EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117602
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

Mis otras historias:

EL ESCRITOR DE SUEÑOS

EL ESCRIBA

BDSM

INDISCRECIÓN

EL INGLÉS

SÁLVAME

EL AFFAIRE CULLEN

NO ME MIRES ASÍ

EL JUEGO DE EDWARD

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 10: CAPÍTULO 9

Capítulo IX

 

Tres meses después, a las cinco menos cinco, me encontraba en una callejuela detrás del teatro de la calle Vine, desde donde iba a televisarse el espectáculo. Eran las cinco menos cinco en la costa del Pacífico. Dentro de cinco minutos serían las ocho en Nueva York, y nuestro «show» estaría en el aire. Allí dentro era una casa de locos; la tensión restallaba como el látigo de un «jockey» en la recta final. Pasé por entre varios hombres que estaban preparando el escenario, y me dirigí a los bastidores.

Por todas partes había cables, cámaras y muchísima gente; el director de escena susurraba algo en su micrófono de casco al director allá arriba en la cabina de control.

Eché una ojeada al teatro. Estaba completamente lleno. Todavía no se había alzado el telón, pero todos permanecían expectantes observando el escenario.

Sonó la primera llamada:

—Tres minutos para transmitir. Todos a sus puestos.

Me di la vuelta. Desaparecieron los hombres que habían estado ajustando los aparatos; las cámaras de los lados fueron colocadas en su lugar.

El director dio una vuelta para ver si todo estaba en orden. Movió la cabeza, pero creo que ni siquiera me vio.

Se quedó como paralizado.

— ¿Dónde está Jane? —empezó a preguntar.

El director de escena se lo quedó mirando; dio media vuelta y luego se volvió hacia él.

—Hace un minuto que estaba aquí.

— ¡Ahora no está! ¡Tráiganla! —chilló el director.

Un tramoyista se paró:

—Hace un momento la he visto. Se dirigía hacia su camerino. — ¡Tráiganla!, ¡tráiganla!             

El director estaba como histérico.

—Dos minutos —gritaron los altavoces.

El director se arrancó el equipo de la cabeza, lo tiró al suelo y se lanzó corriendo hacia los camerinos: un montón de ayudantes, y yo entre ellos, lo seguimos.

El estaba llamando a la puerta.

—Dos minutos, señorita Reynolds.

No hubo respuesta. Llamó de nuevo.

—Dos minutos...

Aparté a la multitud que se había congregado frente a la puerta.

— ¡Abra! —dije a gritos.

Intentó abrirla; luego se volvió a mí con la cara descompuesta.

—No puedo, está cerrada con llave.

Lo aparté. Puse un pie contra la puerta, di un empujón y arranqué la cerradura. Entré en el camerino junto con la puerta.

Allí estaba ella de pie, mirándome. En una mano sostenía una botella de licor y en la otra un vaso.

— ¡Fuera de aquí! —gritó—. No pienso salir a escena.

Le tiré el vaso de la mano cuando iba a llevárselo a los labios y le arranqué la botella que intentaba esconder. Cogí su mano que alzó contra mí como un garfio extendido y la sujeté fuertemente.

— ¡Déjame, hijo de bruja! —Gritó, retorciéndose fieramente y dándome patadas—. Quiero beber.

—Nada de beber. Ese fue nuestro trato. Ahora, vamos.

— ¡No saldré! —Gritó al tiempo que me escupía a la cara—. No voy a salir. Me has engañado. No han venido para oírme cantar sino para comerme viva. Han venido para ver a un monstruo.

Le di una bofetada que le cruzó la cara, y su sonido, en aquel cuarto pequeño, pareció un trueno; se tambaleó y fue a parar en un sofá. Por los altavoces pudimos oír que sólo faltaba un minuto.

Crucé el cuarto y la levanté del sofá. Se me quedó mirando con expresión asustada.

—Vas a ir... ¡No te he sacado del arroyo para que me falles ahora! ¿Entiendes? Ahora no estás hablando con tus abogados. ¡Te encuentras frente a tu empresario!

Le di otra bofetada para que se diera cuenta que le hablaba en serio. Luego me volví y la arrastré hacia el escenario. La gente que estaba en la puerta se apartó silenciosamente para dejarnos pasar.

Los empleados se apretujaban ante los monitores cuando llegamos a los bastidores y ya se oía la voz del presentador.

—STV, orgullosamente presenta... a la maravillosa... ¡JANE REYNOLDS! ¡En directo!

Ella se volvió hacia mí. Su voz temblaba.

—No puedo, no puedo... ¡Estoy asustada!

—Así, ya somos dos —dije, y le di la vuelta cara al escenario. Puse un pie sobre su c... y, pasando sobre hilos y cables, se encontró en medio del escenario.

Fue un milagro que no se cayera. Tuvo el tiempo justo para erguirse y lanzarme una mirada. Yo le sonreí burlonamente y le mostré mis «pulgares arriba» (señal de triunfo). Se volvió hacia el público cuando el telón terminaba de levantarse del todo.

La orquesta atacó una de sus más famosas canciones y durante largo rato no se pudo oír su voz a causa de los estruendosos aplausos. Todo el mundo conocía aquella canción, Canta con el corazón, que había sido un triunfo suyo desde que tenía quince años.

Permanecí observándola. Era increíble. Cualquier cosa de mal o consumida que hubiera dentro de ella no era la voz. Quizá no tan fresca ni tan fuerte como antes, pero seguía teniendo su magia: belleza, sentimiento, dolor y una sensación de alegría. Estuvo cantando catorce minutos, hasta que llegó el tiempo de los anuncios.

Cuando salió, estaba sudando y cayó en mis brazos; pude notar que temblaba. La multitud seguía rugiendo de entusiasmo.

— ¡Les he gustado! —me susurró, como si le costara creerlo.

—Te adoran —dije—. Ahora sal a saludar.

Se me quedó mirando.

—Pero el tiempo de nuestro espacio ya ha pasado...

—Al diablo con el espacio —dije empujándola de nuevo al escenario—. El nombre del show es La palpitante Jane Reynolds... ¡En persona!

Volvió, y a su regreso estaba radiante.

—Ahora debes ir a tu camerino a cambiarte —dije.

Me dio un beso en la mejilla y desapareció con rapidez. Nunca le dije que su saludo no se había retransmitido. Lo único que la televisión no interrumpe jamás son los anuncios.

Entonces me puse a buscar a la pareja que habíamos contratado para vigilarla; por fin los hallé en una salita detrás del escenario; ella estaba sentada en la falda de él, dando saltos, y, tan absortos el uno en el otro que no me oyeron entrar.

Crucé la estancia rápidamente y poniendo mis manos bajo sus brazos, la levanté.

— ¿Qué diablos...? —empezó a decir el hombre.

La muchacha estaba ahora en el suelo.

Lo miré a él.

— ¿Dónde estaban metidos cuando apagaron las luces? —pregunté.

—La trajimos al teatro —dijo el hombre hoscamente.

La muchacha se encontraba ahora en pie.

—Habíamos quedado en que la vigilarían continuamente, que no la tenían que dejar ni un instante —dije.

—Se encontraba perfectamente cuando la dejamos en su camerino —dijo ella.

—De acuerdo, pero acordamos que no la dejarían sola —añadí—. Están despedidos.

Veinte minutos después tenía un nuevo par de guardianes. Les leí la cartilla y asintieron. Conocían el oficio. No era la primera vez que aceptaban un trabajo de esta clase. Así era Hollywood.

—Después del segundo show la lleváis directamente a su camerino —les dije.

El primero había sido emitido para la zona Este y central, y el segundo sería para la costa.

—La traéis aquí el martes, para el ensayo, y estáis todo el tiempo con ella. No debe hacer nada sola. Comida, descanso, siempre uno de vosotros allí. ¿Entendido?

Miré el reloj. Eran las seis menos cuarto. Tenía que darme prisa si quería coger el avión que salía para Nueva York a las siete.

Antes de marchar me detuve ante uno de los monitores para ver su nueva actuación. Cantaba de nuevo y parecía absolutamente bella.

De pronto me sentí cansado; no sabía cuántos milagros más de este tipo sería capaz de aguantar. Hubiera podido dormir una semana, pero no tenía tiempo.

Quería estar por la mañana en Nueva York para ver las estadísticas de Nielsen.

 

 

Capítulo 9: CAPÍTULO 8 Capítulo 11: CAPÍTULO 10

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
14444777 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios