EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117601
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

Mis otras historias:

EL ESCRITOR DE SUEÑOS

EL ESCRIBA

BDSM

INDISCRECIÓN

EL INGLÉS

SÁLVAME

EL AFFAIRE CULLEN

NO ME MIRES ASÍ

EL JUEGO DE EDWARD

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

Aquel día de la primavera pasada, por la noche

 

El hombre es mil partes, todas ellas formadas por la gente. Aquellos a quienes ama, aquellos a los que no ama, aquellos que, simplemente, pasan por su vida..., y el total de él resulta de la suma de todos ellos juntos, divididos por cada una sustraídos, y multiplicados invidual y acumulativamente. Miré en torno a la estancia; y allí estaba yo.

Carlisle y Johnston estaban hablando tranquilamente, en un rincón; Jacob y Dave, en el otro. Fuera, en la terraza, Bella estaba mirando la ciudad a sus pies, mientras arriba, en mi cuarto, Denise y Júnior habían cerrado la puerta, y habían dejado el mundo fuera.

Salí a la terraza, y me quedé al lado de Bella.

— ¿En qué piensas? —le pregunté.

—Estás demasiado alto para mí —dijo—. Eres un avión supersónico, y yo una avioneta que se arrastra aún por el suelo intentando despegar.

—Es una cosa muy sencilla —dije—. Tan sencilla que me sorprende que no hayan pensado en ello por sí mismos. Todos consiguen exactamente lo que quieren. Climax, y final feliz.

—No es tan sencillo —repuso—. Obtienen todo lo que quieren, menos una cosa que es lo que todos parecen desear más. Tú.

La miré.

—Realmente no me quieren; soy una ilusión que llevan en su cabeza, y se darán cuenta de ello en cuanto se examinen a sí mismos.

— ¿Es eso lo que eres para mí también, Edward? —me preguntó—. ¿Una ilusión en mi cabeza?

No contesté.

—Recuerdo cuando, después de que volví a San Francisco, leí en el periódico lo de la chica. Aquella que murió. Lloré por ti, Edward. Debiste de quererla mucho.

La miré de nuevo, sin decir nada. Sí; la quería tanto, que me revolcaba con otra mujer mientras ella yacía muerta en el cuarto de al lado. Recordé entonces aquella tarde en que fui al apartamento de la Quinta Avenida, el día después de su funeral, para dar el pésame.

Mamie abrió la puerta y me sacó el abrigo; su agradable y negra cara estaba transida de pena.

—Buenas tardes, señor Cullen —me saludó.

—Buenas tardes, Mamie.

—Están en la salita.

Anduve a lo largo de las habitaciones. Los espejos estaban cubiertos con sábanas y los cuadros puestos del revés contra la pared. Las grandes puertas de la sala estaban abiertas de par en par, y me detuve en la entrada.

La estancia parecía llena de gente, sentada de una manera muy poco confortable, sobre cuévanos y cajas de madera. Un repentino silencio cayó sobre todos y sus rostros se volvieron hacia mí.

Permanecí allí, torpe y desmañado, sin saber si entrar o no. Los ritos judíos me eran totalmente desconocidos.

Denise vino en mi ayuda. Levantándose, se acercó a la puerta; me dejó besar su mejilla y luego, tomándome de la mano, me introdujo en el cuarto.

—Estoy contenta de que hayas venido —dijo—. No había tenido la oportunidad de darte las gracias por todo lo que hiciste.

El murmullo de la conversación se reanudó tan rápidamente como se había detenido, pero yo seguía notando los ojos de todos clavados en mí. Jacob se levantó embarazosamente al ver que nos dirigíamos hacia él. Me tendió la mano.

Yo la apreté con firmeza.

—Mi más profunda condolencia, Jacob.

Permaneció de pie, parpadeando y sin soltar mi mano.

—Sí —dijo—, sí.

Me miró fijamente, luego, soltando mi mano, se quitó las gruesas gafas ribeteadas de negro y las limpió con el pañuelo.

—Era una buena chica, Edward —dijo con esfuerzo—. Estaba enferma.

Asentí.

—Sí, Jacob.

—Eso era —dijo. Se metió el pañuelo en el bolsillo y se puso otra vez los lentes—. Estaba enferma —repitió, casi para sí.

Vi a Júnior que nos estaba observando desde el otro extremo de la habitación. Tenía la cara pálida y descompuesta, y sus ojos estaban rodeados de círculos rojizos. Me hizo una inclinación de cabeza, sin moverse de la pared contra la que estaba apoyado, a la cual yo correspondí.

—Me gustaría hablar contigo, Edward. En privado —dijo Jacob—. Vamos a la biblioteca.

Le seguí. Cerró la puerta, y luego se volvió hacia mí.

— ¿Quieres beber algo?

—Sí.

Se acercó a la puerta que comunicaba con el vestíbulo.

— ¡Mamie! —gritó.

No tuvo que decir nada; al cabo de un momento compareció con dos vasos y él le dio las gracias.

Dimos un sorbo a nuestras bebidas. Luego se dirigió hacia su mesa y dejó el vaso. Las palabras no iban a resultar fáciles para él.

—No sé cómo decir..., cómo decirte esto. Nunca he tenido que hacer una cosa así anteriormente.

Le observé sin decir nada.

—He tenido una larga conversación con la doctora Davis y me ha dicho lo mucho que intentaste hacer por Renesmee.

Yo seguía en silencio.

—Lo que te quiero decir..., de verdad..., lo siento... —De nuevo tomó su vaso. — No sé lo que me pasó; me volví loco. Perdí la cabeza. Pero lo siento. Quería que lo supieras.

Di un profundo suspiro.

—Ya está olvidado, Jacob. Yo también lo siento. Siento que no resultara. Por ella. Ahora no podemos hacer nada, más que olvidar.

Asintió con la cabeza.

—No será fácil. No sé si llegaremos a acostumbrarnos.

No dije nada.

—Y, ahora hay algo más. Júnior; no me ha vuelto a hablar desde el día que estuviste aquí. Aun ahora se aleja cuando me acerco a él.

—Lo superará.

—No lo sé —repuso pesadamente—. No lo sé. —Respiró profundamente. — Pero esto es un problema mío. Volvamos a la otra habitación.

Se detuvo cuando su mano ya estaba en el pomo.

—Algún día te resarciré, Edward. Por todo. Siempre has sido un buen amigo.

 

 

Buen amigo... Recordé su promesa, pero habían pasado tres años y no había sabido de él hasta esta mañana. También recordé su promesa dos semanas después de que me la había hecho; el día en que me senté en el despacho de Carlisle.

 

 

Carlisle miró mi dimisión que estaba sobre su mesa, y luego a mí.

—No hace falta que hagas esto.

—Creo que en estas circunstancias es lo mejor.

—Lo único que tienes que hacer es persuadir a tu amigo para que llegue a un arreglo con Jasper Hale.

— ¿Y cómo puedo hacer eso? —pregunté—. Con toda sinceridad, creo que está haciendo lo que debe. Ya dije en la reunión que no creo en el chantaje. Y sigo no creyendo.

—Pero la junta votó por un arreglo, y la única cosa que ahora lo impide es la negativa de Black. Incluso estamos dispuestos a pagar todo lo que pide para vernos fuera de eso. Entonces podremos olvidarlo. —Hizo una pausa. — Y también tú podrás olvidar.

—No —repuse—. Creo que ganarás el pleito, pero lo ganes o no, no tiene importancia. Lo mío sigue.

Se levantó, fue a la ventana y se puso a mirar, de espaldas a mí.

— ¿Variaría tu decisión si me retirara ahora y fueras a ocupar mi puesto?

Noté un dolor casi físico en mi garganta. Yo sabía lo que me estaba ofreciendo. El sería la cabeza de turco, y pagaría por mí si se marchaba ahora.

—No —repuse.

Se apartó de la ventana y vino a mi lado; se inclinó y me preguntó cariñosamente: — ¿Por qué, hijo?

Durante unos momentos no pude hablar; finalmente me salió la voz.

—Porque he reventado mi vida, papá, y ya no hay más diversión.

— ¿Qué vas a hacer entonces? Eres joven; ni llegas a los cuarenta.

Me puse en pie.

—Volver a mi casa de la colina —dije—, y ver si puedo hallar la manera de vivir conmigo mismo.

La manera de vivir conmigo mismo. Creo que ésa ha sido siempre la clave. Pero no es tan fácil encontrarla cuando se vive en el vacío. Y ahí es donde había pasado los tres últimos años de mi vida. Esperando algo. No sabía qué. Algo que diera una finalidad a mi vida.

Me di la vuelta y miré hacia el interior de la casa. Denise bajó las escaleras y se dirigió a la sala. Al pasar junto a Jacob le dijo algo; éste asintió y se fue escaleras arriba.

 

 

Ella salió a la terraza y se me quedó mirando; vi lágrimas en sus ojos. De improviso se inclinó hacia mí y me besó.

—Creo que ahora todo irá bien —dijo.

Le sonreí.

—Me alegro.

—Júnior viene a casa conmigo —dijo. Entró en la casa y subió también.

Poco después apareció Júnior. Le miré con sorpresa.

—Por un momento no te había reconocido —le dije.

Inconscientemente se pasó la mano por su cara recién afeitada.

