Capitulo 27
(gracias a las 2 ultimas chicas que me regalaron sus votos... es una gran alegria ver que votan x mi historia xq eso me da mas ganas de seguir igualmente para las que me escriben... un besos para todas... a las lectoras silenciosas tambien les agradesco por su visita a mi adaptacion... AHORA...chan chan chan chan!!! ok, no ! debido a que en la uni empezaron a mandarme muchos trabajos y tengo muchos interrogatorios y parciales... debo escojer solo dos dias para las actualizaciones de mi querida historia(la amo).... por eso escogí los Lunes xq siempre siempre se necesita un incentivo para comenzar la semana y Viernes para terminar feliz espero les agrade.... y nos vemos el viernes guapas)
Muy bien, se preguntaba Bella mientras se abría camino entre las apretadas multitudes que convertían las aceras de Manhattan en un infierno festivo, pero ¿cómo se te ocurre la estupidez de romper con Edward tres semanas antes de Navidad? Tal vez «romper» no fuera el término más adecuado, pues en realidad no estaban «saliendo». Pero aún así, ¿no crees que sea una idiotez despachar al mejor amante que has tenido en la vida en esta época del año? Eso es lo que se dice garantizar un caso de libro de texto sobre la depresión navideña.
Intentaba convencerse de que la Navidad le gustaba. Intentaba convencerse de que los duendecillos eran encantadores, y de que cantar villancicos era muy divertido, y de que decorar el árbol era emocionante. Pero nunca funcionaba. Porque hasta donde alcanzaba su memoria, la Navidad sólo significaba una cosa: discordia familiar.
Oh, sí, sus padres siempre intentaban ponerle buena cara. Decoraban la casa de maravilla, con guirnaldas de hojas de pino en las pulcras balaustradas, velas encendidas en todas las ventanas, y el pino escocés más grande y más perfecto del mundo dominando el estudio mientras en la enorme chimenea de piedra crepitaba el fuego. El día de Nochebuena, sus padres celebraban una gran fiesta para familiares, amigos y conocidos. La casa bullía de conversaciones y risas y los brindis se prolongaban hasta bien entrada la madrugada, después de la cual, el personal contratado especialmente para atender el acto, adecentaba la casa para que la familia pudiera retirarse a la cama y sus padres pudieran tener dulces sueños con los que remediar la resaca. Con un poco de suerte, Bella y sus hermanos no verían estallar los fuegos artificiales entre ellos hasta la cena que se servía a última hora del día siguiente. De hecho, había habido algunos años en los que habían explotado mientras abrían los regalos, pero de eso hacía ya mucho tiempo. Pero, incluso así, la explosión era siempre inevitable.
Desmoralizada sólo de pensar en ello, entró en un Starbucks para tomar un café que le calentase un poco los huesos. Los Starbucks siempre le recordaban a Benjamin. Se preguntó qué tal estaría. A lo mejor tendría que llamarle, simplemente para mantener el contacto, saludarlo. Simplemente para no estar sola. Dios, qué patética llegaba a ser.
La larga cola que serpenteaba hasta el mostrador estaba virtualmente detenida, por lo que dispuso de tiempo más que suficiente para abandonarse a su más reciente obsesión: repetir mentalmente su última escena con Edward. Tal vez había estado exageradamente emocional; tal vez había actuado precipitadamente, locamente, al salir de aquel modo por la puerta después de decirle que lo suyo había pasado a la historia. ¿Pero qué se esperaba Edward? Había permanecido acostado en el sofá como un imbécil mientras ella le ponía al tanto de lo sucedido y después, como si esto no hubiese sido ya terrible, había tenido el enorme descaro de sugerir la posibilidad de que James no estuviera mintiendo. Y, peor aún, había dicho que tampoco le importaba si mentía, que lo único que le importaba era la Stanley Cup. Sólo pensar en ello la llevó de nuevo a carraspear ruidosamente y a resoplar. La gente de la cola se quedó mirándola. ¿Pero qué le pasaba a aquel hombre?
¡Y luego estaban sus argumentos sobre la doble moral! Se vio obligada a apretar los dientes. No, había hecho bien cortando de raíz aquella relación.
Pero eso no significaba que no siguiera deseándolo.
En aquel momento, odiaba su trabajo, odiaba tener que ver cada día al repugnante de James. Se estremeció de rabia. Cuánto deseaba arrancarle de la cara aquella perpetua sonrisa burlona. No soportaba que pensase, y actuase, como si se hubiese salido con la suya.
Y luego estaba Jason, pegado a su culo a cada hora de cada día para intentar que Victoria retirase la denuncia. Sabía que no pretendía con ello ponerla bajo una presión excesiva, pero lo estaba consiguiendo. Y por último, pero no menos importante, estaba la tortura de tener que estar prácticamente siempre con Edward.
Apenas se miraban, y cuando lo hacían era para cruzarse miradas cautelosas y duras. Mantenían conversaciones superficiales, estrictamente de trabajo. A veces, le miraba de reojo y pensaba: «Conozco cada centímetro de este hombre. Sé cómo se arquea su espalda, cómo le gustan los besos. Conozco la sensación de su cuerpo moviéndose en mi interior». Y se deprimía. Todo aquello formaba parte de otra vida, de una vida anterior a la demanda. A veces, se sorprendía preguntándose qué habría sucedido si James no hubiese atacado a Victoria. ¿Habría seguido siendo informal la relación entre ella y Edward? ¿O habría acabado él dándose cuenta de que la vida era algo más que una obsesión por la victoria y su relación habría evolucionado hacia algo más profundo, hacia una «relación» de verdad?
Pero James había atacado a Victoria, y las cosas eran como eran. Él era el capitán, ella la relaciones públicas. A él le importaba el rendimiento del equipo, a ella le importaba la imagen del equipo; una pareja, reflexionó con amargura, cuyos caminos jamás podrían cruzarse. A su llegada a la oficina, empezó a sentir náuseas cuando se dio cuenta de que Jason quería sentarse con ella para repasar los detalles de la fiesta de Navidad de los Blades. Lo último que quería en el mundo era tener que estar presente en una fiesta con Edward Cullen. Y con James Ivanov. De ser por ella, ni siquiera asistiría, pero no tenía elección. Los peces gordos de Milenio estarían allí, y tendría que sonreír y pasearse e ir de un lado a otro diciéndoles: « ¿Lo ven? ¿Ven lo presentable que es este equipo? ¿Ven lo mucho que me lo estoy trabajando? ¿Lo ven?». Sólo imaginárselo, se le encogía el cerebro.
Finalmente llegó al mostrador, pidió, recibió su café con leche largo y se aventuró de nuevo en el frío Nueva York, incapaz de alejar su cabeza del trabajo. Era lo único que tenía en aquellos momentos: trabajo, y su amistad con Victoria. Tal vez fuera lo único que siempre había tenido.
(se que es corto pero habia que poner esto)
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