EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117596
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

Mis otras historias:

EL ESCRITOR DE SUEÑOS

EL ESCRIBA

BDSM

INDISCRECIÓN

EL INGLÉS

SÁLVAME

EL AFFAIRE CULLEN

NO ME MIRES ASÍ

EL JUEGO DE EDWARD

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 52: CAPÍTULO 4

Capítulo IV

 

Cuando al día siguiente llegué a mi despacho, encontré encima de mi mesa el informe de Ángel. Lo tomé y le eché un vistazo. Se había preocupado por ganar puntos; la única persona a quien no había tratado de asesinar era al propio Sinclair.

Me reí para mis adentros. Ángel era demasiado ansioso. Sinclair podía darse cuenta leyendo aquello. Era evidente que se servía a sí mismo, pero había pensado bien una cosa: estando yo en la costa la mayor parte del tiempo, faltaba dirección en Nueva York.

No era nada nuevo. Todos lo habíamos visto venir desde tiempo atrás. Yo se lo había hecho notar a Carlisle hacía casi dos años; pero él se había despreocupado de ello.

—Desdóblate —me había dicho...

Yo no le hice caso; me concentré en los problemas importantes que surgían en mi agenda y el resto quedaba atrás. Pero ya no más.

Tiré el informe a la papelera; los informes no hacían programas de televisión. Luego apreté el intercomunicador.

—Avíseme cuando llegue el señor Sinclair —dije.

—Aquí está —la voz de Carlisle me llegó desde la puerta.

Levanté la vista y sonreí. Luego me puse en pie, le tendí la mano.

—Señor Sinclair...

Torció el gesto, cuando me estrechó la mano.

—Reconozco este tono de voz. ¿Así que va a ser una conversación en serio?

—Ya es hora —contesté sonriendo.

—Antes de que empecemos, ¿puedo decirte que estoy contento de verte, Edward?

Sonreí burlonamente.

—Estoy contento de verte, Carlisle.

Hizo un movimiento de cabeza, y se dejó caer en una silla, frente a mi mesa.

— ¿Por qué has mandado a Pérez a la costa? —me preguntó de pronto.

—Para matarlo; no me gustan los tíos mierda.

—Le pedí que me hiciera un trabajo.

—Esa fue tu equivocación. El estaba trabajando para mí; era a mí a quien debías pedirlo.

—Su informe es sensato.

—También lo era el mío hace dos años; pero entonces no quisiste hacer nada y te predije que surgirían problemas. Ahora que los tenemos, estás dispuesto a hacer algo. Pero entonces, no.

—No es tan mala persona —repuso—. Al fin y al cabo te llamó.

—Sí. Después de mandarte el informe. Jugó a lo seguro.

—Soy presidente del consejo de directores y responsable de la situación financiera de la compañía. No puedes decirme que este año hayamos logrado un éxito clamoroso.

—Olvidas algo —dije.             

— ¿De qué se trata?

—Cuando me nombraste presidente de toda la compañía, automáticamente me convertí en el jefe oficial de operaciones. No me gusta que nadie usurpe mi autoridad, ni siquiera tú.

—No seas tan quisquilloso, Edward, sólo estaba tratando de ayudarte.

—Lo sé, pero has roto todas las reglas y eso no lo puedes hacer más. Ahora se trata de otra clase de juego.

— ¿Quieres darme a entender que no puedo tomar las medidas necesarias cuando veo que se está cometiendo una equivocación?

El estaba empezando a perder los nervios.

—Hay algo que puedes hacer: decírmelo.

— ¿Cómo diablos puedo decirte algo si estás siempre fuera de la oficina?

— ¿Has oído hablar de una cosa llamada teléfono?

Deliberadamente lo iba excitando más.

Se serenó finalmente.

— ¿Qué piensas hacer ahora? El consejo espera la contestación. Nuestra facturación ha bajado once millones este año.

—Apretando el botón del pánico no lograrás recuperarlos.

—Te pasas demasiado tiempo en la costa —dijo—. Por eso van mal las ventas.

—No será así el próximo septiembre, cuando empiece la nueva programación.

—Aún falta mucho tiempo. Falta menos de una semana para Año Nuevo. Todavía tenemos que preocuparnos por las cifras de este invierno y del verano. Enfrentémonos con ello, Edward. Nadie conoce las agencias tan bien como tú; por lo tanto debes volver aquí. No puedes estar en dos lugares a la vez.

—Ahora estás hablando con la cabeza —le dije—. No puedo estar en dos sitios a la vez. Pero respecto a lo otro, estás equivocado. Hay alguien que conoce las agencias tan bien como yo.

Me miró interrogativamente.

—Emmett Savitt. Has olvidado que ha pasado su vida en Madison Avenue, vendiendo a las agencias, a los patrocinadores, y a las cadenas sus programas.

—Pero, ¿y el estudio?

—Ha hecho su trabajo allí —contesté—. Puso en marcha el estudio y lo ha dirigido. También ha formado algunos hombres de alta calidad preparados para haberse cargo del mismo. Creo que ya es hora de que ascienda.

Durante un rato permaneció en silencio, pensando en lo que iba a decir.

— ¿Qué intentas ofrecerle? —preguntó finalmente.

—Le he pedido que venga y que estudie la proposición de Black.

—Espera un momento —protestó—, eso es trabajo tuyo.

—Es trabajo del presidente de la TV Sinclair —repliqué.

—Pero tú continúas siendo el presidente.

—Esa fue mi equivocación. Cuando acepté el cargo tuyo de presidente de la Radiodifusión Sinclair, tenía que haber puesto a otra persona en el antiguo lugar que yo ocupaba. Creo que ha llegado el momento de que la TV Sinclair tenga un nuevo presidente.

— ¿Y tú qué harás?

—Lo mismo que hacías tú cuando tenías mi puesto: volver loco a todo el mundo.

Empezó a reírse y luego se puso en pie. Se dirigió a la puerta y al llegar a ella, se volvió hacia mí.

— ¿Te apetece venir a cenar a Greenwich el domingo? —me preguntó—. Allí la nieve está preciosa.

—Iré, si para entonces no he vuelto a la costa.

—Una cosa más...

—Di.

— ¿Ya has decidido cuándo podré retirarme?

Le contesté al momento:

—Cuando tengas sesenta y cinco años.

Riéndose, abrió la puerta y se marchó. Estuve mirando hasta que se perdió de vista, y luego empecé a sonreír. El había perdido la escaramuza y había ganado la batalla. Continuaba siendo más listo que yo. De pronto me di cuenta de que él había obtenido todo lo que deseaba.

 

 

Cuando dejé la oficina casi había anochecido y no la vi cuando salí del edificio. Crucé el aparcamiento hacia el coche, y estaba para entrar cuando noté un golpecito en la espalda.

—Trabajas hasta tarde, señor Cullen —me dijo.

Me volví. En esta ocasión llevaba un abrigo de piel diferente, de zorro rojizo, creo. A pesar de la capucha, que le tapaba casi toda la cara, aún pude ver sus ojos negros y brillantes.

—Estoy esperando desde las cinco.

—Eso es estúpido; si querías verme no tenías más que entrar y dirigirte a mi oficina.

— ¿Puedes creer que estaba asustada?

— ¿De qué?

—De que no quisieras verme.

—De todas maneras eso hubiera sido mejor que pasarte tanto rato a la intemperie, helándote el trasero.

—No lo he pasado tan mal —dijo, mientras se sacaba del bolsillo un frasco algo anticuado, que me enseñó, dejándome ver que estaba vacío—. Al cabo de unos momentos ya no me he dado cuenta de que hacía frío.

—Será mejor que subas en el coche —le dije tomándola por el brazo.

No se movió.

—No me he estado esperando para eso; no hace falta que me lleves contigo. Sólo he querido decirte que siento mucho el haberme portado tan tontamente la noche pasada.

No dije nada.

—No comprendo lo que me sucedió..., fue como si de pronto me hubiera desmoronado.

En su cara pude notar una expresión muy infantil; de nuevo la tomé por el brazo.

—Vamos, sube al coche.

Lentamente entró en el gran «Continental». La seguí y cerré la puerta. El chófer se volvió.

— ¿Adonde vamos, señor Cullen?

— ¿Dónde vives? —le pregunté.

—En el setenta y ocho de Riverside Drive —contestó.

Se arrellanó en un rincón del asiento y noté como temblaba y se empequeñecía.

El coche empezó a deslizarse por entre el tráfico. Puse en marcha la calefacción y el aire caliente empezó a salir. Cuando llegamos a Central Park parecía que nos encontráramos en el interior de un horno.

— ¿Estás mejor? —le pregunté.

—S...sí —me dijo—. ¿Tienes un cigarrillo?

Lo encendí y se lo pasé. Aspiró profundamente y momentos después ya había dejado de temblar. Por la ventanilla estuvo contemplando la nieve acumulada en el parque.

— ¿Adonde vamos? —preguntó.

—Has dicho que vivías en el setenta y ocho de Riverside Drive, ¿no?

—Pero no quiero ir allí.

—Está bien. Entonces, ¿adonde?

Me miró a través del humo que rodeaba su cara.

—Contigo.

—Yo me voy a casa a dormir —dije—. Estoy rendido.

Durante unos segundos no dijo ni media palabra, estudiando mi cara.

—Bien, entonces no importa. Déjame aquí.

Nos encontrábamos en medio del parque y habían amontonado la nieve muy alta a ambos lados del camino.

—Estás loca, tardarías una hora en llegar.

—Me gusta pasear por la nieve. —Se inclinó y tocando al chófer en la espalda, le dijo: — Pare aquí.

Este arrimó el coche a un lado y ella abrió la puerta y salió. Permaneció de pie al lado del vehículo, en el cual ahora entraba el aire frío.

—Gracias por el paseo.

Cerró la puerta, subió al montón de nieve de la acera y empezó a caminar. Durante unos instantes estuve observándola, hasta que la pasamos lentamente. Tenía la cabeza inclinada hacia el suelo y la capucha se la tapaba casi por completo; lo único que logré divisar fue la punta de su nariz. Ahora estaba detrás de nosotros y me acomodé en el asiento. Momentos después, se oyó un golpe seco contra la ventanilla trasera.

Me volví y miré hacia atrás. Otra bola de nieve golpeó los cristales; vi cómo estaba preparando una tercera.

—Pare —ordené al chófer.

Paró y salí fuera; la tercera bola me pasó rozando. Cogí nieve, hice una bola y se la lancé; fue a darle en un hombro.

— ¡Te he dado!... —grité.

Cometí la equivocación de permanecer quieto, regocijándome, y me cazó con otra bola, que vino a dar contra mi cuello y me empezó a bajar heladoramente por el cuerpo. Cogí más nieve y cargué contra ella.

Corrió a cobijarse tras un árbol, y desde allí me bombardeaba a medida que me iba acercando. Podía oír sus gritos de entusiasmo. Afortunadamente su puntería no era tanta como su alegría. Ahora me encontraba cerca del árbol, y empezó a correr de nuevo.

La alcancé con dos más en la espalda, y mientras se detenía para coger más nieve, me eché sobre ella. Caímos sobre el montón de nieve y dimos varias vueltas. Cuando finalmente nos detuvimos, le pasé nieve por la cara.

—Eso te enseñará a no querer ser tan lista —dije riéndome.

De pronto se quedó inmóvil, escudriñando mis facciones.

—Te estás riendo... —exclamó—. Verdaderamente eres capaz de reír...

—Es una observación bastante estúpida.

—No..., realmente te estás riendo. Y nunca te había visto reír antes.

Sus brazos me rodearon el cuello; su nariz estaba fría; sus labios, ardientes. Al cabo de un momento pudimos respirar.

Sus ojos buscaron los míos.

— ¡Sí! —exclamó—. Realmente. ¡¡Sí!!

Capítulo 51: CAPÍTULO 3 Capítulo 53: CAPÍTULO 5

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
14444712 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios