EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117600
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

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Capítulo 44: CAPÍTULO 9

Capítulo IX

 

Perezosamente, Rose nadó hasta el extremo de la piscina de agua caliente y salió fuera. Durante unos momentos permaneció inmóvil, saboreando el herboso aroma del aire de Conneticut. Luego, tomó una toalla y empezó a secarse.

Por detrás podían oír el apagado rumor de sus voces. Se volvió a mirarlos; estaban ocupados con unas hojas de papel que se encontraban en una mesa, delante de ellos, y no levantaron los ojos. Entonces ella se volvió a mirar las azules aguas del canal.

La piscina estaba situada en una pequeña colina que se elevaba sobre las aguas del canal de Long Island. Divisaba un pequeño muelle que se extendía unos veinticinco metros desde la costa. Anclado en él se encontraba un hermoso yate de color blanco, reluciente bajo el sol, de unos cuarenta metros en su línea de flotación. Al otro lado del muelle había dos lanchas rápidas y un bote de vela.

Empezó a pensar lo estupendo que hubiera sido encontrarse en aquellos momentos en el velero; solamente ellos dos. Podrían haber bajado las velas y dejarse arrastrar por la corriente; luego, hacer el amor al aire libre, bajo el sol. Pero todo estaba resultando muy diferente.

Se volvió a mirarlos. Edward se había pasado toda la tarde con aquel hombre mayor, haciendo números en un papel, y ahora, a medida que se acercaba, ella iba comprendiendo sus palabras.

—Los corredores de bolsa me aseguran que apoyarán el trato, y esto significa tener el control. No están de acuerdo con la actual dirección; pero no quieren dinero.

— ¿Qué es lo que aceptarán?

Ella se detuvo frente a su silla y tomando un paquete de cigarrillos, encendió uno mientras Edward contestaba.

—Obligaciones equivalentes a treinta dólares por acción, y un bono de clase B, sin derecho a voto de valores corrientes, equivalente a cinco dólares por acción. Creen resolver así su problema con los impuestos.

—Por supuesto —repuso Sinclair—, como que así no pagan nada, por lo menos hasta que las obligaciones y las acciones se vendan o bien sean retiradas. Pero eso supone quince millones más de lo que creías.

—Hay factores que compensan —repuso Edward—. En primer lugar, podemos pagar el interés y el costo de las obligaciones; en segundo lugar, no es necesario que entreguemos de momento el numerario y tercero, para cuando tengamos que pagarles ya nos habremos beneficiado con el valor de ciento cincuenta millones de dólares de su stock de películas. Por lo tanto, les pagaremos con su propio dinero.

— ¿Ya se han dado cuenta de que estás acelerando el final de la compañía distribuidora?

—Sí —repuso Edward—, y no les importa lo más mínimo. Se dan cuenta de que es el lado que les causa pérdida. Pero me encuentro con un problema allí.

— ¿Cuál? —preguntó Sinclair.

—No les interesa financiar a Samarkand.

— ¿Te refieres a Jacob Black?

—Es lo mismo —dijo Edward.

— ¿Tienen alguna razón?

—Un montón de razones, pero ninguna es la verdadera. Lo cierto es que no quieren hacer el negocio con un hombre a quien ellos llaman «El promotor judío».

—Si nosotros tenemos que quedarnos la compañía de distribución, el trato no nos interesa —dijo Sinclair de un modo definitivo—. No quiero que esos cinco millones anuales de déficit se coman nuestras ganancias.

—Tengo previsto un arreglo —dijo Edward—. Creo.

—No pareces muy seguro.

—Las cosas no se saben hasta que se prueban —repuso Edward—. Tal como yo lo veo, podemos proporcionar el cincuenta por ciento del capital de su producción. Lo que ahora tengo que hacer es encontrarle el resto de la financiación.

— ¿Le has hablado ya?

—No, no quería hacerlo antes de tener tu conformidad.

—Pues ya la tienes —dijo Sinclair—. Pero espero que tu amigo no te decepcione. Si se le ocurre abrir la boca sobre este trato antes de que estemos preparados, la cosa se iría al diablo.

—Lo sé —repuso Edward—, y justamente por eso quiero ir a verlo cuando todo esté dispuesto, y en cuanto acepte, hacemos la oferta.

—Dime, ¿realmente crees que la cosa irá bien?

— ¿Por qué no? Empezaremos con el setenta y uno por ciento de las acciones en nuestros bolsillos, con un nueve por ciento más ya tendremos consolidadas las compañías, y eso ya lo conseguiremos el primer día.

—Está bien, pero ten cuidado —dijo el hombre mayor mientras se levantaba—, no me gustaría que el tiro te saliera por la culata.

De pronto, Edward sonrió burlonamente.

—Ahora me siento mejor.         

— ¿Por qué? —le preguntó Sinclair extrañado.

—Tenía miedo de que te estuvieras ablandando —dijo Edward—, pero veo que tus palabras salen claras y con fuerza.

Sinclair soltó la carcajada y se dirigió adonde Rose se encontraba estirada.

—Signorina Barzini, le pido disculpas por ser tan mal huésped —dijo en perfecto italiano.

Ella le contestó en la misma lengua.

—En mi profesión estoy acostumbrada a ello; los hombres siempre hablan de negocios.

—Es culpa de su amigo —le dijo señalando a Edward—. Creo que es un loco, ¡hablar de negocios pudiendo estar con usted!

Todavía en italiano, ella repuso:

—Es muchas cosas... para mucha gente, pero loco, eso sí que no.

—Esta frase es muy profunda y muy italiana. ¿Le importaría explicar su significado a un hombre viejo, que no acaba de entenderla?

Ella titubeaba.

—No quiero fisgonear —añadió Sinclair rápidamente—. No es necesario que me conteste.

—No es eso; sólo que estaba pensando cómo responderle.

El permaneció en silencio.

—Para mí, es el amante que nunca pensé llegar a tener. Para Jacob es el amigo que nunca pensó merecer, y para usted... —se detuvo.

—Continúe —la alentó—. ¿Y para mí?

—Creo que para usted... es el hijo que nunca tuvo.

— ¿Y para él mismo, qué es? —Le preguntó el viejo—. ¿Qué cree?

Una oscura tristeza pareció asomar en sus grandes ojos verdes.

—Para él..., no es bastante bueno. Persigue un sueño que nunca será realidad.

 

 

— ¿Quién se encargará de la producción para ti? —Preguntó Jacob—. Es el hombre con quien he de estar en continuo contacto.

—Emmett Savitt —contestó Edward—. Va a vender su agencia a «Artists and Writers».

— ¡Bien! —Dijo Jacob—. Me gusta.

—A ver, deja que me aclare —dijo Roger—. Trans—World—Sinclair se hace cargo del estudio y de la distribución en el extranjero; «Samarkand—Trans—World», de las compañías canadiense y nacional. Financiamos la producción a partes iguales, y nos repartimos los beneficios al cincuenta por ciento. Cada uno de nosotros hace películas aparte del contrato de financiación, pero tú solamente puedes hacerlas para la Televisión.

—Así es —contestó Edward—. Solamente estamos interesados en hacer programas para la televisión.

— ¿Se distribuirán por los cines en el extranjero?

—Sí.

— ¿Esto no será competitivo con nosotros?

—No lo creo —repuso Edward—. La calidad no es la misma, pues sin el mercado nacional estamos automáticamente limitados.

—Estoy satisfecho con esto —dijo Jacob, y luego se volvió hacia Dave Diamond—. ¿Qué te parece?

—Yo también estoy satisfecho —dijo el banquero—. Ya lo tengo todo dispuesto. Empezaréis con un crédito de quince millones de dólares.

— ¿Y qué pasa si compro películas extranjeras para la distribución nacional, como ya hice en el pasado? —Preguntó Jacob—. ¿Cómo se arreglará?

—Como antes —repuso Edward—. No tienes ninguna restricción, se trata de tu dinero y puedes actuar como mejor te convenga.

—Todo lo encuentro bien —dijo Jacob—. Sólo hay una cosa en la que insisto.

— ¿De qué se trata? —preguntó Edward.

—Seré yo el que se lo comunique a Craddock.

Edward se rió:

—Puedes ser mi invitado.

—He estado esperando mucho tiempo para atrapar a este hijo de... —continuó Jacob—. ¿Cuándo crees tú que estaremos a punto?

—Lo que tarden nuestros abogados en leer los papeles —contestó Edward.

—Hoy es viernes —dijo Jacob—. Firmaremos el domingo.

—La oferta saldrá el lunes —añadió Edward.

Jacob hizo una mueca.

—Me gustaría ver la cara que pondrá Craddock cuando se entere.

Se volvió hacia Roger, y con voz de triunfo, dijo:

—«Samarkand—Trans—World»... ¿Qué te parece? Somos de los grandes.

 

Capítulo 43: CAPÍTULO 8 Capítulo 45: CAPÍTULO 10

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
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