EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117550
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

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Capítulo 25: CAPÍTULO 7

Capítulo VII

 

El portero que se encontraba en el vestíbulo de la entrada principal del cine le dio el aviso.

—Señor Black, ha llegado la señora Marxman y quiere verle.

— ¿La señora qué... ?

—La señora Marxman —repitió el portero—. Dice que tiene una cita con usted a las diez.

—Oh, sí —se acordó de repente—. Hágala subir.

Colgó el teléfono y empezó a ordenar los papeles que tenía sobre la mesa. Era la chica a la que su padre se había empeñado que viera, cuando el viernes anterior, durante la cena, Jacob le había dicho que estaba buscando una buena secretaria. Su padre se había limpiado la cara con la servilleta y se había quedado mirándolo.

— ¿Qué clase de secretaria necesitas?

—Ya sabes —había respondido Jacob—, una chica que haga las cosas sin tener que decírselo dos veces. Una que posea un poco de tsechel (juicio), para cambiar.

—Tengo la chica que necesitas —había dicho su padre.

— ¿De veras? —preguntó con tono suspicaz.

—Sí —aseguró su padre—. ¿Te acuerdas de Cohen, el sacrificador de pollos?

—No —contestó Jacob.

—Durante la guerra había sido el más importante comerciante de pollos en el mercado negro del Bronx.

—Es una muchacha estupenda —añadió su madre, que había vuelto a la mesa—. Además, es muy educada y tiene buena presencia.

—Un momento —dijo Jacob—. Busco secretaria, no intento casarme.

—Tampoco ella —se apresuró a decir su padre—. Tiene una hija.

—Entonces, ¿está casada?

—No, exactamente. Es viuda. A su marido lo mataron durante la guerra. Me he enterado de que piensa volver a trabajar.

— ¿Cómo te has enterado?

—Por su hermano Roger. Viene cada mes a cobrar el alquiler del almacén. Cohen era el propietario del edificio y cuando murió, descubrieron que tenía tantas propiedades que su hijo, Roger, se dedicó exclusivamente a la administración de las fincas. Y lo está haciendo muy bien.

—Entonces, ¿por qué no le da trabajo a ella? —preguntó Jacob.

—Ya sabes, cosas de familia. Además, ella no necesita realmente el dinero. Cohen dejó a los dos hijos bien arreglados.

—Entonces, ¿por qué quiere trabajar?

—Se aburre de andar todo el día de un lado a otro de la casa —contestó su padre—. ¿No estás buscando una secretaria?, pues habla con ella, quizá te guste, quizá no. Además, he prometido a su hermano que arreglaría una entrevista.

—Es una chica encantadora —dijo la madre—. Alta, también. Bueno, toma más sopa.

Jacob la había estado observando mientras le volvía a llenar el plato. Todo el asunto era una trampa, pero no veía la manera de poderse escapar. Tendría que hablar con la muchacha, pero no pasaría de ahí. Si pensaban que la iba a contratar estaban locos... No era tan estúpido.

—De acuerdo, la veré —dijo al fin—. Que venga a verme al cine, el lunes por la mañana, a las diez.

Sus padres tenían razón en una cosa, pensó. Era atractiva, medía unos centímetros más que él y tenía el pelo castaño y los ojos azules.

—Por favor, siéntese —le dijo, indicándole la silla frente a la mesa.

—Gracias —dijo ella, pero continuó de pie.

De pronto se dio cuenta de que la silla estaba abarrotada con los papeles, que había pensado examinar.

—Perdone —dijo, y dando la vuelta a la mesa se acercó a la silla y recogió el montón de papeles; luego permaneció buscando un lugar donde poderlos poner.

Ella sonrió.

—Por lo menos mi hermano no me mintió. Dijo que necesitaba una secretaria.

—Es cierto —dijo él; continuaba con los papeles en las manos—. ¿Por qué supuso que su hermano podía estar mintiéndole?

—Bueno, ya conoce usted el modo de pensar de la mayoría de las familias judías. Piensan que me debo apresurar a casarme de nuevo.

Se la quedó mirando.

—Comprendo lo que dice.

Finalmente dejó de buscar lugar para los papeles y los colocó en una esquina de su mesa. Luego se sentó tras ella.

—A mí me sucede lo mismo con mis padres.

—Para ser sincera tengo que decirle que pensé que se trataba de otro truco de Roger y no tenía intención de venir a verlo.

Jacob se rió.

—También yo creí que era una estratagema de mis padres. Ya había pensado cómo decirle que no me convenía para el trabajo.

Ella se rió también con él, y a Jacob le gustó su risa; era cálida sin ser presuntuosa. Se sentó en la silla. Su voz ahora adquirió un tono de trabajo.

— ¿En qué consistirían mis obligaciones, señor Black?

Miró a su alrededor, como en busca de ayuda.

—Ya sabe, lo corriente. Escribir a máquina, archivar, rellenar fichas, tener al día todos los papeles... Más que una secretaria, necesito una persona con cabeza, que sea capaz de hacer marchar la oficina mientras yo esté ausente.

—Parece un trabajo interesante —dijo ella.

—Lo es. Además, tengo grandes planes. No me voy a parar aquí. Quiero más que un simple cine; pienso introducirme en negocios de distribución, y voy a vender películas para todo el mundo.

—Comprendo —dijo ella.

Quedaron en silencio, y él la contempló detenidamente. Le gustaba el traje de chaqueta que llevaba. La encontraba distinguida, sin ser llamativa. Distraídamente cogió un cigarro del cenicero. Se lo puso en la boca y empezó a morderlo. Luego, lo dejó de nuevo en el cenicero, sacó otro y lo encendió.

— ¿Le importa que fume?

—No —contestó ella.

— ¿Quiere un cigarrillo? —preguntó.

—Gracias —dijo ella.

Empezó a revolver su escritorio en busca de un paquete que sabía que estaba por allí.

—No se preocupe —dijo ella—. Yo tengo.

Sacó un paquete de su bolso, cogió un cigarrillo y se lo puso en los labios. El encendió una cerilla e, inclinándose por encima de la mesa, le dio fuego.

Encendido el cigarrillo se retiró de nuevo a su silla. Durante unos instantes los, dos permanecieron en silencio, y al cabo de un momento empezaron a hablar a la vez.

— ¡Perdón! —exclamó ella.

—No tiene importancia. Por cierto, ¿qué iba a decirme?

Pareció dudar, pero luego siguió hablando.

—Me parece que es un tipo de trabajo que me gustaría. ¿Quiere saber algo acerca de mí que pueda ayudarle a formar su opinión?

—Bueno, supongo que algo será necesario —dijo él. Miró hacia la mesa—. ¿Ha trabajado anteriormente en alguna oficina?

—Sí. Después de graduarme me puse a trabajar en una compañía de administración de fincas, hasta que me casé. Mi taquigrafía y mecanografía, están un poco olvidadas, pero estoy segura de que en cuanto haga algo de práctica, volveré a tenerlo por la mano.

— ¿Cuánto tiempo estuvo casada?

—Dos años —parecía dudar en proseguir su explicación—. Es decir, dos años hasta que falleció mi esposo. En realidad, juntos estuvimos menos de un mes, hasta que lo destinaron a ultramar.                                           

—Lo siento.

Hubo una larga pausa.

— ¿Sabe que tengo una hija?

Jacob asintió.

—Ahora tiene tres años. En caso de que me pusiera a trabajar, ella no sería ningún problema, pues he conseguido una buena niñera.

—Este trabajo no da para tanto —dijo él—. Tenga en cuenta que acabo de empezar este negocio.

—El sueldo no tiene importancia —dijo ella—. ¿Hay algo más que quiera saber?

—Sí —repuso mirándola.

— ¿Qué es?

—Su nombre.

Ella lo miró a los ojos y luego dijo:

—Denise.

Dos semanas después de que empezó a trabajar para él, Jacob comprendió que le iría bien. Ella llevaba todo perfectamente: libros, correo y cuentas.

Los fugitivos desnudos, como Jacob había titulado a la película, seguía rindiendo a tope. Por el momento no debía pensar en cambiarla, pues aparte de que no había ninguna prisa, no había encontrado nada parecido para sustituirla.

Empezó a dirigir su actividad a la distribución. Algunos exhibidores importantes se le acercaron para negociar con su película, pero sus términos de contrato eran siempre demasiado altos, para permitirle ganar más que la pequeña garantía que le ofrecían. Todos se obstinaban en decirle que su éxito en Broadway había sido cuestión de suerte, que era película para Nueva York, pero que fuera de allí sería un fracaso.

Entonces, empezó a reunirse con diversos distribuidores de varios Estados.

Eran pequeñas compañías, formadas generalmente por pocas personas, pero que podían dar salida a películas que las compañías más importantes habían desechado. Pero, igualmente, en la mayoría de los casos, no había posibilidad de ganar mucho. Estudió varias fórmulas, y al final volvió a la que a él mismo le había dado tan buen resultado.

Lo que necesitaba era distribuidores o socios para financiar las campañas de publicidad, con el fin de atraer la atención sobre la película que, ordinariamente, no sería muy grande por carecer de artistas conocidos y nombres taquilleros. Pasó dos semanas viajando por el país, visitando las ciudades clave. Estas eran las ciudades que ofrecían los mayores ingresos potenciales, pues normalmente contribuían casi con el ochenta por ciento de la facturación de cada película.

Cuando volvió a Nueva York, ya tenía pensado el plan; lo que le hacía falta era la financiación para llevarlo a cabo.

De nuevo empezó a sentirse frustrado. Era lo mismo que había tenido antes, el sentimiento que le hacía cambiar constantemente de trabajo. El sentimiento de que iba a dar contra una pared.

Recurrió a los bancos pero no parecieron dispuestos a dejarle el dinero. Según ellos, no había gran seguridad en la distribución de películas por muy buen asunto que pudiera parecer. En ocasiones similares se habían cogido los dedos.

Los intermediarios y usureros estaban dispuestos a arriesgarse un poco, pero no lo suficiente como para realizar lo que él deseaba.

Por un momento estuvo a punto de aceptar sus ofertas, pero hubo dos cosas que lo frenaron: por un lado, el elevado tanto por ciento que tenía que abonarles, y por otro, que exigían el cincuenta por ciento de los beneficios.

En realidad, su plan era sencillo; tenía diez cines diseminados por el país, todos dispuestos a cederle el local para que pudiera proyectar la película. Les garantizaría un beneficio mínimo y participarían a partes iguales en el exceso. Las garantías, más la publicidad que él tendría que pagar, ascenderían a tres mil dólares a la semana por cine. Treinta mil a la semana por un período de cinco semanas, que era lo mínimo por lo que podía cerrar el trato, ciento cincuenta mil en total.

Podría aportar, él solo, treinta mil, otros veinte mil se los darían sus padres con toda seguridad, especialmente después de la rápida devolución que les había hecho del préstamo inicial. Solveng prometió contribuir con cincuenta mil más por parte de la Industria Cinematográfica Sueca. Con todo, aún le faltaban cincuenta mil.

Apartó los papeles de su mesa y miró el reloj. Casi eran las ocho. Se pasó la mano por la cara, pensativo. Lo que tendría que hacer ahora era afeitarse y arreglarse, pues había quedado con Denise para ir a cenar al «Brass Rail». En la parte de arriba había un agradable comedor y ella se había ido a casa a cambiar. En aquel momento sonó el teléfono, y él descolgó.

Era Denise.

— ¿Jacob?

—Sí —contestó él.

— ¿Estás bien?

—Sí. Lo único es que me siento un poco cansado.

—Escucha, tengo una idea; hace mal tiempo y está lloviendo. ¿Qué necesidad tenemos de ir a cenar fuera? Ven a casa y descansarás. Tengo un par de enormes bistecs que puedo preparar.

—Me parece muy bien —asintió—. ¿Cuándo quieres que vaya?

—Ya puedes venir. Lo tengo todo dispuesto.

 

 

Se acomodó en la salita de su apartamento, que estaba situado en la Avenida del West End; en una mano sostenía un vaso y en la otra un cuento ilustrado de niños, Blanca Nieves.

— ¿Es Snoopy éste, tío Jacob? —preguntó Renesmee con su dulce voz mientras señalaba con el dedo uno de los dibujos.

—No, es Grumpy.

—No me gusta nada —dijo la niña.

El se rió, y dejando el vaso le acarició el cabello.

—Nadie le tiene simpatía, es un mal educado.

—Yo soy educada —dijo Renesmee—. A todo el mundo le gusto.

—Estoy seguro —dijo Jacob.

La niña se bajó de su regazo.

—No te vayas, voy a buscar otro libro.

—No me moveré —le prometió Jacob.

Tomó de nuevo la bebida y echó una ojeada al apartamento.

Sus padres tenían razón en otra cosa. Por las apariencias, a ella no le hacía falta trabajar. Por el alquiler debía de pagar más de lo que él le daba cada semana. Sonó el timbre de la puerta.

— ¿Quieres abrir, Jacob, por favor? —gritó Denise desde la cocina.

Abrió la puerta y apareció Roger. Entró y se dieron la mano.

—Sólo puedo estarme un momento. Denise me ha dicho que te quedabas a cenar y se me ha ocurrido acercarme para saludarte.

Denise entró desde la cocina.

— ¿Por qué no te quedas a cenar? Hay comida para todos.

—No quiero molestaros —dijo Roger mirando a Jacob.

—No molestas —repuso Jacob.

—Prepárate tú mismo algo para beber —dijo Denise—. La cena estará lista dentro de un momento. Voy a preparar otro sitio.

— ¿Cómo van las cosas? —preguntó Roger, tras un trago.

—Bien —contestó Jacob—. Continuamos llenando a tope.

—Es una buena película —dijo Roger—. Es buenísima aquella escena en que no pueden encontrar a los soldados americanos porque, desnudos, todos parecen iguales y les hacen vestirse a todos.

Jacob sonrió.

—Es una buena escena.

—Y tus planes le distribución, ¿cómo van?

—Lentamente —dijo Jacob—. Se necesita tiempo.

— ¿Cuál es el problema?

—El de siempre. El dinero.

— ¿Cuánto necesitas?

De repente, Jacob lo comprendió todo. Roger no se encontraba allí por casualidad; Denise lo había preparado.

Más tarde, una vez se hubo marchado Roger, y mientras se estaban tomando la segunda taza de café en la salita, se volvió hacia ella y le dijo:

—No debías haberlo hecho.

—Tenía que hacerlo —repuso ella—. Creo en ti.

Ocurrió con la mayor naturalidad. Se acercaron el uno al otro y un momento después ella estaba en sus brazos. Se besaron. Ahora su estatura ya no le importaba nada. Se notaba alto.

— ¿Por qué yo? —le preguntó—. Tengo quince años más que tú, soy  robusto y más bajo que tu. —Luego le señaló una fotografía de su marido—. No me parezco nada a él.

Los ojos de ella querían decir más que sus palabras.

—Eres todo un hombre. Los demás, todos, comparados contigo son chiquillos.

Por entre la semiabierta puerta les llegó un ruido. Se volvieron. La niña se encontraba allí, frotándose los ojos.

—He tenido una pesadilla —les dijo.

Jacob la tomó en sus brazos y la sentó en el sofá, entre ellos.

—Ahora te pasará —le dijo suavemente.

Se los quedó mirando, primero a su madre, luego a él.

— ¿Vas a ser mi papá?

— ¿Por qué no se lo preguntas a tu madre? Parece que lo tiene todo arreglado.

Capítulo 24: CAPÍTULO 6 Capítulo 26: CAPÍTULO 8

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
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