EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117544
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

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Capítulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde

Aquel día de la primavera pasada, por la tarde

 

Capítulo I

 

Saltó de la cama como un gato. Hacía un momento estaba a mi lado, ardiente y ronroneando, y ahora, como un animal presintiendo el peligro, se encontraba frente a la ventana. Miró al exterior por entre las cortinas. Había algo extraño en el modo como permanecía en pie, tensa y vigilante, mientras el sol la hacía brillar como si fuera de oro.

Di la vuelta y me tendí boca abajo. —Vuelve a la cama, «Chica rubia».

No se movió.

—Tienes visita.

—Tú también —le dije.          

Pareció como si ni siquiera me hubiera oído.

—Está dando la vuelta a la casa, hacia el aparcamiento. Es un tipo pequeño.

—Quizá, si dejas de mirar, se marchará.

—Podría ser alguien importante, lleva un «Rolls» plateado.

La miré. Tenía el pelo largo y rubio, los ojos azules, fuertes pechos y la húmeda piel dorada. Me rendí.

— ¿Por qué no le invitas a subir?

—Buena idea —dijo ella, y separando del todo las cortinas, salió a la terraza—. ¡Eh, tú! —Gritó, haciendo señales con la mano—. ¡Aquí!...

Tenía que ver lo que sucedía. Me levanté y me acerqué a ella. Nada más ver el coche, supe de quién se trataba, y ello sólo quería decir una cosa: que Jacob Black no había renunciado, sino que mandaba a alguien para que me persuadiera. Quizá la persona que mejor podía hacerlo en todo el mundo.

Dave Diamond, el Shtarker (valiente, preotente), tu amigo banquero de la vecindad. Bueno, eso en el caso de que vivieras en un barrio de un millón de dólares. Conocido también como presidente de Consolidated Banks de California.

Ella lo llamó de nuevo y él se volvió. Por unos momentos pareció quedarse patitieso y con la boca abierta; se paró en seco. Luego corrió hasta su coche y se metió dentro. Al momento ya se encontraba a la mitad de la salida.

Me incliné sobre la barandilla y cuando pasó por delante le grité:

— ¿Qué te ocurre, Dave? ¿Es que no has visto nunca una chica desnuda?

Se paró y sacando la cabeza por la ventanilla dijo:

— ¿Qué diablos estás haciendo ahí arriba?

—Tomando baños de sol.

—Debes de estar loco —gritó—. A pleno día hacer eso..., los guardias te van a detener.

—Es que no se puede hacer de noche —dije—. Sube y reúnete con nosotros.

—No lo haré hasta que os pongáis algo encima —repuso—. A mis clientes no les gustaría nada que me detuvieran por exhibirme desnudo.

La miré.

— ¿Qué tienes que decir a eso, «Chica rubia»?

—Es simpático.

Me asomé por encima de la barandilla.

—Ya la has oído; ahora sube.

El fue a aparcar, y nosotros entramos en casa. Yo me puse unos téjanos y ella desapareció en su vestidor. Con el bikini que llevaba cuando salió al cabo de un momento parecía más desnuda que desnuda.

Se dirigió a la puerta y la abrió.

El entró en el apartamento y empezó a mirar suspicazmente de un lado para otro.

—Creía que tenías una muchacha —dijo.

—Ahora tiene una nueva —dijo ella radiante.

—«Chica rubia», me gustaría presentarte al guardián de mi dinero. Dave, ésta es «Chica Rubia».

—También guarda el mío —dijo ella.

El se la quedó mirando con más interés. Ahora hablaba de su tema favorito.

—No la he visto en el banco, ¿verdad?

—No, señor Diamond —repuso modestamente—. No lo tengo depositado en la oficina principal. Tengo una de esas pequeñas cuentas, en la agencia de la Plaza Sunset. Ya sabe usted, saldo mínimo veinticinco mil dólares. ¡Ah! Pero recibí de usted una carta adorable cuando abrí mi cuenta.

Estaba visiblemente satisfecho.

—Bueno, si necesita algo, sólo tiene que llamarme. ¿Trabaja por aquí cerca?

—No, trabajo en Chicago.

— ¿En Chicago? —repitió—. ¿Y vive aquí? Entonces, ¿cuándo trabaja?

—Un lunes sí y otro no —contestó ella dulcemente—. ¿Quiere beber algo?

Se la quedó mirando un momento, mientras digería lo que le acababa de escuchar.

—Whisky, si tiene.

—Sí, tengo —afirmó, y se marchó del cuarto.

La miró con ojos apreciativos y luego se volvió a mí.

—No sé cómo te las arreglas —dijo—, pero siempre estás con la mejor. ¿Cómo la has encontrado?

—Ella me ha encontrado. Lo mismo que tú. Dile a Jacob que mi respuesta sigue siendo no.

—Espera un momento, ni siquiera has oído lo que te tengo que decir.

Ella volvió con una botella de Chivas Regal, hielo y vasos, y lo colocó todo sobre una mesita. ,

—Serviros vosotros mismos —nos dijo, desabrochándose el sostén—, mientras tanto me ducharé.

Dave no pudo quitar sus ojos de ella. La estuvo estudiando hasta que se cerró la puerta del cuarto de baño. Luego se volvió a mí.

—Lo has hecho adrede —me acusó—, sabes que no puedo hablar de nada cuando me excitan así.

Me reí, y llenando un vaso se lo pasé. Tomé otro para mí.

—L'chain (salud) —dije.

—Por ti —correspondió él.

Bebimos.

— ¿Por qué no? —preguntó.

—No quiero ser utilizado como un objeto; nunca más —dije—. Esta vez Jacob puede hacerlo por sí mismo.

—Todavía me debe doce millones —dijo Dave—, pero ya no me preocupo. Creo que los ha logrado.

—Me alegro por ti —dije—. Os deseo buena suerte a los dos. Ahora, dile que no me interesa.

—Te sientas aquí durante tres años, esperando el momento de actuar, y cuando se te presenta, lo desechas.

—No es la clase de acción que me interesa —dije.

—Entonces, ¿qué es lo que quieres? —Su voz empezaba a denotar cierto enfado—. ¿Quieres ser jefe de estudio?... Todo el mundo quiere serlo. Pero sólo hay unos...

—Está bien, Dave, no sigas. Sabes mejor que yo lo que me interesa, lo que quiero. Quiero poseer mi propia compañía. Donde sea el jefe; como Sinclair, como Jacob.

—Jacob dice que si aceptas serás el amo.

—Jaob es un saco de mierda. ¿Cómo puedo ser el amo si otro es dueño de la compañía? Además, ¿qué, diablos, entiende una compañía de vidrios planos acerca del negocio de películas, aunque se trate de la más importante compañía en todo el mundo?

—Tienes que estar al día, Edward —dijo Dave mirándome fijamente—. Esto no es ya un juego de niños. Mira a tú alrededor: «Trans América», «Gulf y Western», la «Corporación Avco»..., con compañías así se necesita algo más que cañamones para jugar en su liga.

— ¿Qué quieres decir exactamente?

—No te enfades, Edward—dijo—. Pero si todavía sigues con la idea de comprar una compañía, olvídalo. Nadie quiere tu dinero. Quieren papel. Papel respaldado por el nombre de una gran compañía elegantemente impreso en letras doradas, con el que puedan ir a jugar en Wall Street. No tienes suficiente dinero para ganar ese juego. Nadie lo tiene.

Durante un rato me mantuve en silencio.

—Entonces, ¿crees que eso es lo mejor que puedo hacer?

Asintió.

Me volví y miré por la ventana. La cosa era bien simple. Tres años tirados a la basura. Tres años esperando una ocasión favorable y ahora sabía que nunca llegaría.

— ¿Y si pudiera igualar la oferta? —pregunté.

El tono de Dave fue irónico.

— ¿Treinta y dos millones de dólares?

—Pero la mayor parte son acciones.

— ¿Entonces?

Aspiré profundamente.

—Entonces, ¿qué podría obtener?

—Más de lo que nunca has imaginado —dijo Dave—. Si me dejas decirles que estás interesado, puedo arreglar una reunión.

—Ya he hablado con Jacob.

—No con él —dijo Dave rápidamente—. Con Johnston de Palomar Plate. Es él quien insiste en que seas tú, y en que participes en el trato.

— ¿Por qué yo? No nos conocemos.

—Hace hincapié en eso. Sostiene que a través de los negocios sabe todo sobre ti; y que eres la única persona en toda la industria que sabe lo que hace.

Encendí un cigarrillo y me quedé mirándolo pensativamente.

— ¿Tú lo conoces?

—Nos hemos encontrado en alguna ocasión —contestó Dave.

Eso significaba que no lo conocía en absoluto. En la posición de Dave, el no hablar de una persona llamándola por su nombre de pila, era una señal inequívoca—. ¿Has oído hablar de él?

—Sí, como todo el mundo. El mes pasado, su retrato estaba en la portada del Time, y en el interior había un artículo que explicaba cómo había llevado su compañía desde el plácido conservadurismo de los ochenta millones al año hasta donde está ahora: casi ochocientos millones al año; y todo en poco tiempo, simplemente cambiando trozos de papel.

Recordaba el retrato. Era una de esas típicas portadas del Time. Llena de simbolismo del signo del dólar y de certificados de oro y de los productos de las compañías que ahora controlaba.

—No digas que no, hasta que hayas hablado con él —me dijo Dave—. Promete darte una completa autonomía.

— ¿Te dijo eso?                      

—Personalmente —me aseguró Dave.

— ¿Qué más te prometió?

Dave pareció molesto. —Vamos —insistí—, somos amigos, puedes decírmelo.

—Cinco millones de depósito —dijo de mala gana.

Lancé un silbido.

— ¿Y todo por que me convenzas?

Dave negó con la cabeza.

—Tu asunto no tiene nada que ver con eso. Le gusta la manera que tenemos de operar. No somos un banco anticuado. Nos movemos. Además, vamos a tener los doce millones de Jacob.

— ¿Por eso has venido a verme?

Una cierta expresión de sus ojos me hizo comprender que hablaba sinceramente.

—No sólo por eso, sino porque creo que os podéis ayudar el uno al otro. El te respeta y no tratará de inmiscuirse en tus asuntos como hacen otros.

Sabía a lo que se refería. Era escalofriante ver con cuánta facilidad mucha gente, normal por otro lado, y competente en los negocios, quedaba atrapada en el asunto del cine. Entonces, todas las leyes y principios a los cuales había ajustado su vida, eran echados por la borda.

— ¿Ni siquiera hay una amiguita suya a la que quiera convertir en estrella?

—Yo puedo contestar a eso.

«Chica rubia» acababa de aparecer del cuarto de baño, envuelta en una larga toalla, a modo de sarong. La miré sorprendido. Dave lo hizo por encima de sus gafas.

— ¿Tú? —preguntó.

Ella asintió mientras llenaba con naturalidad su vaso de hielo y le añadía whisky.

—Sí.

Me limité a mirarla y ella se volvió hacia mí.

—Conozco a Ed. Johnston muy bien y es una persona seria. Nunca ha dicho nada sobre meterme en el cine.

Ahora empezaba a comprenderlo todo. Me acordé de cuando ella vino a instalarse en el apartamento, tres meses atrás. Luego empecé a pensar en lo raro que era que se pasara el tiempo a la ventana, sin salir para nada. Su vaga explicación sobre su trabajo de cada dos lunes en Chicago. Claro, Chicago era la casa central de Palomar Plate. Continué sin decir palabra.

— ¿Estás enfadado conmigo? —me preguntó.

Negué con la cabeza.

—Tendrías que haber venido antes; nos hemos estado perdiendo una gran cosa.

—Estabas enredado con aquella otra chica —dijo.

—Siempre hay sitio para una más.

—Soy anticuada. Además, podía esperar. La paga era buena, y no me empujaban.

— ¿Y qué has descubierto? —le pregunté.

—Nada que él ya no supiera. Eres un buen muchacho y se lo dije. Está predispuesto a que le caigas bien y creo que a ti también te gustará.

Terminó su bebida y dejó el vaso vacío sobre la mesa.

Me volví hacia Dave.

—De acuerdo, hablaré con él; pero sin compromiso.

Por primera vez, Dave sonrió.

—Estupendo. Está en Las Vegas, y ha dejado su jet en Burbank, por si queríamos comer con él.

Miré el reloj. Eran las doce y cuarto.

—Está bien. La verdad es que empezaba a tener hambre.

——Podemos ir al aeropuerto en mi coche —dijo Dave rápidamente—. Me evitaré volar antes de tomar el avión.

—Tú irás en tu coche —dije—, «Chica rubia» vendrá conmigo.

 

 

Durante el trayecto hasta Las Vegas, me enteré de algo más respecto a Ed. Johnston. «Chica rubia» explicó algunas cosas en el aspecto personal. Estaba casado, dos hijos y entre las sábanas, correcto. Cariñoso pero correcto. Sin trucos ni retorcimientos; todo sencillo y directo. A veces un tanto aburrido, pero con gran fortaleza y seguridad.

Dave me informó sobre el lado de los negocios. Había sido el capitán más joven al mando de un portaaviones. Después de la guerra de Corea dejó la Armada, a pesar de los esfuerzos que lucieron para que se quedara, incluso el ofrecimiento de nombrarlo vicealmirante de la Reserva.

Entró en Palomar Plate como ejecutivo vicepresidente, y antes de un año había sido nombrado presidente y jefe general. A los cinco años empezó su período de diversificación y adquisición, primeramente de asuntos similares y más tarde ampliando su campo de acción cada vez más, hasta que ahora Palomar Plate controlaba una de las más importantes compañías conserveras de carne y una vasta cadena de hoteles, de los cuales el más nuevo, el «Flaming Desert» de Las Vegas, era donde nos íbamos a encontrar. Además, estaba al caer una de las líneas aéreas transcontinentales más importantes y acababa de adquirir un gran terreno en Los Ángeles, donde planeaba erigir otra «Century City», al estilo del proyecto de Alcoa.

Todo ello lo comprendía yo perfectamente, pero lo que me resultaba raro era que quisiera una compañía de películas. Esto quedaba muy apartado del campo de sus actividades.

