EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117567
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

Mis otras historias:

EL ESCRITOR DE SUEÑOS

EL ESCRIBA

BDSM

INDISCRECIÓN

EL INGLÉS

SÁLVAME

EL AFFAIRE CULLEN

NO ME MIRES ASÍ

EL JUEGO DE EDWARD

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 6: CAPÍTULO 5

Capítulo V

 

— ¿Está contigo mi padre? —preguntó tan pronto como entré en la habitación.

Negué con la cabeza.

—Has venido con su coche —me dijo acusadoramente.

La miré. Estaba vestida y arreglada para salir, y en medio de la habitación su pequeña maleta ya cerrada. No hizo ningún movimiento hacia ella.

—Me lo ha dejado —expliqué—. Ha pensado que sería más confortable que un taxi.

— ¿Lo sabe?

—Sí.

Pareció desinflarse. Cruzó el cuarto y cogió de su bolso un paquete de cigarrillos.

— ¿Cómo se ha enterado? ¿Se lo has dicho tú?

—Tú sabes que no, Bella —le dije—. Él lo sabía de antemano. Incluso sabía que te iba a llevar al doctor.

— ¡Maldita sea! No se le escapa nada —me miró—. Voy a despedir a esa condenada camarera. Ahora estoy segura de que ha sido ella. Era la única persona que lo sabía, aparte de ti. Siempre está escuchando por las cerraduras.

—Es tu padre —dije—. Es natural que se preocupe.

— ¿Qué diablos sabes tú? —estalló. Su voz se volvió salvaje—. No se preocupa ni por mí, ni por nadie. Lo único que quiere es dominarlo todo. Por eso se largó mi madre. Pero ni eso lo detuvo; la estuvo acosando hasta que se mató. Y eso es lo que quiere que yo haga.

— ¡Calma, muchacha! —le dije.

Rió amargamente.,

—Tú no lo conoces. Espera que ponga sus garras sobre ti. Será tu dueño absoluto. Entonces comprenderás. Recuerdo lo que le dijo a mi madre: «Nadie abandona a Carlisle Sinclair, a menos que yo lo quiera.» —Tiró el cigarrillo. — No quiero volver a mi apartamento.

—Eso es cosa tuya. Ya eres mayor. Yo sólo he venido para sacarte de aquí.

Se me acercó con los ojos muy abiertos.

—Edward, deja que me quede contigo.

—Olvídalo.

—Por favor, Edward —insistió, cogiéndome la mano—. Sólo unos días, hasta que mi cabeza se desembrolle. No quiero estar sola en aquel apartamento.

—No sabes lo que dices —repuse—. Mi casa los próximos días va a estar como la Gran Estación Central.

—Seré buena. No me meteré en tus asuntos.

— ¿Por qué yo? Tienes otros amigos.

Me miró, y apareció en sus ojos un profundo pesar. Me soltó la mano y se dirigió hacia la maleta.

—Está bien, Edward —dijo pausadamente—. Ahora estoy preparada para marchar.

Cogí la maleta y nos fuimos al coche. No creo que habláramos ni dos palabras durante todo el trayecto a la ciudad. El chófer nos iba mirando con curiosidad por el retrovisor. Era evidente que ella lo conocía, pero fingía no conocerlo.

El coche se paró frente a su apartamento en Park Avenue, y el portero se apresuró a recoger su maleta. Yo bajé junto con ella.

— ¿Estás bien ahora? —le pregunté.

Asintió con la cabeza.

—Ten cuidado, y descansa. Te llamaré más tarde para ver cómo te va.

—Bien.

Le di un beso en la mejilla y entró en la casa. Casi eran las cinco cuando llegué a mi despacho y las notas y llamadas telefónicas que había recibido durante mi ausencia llegaban al techo. Me quedé tan absorto en el trabajo, que cuando me di cuenta ya eran las ocho y Emmett Savitt llamaba al teléfono.

— ¿Trabajando todavía? —preguntó riéndose—. Estás dando mal ejemplo.

Eché un vistazo a la pila de papeles que aún tenía que revisar.

—Sí.

—He estado en el horno. Creo que te he traído un buen paquete.

—Estupendo.

— ¿Te parece que vaya y charlemos sobre eso?

Miré el reloj.

—No; será mejor que nos encontremos dentro de quince minutos en «Mac Carthy», en la Segunda Avenida.

—Allí estaré.

Colgué y llamé al zumbador. Apareció la señorita Fogarty.

—Envuélvame el resto de esos papeles; en casa los revisaré —le ordené.

Luego me fui al cuarto de baño y me lavé. Me miré en el espejo. En mi cara pude advertir arrugas que por la mañana no tenía. Hice una mueca. Iban bien con mi cabello gris. Me pregunté cuándo dejaría de necesitar el tratamiento.

Empapé una toalla con agua caliente y me la apliqué sobre la cara. Noté cierto alivio. Cuando me la quité, algunas arrugas habían desaparecido; sin embargo, los ojos continuaban rojos. Quizá necesitaba gafas.

La señorita Fogarty me había preparado todo en una cartera nueva de piel, que en un lado ostentaba mi nombre de una manera discreta. La cerró y me dio la llave.

—Todo está en orden —me explicó—. Además he subrayado en rojo las cosas urgentes.

Joe Berger se encontraba en la puerta cuando llegué.

—Felicidades —me dijo.

—Gracias, Joe.

Nos dimos la mano, y lo seguí.

Su preciosa esposa Clara me dio la enhorabuena desde la caja registradora, mientras pasábamos por delante. Me sonrió y yo la saludé.

— ¿Qué te apetece tomar? —me preguntó él.

—Bueno, he quedado aquí con Emmett Savitt.

—Lo sé. Ha llamado diciendo que vendrá con cinco minutos de retraso.

Era normal en él. Posiblemente llamaría dos veces más antes de presentarse.

—Tendré tiempo para cuatro Martini —dije—. Luego una ensalada con queso, roast—beef y patatas al horno con salsa.

— ¿Quieres el consejo de un experto?

Asentí.

—Acostúmbrate a tomar whisky. Es mejor para el estómago. Todos los casos de úlcera que conozco viven de los Martini.

Me reí.

— ¿Y qué me dices de la Coca—Cola?

—Eso todavía es mejor. Cuando mi hijo era muy pequeño el médico me recomendó que le diera jarabe de Coca cada vez que tuviera mal de estómago.

—De acuerdo —repuse riendo—. Ahora tráeme los Martini.

Desapareció moviendo la cabeza. Desde luego, Emmett no era nada puntual. Después de dos llamadas y tres Martini, apareció lleno de prisas.

Se dejó caer en la silla opuesta a la mía y mirando los vasos que había encima de la mesa, me preguntó:

— ¿Cuántos van?

—Es el tercero —dije jugueteando con el vaso.

Miró al camarero.

—Tráigame dos dobles, de prisa. —Se volvió hacia mí y agregó: — No es que me apetezcan demasiado, lo que sucede es que no quiero aprovecharme de ti.

Le sonreí burlonamente.

—No estaría mal, para cambiar.

El camarero apareció con los dobles. Empecé a hablar, pero Emmett levantó la mano. Con gran rapidez vació un vaso y cuando dejó el otro sobre la mesa, sólo contenía la mitad.

—Bueno, ahora ya puedes hablar.

— ¿Qué hay de mi encargo?

—No ha sido fácil —repuso.

Permanecí silencioso. Eso no me aclaraba nada. Eran palabras de agente para valorarse.

—Te he conseguido unas treinta y seis. Unas cinco en cada una de las casas principales; el resto de los independientes.

—Buenas, ¿cuántas?

—Un promedio de cuatro entre seis y las dos restantes no están mal. Por lo menos no son birrias del todo. —Terminó su bebida. — Yo pretendía escogerlas de una en una, pero no quisieron pasar por ello.

Asentí con la cabeza. No lo había hecho del todo mal. Generalmente las compañías cinematográficas te endosaban cuatro malas por una buena.

—Ahora, ¡agárrate! Te han costado cuatrocientos mil dólares cada una, y tienes exactamente veinticuatro horas para entregar el dinero o no hay trato. Quieren el dinero ahora porque necesitan incluirlo en las cifras de este año.

Me quedé mirándolo fijamente. El precio era el doble de lo que se estaba pagando hasta ahora, pero comprendí que era la única razón por la que las habían soltado. Ellos estaban también en apuros. Debían presentar buenas cifras este año, pues si no, los accionistas pondrían el grito en el cielo y éstos les daban más miedo que los propietarios de salas de proyección, los cuales les habían obligado a un arreglo por el que no podían vender a la televisión películas posteriores al 48. Los accionistas podían hacerles perder su trabajo, en cambio los exhibidores tenían que seguir acudiendo a ellos en busca del producto.

—De acuerdo —dije—. Cómpralas.

Me miró fijamente.

— ¿Sabes lo que haces? Son más de catorce millones de dólares.

—Te he dicho que las compres.

— ¿Ni siquiera quieres saber de qué películas se trata? ¿Qué artistas salen?

Mi contestación fue seca:

—Tú eres el experto, Emmett. Confío en tu opinión. Has dicho que no querías aprovecharte de mí.

—Pero se trata de tu puesto. Si las películas no son buenas...

Hablé de nuevo y esta vez mi voz era fría.

—En eso te equivocas, Emmett. No se trata de mi puesto. Si las películas resultan un éxito, es algo que habrá logrado tu agencia. Mi trabajo puede permitirse alguna equivocación, pero si me has engañado, tu agencia nunca más venderá otro espectáculo a Sinclair. Y eso puede ser tu final, pues con los pedidos de las otras Compañías no llegas ni a pagar la renta de uno de los pisos de tu oficina.

Su cara se estaba empezando a poner muy pálida y en su frente aparecieron gotas de sudor. Terminó su bebida lentamente y sin dejar de observarme. Al cabo de un momento habló de nuevo. —Son buenas películas.

—Entonces, ¿por qué te preocupas? —le sonreí—. Descansa, y cenemos. Estoy muerto de hambre.

Pero, cosa rara, él no parecía tener mucho apetito.

 

 

Eran más de las once cuando llegué a mi apartamento. No estaba nada cansado. Abrí la cartera y extendí el montón de papeles encima de la mesa del comedor.

Cuando hube terminado y me metí en la cama pasaba de la una. Los ojos me quemaban, pero nada más cerrarlos me quedé dormido. Debía de hacer media hora que dormía cuando empezó a sonar el timbre de la puerta. Al principio, me pareció como un eco que resonara dentro de mi cabeza, y no hice caso, pero finalmente abrí los ojos. Me costó un poco acostumbrarme a la oscuridad. Ahora que ya estaba completamente despierto, el timbre parecía sonar con más potencia. Salté de la cama, atravesé el apartamento, fui a la puerta principal y abrí.

Llevaba un apretado abrigo de piel y, en la mano, una pequeña bolsa; sus marrones ojos me miraron con expresión asustada.

Durante unos instantes permanecí inmóvil, luego me retiré un poco y ella se echó a mis brazos. Lloraba y estaba temblando. Cerré la puerta.

—No me dijiste que te habías cambiado —dijo sollozando.

La estreché contra mí.

—Primero he estado en tu anterior apartamento. El portero me ha dicho dónde vivías ahora —me miró con los ojos húmedos de lágrimas—. ¿Estás enfadado conmigo?

Negué con la cabeza.

Sus palabras salieron atropelladamente.

—No podía aguantar allí más tiempo. Estaba sola. Tan sola... Me puse a pensar en lo que tú me habías dicho. En mis otros amigos, y por primera vez me di cuenta de una cosa. No tengo otros amigos. Realmente, no. Sólo compañeros de juerga, nada más. Me he bebido media botella de whisky. Me ha sabido horrible. He tratado de no pensar y me he fumado tres cigarrillos de marihuana. No ha sucedido nada. Entonces he decidido irme a dormir. He tomado nembutal. Cuando me he levantado de la cama para tomar la cuarta pastilla, me he dado cuenta de que no iba a conseguir dormirme. Me he estado mirando en el espejo del cuarto de baño, y lo único que podía ver era la cara de mi madre. Iba a acabar como ella. Llegarían por la mañana y me encontrarían tendida, muerta. Entonces, me he asustado. He intentado llamarte, pero me han dicho que el teléfono estaba desconectado. Entonces, me ha entrado un pánico horrible. No tenía adonde ir, y he empezado a buscarte.

Se pasó la mano por los ojos, se le abrió el abrigo y pude ver que debajo llevaba el camisón.

—Deja que me quede esta noche. Me iré por la mañana. ¡Por favor!

—Ya estás aquí —le dije—. Vámonos a la cama.

La conduje al dormitorio.

—Primero vete a lavar la cara, se te ha corrido la pintura de los ojos.

Obediente, entró en el cuarto de baño, apagué las luces y me metí en la cama. Podía oír el agua que corría salpicando el lavabo. Al cabo de un momento, la puerta se abrió y la luz que había tras ella se reflejó en el cuarto.

— ¿Estoy bien ahora? —preguntó.

No le podía ver la cara, pues quedaba en la sombra; pero sí divisaba su silueta a través del camisón. Me reí para mis adentros. Desde luego, lo que veía me parecía estupendo.

—Estás muy bien —contesté.

Apagó la luz y se metió en la cama. Yo le hice sitio.

—No, Edward—dijo—, quiero que me abraces.

Pasé un brazo por su cuello y coloqué su cabeza sobre mi hombro. Durante un minuto se estuvo quieta, y luego, repentinamente, se sentó y con un rápido movimiento se sacó el camisón por la cabeza y, echándose de nuevo, se apretó contra mí.

—Así está mejor —susurró.

Pude notar su firmeza. Ahora era yo el que no podía dormir. Me movía desasosegado.

—Lo siento, Edward, pero durante una semana no podremos hacerlo.

—Lo sé —repuse ásperamente—. Intentemos dormir.

Cerré los ojos. Al cabo de unos minutos habló de nuevo.

—Dame el beso de buenas noches, Edward.

Besé sus labios. Ella cerró los ojos, y su voz se convirtió en un susurro:

—Edward.

—Di.

—Prométeme una cosa.

— ¿Qué?

—Primero prométemelo.

Parecía una niña. Me volví a apoyar en la almohada.

—De acuerdo: te lo prometo.

—Por la mañana no me mirarás...

Me reí silenciosamente.

— ¡Por el amor de Dios!, duérmete ya.

Podía haberme ahorrado hablar. Ya estaba dormida. La miré. Parecía tan joven, tan vulnerable, en la oscuridad... Cerré los ojos. Pero su calor y su olor eran el de una mujer, y no había descanso para mí. Finalmente me levanté sin que ella hiciera el más leve movimiento. Me instalé en la salita.

Cuando logré dormirme, ya se proyectaba la última película de la televisión.

 


Capítulo 5: CAPITULO 4 Capítulo 7: CAPÍTULO 6

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
14444537 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios