EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117593
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

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Capítulo 29: CAPÍTULO 11

 

Capítulo XI

 

Durante unos momentos había estado sentado allá en la última fila de la sala de proyección y la oscilante luz que se reflejaba desde la pantalla mostraba su semblante impasible; luego, en seguida, cuando miraron hacia atrás, había desaparecido.

Emmett Savitt levantó la mano:

— ¡Está bien, muchachos! Ya basta.

Se paró la proyección y se encendieron las luces. Emmett se puso en pie. Jommy Jordán, jefe de producción de televisión de la «Transworld Pictures», se lo quedó mirando.

— ¿Qué ha pasado? —preguntó.

— ¿Y yo qué diablos sé? —contestó Emmett.

—Es una buena película —dijo Jordán—. ¿Por qué se ha marchado?

—Sea lo que sea, puedes estar seguro de que te lo dirá él mismo.

—Hemos invertido mucho dinero en este piloto dijo Jordán.

—También Edward —replicó Emmett—. Cien de los grandes, no es una bicoca. —Se encaminó hacia la puerta. — Vuelvo a mi despacho, ya te llamaré desde allí.

Cuando salió del edificio, encontró a Edward sentado en el coche. Sin decir palabra subió y, sentándose a su lado, puso el motor en marcha.

— ¿Vuelves a tu oficina?

Edward negó con la cabeza.

—Por hoy ya he tenido bastante. Llévame al hotel; voy a intentar dormir un poco.

—Es una buena idea —dijo Emmett—, has estado trabajando duramente durante estos dos últimos días, y si no descansas un poco, no podrás aguantarlo.

El coche arrancó, y emprendieron el camino de la salida, pasaron ante los guardias de la puerta que les saludaron, y se dirigieron hacia Los Ángeles. Sacó del bolsillo un cigarrillo y después de encenderlo, se lo pasó a Edward; luego encendió otro para sí.

—Nos han estafado —dijo de pronto Edward.

Emmett se quedó sorprendido.

— ¿Qué dices?

—Nos engañan —repitió Edward en tono de enfado—. Prometen una cosa y luego hacen otra. Mienten, engañan y roban. ¿Por poseer esta gran empresa cinematográfica, creen que pueden actuar de ese modo? Si no fuera por nuestro dinero, estarían fuera del negocio.

Emmet tomó por la Avenida Highland, y luego se dirigió por el Sunset Boulevard hacia Beverly Hills.

—Tienen problemas —dijo—. La sección de películas siempre se queda con el presupuesto de la sección de televisión.

—Todo está lleno de mierda —dijo Edward—. Les dimos cien de los grandes por este piloto. Según sus cifras ha costado ciento cincuenta. Eso incluye su veinticinco por ciento sobre el precio, lo cual quiere decir que no han tenido que poner más que otros doce mil quinientos, y luego tratan de decirnos que tienen mucho dinero invertido en él. No es de extrañar que sólo nos entreguen porquería.

—No es culpa de Jimmy —dijo Emmett—. Es una buena persona y está haciendo las cosas lo mejor que puede.

—Eso ya lo sé —dijo Edward—. No le echo la culpa a él.

—Esperan una contestación sobre la película.

—Pueden quedársela. Yo no la quiero.

— ¡Estás tirando cien de los grandes!...

Edward puso el cigarrillo en el cenicero.

—No será la primera vez.

Estuvieron en silencio hasta que pasaron por Sunset Drive.

—Tuerce por aquí —dijo Edward repentinamente.

Emmett dio una rápida virada que fue seguida por los tacos del conductor del coche de atrás.

— ¿Adonde quieres ir?

—Tú continúa —dijo Edward.

Durante unos cinco minutos continuaron por una tortuosa carretera hasta llegar a una pequeña calle.

—Por aquí.

La calle quedaba cerrada a unos trescientos metros en la parte posterior de una pequeña casa de apartamentos.

—Puedes parar aquí —dijo Edward, señalando un pequeño aparcamiento frente al edificio.

Emmett paró el coche.

— ¿Y ahora qué?

—Ven conmigo —repuso Edward, saliendo del coche.

Emmett lo siguió hasta llegar a una verja de hierro tras la cual había una entrada que desde el exterior no se veía. Edward sacó una llave del bolsillo, abrió la verja y después de una pequeña curva, apareció ante sus ojos la casa, que casi quedaba colgando sobre la calle que acababan de dejar. La entrada se encontraba en la parte trasera. Edward sacó otra llave y abrió la puerta.

Entraron por la parte alta y descendieron un tramo de escalera. En el primer rellano, Edward le señaló un gran ventanal abierto en la pared interior.

—Es el dormitorio.

Apretó un botón y se encendieron las luces. A través del ventanal parecía un escenario de teatro. En el centro del cuarto había una enorme cama redonda. Abrió la puerta y entraron.

Emmett se quedó mirando a Edward.

— ¿No hay ventanas al exterior?

Edward le señaló el techo mientras apretaba un botón que había a un lado de la cama. Se oyó un suave zumbido cuando el techo empezó a retirarse, y la luz inundó la estancia. Apretó otro botón y el cristal que los separaba del exterior se deslizó a lo largo de la pared. Por encima de ellos, el cielo tenía una tonalidad azul oscuro y las primeras estrellas del anochecer empezaban a brillar.

—La cama también tiene un movimiento rotatorio —explicó mientras tocaba un dispositivo que había en el panel. En ese momento la cama empezó a girar en dirección a ellos; al mismo tiempo, desde un hueco que había en una de las esquinas, apareció una pantalla de televisión—. Hay tres pantallas que pueden verse en cualquier posición en que se encuentre la cama.

— ¡Caramba! —exclamó Emmett.

Edward tocó ahora otro dispositivo, y todo volvió a su primitiva posición.

—Vamos —dijo.

Bajaron al piso principal, a una enorme sala de estar. Emmett empezó a contemplarlo todo. La casa tenía la forma de una gigantesca A con ventanas de hasta diez metros de altura. Lo tenía todo. La cocina, mañosamente escondida tras el indispensable bar, una terraza y el comedor. En la pequeña terraza había una piscina ovalada de unos ocho por diez metros, que parecía estar suspendida sobre la ciudad. Bajo ellos pasaba el tráfico.

— ¿La has comprado?

—La he hecho construir.

Emmett movió la cabeza ponderativamente.

—Eres un saco de sorpresas.

Edward se lo quedó mirando.

—Nunca te imaginé como la típica persona de Hollywood Hills —continuó Emmett—. Más bien representas el tipo de Beverly o bien de Holmsby Hills. Incluso de Bel Air.

—Es cosa de familia —dijo Edward—. Soy un tipo solitario.

Emmett se rió.

— ¿Ya no te interesan las chicas...?

— ¿Parece eso?

Emmett negó con la cabeza.

—Creo que no —contestó riéndose—. De todos modos, aún eres joven; te volverás a casar.

—Puede —la voz de Edward era monótona ahora.

—Me imagino que habrás instalado un equipo estereofónico de acuerdo con el lugar, ¿no?

—Desde luego.

Edward apretó un dispositivo, y la música empezó a invadir todos los rincones. Parecía que saliera de todos lados.

Emmett levantó las manos.

—Bien, me has convencido del todo. Vamos a la cama.

Edward lanzó una carcajada y paró la música.

—Tendrás que dar a los amigos una fiesta de inauguración —dijo Emmett—. ¿Cuándo piensas trasladarte?

—Por ahora, todavía no.

—A mí me parece que no le falta nada —dijo Emmett—. ¿Qué más necesitas poner?

—Nada. —Se dio media vuelta y se encaminó hacia la salida. — Vámonos.

Ya en el coche, y bajando por la colina, Emmett le miró.

— ¿Cuándo crees que estarás tú a punto?

—A su debido tiempo —contestó Edward encogiéndose de hombros—. ¿Quién sabe? Dentro de un año, de cinco, diez. El trabajo no dura siempre. Ningún trabajo. Entonces vendré a vivir aquí.

— ¿Y qué harás?

—Lo pensaré cuando llegue el momento —dijo Edward. Durante unos instantes permaneció en silencio—. ¿Te gusta la casa?

—Me ha entusiasmado. Solamente le encuentro un defecto.

— ¿Cuál?

—Cuando vengas a vivir aquí ya serás demasiado viejo para poderla disfrutar.

Emmett tomó la dirección del Hotel Beverly Hills. Cuando entraba en el vestíbulo lo paró un botones.

—Acaba de llegar un telegrama para usted, señor Savitt.

Emmett le dio una propina y se dirigió a la recepción. Allí se lo entregaron, y lo abrió. Lo leyó rápidamente, y haciendo una mueca, exclamó:

— ¡Cuernos!...

— ¿Va algo mal? —le preguntó Edward.

—Esta vez, tu amigo Jacob Black sí que la ha hecho buena. Tiene cheques sin fondos por toda la ciudad.

—No sabía que se encontrara en situación apurada —dijo Edward.

—La película de la Barzini ha sobrepasado largamente el presupuesto, y ahora él se encuentra sin dinero. Acabo de saber que Supercolor lo está presionando por el préstamo que le hicieron de doscientos de los grandes.

—No pareces sentirlo mucho —dijo Edward.

—No podría importarme menos —repuso Emmett—. Es un pequeño cerdo chillón. Por esta vez ha sido vencido.

De pronto se percató del repentino silencio de Edward.

—Lo había olvidado. Tú le tienes simpatía.

La voz de Edward fue suave:

—Sí.

—No te acabo de entender; no es tipo para ti.

—También creíste que yo no era el tipo de persona para Hollywood Hills.

—De acuerdo, de acuerdo, pero ahora, entre nosotros, ¿por qué?

Por unos momentos, Edward permaneció en silencio.

—Quizá sea debido a que es la única persona que se encuentra a mi lado sin intentar besarme el c... O quizá se deba a que derriba murallas.

Capítulo 28: CAPÍTULO 10 Capítulo 30: CAPÍTULO 12

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
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