Eran las dos menos cuarto cuando fuimos introducidos en su «suite», que se hallaba en lo más alto del hotel. La mesa ya estaba preparada, pero él se encontraba al teléfono.

Nos indicó un asiento, y continuó hablando. Agucé el oído.

—Los arenques ya están preparados —decía con voz tranquila—. Esperemos ver la reacción antes de enredarnos. Si todo va bien, estamos en buena forma. De todos modos, tendremos tiempo de cambiar si la cosa se va al pote.

Colgó con determinación, y poniéndose en pie se acercó con la mano tendida.

—Soy Ed Johnston, y he estado esperando con impaciencia el momento de conocerlo.

—Gracias —dije.

Le dio la mano a Dave, y a «Chica rubia» la besó en la mejilla.

—Te has ganado la bonificación —le dijo.

Luego se volvió hacia mí, sonriendo de tal modo que quitó aspereza a sus palabras.

— ¿Qué le parece el «guardaespaldas» que le encontramos?

Me reí. Por lo menos iba al grano, sin preámbulos.

—Ni yo mismo hubiera podido encontrar uno mejor.

—Vamos a comer —añadió sentándose ante la mesa—. He pedido entremeses. Me han dicho que este hotel tiene los mejores del mundo. ¿Qué quieren beber?

Un camarero apareció en aquel momento y empezó a tomar nota de nuestro pedido. Para mí pedí un whisky con agua, y me sentí mucho mejor con el vaso en la mano. El estaba a régimen de Coca—Cola.

Comimos de prisa y bien, y en veinte minutos la mesa ya estaba levantada. Se me quedó mirando y yo hice lo mismo; luego desvié la vista hacia Dave. Al parecer, me tocaba a mí romper el fuego.

—Sólo tengo que hacer una pregunta —dije.

—Suéltela.

— ¿Porqué?

En su cara se notó una expresión de extrañeza.

— ¿Porqué, qué?

—El negocio de películas —contesté—. Creo que con lo que posee ya tiene bastante. Todo sólido y real. ¿Por qué emprender una cosa tan arriesgada y efímera como esto?

Se quedó sentado, estudiándome.

—Podría entenderlo si fuera detrás de un estudio de primer orden con posibilidad de ampliación. Eso caería dentro de su estilo. Pero aquí lo único que cuenta son las películas —dejé el vaso—. No puedo convertir eso en un proyecto de construcción.

—Hay otros alicientes —repuso—. CATV ya está a punto, luego vendrá la Pay Televisión, muy pronto llegará la TV en video—tape y cassettes, y alguien tendrá que trabajar día y noche para poder cumplir todas las demandas, y nuestra sección de video es una de las más amplias del país.

Ahora me tocaba a mí escuchar.

—La idea no es nueva; a otros complejos se les ha ocurrido también y trabajan ya en este campo. Creo que ahora es un buen momento para nosotros, para nuestra clase de trabajo, especialmente si gozamos de libertad. Mi idea es tener una compañía de producción y distribución que pueda servir todos los medios de comunicación a medida que surja la demanda.

—Parece bien y estoy seguro de que su plan se puede llevar a la práctica ——me puse en pie—. Pero creo que ya le he quitado bastante tiempo, señor Johnston. ¿Puedo desearle que obtenga un gran éxito?

Se me quedó mirando sin poder creer lo que acababa de decir.

— ¿No le interesa?

Negué con la cabeza.

—Gracias, pero no es para mí.

—Si se trata de dinero, estoy seguro de que...

—No es esto.

— ¿Qué es, entonces?

En sus ojos se reflejaba profundamente el poder y la frustración.

—Me ha estado hablando de todo, pero ha olvidado el ingrediente más importante...

Ahora le tocó a él interrumpirme.

— ¿Talento? Ahora iba a ello.

—No, señor Johnston, tampoco es eso. El talento puede comprarlo—. «Chica rubia» tenía razón; él era cuadrado y correcto. — El ingrediente más importante en nuestro negocio es la «diversión», el «entretenimiento», y si no tiene eso, no tiene nada. Lo que me está ofreciendo es simplemente un trabajo.

Empecé a encaminarme hacia la puerta.

—No se moleste, señor Johnston —dije—, puedo tomar un taxi para ir al aeropuerto.

«Chica rubia» me alcanzó cuando llegaba al vestíbulo principal.

— ¡Ey!... ¡Espérame!

Sonreí burlonamente.

— ¿Te manda tu amo?

—Acaba de despedirme —dijo ella.

—No tenías que haber tirado tu empleo por mí.

—Si crees que iba a dejar que un asqueroso empleo como ése se interpusiera entre nosotros, estás loco —dijo—. Ya nadie hace las cosas como tú.

 

Capítulo 32: CAPÍTULO 14 Capítulo 34: CAPÍTULO 2

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
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