EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117594
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

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Capítulo 35: CAPÍTULO 3

Capítulo III

 

Estaba allí en el mismo lugar del aparcamiento donde lo había dejado cuando me marché a Las Vegas. Relucía la negra carrocería y los cromados brillaban bajo los oblicuos rayos del sol poniente.

Al acercarnos, Júnior dejó escapar un silbido de admiración; se me adelantó y tocó el coche reverentemente.

—Es demasiado —exclamó estupefacto.

Saqué la llave del bolsillo, abrí la puerta, y casi sin darme cuenta, ya se encontraba dentro. Durante un momento permaneció sentado, pasando los dedos amorosamente por los mandos; luego echó la cabeza atrás y cerrando los ojos, exclamó:

— ¡Huele como una chica!

Le di un golpecito en el hombro.

—Ponte detrás.

Trepó como un mono, y una vez instalado atrás apoyó la barbilla en el respaldo delantero, y se quedó embobado contemplando el tablero de instrumentos. Yo entré en el coche.

— ¿Es verdad que hace los 240? —preguntó señalando el indicador de velocidad.

—No lo sé, nunca lo he apretado a fondo.

«Chica abogado» entró en el coche.

—Sigo sin entender qué diablos estoy haciendo aquí.

Le hice una mueca burlona.

—Estabas aburrida.

—Esta noche tengo un compromiso —dijo para defenderse.

Le señalé el teléfono.

—Llama y déjalo.

— ¡Hombre!... —exclamó Júnior—. Tienes de todo en este coche. Por cierto, ¿dónde está el retrete?

—En marcha. —En ese momento sonó el teléfono, y dije. — Vamos, Diana, te estás haciendo rica.

—Las llamadas se están amontonando, señor Cullen—me dijo—. Los señores Johnston y Diamond llamaron desde Las Vegas, y vienen para verlo. El señor Black llamó desde el hotel Beverly Hills, y quiere que usted lo llame. El señor Sinclair también ha llamado y me ha pedido que le diga que se encuentra en el Hotel Bel Air y que por favor vaya a verlo directamente desde el aeropuerto.

— ¿Nada más?

—Nada más por el momento —dijo suavemente.

Desconectó, y yo dejé el teléfono y puse el motor en marcha. El primer ronquido se convirtió en un zumbido constante; puse la marcha y empecé a salir del aparcamiento. Pronto me encontré en la carretera en la hora de más tránsito.

—Escucha el motor —dijo Júnior desde detrás—, puedo sentirlo por todo mi cuerpo.

—Nunca he entendido lo que ven los hombres en los coches —dijo «Chica abogado».

Por el retrovisor me encontré con la mirada de Júnior. Movió la cabeza. Ella tenía razón. Era un mundo privado. Fui serpenteando por entre el tráfico hasta la primera salida. Iría más rápido por alguna carretera secundaria.

«Chica abogado» descolgó el teléfono.

— ¿Cómo puedo hacerlo funcionar?

—Aprieta este botón hacia abajo y en cuanto oigas a la telefonista, le dices el número que verás marcado en el auricular y el número que quieres.

Apretó el botón, y al cabo de un momento estaba hablando con su compromiso de San Francisco. Su voz destilaba miel.

—De veras que lo siento, David, pero me ha surgido este trabajo a última hora y no he podido llamarte antes.

Hubo un momento de silencio, luego cuando volvió a hablar su voz era helada.

—Te olvidas de una cosa, David: soy abogado y la principal responsabilidad de un abogado está en su cliente —colgó con furia.

Yo le sonreí burlonamente.

—Así, que esto es lo que yo soy para ti: un cliente.

— ¡Oh, cállate! —exclamó—. Dame un cigarrillo.

—Están en la guantera.

La abrió y tomando uno lo encendió. Luego aspiró profundamente y en su cara pudo notarse una curiosa expresión.

—Tiene un gusto raro.

Aspiré el aroma del humo.

—Es marihuana —dije—. Los normales están a la izquierda y los mentolados en el centro.

Iba a tirarlo por la ventanilla, pero la mano de Júnior la detuvo.

— ¡Peligro de incendio! —Dijo, quitándoselo de los dedos—. ¿Quieres que te den el papelito?

— ¿De qué hablas? —preguntó ella, molesta.

—Mira —exclamó él, señalando con el pulgar la ventanilla trasera del coche.

Miré por el espejo. El coche de la policía estaba detrás. Júnior puso el cigarrillo entre sus labios.

—Esto es un buen Hashis.

Miré a «Chica abogado». Repentinamente se había puesto pálida. Acaricié su mano.

—Tranquilízate, Jane —le dije—, prueba uno de verdad.

Se me quedó mirando.

—Los dos estáis locos.

Su mano temblaba bajo la mía. Tomé un cigarrillo de la guantera y lo encendí, y se lo di después. Aspiró el humo profundamente, el color empezó a volver a sus mejillas.

—Hubiera podido ser expulsada del Colegio de Abogados si me llegan a coger con eso.

Paré en un semáforo y el coche de la policía lo hizo a nuestro lado.

—Estupendo coche —dijo el joven patrullero.

—Gracias —contesté—. ¿Quiere probarlo?

Me sonrió.

—No puedo, estoy de servicio.

Cambió la luz y dejé que arrancaran antes que nosotros. Llegaron a la próxima esquina y se desviaron.

—Bueno, Júnior, ahora ya puedes tirar el cigarrillo.

Empezó a protestar, pero al notar por el retrovisor que lo miraba, silenciosamente empezó a romperlo, y guardó un trozo en el bolsillo.

Tomé por Coldwater y empecé a ascender por la montaña. Como el tráfico ya era mucho más leve, pude empezar a correr más, y dábamos las vueltas como una bailarina.

— ¡Caray!, esto es mejor que volar —exclamó Júnior.

Lo miré por el espejo. Se estaba comportando bien, el cigarrillo lo había puesto eufórico.

— ¿Adonde vamos? —preguntó.

—A mi guarida. Luego, «Chica abogado» y yo iremos a ver a su jefe.

 

 

La mejor manera de describir el hotel Bel Air es decir que albergaba a la gente remilgada de Hollywood. Todos los «respetables» se instalaban allí.

Carlisle me estaba esperando en su «suite». A él que no le dieran casas o apartamentos; quería todas las comodidades junto a él, no largas esperas para que le sirvieran, mientras los camareros trotaban medio kilómetro con su desayuno.

Cuando entramos se puso en pie. Los años se estaban portando bien con él. Los llevaba bien. Nos dimos la mano y su apretón me pareció tan fuerte como el de antaño.

—Esto es una sorpresa —dije.

Me sonrió.

—Estoy contento de verte.

Y creo que era así.

Le presenté a «Chica abogado».

—Trabaja para ti en el departamento jurídico de la KSFS de San Francisco.

Le dio por el lado amable.

—Ya entiendo por qué dicen que el Oeste es más progresivo; allá en el Este los abogados no tienen ese aspecto.

—Gracias, señor Sinclair.

—No te hubiera llamado con tanta urgencia a no ser por unas cosas de importancia que han sucedido y de las que quiero hablar contigo.

Miró a «Chica abogado». Ella comprendió.

—Señores, si tienen asuntos de que hablar, ¿por qué no les espero en el bar?

— ¿No te importa, querida? —le pregunté—. Te lo agradecería.

Observamos cómo se cerraba la puerta tras ella. Luego, se volvió hacia mí.

—Parece una chica simpática. ¿Qué tal como abogado?

—Imagino que bien: por lo menos, allí la consideran mucho.

— ¿Te apetece beber algo? —me preguntó.

Asentí con un gesto, y le seguí hasta un pequeño bar que le habían instalado. Preparé dos whiskies con agua.

—El mío lo quiero menos fuerte —dijo.

Añadí más agua y se lo di.

— ¿Así?

— ¡Estupendo!

Luego, lo seguí hasta un sofá y nos sentamos. Durante un rato se mantuvo en silencio, y saboreamos nuestras bebidas.

—Me imagino que te estás preguntando el motivo —dijo.

Asentí.

—Tengo sesenta y cinco años y la junta directiva quiere que me quede otros cinco más. Están dispuestos a pasar por alto la norma obligatoria de retiro.

—Son inteligentes —dije.

—Pero yo no quiero.

Paladeé mi whisky.

—Hace tres años que te marchaste; esto está cada día más difícil y no puedo sobrellevarlo —dejó el vaso sobre una mesa y me miró—. Aparte de la fundación y de mí, eres el mayor accionista de la compañía.

Yo sabía a qué se refería: al quince por ciento procedente de Bella, que ella a su vez había heredado de su madre.

—No pienso causarte ningún problema —le dije—, te doy los votos de mi participación o los paso a quien me digas.

Después de unos momentos, me contestó.

—No es eso lo que quiero.

— ¿Qué es, entonces?

—Quiero que vuelvas.

Me quedé mirándolo; luego me levanté y, dirigiéndome al bar, me preparé otra bebida. La probé y volví a sentarme.

—Poseo el treinta por ciento, y por la fundación el veinticinco por ciento. Con lo tuyo, sube al setenta por ciento —dijo—, y no hay nadie a mi alrededor en quien pueda confiar.

—Allí tienes buenos elementos —dije.

—Son buenos elementos; pero no son tú. Son hombres que se limitan a trabajar en su puesto. Si mañana los llamara otra red y el precio les conviniera, se marcharían. Ellos no son Sinclair.

—Tú eres el único Sinclair —dije.

—No, yo no —repuso—. Tú eres un Sinclair. Y no me refiero sólo al nombre; es la actitud, el carácter. Tú ya me entiendes.

Y lo entendía. El se refería a una forma de vida. Un Sinclair no montaba un negocio por el negocio ni aun por el dinero. Lo que en realidad hacía era crear monumentos, puentes hacia el futuro, que seguirían después de que ellos hubieran desaparecido. El no comprendía que éste era su monumento. No el mío. Permanecí en silencio tanto rato, que de nuevo empezó a hablar.

—Nunca quise que te marcharas. Tú lo sabes.

Asentí.

—Era lo mejor que podía hacer. Para los dos.

—No estuve entonces de acuerdo contigo, y no lo estoy ahora —dijo—. Otros habían cometido errores mayores y disimulé.

—Ellos no eran yo —repuse.

—Tú y tu sentido de la perfección... ¿Todavía no te has dado cuenta de que nada ni nadie es perfecto?

—No era eso.

— ¿Qué, entonces? —exclamó—. Hiciste lo que consideraste más conveniente. Le salvaste el negocio al estúpido de tu amigo. El no se preocupó de lo que podía sucederte. Lo único que tenía que pagarte era dinero. ¿De qué tuviste que sentirte culpable, para que te castigaras a ti mismo? Porque, en definitiva, nadie resultó perjudicado: ni tu amigo, ni nosotros. Sólo tú.

—Tampoco es eso —dije.

—Dímelo, pues. Creo que me lo debes.

—Me gasté —dije sencillamente.

—No te entiendo.

Di un sorbo a mi bebida.

—No es tan difícil. Luché en todas las guerras, una y otra vez y eran siempre las mismas. Guerra de las estadísticas, del talento, del negocio. ¿Cuántas guerras tiene uno que ganar para probarse a sí mismo? Quizás había ganado yo demasiadas, o quizás había llegado el momento de perder una, sólo para probar el sabor de la derrota; al menos era algo diferente.

—Creo que eso no es todo —me dijo.

Era inteligente.                                  

—Es verdad — admití.

— ¿Qué había más?

—Tuve un sueño —dije—. Yo formaba parte de la más grande oportunidad que ha tenido el hombre de acercarse al hombre. Y la estábamos aventando. Por las luchas. ¡Había tantas cosas que podíamos hacer! ¡Y no las hicimos!

—No es tarde para ello. Si vuelves, podrás moldearlo a tu criterio, y yo te apoyaré.

—Es demasiado tarde —dije—. Ha pasado el momento. Han sucedido demasiadas cosas. Todo se ha complicado.

Se me quedó mirando.

—Lo siento —dijo.

Estuvimos callados un tiempo. Finalmente habló Sinclair.

— ¿Mantienes todavía lo que has dicho de unir al mío el voto de tus acciones? —preguntó.

—Sí.

— ¿Tendrías inconveniente en que vendiéramos la Compañía?

—Ninguno —contesté—. Si opinas que es lo mejor que se puede hacer.

—Se me han acercado algunos grupos financieros, pero no les he contestado; puede que ahora...

Algo estaba empezando a suceder dentro de mí. Por primera vez en lo que me parecía el lapso de cien años, estaba empezando a sentirme interesado.

— ¿Es cierto eso?

Asintió.

—Sí, ¿por qué?

—Tengo una idea —repuse—. Supón que te enseñara la manera de que obtuvieras todos los beneficios financieros que provendrían de la venta de la Compañía, pero sin venderla realmente.

—Ya me han propuesto fusiones o absorciones.

—No se trata de eso —dije.

— ¿Cuál es la diferencia?

Tres minutos tardé en explicárselo, y me pude dar cuenta de que estaba intrigado.

— ¿Crees que podrías hacerlo? —me preguntó cuando terminé la exposición de mi plan.

—No lo sé —contesté—. Dame seis horas y te lo diré.

—Puedes tomarte más tiempo. No tengo prisa.

—Lo sabré en seis horas. ¿Dónde estarás esta noche, por si me quiero poner en contacto contigo?

En su cara apareció una expresión de sorpresa.

—Aquí mismo. ¿Dónde crees que iba a estar? Soy demasiado viejo para seguir tus juegos.

Saliendo del hotel Bel Air, tomé hacia la izquierda; había anochecido y las luces de los coches que venían en dirección opuesta parpadeaban en nuestros ojos.

—No es como yo creía —dijo ella—. Es realmente encantador.

—Puede serlo cuando quiere.

—Se dice de él que es más frío que el hielo, pero contigo no lo parece.

Me quedé mirándola.

—En cierto modo seguimos siendo familia.

—No te entiendo.

—Estuve casado con su hija.

—Oh, comprendo —sacó uno de sus cigarrillos y le di fuego—. Creo que ahora será mejor que me lleves al aeropuerto.

— ¿Porqué?

Dio una chupada al cigarrillo.

—Parece que esta noche vas a estar muy ocupado y yo sería un estorbo.

—No seas tonta. Si no me apeteciera que estuvieras conmigo, no te hubiera pedido que vinieras.

Permaneció en silencio.

—Quieres acostarte conmigo, ¿es eso?

—En parte, sí.

— ¿Qué significa en parte?

—Eres abogado, y puede que necesite uno antes de que termine la noche.

No sé si le gustó eso. No dijo una palabra hasta que llegamos a mi casa. Me dirigí al garaje y apagué las luces del coche.

No hizo el menor movimiento para salir del coche, como si esperara que la besara. La tomé entre mis brazos. Sus labios suaves, ardientes, hambrientos. Estuvimos así largo rato, hasta que ella se separó.

—No empieces —dijo—. No podría pasar por todo eso nuevamente.

—Parece que sobreviviste muy bien.

— ¿Cómo lo sabes? Para mí no fue cosa de juego. ¿Por qué crees que volví a San Francisco?

—Te esperaba tu trabajo.

—Esto es lo que me decía a mí misma continuamente. Que para ti yo era sólo una muchacha más; que a veces ni recordarías mi nombre... Pero a mí no me pasaba lo mismo.

No dije nada.

—Han pasado más de tres años —añadió.

—Dame la mano.

La puso sobre la mía y pude notar que temblaba levemente.

—No soy un monstruo —dije.

— ¿Has pensado siquiera en mí? ¿Una vez en tres años? ¿Solamente una?

—Esta tarde he pensado en ti —dije—. ¿No es una buena respuesta?

—No —levantó la mano y se la quedó contemplando—. ¿Me creerás si te digo que la última vez que estuve con un hombre fue contigo?

—Eso lo explica todo —dije—. No es extraño que estés tan rara. Vamos, será mejor que entremos.

Me lanzó una furiosa mirada, salió del coche bruscamente, y cerró la puerta de golpe. Cuando pasó por mi lado, la retuve contra mí.

— ¿Eso es lo único que eres capaz de pensar? —exclamó.

—Aún puede ser una cosa buena —dijo—. No lo estropees antes de probarlo.

Se separó de mí y empezó a andar hacia la casa; yo la seguí. Nada más abrir la puerta nos llegaron los gritos. Corrimos escaleras abajo más allá del dormitorio.

Jacob y Júnior estaban en el centro del salón, insultándose mutuamente. Como fondo, la televisión en marcha daba noticias sobre el último motín de Berkeley.

—Hola —dije, y pasé por su lado hasta la televisión y la cerré.

—Todavía no eres lo suficiente mayor como para que no pueda arrearte una patada en el trasero —gritó Jacob, yendo hacia Júnior.

Me interpuse entre los dos.

Júnior agarró mi brazo.

—Fue él quien avisó a la «poli». El dio el soplo. Pregúntaselo. ¡Ni siquiera lo niega!

— ¡Serénate! —dije secamente.

Júnior se me quedó mirando con enfado durante unos momentos; luego, dándose media vuelta, salió disparado hacia la terraza. Allí encendió un cigarrillo, y permaneció contemplando la ciudad.

Me volví hacia Jacob, que me miró enfurecido.

— ¿No es suficiente que me costaste mi hija? —dijo amargamente—. ¿Tienes que llevarte también a mi hijo?...

 

Capítulo 34: CAPÍTULO 2 Capítulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
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