EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117591
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

Mis otras historias:

EL ESCRITOR DE SUEÑOS

EL ESCRIBA

BDSM

INDISCRECIÓN

EL INGLÉS

SÁLVAME

EL AFFAIRE CULLEN

NO ME MIRES ASÍ

EL JUEGO DE EDWARD

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 64: CAPÍTULO 16

Capítulo XVI

 

La doctora Davis me estaba esperando en la terminal cuando aterrizó el avión. Se me acercó.

—Su secretaria me ha dicho el número de vuelo.

—No hacía falta que se molestara; yo hubiera ido allí directamente.

—Sentí que debía hacerlo —me contestó sencillamente, a la par que me miraba a los ojos—. Además, tengo una información que puede conducirnos a ella.

— ¿Ha averiguado cómo se pudo escapar?

Negó con la cabeza.

—No, pero sí sabemos que se encuentra en Los Ángeles.

— ¿Cómo?

—Trabajamos con una agencia privada de detectives y en casos como éste nos ha servido de gran ayuda. Ahora le presentaré a uno de ellos.

Me condujo hasta el bar y se detuvo ante una mesa situada en un extremo; el joven sentado allí ante una jarra de cerveza se puso en pie desmañadamente.

—Nick Jones, le presento al señor Cullen. Nickie es el más importante de la agencia.

Me dio la mano.

— ¿Cómo está? —dijo con un inequívoco acento del Oeste.

No tenía la apariencia del típico detective tal como yo siempre lo había imaginado, aunque, por otra parte, lo poco que sabía de ellos era por el cine y la televisión.

Era bastante alto y delgado, como un chopo. En su cabeza se balanceaba un sombrero de cowboy, algo curvado por los lados y que tapaba hasta cierto punto sus facciones. Iba vestido con una inclasificable camisa de un tono como marrón sucio, una chaqueta franjeada de ante y unos gastados téjanos. Su pelo, largo y castaño, le llegaba hasta el cuello, y el bigote ondeaba, cayendo casi hasta la mandíbula. Parecía Búfalo Bill resucitado.

— ¿Qué tal, señor Jones?

—Puede llamarme Nickie —observó arrastrando las palabras.

Nos sentamos y la doctora Davis pidió un whisky con agua, y yo mi acostumbrado whisky con hielo.

—Dígale al señor Cullen lo que ha descubierto.

El acento del Oeste desapareció como por encanto. Su tono era profesional y de negocios.

—Sabemos que dicha persona subió, esta mañana, en un autocar en la carretera Pacific Coast. Se apeó en Santa Mónica, en una estación de servicio, cerca de Sunset Boulevard, y luego tomó otro autocar que iba a Los Ángeles. No hemos podido aún localizar este último, por lo cual no sabemos dónde se apeó.

— ¿Cómo tuvieron noticia del primer autocar? —pregunté.

—Muchos de esos grandes autocares interestatales llevan radioteléfono —contestó—. Yo mismo hablé con el conductor.

— ¿Llevaba dinero?

La doctora Davis respondió:

—Cuando se marchó, no. Todas sus pertenencias están en la caja fuerte.

—Pues necesitaba dinero —dije—. Nunca he oído de ningún conductor que diera crédito.

—Tiene dinero —dijo Nickie llanamente.

— ¿Cómo lo sabe?

—Lo obtuvo del conductor.

— ¿Por qué diablos iba éste a dárselo?

Me miró, sin respuesta alguna.

Apareció la camarera con lo que habíamos pedido, y yo me bebí medio vaso de un trago.

—Tiene que comprender —dijo la doctora compasivamente—. Está muy enferma.

No dije nada.

—Ahora son las diez y media —dijo el detective— y los viernes por la noche el Strip empieza a animarse alrededor de las once. Si todavía no ha logrado ningún contacto, tenemos muchas posibilidades de que se encuentre por allí. He avisado a algunos compañeros del departamento del sheriff, para que de manera extraoficial tengan los ojos abiertos acerca de ella.

—Bien —dije.

—Entretanto —añadió—, no sería mala idea que diéramos un vistazo por allí.

Terminé mi vaso.

—Cuando quieran podemos irnos; ya estoy listo, y tengo mi coche aquí cerca.

—De acuerdo —dijo el detective—. Pero cuando lleguen allí, estaré en la esquina de Sunset y Clark.

—Yo iré con usted —se apresuró a decir la doctora—. El coche de Nickie no es de los más confortables.

—Me sirve para desplazarme —contestó éste secamente—. Además, se adapta perfectamente a mi tipo.

Lo miré; era la segunda vez aquel día que oía dicha palabra. Todo el mundo estaba interesado en su tipo. Pero yo no supe de qué estaba hablando hasta que lo vi meterse en su coche y desaparecer.

Era una vieja furgoneta verde, propia para un rancho.

 

 

El Strip era un trozo del Sunset Boulevard que corría a través de la parte oeste de Los Ángeles; al oeste estaba limitado por la City National Bank cuando se desviaba hacia Beverly Hills, y al este, por el Drugstore Schwab, pasado Lytton Center. Durante el día era una calle triste, en la cual se alineaban antiguas construcciones, pequeños bares, tiendas incalificables y espaciadamente algún edificio nuevo y alto. Principalmente servía como conducto del tráfico entre Beverly Hills y Hollywood.

Por la noche era otra cosa; entonces revivía con los brillantes anuncios de neón. Había restaurantes y discotecas que lo llenaban todo de ruido; pero lo que más abundaba era la juventud. Miles de muchachos, de todas las clases, edades y colores, mirando, hablando, paseando o simplemente apoyados contra la pared. El inconfundible dulzarrón olor a hierba flotaba en el aire como miasma sobre ellos, mientras desde los coches—patrulla que pasaban lentamente, los vigilaban los hombres del sheriff con su casco blanco, rezando cada noche para que no surgiera algo que convirtiera la calle en devastador volcán.

El se encontraba de pie, apoyado en una esquina de la calle Clark, bajo un anuncio de «Whisky a Gogo», donde nos había dicho que estaría. Comenzamos a acercarnos, pero nos hizo un leve gesto negativo, y empezó a andar.

Era un hombre fácil de seguir, ya que pasaba cabeza y hombros a la multitud. Parecía conocer a todo el mundo, tanto a los jóvenes como a los adultos. De vez en cuando se detenía un momento para hablar y luego continuaba su marcha.

Llegó hasta «Gaitye Delicatessen», en el bloque de los 9000, y luego volvió atrás.

—Por aquí arriba no se sabe nada —susurró al pasar—. Probaremos abajo por el otro lado.

Esperamos a que se alejara unos diez pasos detrás de nosotros y luego dimos la vuelta. Se detuvo frente a un bar; la rugiente música rompía el silencio de la noche, y una fila de muchachos estaba ante la puerta esperando turno para entrar. Nos detuvimos ante «Sneaky Pete» y lo estuvimos aguardando.

Miré los carteles y, desde luego, no me hizo demasiada gracia ver que el grupo de dentro era el conjunto principal que aparecía esta semana en nuestro programa. Empezó a andar y nosotros le seguimos.                                        

A las dos de la madrugada nos encontramos, molidos y cansados, delante de la tienda «Body». El nos señaló un oscuro edificio que se hallaba al otro lado de la calle, y de nuevo le seguimos.

Dio unos cuantos pasos en medio de la oscuridad.

—Los vendedores de drogas no aparecen —nos dijo con sus ojos escondidos bajo el sombrero de cowboy—. Todos están atemorizados y se han escondido. Algo les ha metido el miedo en el cuerpo, pero no he podido averiguar qué.

— ¿Qué hacemos ahora? —pregunté.

—Tengo que ir a algunos sitios, pero no pueden acompañarme. ¿Dónde puedo localizarle si me entero de algo?

Miré a la doctora Davis.

— ¿Qué le parece mi casa?

Asintió.

Le di el número de teléfono y desapareció con su andar de pato bajo las sombras. Esperamos unos minutos para que nos adelantara y fuimos a mi coche.

 

 

— ¡Esto es realmente precioso! —exclamó la doctora cuando bajamos la escalera hacia la sala.

—Me gustaría beber algo —dije, acercándome al bar.

—Tampoco a mí me vendría mal.

Preparé dos whiskies y le di uno; bebimos en silencio. Momentos después se dirigió hacia las grandes puertas de cristal y miró al exterior.

— ¿Podemos salir fuera un momento? —me preguntó.

Apreté el interruptor y se corrieron las puertas. El aire de la noche era frío en la colina. Sentaba bien. Allá abajo parpadeaban las luces de la ciudad; y en la distancia casi al nivel de nuestros ojos, podíamos ver el intermitente guiño rojo de un avión que se acercaba al aeropuerto.

— ¡Se está tan tranquilo aquí arriba...! —dijo.

—Por eso construí esta casa; sin embargo, en cinco minutos uno se puede encontrar en el centro de la actividad.

Se me quedó mirando.

— ¿Es tan importante eso para usted?

—Así lo pensaba —contesté—. Ahora ya no lo sé.

—Es extraño cómo cambia el tiempo nuestras valoraciones. Cuando me gradué en Medicina, creí que ya lo sabía todo; ahora me doy cuenta de lo poco que sé.

—Creo que es porque nos vamos haciendo viejos, doctora...

—Estoy algo cansada de ocultarme bajo ese título.

— ¿Qué le parece si la llamo Doctor Girl? —pregunté.

—Soy una mujer. Usted lo sabe, ¿verdad?

—No puede evitarlo —dije.

No sé cómo sucedió, pero de pronto ella estaba en mis brazos. Fue como si nos recorriera un fuego atómico. No podíamos esperar más.

Las ropas fueron jalonando nuestra subida al dormitorio.

Por fin reventamos y nos separamos respirando trabajosamente. Durante largo rato nos estuvimos contemplando en silencio; finalmente, ella habló:

—No ha sido muy profesional por mi parte.

—Te has salido de tu título —contesté.

Durante unos segundos bajó la vista.

— ¿Estás contento?

—Sí.

Se rió y empezó a besarme.

—Yo también. —Dando una vuelta, saltó de la cama; luego se detuvo ante la puerta del cuarto de baño. — Me gustaría ducharme.

Asentí.

Se dio media vuelta, entró en el cuarto de baño, y cerró la puerta tras ella. Momentos después ya estaba de vuelta; se agarraba al marco de la puerta, con la cara pálida como la cera.

La miré fijamente.

— ¿Hay otro cuarto de baño? —preguntó con voz descompuesta—. Me parece que me voy a desmayar.

—Sí, abajo, al lado del bar.

Corrió por la estancia y pude oír el ruido de sus pies descalzos por las escaleras. Salté de la cama y entré en el cuarto de baño.

Allí estaba Darling Girl. Curvada sobre sí misma en posición fetal, la cabeza en el suelo, entre el lavabo y la bañera, los ojos abiertos y fijos y la mano derecha sobre la aguja clavada aún en la curvatura de su brazo izquierdo.

Había estado allí todo el tiempo en que la habíamos estado buscando en el Strip; todo el tiempo durante el cual habíamos estado gozando en la cama, en la habitación de al lado.

Ahora todo tenía sentido para mí. ¿Adónde iba a ir sino a casa?

Escuché el sonido del agua, en el piso de abajo, y volví al dormitorio. Descolgué el teléfono y llamé a la policía. Lentamente les di toda la información que pidieron, y finalmente iba a dejar el aparato.

De pronto me puse furioso; lo lancé rabiosamente, y se hizo mil pedazos. Cayó al suelo, y los cables multicolores, amarillos, blancos, verdes, azules y púrpura, se esparcieron por todos lados, dentro y fuera de los pequeños tornillos de latón, como tuercas de un cerebro mecánico.

Lo miré fijamente y luego cerré los ojos. Pude oír la voz de Jacob, en mi cabeza, como en otra ocasión, hacía muchos años.

¿Qué oración era aquélla? ¿Cómo la llamaba? No podía acordarme. Pero pude recordar las palabras. Y las dije en voz alta.

 

Yisgadal, v'yiskadash sh'may rabbo...

 

Ardientes lágrimas acudieron a mis ojos.

Ya era hora de tomar el avión.

 

Capítulo 63: CAPÍTULO 15 Capítulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
14444682 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10762 usuarios