón, he empezado yo. La culpa es completamente mía.
Bella se deslizó hacia él.
—Entonces, acabémoslo—ronroneó.
—Bella—Su voz estaba cargada de la frustración provocada por tener que soportar la tensión sexual que empezaba a crecer en su interior—Mira, me encantaría hacerte el amor ahora mismo, ¿entendido? Pero no puedo. El partido de mañana es muy importante. Necesito descansar—Hizo una pausa— ¿Me entiendes, verdad?
—Te entiendo.
Aunque el desengaño de su rostro decía lo contrario. Sintiéndose fatal, tomó la mano de ella entre las suyas.
—Te lo compensaré—Le llenó de besos los nudillos— ¿De acuerdo?
Las facciones de ella se dulcificaron dando muestras con ello de rendición.
—De acuerdo.
—Bien—Le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja— ¿Estás bien ahora?
—Estoy bien—Pero entonces se concentró, pensando en alguna cosa—Sólo...Jason me explicó que el momento en que se quedó tendido en el suelo de la cocina y Lauren estaba a su lado, cuando creía que iba a morir...—Movió la mano, como censurándose—No importa.
— ¿El qué?
—No tiene importancia—dijo, levantándose con prisas. Cogió el abrigo—Creo que debería marcharme.
— ¿Estás segura de que no quieres tomar un café o alguna cosa?—le ofreció él con muy poca convicción—Podría preparártelo.
—Edward—Su voz sonó algo desdeñosa—Sé que en realidad no quieres que me quede, y sé por qué. Créeme, me apañaré sola. Soy una gran chica. Además—miró con impasibilidad y desdén la mesita del café—no creo que te queden tazas limpias.
Edward bajó la cabeza, abochornado.
—Sí, bueno, deja al menos que le diga al portero que te pida un taxi. Te acompañaré hasta el vestíbulo.
—Prométeme que arreglarás todo esto antes de que regrese Sue para que no le dé también a ella un infarto.
—Te lo prometo.
Una vez llamado el taxi, hablaron unos minutos sobre las eliminatorias antes de bajar juntos en el ascensor.
—Supongo que te veré mañana en el entrenamiento—le dijo él.
—Por supuesto. Seré la que veas caminando diez pasos por detrás de Mike, portando su corona sobre un almohadón de terciopelo.
Edward se echó a reír.
—Eso no sucederá jamás—Con el vestíbulo vacío, le dio un cálido y cariñoso beso en la boca, el corazón acelerándose cuando la boca de ella se separó ligeramente bajo la presión de la suya y sus lenguas se encontraron furtivamente—Llámame si necesitas hablar—le dijo.
—Lo haré.
Corrió ella hacia la puerta y él se dispuso a subir de nuevo.
—¿ Edward?
Se volvió él.
—Te quiero—le dijo ella, mientras salía del vestíbulo y entraba en el taxi que estaba esperándola.
Paralizado, se quedó contemplando el taxi alejándose de la acera. En su interior se alzó un sólido muro de resistencia, separando su corazón de su cabeza. El muro tenía su razón de ser para garantizar de que la respuesta de sus entrañas, «Yo también», nunca alcanzara por completo su conciencia. Era una cuestión de supervivencia, pura y llanamente. No podía permitirse amar a aquella mujer, ahora no, no cuando la victoria estaba tan cerca que casi sentía entre sus dedos la plata fría y reluciente de la Copa.
¿Por qué habría tenido que decirle eso? ¿Eso, precisamente?
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