—Me hace sentir algo raro —admitió. Incluso su pelo parecía más corto—. Ya no huyo —dijo rápidamente.

—Lo sé —contesté.

—Vuelvo al colegio —dijo—. Ahí es donde debo estar ahora. ¿Has visto esas películas de la TV: Tienes que ser activo, hombre, si quieres contribuir. Ya ha pasado el tiempo de las niñerías.

—Es cierto.

—Ahora vuelvo al hotel con mamá. —Me dio la mano. — Gracias por todo, Edward.

—Ya no «tío Edward» —observé—. Me parece bien.

—Gracias también a usted, Bella —añadió, volviéndose a ella.

Esta sonrió, con una inclinación de cabeza, y él, dando unos pasos, desapareció escaleras arriba. Momentos después oí el motor de un coche que salía de la avenida y Jacob penetró en la estancia.

Los cuatro hombres se sentaron a hablar. Unos minutos más tarde, Dave salió a la terraza.

Me sonrió.

—A todos les ha gustado tu idea.

— ¡Estupendo!

—Irá bien, se podrá compaginar todo. Sinclair aportará la radiodifusión y las compañías de discos; Jacob, la Samarkand; y Johnston, las compañías de manufacturación de cintas magnéticas y de publicidad, y proveerá la financiación y la ayuda cooperativa. Cuando todo esté a punto, convertiremos esto en una completa y autónoma sociedad, con no más de un veinticinco por ciento de acciones en sus manos; y el resto en manos del público. Incluso les encanta el nombre que se te ha ocurrido para la nueva compañía: «Communications Corporation of America». Será la cosa más importante lanzada en el mercado desde que la Ford se hizo pública.

—Me parece muy bien —dije.

—Sólo hay una dificultad.

Me quedé mirándolo interrogativamente.

—Es idea tuya —dijo—, y todos opinan que eres la única persona que puede hacerlo marchar.

No contesté.

—Me han enviado a mí, porque yo soy el único de ahí dentro, imparcial en el asunto.

Sonreí al oír esto. Era tan imparcial como un jurado amañado, y no tenía nada que ganar más que depósitos de millones.

—Creo que deberías hacerlo —siguió diciendo—. Al fin y al cabo vas a llevarte una buena tajada cuando conviertas tu veinticinco por ciento de valores de la Samarkand y tu quince por ciento de los de Sinclair. Te lo debes a ti mismo, para asegurarte de que eso funcione.

Seguí sin contestar. No le llamaban el Shtarker sin motivo. Sabía convencer.

—Dijiste que estabas buscando alguna nueva diversión; ésta será una completamente nueva y si aquí no la encuentras, no la hallarás en ninguna parte. —Calló para respirar. — Quieren que te lo pienses. No tienes que precipitarte. Esperarán ahí dentro tu respuesta.

Estuve observando cómo se marchaba y me volví hacia Bella.

Silenciosamente saqué un cigarrillo y lo encendí.

Por encima del hombro eché una ojeada a la estancia. Los cuatro hombres tenían las cabezas juntas.

—Míralos —dije—, ya están conspirando para apoderarse del mundo.

—Por lo menos no son personas aburridas —repuso.

—Todos son unos bribones, duros y egoístas, y tú lo sabes.

—Sí, pero sé de dos de ellos, o quizá tres, que te quieren.

La miré.

—Y tú también los quieres —prosiguió—, aunque no lo reconozcas.

—Luchan unos contra otros, se arañan y desgarran y además intentan comerme vivo —dije—. Son salvajes.

—Puedes cuidarte tú mismo. Como ha dicho Júnior: «Tienes que ser activo, hombre, si quieres contribuir. Ya ha pasado el tiempo de las niñerías.»

—Entonces, ¿crees que debo aceptar?

No contestó; se limitó a mirarme.

Me volví y miré hacia Los Ángeles. Era tarde, o quizá temprano a la madrugada. Hacia el Este empezaban a aparecer los débiles coloreados celajes del amanecer.

— ¿Y tú? —le pregunté.

—Volveré a San Francisco y leeré cosas de ti en los periódicos.

Me volví hacia ella.

— ¿Y si te pidiera que te quedaras?

Sus ojos se miraron en los míos.

— ¿Para dos o tres días?

—Quizá más.

—Me tientas.

La miré durante un largo y silencioso momento.

—No te vayas —dije—. Yo me libraré de ellos.

Luego entré en la casa y arremetí contra los filisteos.

Bella y yo nos debíamos una conversación que nunca habíamos tenido. Ya había llegado el momento de que me explicara su desaparición del sanatorio y nuestro divorcio. Pero esa es otra historia…

 

 FIN

Capítulo 64: CAPÍTULO 16

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
14444766 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios