EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117605
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

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Capítulo 24: CAPÍTULO 6

Capítulo VI

 

—Así que eres un héroe —dijo su padre bajando la palanca de la gran máquina de planchado, mientras una gran nube de vapor caía sobre los pantalones colocados debajo—. ¿Y eso de qué sirve? Ahora no tienes trabajo.

Jacob, estaba allí, sentado incómodamente, mirando a su padre. La cara del viejo estaba roja y congestionada por el calor.

—No soy un héroe —replicó.

—Con todas las cintas que llevas en la chaqueta, eres un héroe. —Dijo estas palabras con un tono tajante, dando por finalizada la discusión.

Jacob se rindió. Había explicado mil veces que se trataba únicamente de cintas de servicio, las cuales indicaban los diferentes lugares por donde había pasado la guerra: África del Norte, Inglaterra, Sicilia, Italia y Francia. Sus colores brillaban sobre el pecho.

—Lo primero que tenemos que hacer —dijo su padre— es que vuelvas a tener el aspecto de antes. Ahora estás horrible.

—Estaré bien en cuanto pueda dormir lo suficiente —dijo Jacob.

—Eso nunca lo lograrás —el viejo sacó los pantalones de la plancha y los puso en la percha— hasta que dejes de salir cada noche con esas shiksas (mujer joven no hebrea). ¿Crees que no sé por qué no quieres venir a vivir a casa, cuando tienes un estupendo cuarto arreglado especialmente para ti? Claro, prefieres vivir en aquel cuartucho de la ciudad donde lo único que se oye es el ruido del tráfico.

—No es un cuartucho, Pa, es un apartamento.

—Lo llamas un apartamento... Para mí es un retrete.

Tomó una chaqueta de un colgador y la colocó bajo la prensa haciendo salir una nube de vapor al tiempo que miraba el reloj de pared.

—Este condenado schwartzer (hombre negro) —exclamó—. Son ya las once y aún no está aquí. Luego se preguntan por qué no conservan los trabajos. Trátalos bien y se te cagan encima.

Dejó la prensa abierta, y acercándose a la puerta principal, miró hacia el exterior.

Luego se volvió a Jacob.

—Ni siquiera se le ve por la calle.

Luego cerró la prensa con violencia.

— ¿Qué piensas hacer ahora? —preguntó—. No vas a encontrar trabajo; el que tenías en el Roxy no te interesa, no quieres venir a vivir en casa... En una palabra; estás destrozando a tu madre. Tienes casi treinta años; ya no eres un chiquillo, ¿qué es lo que quieres?

—Estoy harto de trabajar para los demás —afirmó Jacob—. Quiero tener mi propio local.

— ¡Oh, un fluchenshiesser (el tonto del lugar)—Su padre paró la prensa y lo miró a los ojos—. Tengo un gran hombre por hijo. Dime, gran hombre, ¿de dónde vas a sacar el dinero?

—Tengo algo ahorrado —dijo Jacob.

— ¿Tienes algo ahorrado? —Preguntó el viejo en tono de duda—. ¿Cuánto?

—Unos diez mil dólares —aclaró de mala gana.

— ¿Diez mil dólares?...          

La prensa se abrió lanzando gran cantidad de vapor, pues se había olvidado de cerrar la válvula. Jacob pudo darse cuenta de que su padre estaba impresionado.

— ¿De dónde has sacado tanto dinero? ¿No habrás hecho nada que te pueda llevar a la cárcel?

—No —dijo Sam sonriendo—. Simplemente he ahorrado mi paga.

— ¡No, si al final resultará que no eres tan estúpido!... —dijo su padre, acto seguido cerró la válvula—. ¿Es suficiente para comprar un cine?

—Para el tipo de local que tengo pensado, es suficiente. Si necesito algo más, siempre lo puedo pedir prestado.

El viejo permaneció en silencio mientras planchaba la chaqueta, luego se volvió a Jacob.

—Prométeme una cosa.

— ¿Qué?

—Si necesitas pedir un préstamo, no tienes que acudir a extraños. Tus padres no son tan pobres como para no poder ayudar a su único hijo, si lo necesita.

 

 

Salió de un cine de la Calle 42 y se quedó bajo la marquesina mirando por la Avenida Octava hacia Broadway. Las brillantes luces de otras marquesinas destellaban como deslumbrantes gemas todo a lo largo de la calle. Se volvió para mirar el cine. Comparado con los otros de la manzana parecía pequeño y destartalado.

También salió el agente, que se pasaba las manos por el abrigo para quitarles el polvo después de cerrar la puerta.

—Lo único que necesita, señor Black, es una mano de pintura, y ya podrá empezar a trabajar en su negocio.

—No sé... —dijo Jacob dubitativamente.

—Todo lo demás es perfecto —añadió el comisionista—. Los proyectores y el equipo de sonido son casi nuevos. El antiguo dueño había hecho grandes arreglos últimamente, pero el pobre murió.

— ¿Qué turno le toca? —preguntó Jacob.

—Él quinto —contestó el agente con rapidez—. Como todos los otros cines de calle arriba.

Jacob miró de nuevo el edificio. El turno era el sistema que se usaba para determinar el orden por el que las casas productoras podían ofrecer sus films. No sería del todo malo considerando que se encontraba cerca de la Octava Avenida. Ahora que pensándolo mejor, la programación empezaba en Broadway, y cuando le tocara el turno a su local «la crema ya estaría en malas condiciones».

—No —dijo.

—Está cometiendo una equivocación, señor Black —aseguró el agente con un tono que parecía sincero—. Se trata de una buena compra...

—No es lo que yo busco —dijo Jacob con determinación.

—Teniendo en cuenta el dinero que usted se quiere gastar, me parece que busca algo como Bijou —observó el agente sarcásticamente.

El Bijou era la única sala de exhibiciones de tipo sexual de todo Broadway, y se encontraba en la esquina de la Cuarenta y Dos. Hacía muy buenos ingresos, pero para su capacidad los gastos eran demasiado elevados, y muchos habían quebrado con aquella sala. En la actualidad estaba cerrada de nuevo.

—No sería mala idea —dijo Jacob—. ¿Qué podría usted hacer sobre ella?

—Con la cantidad de dinero que usted piensa gastar, nada.

— ¿Cuánto costaría? —preguntó Jacob.

— ¿En serio?

—En serio.

—Solamente el alquiler ya sube a cinco mil al mes. Eso es diez mil de depósito para el primero y el último mes, cinco mil para el segundo mes, siete mil para depósitos y fianzas y a todo ello añada unos tres mil de electricidad. Viene a sumar veinticinco mil. Todo el material y el equipo está hipotecado en cuarenta mil dólares, y hay un préstamo de quince mil sobre el mobiliario. Me parece que se necesitan unos cincuenta mil para empezar.

Jacob estudió al agente, y mentalmente recontó sus posibilidades. Entre una cosa y otra podría reunir unos quince mil dólares.

—Y no olvide la nómina semanal, que subirá a unos mil cuatrocientos, y como se encuentra situado en Broadway, todos los distribuidores quieren seguros altos y porcentajes —añadió el agente.

Jacob dio a entender que lo comprendía todo perfectamente.

—Vayamos a echar un vistazo.

— ¿Cree usted que podría hacerse con esos dólares? —preguntó el intermediario.

Jacob lo miró.

—Nunca se sabe una cosa hasta que se prueba.

La cifra se acercaba a los treinta y cinco mil. Aún le faltaban veinte mil dólares.

Se sentó tras la caja registradora de la tienda de su padre y, juntos, estuvieron contemplando al negro que manejaba la prensa.

—Me dijiste que no acudiera a ningún extraño, y por eso he venido antes a ti.

— ¿Cuánto necesitas? —le preguntó su padre.

—Veinte mil dólares.

— ¿Crees que es una buena inversión?

—Yo pongo en ella hasta mi último céntimo —contestó—, es decir, quince mil.

Durante unos minutos su padre permaneció en silencio. Luego, dirigiéndose a la caja registradora abrió el cajón y sacó el talonario de cheques. Lo abrió y se volvió hacia Jacob.

— ¿Cómo quieres que extienda el cheque?

 

 

Ya antes de abrir el local, lo perdió casi todo. Las garantías pedidas por los principales distribuidores sólo garantizaban una cosa: si ingresaba el máximo de taquilla, en veinte semanas estaría arruinado, si no, el proceso sería más rápido.

Abatido, se sentó en la diminuta oficina que se encontraba detrás del vestíbulo y empezó a estudiar las hojas llenas de cifras. Tenía que tomar una decisión; faltaban sólo diez días para primero de mes, y si para entonces no abría el local todo se iría al aire.

Se oyó un suave golpe en la puerta y Jacob levantó la mirada. Un hombre alto, rubio y atractivo, permanecía en el umbral.

— ¿Señor Black?

—Sí... —asintió.

El hombre entró en la oficina y sacando una tarjeta del bolsillo la colocó ante él.

—Aquí tiene —dijo con lánguida voz.

Jacob la miró. Erling Solveng. «Svenska Filmindustrie.»

—Bien, señor Solveng, ¿qué puedo hacer por usted?

—Represento a la industria cinematográfica sueca —dijo—. Estamos buscando un cine situado en Broadway, para representar nuestras películas. Tenemos varias que me gustaría que viera.

Jacob volvió a mirar la tarjeta, y de nuevo al hombre. Se encontraba en unas circunstancias tan desesperadas que estaba dispuesto a intentar lo que fuera.

— ¿Están dobladas? —preguntó.

—No —contestó el hombre—. Algunas tienen subtítulos.

—Entonces no me sirve. Aquí no tendrían gran salida.

—Pero Burstyn y Mayer lo están haciendo con buenos resultados en esta zona, en el Rialto, con películas italianas —dijo el señor Solveng.

—De Roma ciudad abierta se habló mucho —dijo Jacob.

—Nosotros consideramos nuestros films tan importantes como aquél.

—Lo siento, pero si las películas no están dobladas, no hay nada a hacer.

Solveng se quedó pensativo.

—Hay una en la que salen dos soldados americanos y hablan en inglés durante toda su actuación. Los otros intérpretes lo hacen en sueco y alemán.

— ¿Tienen papeles importantes los americanos?

—Son los protagonistas. Verá, se trata de dos soldados que se escapan de los nazis. Encuentran refugio en un campo nudista, y realmente es muy divertido. Además, el color está muy bien logrado.

— ¿Un campo nudista?

Jacob empezaba a interesarse.

—Sí —dijo Solveng con rapidez—, pero todo es de muy buen gusto. No hay nada sucio. Si tuviera tiempo me gustaría que la viera.

— ¿Ha pasado por censura?

—Sí —contestó el hombre—. Fue aprobada después de unos pequeños cortes, que ya hemos realizado y que no afectan para nada a la película. Si le interesa podemos hacer un buen trato.

— ¿Cómo sería?

—Contribuiremos con cinco mil dólares semanales para su publicidad durante las diez semanas en que será proyectada. El alquiler por el film será de un veinte por ciento sobre el total de taquilla, descontados los gastos de casa; y desde luego nada menos de eso.

— ¿Quién es el distribuidor? —preguntó Jacob.

—Nadie —repuso Solveng—. Todavía no lo hemos buscado.

—Ya lo tienen —dijo Jacob, sin dudarlo ni por un minuto—. Usted me concede los derechos de distribución en América, y hacemos el trato con su película.

— ¿No le interesaría ver antes la película? —preguntó Solveng perplejo.

—No; a menos que hagamos el trato. No tenemos tiempo que perder si esto tiene que inaugurarse dentro de diez días.

La noche de la apertura, Jacob se, sentó con sus padres en la parte posterior. En la escena en que los dos soldados llegan al campo nudista, el público empezó a reírse a carcajadas. Su madre se tapó los ojos con la mano y de vez en cuando miraba por entre los dedos.

—Pero, Jacob, todos están nacketaheit (desnudos) —dijo.

—Mira, mamá, y no hables tanto —le dijo su marido, impaciente—. A lo mejor aprendes algo.

— ¿Qué puedo aprender? —dijo ella—. Son alle goyim (todos son gentiles)

Jacob se levantó de la butaca y se dirigió al vestíbulo. Una gran multitud estaba congregada en la calle y se apretujaba frente a la taquilla.

Jacob observó el letrero colocado sobre la ventanilla.

 

PRECIO POR SESIÓN: $ 1.25

 

Se metió en su pequeña oficina y habló por teléfono con el cajero.

—Para la sesión de las nueve, suba el precio a «uno setenta y cinco» —le dijo.

Luego se tapó la cara con las manos y empezó a llorar.

Había logrado su primer triunfo.

Capítulo 23: CAPÍTULO 5 Capítulo 25: CAPÍTULO 7

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
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