EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117599
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

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Capítulo 20: CAPÍTULO 2

Capítulo II

 

Jacob cerró el guión y lo dejó sobre la mesa.

—Necesito beber algo.

Antes de que terminara de decirlo, Carlos Luongo, su representante en Italia, había preparado la bebida.

— ¿Qué le parece? —preguntó con un fuerte acento de Brooklyn que todavía le quedaba a pesar de que no había estado en América desde que tenía dieciséis años.

—Es bastante fuerte —dijo Jacob—. No sé.

—Lo que sí es seguro es que no se trata de su típico estilo —dijo Roger.

—Sí... —Jacob apuró su vaso.

Rose Barzini se había hecho famosa actuando (desnuda en muchas ocasiones) en epopeyas como Icaro y Vesubio. Luego representó el típico personaje de símbolo de la sexualidad en varías películas americanas. Ahora quería algo más. Ser actriz. Estaba dispuesta a cualquier sacrificio.

Había rebajado su precio de ciento cincuenta mil a quince mil dólares para esta película, sólo para que alguien se decidiera a producirla. Pero a pesar de eso, hasta que apareció Jacob, nadie se había determinado. Ahora sabía por qué.

El guión era aplastante, era salvaje; podría ser una gran película. Pero no había modo de saber si sería comercial, o simplemente otra Roma Ciudad Abierta u otro Ladrón de Bicicletas, para proyectar en los cines de arte y cosechar algunas críticas laudatorias.

Miró a Carlos.

—Si hubiera algún modo de hacerla más brillante, no sé, por ejemplo, poner un poco de humor...

—Imposible —dijo Carlos—. Ella ha dicho que no quiere ningún cambio, y Pierangeli, el director, está de acuerdo.

—Debería pensar de otro modo —dijo Jacob—. En su vida ha dirigido una película comercial.

—Pero ha acaparado todos los premios de Italia y del resto de Europa.

— ¡Estupendo! —Exclamó Jacob sin entusiasmo—. Que vaya con eso a los bancos.

— ¿Qué vas a hacer? —preguntó Roger.

—Voy adelante. No puedo hacer otra cosa. Gane o pierda, va a ser una película importante. No sé cómo se las han arreglado; pero han reunido para ella a los mejores artistas de Europa. Es cosa nuestra movernos para no perder.

— ¿Tienes algún plan? —insistió Roger.

—Tengo una idea, pero depende de la cooperación que encuentre en ella.

En aquel momento sonó el teléfono, y Carlos descolgó.

—Pronto... —dijo.

Lo cubrió luego con la mano, y anunció:

—Están abajo.

—Diles que suban —dijo Jacob.

Acto seguido pasó al dormitorio y cerró la puerta; luego se metió en el cuarto de baño y se lavó la cara. Mientras se la secaba se estuvo mirando en el espejo. En torno a los ojos observó señales de fatiga. Quizá después de aquella entrevista podría descansar un poco.

Como siempre, la deslumbrante belleza de la actriz, cuando apareció en la puerta, le cortó la respiración. Era demasiado. No podía ser una mujer tan bella. