(hola como estan espero muy bien aqui les dejo otro excelente capitulo..... ya estamos hacercandonos al final.... voy a subir otra historia y creo que hare un OS.... como regalo de navidad pero necesito sus votos para tener mas inspiracion... XD al fin termine mis examenes este mes fue duro pero.... tuvo sus frutos no los distraigo mas, saludos desde Venezuela)
— ¡Arriba, chicos, vamos! ¡Por la victoria!
Los aplausos, los brindis y los gritos de alegría llenaban el Chapter House. Todos los integrantes de la organización de los Blades levantaron una vez más las copas para brindar por el equipo. Acababan de conseguir una victoria tremendamente disputada contra Carolina del Norte que les permitía jugar en casa la primera ronda de las eliminatorias. Bella, examinando el abarrotado local, se sentía henchida de un profundo respeto hacia los jugadores que, pese a estar agotados, se mostraban eufóricos. Habían trabajado muy duro a lo largo de la temporada y había merecido la pena.
Pero su respeto no significaba que no les estuviera detrás en caso necesario. Consciente de que en el local había varios periodistas, decidió hablar un momento con el destacado dúo formado por Embry y Paul, cuyo lenguaje soez y su forma de empinar el codo empezaban a lindar con lo problemático.
— ¿Chicos? Cuidado con la bebida y con lo que decís, ¿de acuerdo?
—Vamos, Bella, espabila—dijo Embry.
— ¡Esto es una fiesta!—dijo Paul.
—Lo sé—dijo ella, armándose de paciencia—Lo único que les pido es que no se perjudiquen y no digan ni hagan nada que pudiera poner al equipo en un compromiso. Por si no se habían dado cuenta, corren por aquí algunos de la prensa. Y lo último que necesitamos es que uno de ellos diga que aún no han aprendido a ir por la vida después del incidente del club de striptease.
La mención de su anterior indiscreción los moderó considerablemente.
—Está bien—murmuró Paul—Nos comportaremos.
—Ningún problema —dijo Embry.
—Gracias, chicos.
Había estado a punto de perderse la celebración. Mike se había tomado muy mal que Milenio la eligiese a ella como la responsable interina de relaciones públicas. Lo último que le apetecía en el mundo era tener que pasar con él otro tiempo que no fuera el obligado en la oficina, y sobre todo, en una fiesta para celebrar una victoria. La decisión de Milenio también había sido una sorpresa para ella. Había dado por sentado que la veteranía de Mike garantizaba que él sería el elegido para actuar en lugar de Jason. Ni siquiera se había planteado que los de Milenio no le dieran el puesto a él. No porque Mike se lo mereciera—todo el mundo sabía que ella trabajaba diez veces más que él—sino porque, de entrada, la oferta de ocupar el puesto de Jason revitalizó todos sus viejos demonios de inseguridad. Estaba convencida de que no estaba preparada para la tarea y de que lo haría fatal. Pero al final, la idea de tener que recibir órdenes de Mike acabó superando el terror a saltar al ruedo.
Volvió a examinar la muchedumbre y se quedó agradablemente sorprendida al ver que el dolorido perdedor no estaba por allí. Al parecer, Mike había optado por saltarse la fiesta. Lo cual resultaba estupendo para ella. Naturalmente, tendría que hablar con él sobre su ausencia, una tarea horrorosa. Pero aquello sería mañana. Hoy podía relajarse...sin dejar de controlar el equipo en ningún momento, como siempre.
Edward estaba de lo más alegre y su tercer Chivas había caído ya sin ningún esfuerzo. De haber podido elegir, Bella sabía que habría preferido largarse a casa y regalarse un más que merecido descanso. Pero sus compañeros de equipo necesitaban desatarse un poco con una buena celebración, y se la merecían...dentro de lo razonable. Al levantar la copa para el primer brindis, les había felicitado y les había advertido que no se desmadraran mucho, recordándoles que la peor parte de la batalla estaba aún por llegar.
En el ambiente débilmente iluminado y cargado del bar, Bella se vio abrumada por una oleada de ternura hacia él, pese a que desde que le había dicho que le quería, él se había mostrado aún más reservado. No distante, pero sí más reservado, y tenía sentido. Esperaba que el origen de sus preocupaciones fueran los partidos, no lo que ella le había dicho. A veces, se volvía loca intentando adivinar sus pensamientos. ¿No se lo habría comentado ya si es lo que le había dicho le había molestado? La respuesta era sí. Y, en consecuencia, Edward no estaba molesto con ella.
Pasó por su lado una camarera con un par de buenas delanteras cargada con otra bandeja de alitas de pollo picantes. El volumen de las conversaciones que llenaban el bar era tan elevado, que resultaba difícil discernir qué música sonaba, aunque Bella percibía en el suelo, bajo sus pies, el contrapunto del bajo y la batería. Edward dio un nuevo trago a su whisky y, llevándose las manos a la boca para hacerse oír, se inclinó hacia ella.
— ¿Quieres bailar?
Los ojos de Bella repasaron con rapidez los muchos cuerpos que se apiñaban en la abarrotada pista de baile. La idea resultaba tentadora, pero estaba tremendamente cansada. Negó con la cabeza.
—Vamos, ven—dijo Edward.
—Sólo si me prometes que harás esa sesión fotográfica sin camiseta para Cosmo—argumentó en voz alta. Apenas si podía oír sus propios pensamientos.
Edward frunció el entrecejo.
—Soy un deportista, no un chico de póster.
—Podrías ser ambas cosas.
—No, gracias.
Se encogió de hombros y le dio un nuevo trago a su Sea Breeze. Milenio, viendo el inmenso mercado femenino aún por explotar, se había empeñado en posicionar a los jugadores como sex symbols. Algunos de los solteros más jóvenes habían accedido a posar en paños menores. Otros, sobre todo Edward y Jasper, se habían negado a ello y sin duda seguirían negándose. Bella no se lo reprochaba; en el fondo, también lo consideraba degradante. Pero si era lo que querían los peces gordos de arriba...
—Vamos— Edward apuró su copa y se levantó, tirando con fuerza de Bella por el codo—Sólo un baile.
—Está bien—claudicó Bella. Estaba demasiado cansada como para discutir con él, sobre todo porque nunca antes le había visto un poco colocado como aquella noche. Además, sería una oportunidad para sentir su cuerpo contra el suyo.
Se levantó y dejó que la guiara entre la densa muchedumbre, recordando la primera vez que habían bailado juntos en aquel mismo bar, el pasado otoño. En aquella ocasión, los compañeros de equipo de Edward casi se caen al suelo de la impresión al ver a su capitán bailando con su castigo número uno fuera de la pista de hielo. Pero desde entonces las cosas habían cambiado. Nadie les prestaba la menor atención. Y lo mejor de todo era que la torpeza que les había mortificado aquella primera vez había desaparecido para ser sustituida por una sensación de comodidad fruto de la intimidad que mantenían. «Me pregunto si alguien lo sabe—pensó Bella—Me pregunto si con sólo mirarnos alguien podría adivinar que somos amantes».
Preocupada por aquella idea, intentó mantener una expresión agradable, que no la comprometiera en ningún sentido, pero le resultaba difícil. Siempre que Edward la tocaba, el mundo a su alrededor se esfumaba y no quedaba más que ellos dos, y el momento. Y ésa era la sensación que la embargaba en aquel instante, la sensación de que ellos dos estaban solos en el local. Si cerraba los ojos y sucumbía a ella, estaría acabada. Se obligó, por lo tanto, a conversar con él.
— ¿Recuerdas la primera vez que bailamos?—le preguntó, poniéndose de puntillas para que él pudiera oírla. Edward le respondió asintiendo con una sonrisa cansada y atrayéndola más hacia él, su mano deslizándose peligrosamente por la espalda de ella, casi hasta el punto de cubrir su trasero. La bebida le había envalentonado. Le lanzó una rápida mirada de advertencia. Consternado y con mala cara, Edward devolvió la mano a la zona lumbar.
—La primera vez que estuvimos aquí, me dijiste que debía perseguir lo que quisiera—continuó Bella—¿Sigues pensando lo mismo?
—Depende—respondió él.
— ¿De?
Sus miradas se encontraron.
—De lo que estés persiguiendo—Su voz sonaba zalamera al tener la boca pegada a su oreja—No echemos a perder la noche con conversaciones serias, ¿de acuerdo?
Bella estaba casi sin aliento.
—De acuerdo—La sensación de los labios de Edward rozándole el oído provocaban en ella un ardiente deseo. Y él debió de intuirlo, pues dejó la boca allí y su mano ejerció una leve presión en la espalda.
—Si no tengo pronto un contacto de verdad contigo, voy a explotar. Nos vemos en el patio que hay detrás del bar de aquí a cinco minutos.
Ella le miró como si se hubiese vuelto loco.
— ¿Bromeas, no?
—Nadie sale nunca a ese patio, créeme.
—Excepto los miembros del personal—se sintió obligada a advertir— ¿Qué piensas hacer? ¿Arrojarme sobre un saco de patatas?
—Tú limítate a confiar en mí, ¿entendido?—Se dispuso a abandonar la pista de baile—Cinco minutos—dijo, moviendo la boca y sin hablar.
Bella vio que se paraba a charlar con dos de sus compañeros de equipo antes de llamar de nuevo a la camarera pechugona que había estado atendiéndoles. Lo próximo que vio fue que seguía a la mujer a través de las puertas basculantes de la cocina.
«Esto es demasiado arriesgado—pensó, nerviosa—Pero muy excitante». En lo más profundo de su corazón se había iniciado un débil tamborileo... seductor e insistente. Regresó despreocupadamente a la barra, convencida de que todos los ojos estaban posados en ella y de que cuando se dirigiese a la cocina la seguiría un cortejo entero. Los siguientes tres minutos pasaron con más lentitud que Jason corriendo una carrera de cien metros lisos. Superados los cinco minutos, entró sigilosamente en la cocina donde encontró a Edward junto a la camarera, observando cómo preparaba afanosamente una bandeja con zanahorias y apio.
—Eso es—decía, dándole ánimos—Más zanahorias. A estos chicos les encantan las alitas picantes con un acompañamiento de zanahorias—Le lanzó entonces a la camarera una mirada desesperada— ¿Hay por aquí algún sitio donde poder fumar un cigarrillo? Mi amiga y yo llevamos toda la noche con ganas de fumarnos uno.
La camarera, que para el gusto de Bella llevaba un exceso de sombra de ojos y lucía una sonrisa demasiado escueta, inclinó la cabeza en dirección a la parte trasera de la cocina.
—El patio. Allí es donde salimos nosotros a fumar. Se supone que es sólo para el personal, pero haré una excepción por ti—dijo de manera provocativa, lanzándole una mirada letal a Bella.
—Gracias—respondió cortésmente Edward. Bella le siguió hacia el oscuro patio haciendo caso omiso a la mirada de la camarera, que le taladraba la espalda.
La noche era fresca y despejada, sin apenas indicios de las lluvias primaverales de abril, que habían sido abundantes. Se levantó la brisa, y las hojas caídas de los árboles se arremolinaron entre sus pies mientras caminaban hacia el extremo más alejado del patio. Bella se detuvo un momento a escuchar los sonidos de la ciudad: conversaciones, tráfico, música lejana, las ráfagas de viento, todo fundiéndose a la vez en un único y bello acorde metropolitano que nunca se cansaba de escuchar.
—Espero que a los chicos les gusten esas raciones adicionales de zanahoria—dijo Edward, guiando a Bella hacia el muro de ladrillo del patio y rodeándola con sus brazos.
—Has bebido demasiado—Notaba la frialdad del ladrillo en la espalda—Te das cuenta, ¿verdad? Nunca harías una cosa así de estar sobrio.
Edward le besuqueó el cuello.
— ¿Preferirías estar dentro?
—No—admitió ella, enlazando las manos por detrás del cuello de él—Pero estoy nerviosa.
—Te preocupas demasiado, ¿sabes?—Le dio un beso en la frente—Divirtámonos.
Divertirse. Bella sintió una espiral de dolor en el corazón en el momento en que él posó la boca sobre la de ella y la besó con ganas. Para él, era cuestión de diversión. Para ella, era amor. Sabía que había roto las reglas al permitir que sus emociones fueran más allá de lo informal pero, aun así, ¿por qué no podía él hacerle un poco la pelota? ¿Reconocer, como mínimo, lo que ella le había dicho aquel día en el vestíbulo? Aunque fuese sólo decirle: «Gracias, me siento halagado, pero yo no siento lo mismo». Su silencio sobre el tema le hacía mucho daño. Pero la verdad era que tampoco ella le había dado oportunidad de responderle, pues se lo había soltado justo en el momento de meterse en el taxi. ¿Lo habría hecho expresamente? ¿Habría sido una manera de evitar un rechazo? A medida que el beso se intensificaba y las manos de Edward ascendían hábilmente por debajo de su falda, calentándole los muslos con sus caricias, Bella volvió a descubrirse pensando que si aquello era todo lo que él podía darle, lo aceptaría, porque siempre era mejor que nada.
Intentó relajarse, disfrutar de la presión cristalina que iba aumentando en su interior cuanto más la acariciaba él. Pero se tensó cuando una nueva ráfaga de viento agitó algunas hojas.
— ¿Qué pasa?—murmuró Edward.
—Nada—le dijo ella.
Pero había algo. Sin soltarse del abrazo de Edward, intuyó cierto movimiento en la oscuridad, escuchó el débil crujir de las hojas, como si alguien estuviese caminando de puntillas sobre ellas para no hacer mucho ruido al aplastarlas. Se le pusieron los pelos de punta.
—Nos están mirando—susurró, apartándole de ella sin ninguna delicadeza.
—Estás loca—dijo Edward, estirando el cuello para intentar ver alguna cosa—Aquí no hay nadie.
Ojeo ella por encima del hombro de Edward, intentando ver algo en la oscuridad del patio, intentando ver... ¿qué? A lo mejor Edward tenía razón. A lo mejor era su imaginación que le estaba tendiendo una trampa.
—Creo que deberíamos entrar—dijo ella, incómoda.
—Enseguida—fue la imperturbable respuesta de Edward. Volvió a abrazarla—No creo que te haya dado aún suficientes besos.
Su beso fue desvergonzadamente tierno y amoroso, hasta tal punto que Bella dejó de lado sus temores de ser observados y se dejó llevar, sus ojos cerrados y su cuerpo débil. Pero entonces lo oyó. La puerta con mosquitera que daba a la cocina acababa de cerrarse en silencio, con mucho cuidado. Abrió los ojos de repente; el patio estaba vacío.
Quien quisiera que hubiera estado observándoles, se había ido.
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