Capitulo 33
(hola chicas aqui les traigo un nuevo capitulo muy lindo ñ.ñ espero les encante como a mi les recomiendo imaginarselo http://www.youtube.com/watch?v=ZG-mbu6fBfU escuchen esta cancion cuando ellos empiezen a patinar, es una muy linda cancion y me parece que va con el momento queria subir otro capitulo, pero no he visto mas votos tengo muchas visitas pero nadie me regala un voto asi que si quieren que suba un capitulo antes del viernes; como requisito pido un voto perdonen la exijencia un beso desde Venezuela greis)
La ansiedad se apoderó de ella mientras entraba con Edward en los Met Gar por la puerta destinada a los jugadores. Durante el trayecto en taxi, había sido incapaz de conseguir que confesase qué tramaba o adónde iban. «Es una sorpresa», era lo único que había dicho. Se había dado cuenta, sin embargo, de que llevaba la bolsa de gimnasia. También se había dado cuenta de lo guapo que estaba, su fuerte mandíbula cubierta por la sombra de una barba incipiente, su cabello Cobrizo despeinado en el punto justo, tal y como a ella le gustaba. Le pareció que se había puesto colonia, pero no estaba segura. Su olor natural era a limpio y vagamente cítrico, su piel tenía un aroma penetrante. «Aroma de piel penetrante—se dijo, riéndose de sí misma—Seamos realistas».
No supo qué pensar cuando vio que el taxi se detenía delante del estadio. Lo primero que le pasó por la cabeza era que la llevaba a una fiesta privada para los jugadores, una idea que la desconcertó por completo. Pasaba cinco días a la semana rodeada de los Blades y de todo su personal. ¿Por qué demonios pensaría Edward que también le apetecía pasar con ellos su tiempo libre?
El pensamiento siguiente fue que quizá Edward había sufrido un golpe durante el partido contra el Chicago la noche anterior —un partido que había insistido en no ver—y se había vuelto totalmente loco, y que en la bolsa de gimnasia escondía un machete con el que pensaba cortarla y hacerla pedazos en el vestuario. Pero no parecía estar de mal humor; de hecho, se le veía feliz y su gran secreto hacía que su atractivo rostro resplandeciera de satisfacción.
— ¿Te importaría decirme qué hacemos aquí?—le preguntó mientras la guiaba por las entrañas del edificio.
—Ya lo verás—Pasaron por delante del vestuario de los Blades, por el despacho de los entrenadores y estaban a medio camino de la rampa alfombrada por la que los jugadores salían y entraban de la pista de hielo, cuando Bella se detuvo en seco.
—No pienso dar un paso más hasta que me digas de qué va esto.
— ¿De verdad lo quieres saber?
—De verdad lo quiero saber.
—Voy a enseñarte a patinar.
Bella se quedó mirándolo.
—No tengo patines.
—No te preocupes. He pensado en todo—Se agachó, abrió la cremallera de la bolsa y extrajo de la misma un par de patines del treinta y seis que balanceó frente a su cara, sonriendo con malicia— ¿Vamos?
Bella dudó.
—Mira, es una sorpresa maravillosa, pero no puedo aprender a patinar. Esta noche no.
— ¿Por qué?
—Porque no puedo—dijo malhumorada—Estoy cansada.
Edward se rascó filosóficamente la barba incipiente de la barbilla.(me encanta esta frase XD)
—Simplemente temes caerte de culo delante de mí.
—No.
—Sí.
—No—insistió Bella, indignada.
—Entonces, demuéstralo. Ven y siéntate conmigo en el banquillo de los jugadores y ponte los patines.
—Está bien—murmuró Bella, siguiéndole hasta culminar la rampa y acercarse al banquillo.
Misterio...ésa era la sensación que despertaba la pista de hielo vacía. Estaban rodeadas por filas y más filas de asientos vacíos, y el hielo, suave, silencioso... Bella tenía la sensación de estar violando un lugar sagrado. Pero Edward no; se sentó en el banquillo y se ató los patines, una, dos, tres lazadas. «Vaya poder—pensó Bella maravillada—coger el teléfono y decir que quieres la pista de los Met Gar para tu propio uso y disfrute, y ya. Concedido. Y luego dicen que no hay cosas impresionantes».
Edward se levantó, calzado ya con los patines. Chasqueó la lengua en señal de desaprobación.
—Veo que lo de atarte los patines no lo dominas mucho.
— ¿Cómo sabías mi número de zapato?
Edward se encogió de hombros.
—Una vez, en casa, te miré los zapatos mientras estabas en el baño—Se arrodilló frente a ella, le calzó un patín y se lo ató. Bella se dio cuenta de que todo su armamento defensivo empezaba a derretirse.
— ¿Por qué me has llamado?—le preguntó en voz baja.
Edward dejó de mover las manos y levantó la cabeza para mirarla.
—Porque eres la persona con quien quería pasar la Nochevieja.
Bella asintió, indicándole que comprendía su explicación. Era eso, no era necesario decir nada más. Miró a Edward bajando otra vez la cabeza para seguir atándole los patines a los pies. Una vez hubo terminado, se levantó, le ofreció la mano y la ayudó a abandonar el banquillo.
— ¿Cómo los sientes? ¿Demasiado apretados?
—No lo sé. ¿Cómo se supone que debo sentirlos?
—Rígidos. Tienen que sujetarte bien el tobillo.
Bella se miró los pies y los flexionó.
—Supongo que están bien—Esperaba que su cara no traicionase la vulnerabilidad que sentía, consciente de que la humillación podía estar a la vuelta de la esquina.
— ¿Preparada?—le preguntó él, sonriendo.
—No.
—Vamos—Sin soltarle la mano, dieron unos cuantos pasos con cuidado para alejarse del banquillo y salir a la pista de hielo. Bella, por instinto, se sujetó a los laterales.
—No ha sido buena idea.
—Escúchame. Mantén las piernas cerradas y deja que te coja de las manos para tirar de ti, para que captes la sensación. Entonces, cuando te sientas preparada, ya te enseñaré a patinar.
Bella seguía agarrada a los laterales de la pista.
—Si me suelto, me caigo.
—No si me das ambas manos. Confía en mí—Le cogió las manos con delicadeza— ¿Piernas cerradas?—Bella asintió, aterrorizada—Allá vamos.
Edward, patinando hacia atrás, empezó a tirar de ella lentamente para dar vueltas a la pista.
— ¿Lo ves?—dijo—No es tan terrible.
—No lo será para ti. Yo me siento como una idiota.
—No te sientas así. Todo el mundo empieza igual.
— ¿Incluso tú?—preguntó Bella con escepticismo.
—Incluso yo—Siguió tirando de ella, deslizándose— ¿Te gusta?—le preguntó esperanzado.
—Supongo—respondió nerviosa Bella. Prestaba más atención a la facilidad con la que Edward patinaba marcha atrás que a la sensación de deslizarse sobre el hielo—Haces que parezca muy fácil.
—Y al final lo es. Todo lo es.
— ¿Todo?
Sus miradas se cruzaron.
—Todo—repitió él—Las cosas pueden ser tan complicadas, o tan fáciles, como queramos hacerlas.
Bella se sonrojó.
—Ya entiendo.
—Sé que lo entiendes.
Dieron un par de vueltas a la pista, tres, cuatro. Bella empezó a relajarse un poco y a disfrutar de la sensación de deslizarse suavemente por la superficie helada de la pista.
— ¿Te diviertes?—le preguntó Edward. Bella asintió y él fue bajando el ritmo hasta detenerse— ¿Estás lista para probarlo sola?
Bella notó que se le cerraba el estómago.
—Supongo.
—Muy bien. Ahora mírame—Patinó despacio para alejarse de ella— ¿Ves cómo voy empujándome con cada pie? Empujo, deslizo. Empujo, deslizo—Dio una vuelta y regresó al lugar donde la había dejado—Intentémoslo. Te sujetaré para que no te caigas.
—Empujo, deslizo—se repitió Bella para sus adentros. Edward se colocó detrás de ella y la sujetó por la cintura con ambas manos.
—Dime cuándo estés preparada.
—Lo estoy.
Despacio, con indecisión, Bella empujó con el pie derecho. La parte delantera del patín se hundió en el hielo y habría caído de bruces si Edward no hubiese estado allí para sujetarla.
— ¿Estás bien?—preguntó Edward.
—Sí—dijo enseguida Bella, abochornada.
—Has empujado hacia abajo. Basta con que empujes hacia delante.
—De acuerdo—dijo enfurruñada Bella. Con mucho cuidado, empujó con el pie derecho...luego con el izquierdo. El pie derecho...luego el izquierdo.
—Lo estás haciendo muy bien—le dijo Edward.
El rostro de Bella se iluminó.
— ¿De verdad?
—Sí. Continúa.
—Es divertido—admitió Bella, tambaleándose.
—Espera cuando te suelte.
Entonces le entró el pánico a Bella.
—No—suplicó—Todavía no.
Poco a poco, de forma casi imperceptible, Edward dejó que una de las manos fuera abandonando la cintura mientras reforzaba la presión con la otra. Empezaron a patinar el uno al lado del otro.
—Estás sujetándome—dijo Bella, acusándole.
—Tonterías. Estás patinando sola.
— ¿Cuándo vas a soltarme?
—No lo sé.
«Tal vez jamás», se descubrió Bella deseando.
—Tú limítate a concentrarte en seguir moviéndote.
Y así lo hizo. Dieron vueltas y más vueltas, Bella cada vez más confiada. Aunque sabía que nunca llegaría a experimentar la euforia que los jugadores de hockey sentían al patinar sobre el hielo—rapidez, potencia, agresividad—aquella pequeña muestra, con sus tropezones incluidos, bastaba para ayudarle a valorar por qué Edward sentía lo que sentía. Lo miró; se le veía feliz. Bella esperaba que tuviera algo que ver con el hecho de estar con ella.
Iban por la séptima vuelta cuando Edward finalmente deslizó la mano y abandonó su cintura. Bella tardó una décima de segundo en procesar que estaba patinando sin él. Y pasado ese instante, cayó sobre el hielo.
— ¿Te has hecho daño?— Edward regresó patinando hasta donde Bella había caído y la ayudó a incorporarse—Como mínimo no te has caído de cara —dijo, riendo entre dientes y mirando su espalda mojada.
Bella se sentía demasiado avergonzada como para poder responder.
—Esta vez, voy a sujetarte, pero cuando te suelte, sigue patinando. Hazlo, así de simple...No pienses en que estás haciéndolo. ¿Entendido?
Bella le lanzó una mirada.
—Sí, sí, capitán.
—Vamos.
Empezaron a patinar otra vez, de nuevo el uno al lado del otro. Bella estaba hecha un manojo de nervios y sólo era capaz de escuchar a medias las conversaciones intrascendentes de Edward. Su cuerpo entero—culo congelado incluido—estaba en tensión a la espera de que él la soltara. Y cuando sucedió, ella siguió las instrucciones que él le había dado y siguió moviéndose. Y, sorprendentemente, se percató de que estaba patinando sola.
— ¡Lo has conseguido!—exclamó Edward.
«Lo he conseguido», pensó emociona Bella, y al momento volvió a caerse.
—No me ayudes—le gritó a Edward—Quiero levantarme sola.
Consiguió levantarse, temblando y apoyándose en uno de los laterales de la pista. Edward se mantuvo a cierta distancia.
—Vamos—dijo él, tratando de engatusarla—Acércate patinando.
Bella negó con la cabeza.
—Estás muy lejos.
—Si te rindes ahora te doy una patada en ese culo helado. Te lo prometo.
Bella aspiró hondo, le maldijo entre dientes y, con mucha voluntad, se separó de los laterales de la pista. A punto estuvo de caer de bruces, pero recuperó el equilibrio, se mantuvo en pie por pura fuerza de voluntad y, lentamente y con un patinar patoso, fue avanzando hacia él.
—Eso es—dijo él, enfervorizado. La aplaudió y extendió los brazos—Vamos, ojos Chocolates. Ya estás casi.
Bella patinó a tropezones los metros finales que le separaban de él. Y cuando estuvo al alcance de Edward, él la guió hasta protegerla entre sus brazos.
—Sabía que podías hacerlo—dijo él con orgullo, abrazándola—Lo sabía...
Se interrumpió, mirándola con cariño. Y entonces su boca se posó en la de ella, un beso dulce y tierno, los labios de ella respondiendo del mismo modo en cuanto él la atrajo hacia sí, casi como si estuviese deseando que sus cuerpos se fundieran sobre el mismo hielo.
— ¿Qué me dices de continuar nuestra celebración de Nochevieja en mi apartamento?—le susurró él al oído con voz seductora.
— ¿Qué te parece hacerlo en el mío?
— ¿Por qué en el tuyo?
—Porque tengo pastelitos y rosquillas y Coca-Cola Light.
—Bien, en este caso—respondió él, dándole un besito en la nariz—gana tu casa.
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