EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117568
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

Mis otras historias:

EL ESCRITOR DE SUEÑOS

EL ESCRIBA

BDSM

INDISCRECIÓN

EL INGLÉS

SÁLVAME

EL AFFAIRE CULLEN

NO ME MIRES ASÍ

EL JUEGO DE EDWARD

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 16: CAPÍTULO 15

Capítulo XV

 

— ¡Cuernos!... —exclamó—, ahora ya no puedo ni abrocharme el sostén...

Lo tiró con rabia en medio del cuarto y se volvió hacia el espejo.

— ¡Mírame!

Me miró por el espejo.

—Te gusta —dijo, acusadoramente—. Estarías orgulloso si me ofrecieran el papel de vaca lechera para los anuncios.

—No es nada malo el que tengas unos senos enormes —repuse—. Es la obsesión popular americana.

Se arrancó de mis brazos y con violencia abrió un cajón de su armario. El cajón se salió de su sitio, y todo el contenido vino a parar al suelo. Bella se sentó en medio del montón de ropa interior y empezó a llorar.

Me puse de rodillas a su lado y apoyé su cabeza en mi pecho.

—Me siento tan desastrosa. No logro hacer nada bien.

—No te pongas nerviosa. Lo peor ya ha pasado, sólo te faltan unos pocos meses.

—Parece como si fuera a durar siempre —dijo—. ¿Por qué no me lo sacaste de la cabeza?

Lo logré el primer año de nuestro matrimonio. Pero el segundo, se había hecho a la idea, y ya no hubo manera de evitarlo. «Toda mujer tiene derecho a tener hijos», me había dicho; y así llegamos a eso.

Sabía que era preferible no recordárselo ahora. Por lo contrario la levanté y la senté en una silla.

—Te voy a preparar algo de beber.

Le hice una buena bebida, la probó, hizo una mueca, y dejó el vaso.

—Tiene un gusto espantoso —dijo—. Dame un cigarrillo.

Encendí uno y se lo pasé.

—Estoy muy deprimida, como no lo había estado nunca.

—Bébete lo que te he preparado, te animará.

— ¿No tendrías por aquí un cigarrillo de marihuana?

—Sabes muy bien que Bill ha dicho que podría ser perjudicial para el niño. No querrás que nazca mal, ¿verdad?

—Porque es médico cree saberlo todo —exclamó con furia—. ¿Te parece mejor que nazca borracho? Está bien, prepárame un whisky.

No contesté.

Cogió de nuevo la bebida.

—Termina de vestirte, y ve, yo no pienso ir.

—Pero nos están esperando a los dos...

— ¡Por el amor de Dios!, da cualquier excusa. Diles que estoy mareada, o algo por el estilo. Te las arreglas estupendamente cuando se trata de no venir a cenar a casa. Ahora trata de encontrar una buena excusa.

Bebió un poco.

—Además, cada vez me gusta menos ese musculoso y gordo judío; es como un cerdo.

Me quedé mirándola.

—Estás enseñando la oreja.

—No me gustaría aunque apareciera cada domingo en el pulpito de la iglesia episcopal de Santo Tomás. Sólo quiere servirse de ti.

— ¿Y quién no?...

Mirándome en el espejo, terminé de anudarme la corbata.

—Pero ése es mi trabajo: servir a la gente.

— ¡Por Dios!, ¿lo dices en serio? —exclamó burlonamente—. Empiezas a creer lo que se ha inventado mi padre: que el presidente de una red se convierte en siervo de todo el mundo...

—Podría ser peor —añadí mientras me ponía la chaqueta—. Bueno, ¿vas a vestirte de una vez o te propones pasarte la noche sentada aquí?

Éramos ocho alrededor de la mesa. Jacob Black y su esposa, Denise; Emmett Savitt y una artista, que él estaba exhibiendo, Jennifer Brace; el cuñado de Jacob, Roger Cohen, junto con su esposa, cuyo nombre no logré entender hasta tres semanas después; Bella y yo.

Di un repaso a la mesa. Jacob lo estaba pasando en grande; se dedicaba a hacer uno de sus trucos; hacía desaparecer un billete de cien dólares y luego lo encontraba en el escote de la actriz, o en la pitillera de Bella.

Esta parecía pasarlo la mar de bien; al menos era la que más se reía. Por otra parte, no había visto nunca las habilidades de Jacob.

Sonreí para mis adentros. A Jacob le entusiasmaban los juegos de manos. A veces, me preguntaba si era un frustrado animador, un actor, un publicitario, o las tres cosas a un tiempo. En cierto modo, así fue como llegué a conocerlo.

 

 

Emmett y yo acabamos de comer en el «Restaurante Escandinavo» del hotel Waldorf, e íbamos paseando hacia Park Avenue, cuando vimos una gran multitud congregada frente a la sala Imperio. En aquel momento, vi a cuatro hombres con los revólveres a punto, y detrás de ellos a dos guardias que llevaban un gran baúl de aluminio, cerrado con enormes candados dorados. Había cuatro guardias más de escolta.

— ¿Qué pasa? —pregunté.

—Voy a enterarme —dijo Emmett rápidamente.

De un salto subió los escalones y se paró a hablar con un hombre que se encontraba en la puerta. Un momento después estaba de vuelta.

—Es un truco publicitario —dijo—. Un nuevo productor ha invitado a la prensa y a todos los más importantes exhibidores del país a que vean cómo debe venderse una película.

Observé la muchedumbre y en ella encontré muchas caras conocidas; estaban los más cínicos y rudos del negocio.

—Verdaderamente se debe de tratar de un buen truco publicitario para haberlos podido reunir.

—Lo es —dijo Emmett—. Mi amigo me ha dicho que hay un millón de dólares contantes y sonantes, dentro de aquel baúl.

— ¡Esto hay que verlo...!

Nadie nos impidió la entrada, pues todos los ojos estaban puestos en el baúl, que habían colocado sobre una mesa.

Miré en torno a la estancia. Estaba llena de gallardetes y letreros en los que podía leerse:

 

 

 

Jacob Black PRESENTA

ICARO

La película del millón de dólares para el exhibidor.

 

Sonreí. Por lo menos, había un distribuidor de películas que no se arredraba ante la televisión. Estaba luchando con sus propias armas, a su manera. Incluso estaba luchando con algo más que eso.

Había grandes ampliaciones en color, en una se veía a un hombre casi desnudo, al que se le notaban los poderosos músculos bajo la piel, que sostenía con un brazo a una muchacha, también medio desnuda, y en el otro llevaba un arma. En otras ampliaciones aparecían guerreros con curiosos arneses, llenos de plumas y adornos, y desde luego nunca faltaba la muchacha casi desnuda.

—Señoras y señores... —empezó a oírse por los altavoces.

Todos los ojos se volvieron hacia el escenario. Y ésta fue la primera vez que lo vi. Era tan ancho como alto, llevaba un traje negro con camisa blanca. Tenía el pelo negro y la cara rubicunda que sudaba copiosamente.

—Muchos de ustedes no me conocen —dijo—. Me llamo Jacob Black. Y muchos de ustedes no conocen mi película. Se llama Icaro y desde luego les aseguro una cosa —hizo una pausa para secarse el sudor con un pañuelo—: a partir de hoy no olvidarán a ninguno de los dos...

Hizo un gesto y los guardias le acercaron el baúl. Sacó una gran llave de oro del bolsillo, abrió las cerraduras, y luego se apartó.

Los guardias sabían lo que se suponía que debían hacer; alzaron el baúl, y lo ladearon. Empezaron a caer fajos de billetes, unos al suelo, otros sobre la mesa. Parecía como si aquella cascada no fuera a parar nunca. Un gran murmullo colectivo salió de la muchedumbre.

Me dediqué a observar a la gente; en las caras de todos podía verse una completa absorción. No podían quitar la vista del montón de dinero.

Me volví para mirar de nuevo al hombre. De pronto dejé de verlo pequeño. Había tenido razón. Nadie iba a olvidarlo.

—Vámonos —susurré.

Emmett se volvió hacia mí, cuando llegamos al vestíbulo.

—Este hombre está loco. Arriesgar un millón de ese modo. ¿Qué hubiera pasado si...?

Lo corté.

—Entérate de todo lo que puedas acerca de él.

— ¿Hablas en serio?

Asentí.

—Nunca en mi vida he hablado con tanta seriedad. Sólo hay una clase de persona que haga una pirueta así. Es un hombre que, o lo tiene todo, o que no tiene nada y se lo está jugando todo. Y pase lo que pase, demuestra tener narices.

Lo que pude saber de él hizo que me entrara mayor curiosidad, y a la mañana siguiente, me encontraba en su oficina para saber qué tal hombre era realmente. Era una pequeña oficina de cuatro habitaciones en uno de los edificios de Rockefeller Center. Había gente por todas partes, mesas hasta en los corredores y papeles por el suelo.

Permanecí de pie, en medio de lo que supuse era la recepción, y me dediqué a observar el movimiento que había a mi alrededor.

Al cabo de un momento se me acercó un hombre con expresión de angustia. Entonces no sabía de quién se trataba, pero resultó ser Roger Cohen, cuñado de Jacob, y principal fuente de toda la financiación.

— ¿Es usted exhibidor o vendedor? —preguntó.

—En cierto modo ambas cosas.

—Lo que quiero saber —dijo roncamente— es si usted compra, vende o cobra.

—Compro —le dije.

Una gran sonrisa apareció en su cara.

—En este caso, sígame. El señor Black le atenderá dentro de un momento.

En aquellos momentos Sam estaba hablando por teléfono. Me miró y me indicó que me sentara. La silla estaba llena de papeles que Roger se apresuró a quitar.

—Está bien, lo has conseguido —exclamó Jacob—. El cincuenta por ciento de los alquileres, y yo pago la publicidad hasta uno de los grandes por semana.

Colgó y me dio la mano por encima de la mesa.

—Mi nombre es Jacob Black.

Me había engañado. No había nada de flojo y blando en su apretón.

—Edward Cullen—me presenté a mi vez.

Se me quedó mirando.

— ¿El conocido Cullen?...     

Asentí.

— ¿Qué quiere?

—Usted necesita dinero, y nosotros lo tenemos.

—No sé de dónde ha sacado esa idea, pero desde luego está equivocado —me dijo rápidamente—. Andamos bien de dinero.

Me puse en pie.

—Entonces, estoy haciéndole perder el tiempo.

—Espere un momento —añadió—. No tenga tanta prisa. ¿Qué era lo que tenía pensado?

—Doscientos mil por su película para la televisión.

—No puedo hacerlo. Si se llega a saber, los exhibidores me harán el boicot.

—El dinero ahora —dije—. Anunciaremos este trato dentro de dos años, para entonces ellos ya habrán exhibido su película.

— ¿Ha traído el cheque? —me preguntó sonriendo—. Tengo que pagar hoy el alquiler o me echarán de aquí.

 

Capítulo 15: CAPÍTULO 14 Capítulo 17: CAPÍTULO 16

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
14444545 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios