EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117558
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

Mis otras historias:

EL ESCRITOR DE SUEÑOS

EL ESCRIBA

BDSM

INDISCRECIÓN

EL INGLÉS

SÁLVAME

EL AFFAIRE CULLEN

NO ME MIRES ASÍ

EL JUEGO DE EDWARD

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 12: CAPÍTULO 11

Capítulo XI

 

Me tomé una pastilla y estuve durmiendo hasta tarde la mañana del lunes. Deliberadamente, no aparecí en la oficina hasta casi las once. A esa hora aquello era un pandemónium.

La señorita Fogarty demostró un inesperado sentido del humor.

—La explosión debe de haber llegado al ocho de la escala de Richter —me dijo mientras me traía el café y los avisos—. El señor Sinclair quiere que lo llame.

Miré por la ventana.

—Parece nieve —dije.

Ella comprendió lo que yo quería decir.

—Si vuelve a llamar diré que no ha encontrado trineo.

— ¿Han llegado ya los Nielsen?

—Llegarán de un momento a otro. Tengo los primeros datos de la ARI. Parecen buenos.

Estaban encima de un montón de papeles. Los miré. Eran más que buenos. Si eran correctos, habíamos acaparado con el show de Jane Reynolds un 44 % de los espectadores, un 41 % durante la primera hora de la película y un 38 % durante la segunda hora. Tenía que ser un récord. Sinclair nunca había rebasado el 17 % en ningún espacio del sábado por la noche.

Empecé a respirar con más tranquilidad. Las cosas no estaban arregladas aún, pero estaban mejorando. Ahora me alegraba de haber llamado personalmente a los presidentes de las cuatro mejores compañías de publicidad. Fue a última hora de la tarde del día anterior cuando empecé con las llamadas.

—Le mando una copia anticipada de nuestro programa de otoño —dije—. Lo obtendrá doce horas antes de que aparezca en los periódicos y desde luego doce horas antes también que lo sepa todo el mundo. Estoy haciendo la misma llamada a cada una de las otras tres grandes agencias y la misma oferta. Reservo el 12,5 % del mejor espacio por semana con el 10 % de descuento sobre el precio normal para cada uno de ustedes. Esta oferta es válida solamente hasta las cuatro de la tarde de mañana y después continuarán los precios corriente: Estudie todo el programa y creo que estará de acuerdo conmigo en que Sinclair será lo mejor para el próximo otoño.

Todos me hicieron la misma pregunta.

— ¿Qué le hace estar tan seguro?

Y a todos les di la misma respuesta.

—Compruebe los Nielsens del lunes. Si no atamos todo el sábado noche, puede olvidar mi oferta. Si no compra espacio de la Sinclair para el próximo año, le va a resultar difícil explicárselo a sus clientes.

La primera llamada llegó antes de que terminara de estudiar los datos de la ARI. Era John Barlett, presidente de la «Standard—Cassell», uno de los cuatro hombres a los que había telefoneado.

—Edward —me dijo jovialmente—, he decidido no esperar los Nielsen. Tengo fe.

Claro que la tenía, y seguramente provenía de los mismos informes que yo había recibido.

—Gracias, John.

—Sólo una cosa —me dijo—. Quiero ser el primero en escoger los programas.

—Desde luego —le contesté—. En cada programa adquirirá el 50 % o más.

— ¡Esto es un atraco! —dijo—. Pero acepto si me puede asegurar desde ahora el show de Jane Reynolds y la película.

—Puedo darle el Reynolds y la primera hora de la película a partir del próximo mes. La segunda hora de la película se la puedo dar ahora.

—Trato hecho —dijo.

—Gracias. Gilligan llamará a su oficina para firmar.

Colgué el teléfono. Mis manos estaban temblando. Nunca había hecho una venta de treinta millones de dólares de espacio de TV en un solo trato.

—El señor Sinclair quiere verlo —dijo la señorita Fogarty secamente.

—Dígale que estoy en una reunión, y haga que Gilligan venga inmediatamente.

Casi sin darme tiempo a colgar, sonó nuevamente.

—El señor Sinclair espera que usted no se encuentre demasiado ocupado para asistir a una reunión especial de directores que tendrá lugar a las dos y media.

—Dígale que asistiré.

Me levanté y me serví más café. No sabía a nada. Toqué el timbre y al momento apareció la señorita Fogarty.

—Mire a ver si aquella botella de «Hennessy» está todavía en el bar.

El brandy me resultó una gran ayuda. Me sentí revivir. Ahora estaba nevando. Me acerqué hasta la ventana y me puse a observar los grandes y blancos copos que caían lentamente. Apareció Gilligan.

— ¿Me necesitas, Edward?

—Sí —dije—. Acércate y mira.

Se acercó a la ventana y permaneció de pie a mi lado.

—En algún lugar, ahí abajo, la nieve cae sobre la gente, y desde aquí arriba ni siquiera podemos verlos.

Pude notar en su cara una expresión perpleja.

— ¿Has pensado alguna vez, Bob, en estar por encima de la nieve? ¿En algún lugar donde vieras que caía debajo de ti sin poder tocarte?

Lo miré. No sabía lo que le estaba diciendo. Pero el hombre de arriba sí lo sabía. Sinclair estaba seguro de que la nieve no caería nunca sobre él. Para eso estábamos todos nosotros situados en los pisos inferiores. Nada podía alcanzarle. Nosotros peleábamos, arañábamos, y cuando todo había acabado, él se marchaba del brazo del ganador.

Fogarty entró en el despacho. Sonreía mientras me tendió el informe anticipado. Lo miré. Habíamos copado el sábado por la noche. Nos encontrábamos con ocho puntos de ventaja, según los Nielsen, sobre la compañía más próxima. Sin decir palabra le pasé el informe a Gilligan y volví a mi mesa. Nada más sentarme, los teléfonos volvieron a sonar; no salimos ni a comer. Para cuando me dirigí a la reunión de los directores, todas las agencias de publicidad habían comprado su cuota.

Llegué con unos minutos de retraso y Jasper Hale ya estaba sentado al lado de Sinclair, lugar que yo solía ocupar. El único sitio vacío se encontraba al otro extremo de la mesa. Fui allí, y me senté.

—Siento llegar tarde, señores —me excusé—. Pero resulta que me he encontrado muy apretado.

—Por eso nos hemos reunido —dijo Sinclair. Su cara no mostraba ninguna expresión.

Jasper Hale no pudo esperar:

— ¿Está enterado de lo que dice la prensa que tiene delante?

Miré el periódico y luego a él.

—Tengo que estarlo —contesté—, yo lo hice publicar.

—Me imagino que se dará cuenta de que ha estado actuando por su cuenta, es decir, sin comunicar nada al Consejo de directores, ¿no es así? —su voz era fría y dura.

Miré a Sinclair.

—Mi trato con el señor Sinclair era que como presidente de «Televisión Sinclair» tenía completa autoridad y autonomía para dirigir la red según creyera más conveniente.

—Pero sabía que toda su acción hasta la fecha había sido aprobada por el Consejo de Administración.

Asentí.

—Desde luego, lo sabía, pero nadie me ha dicho que hubiera cambiado el sistema. Considerando que todo lo que hice con anterioridad se me aprobó una vez ejecutado, pensé que igualmente sucedería con todo lo que emprendiera.

Hale se mantuvo silencioso por unos momentos mientras cogía unos papeles y los revisaba.

Intenté leer algo en la cara de Sinclair, pero era tan impenetrable como un bloque de granito.

—Tengo aquí una relación del coste de la programación que ha anunciado tan precipitadamente —dijo Hale—. ¿Se da cuenta de que eso nos mete en un gasto de más de cuarenta millones de dólares?

Asentí con la cabeza.

— ¿Y de que, aparte de esto, serán necesarios otros once millones de dólares para pasar la red al color?

—Exacto.

— ¿Cree que semejante gasto es económicamente sano para nuestra compañía.

—Sí —dije—. Si no lo creyera así no la hubiera metido en esto.

— ¿También encuentra apropiado, por su parte, el anunciar la dimisión de algunos empleados de la compañía sin haberlo consultado previamente con ellos?

—Sí. Incluso tengo estas dimisiones en mi mesa desde que entré aquí.

—No tiene la mía y, sin embargo, también la ha anunciado.

—Un descuido —dije.

— ¿Qué quiere decir un descuido?

Ahora su voz sonaba iracunda. Me puse a mirarlo y, sin levantar el tono, añadí:

—Tengo la certeza de que antes de que esta reunión termine, tendré su dimisión.

Se puso rojo de ira, pero sin hacerle caso pasé la mirada en torno a los demás.

—Sé que tienen trabajo, señores, así que, seré lo más breve posible: la facturación prevista para el espacio principal de la presente temporada es de ciento sesenta millones de los cuales el treinta por ciento o sea cuarenta y ocho millones eran ventas por adelantado. En este momento, tengo ventas confirmadas para el cincuenta por ciento de las horas clave de la próxima temporada, que ascienden a ciento veinte millones de la previsión total de doscientos cuarenta millones. Podría aburrirles exponiéndoles el porcentaje de aumento sobre el año pasado, pero no me tomaré la molestia; los cambios de programación iniciados la última semana con la película y con el show de Jane Reynolds, incrementarán la facturación del presente año en veinticinco millones. Basta de ventas y programación.

»En cuanto al color, señores, lo tenemos aquí y tendremos que enfrentarnos con él. Si esperáramos cinco años, cuando nos viéramos obligados a hacerlo, nos costaría más de un cincuenta por ciento más que ahora. Además nos permite subir las tarifas un veinte por ciento.

Miré alrededor de la mesa.

—El aumento de gastos  sólo repercutirá en aumento de facturación y beneficios. En cuanto al personal, creo que sólo he eliminado a supernumerarios cuyo valor para la compañía hace ya tiempo que había desaparecido.

Todos quedaron silenciosos. Sinclair habló lentamente.

—La presidencia opina que debemos dar un voto de confianza al señor Cullen, y ratificar plenamente su actuación y su programa.

La moción fue aprobada unánimemente, con dos abstenciones. La de Hale y la mía.

—La presidencia propone levantar la sesión —dijo Sinclair fría y secamente.

En menos de dos minutos la reunión había terminado, y en la estancia, ahora completamente vacía, solamente quedamos Hale y yo. Recogí mis papeles y miré la larga mesa. El parecía hundido, como si se encontrara mal, y las manos se le agarrotaban en la mesa. Al dirigirme a la puerta, me paré a su lado:

—Lo siento, Jas.

Me miró. Su cara estaba blanca y descompuesta.

—El muy hijo de... perra —exclamó violentamente—. Ni siquiera se ha dignado decirme adiós.

Yo no contesté.

—El me lo ha preparado —dijo.

—El nos lo ha preparado.

Asintió con la cabeza, y vi como sus ojos parpadeaban con rapidez.

—Lo único que tenía que hacer es pedirme que me marchara. No tenía que haber sucedido así.

Se acercó a la ventana y estuvo contemplando cómo nevaba.

—Ahora comprendo por qué no pueden abrirse las ventanas de los nuevos edificios. Sabían que habría días como éste.

Se volvió a mirarme:

—Le he visto hacer cosas como ésta en otras ocasiones. Incluso llegué a admirarlo por ello. Nunca podría hacerme a mí una cosa así. Eso creía yo.

Una amarga sonrisa pasó por sus labios.

—Eso creía yo —repitió.

Se me acercó, y me tendió la mano.

—Buena suerte, Edward.

Su apretón de manos me dio a entender que realmente me la deseaba.

—Gracias, Jas.

—Protéjase siempre, pero no lo olvide: vigile al que lleva el mando.

Capítulo 11: CAPÍTULO 10 Capítulo 13: CAPÍTULO 12

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
14444442 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios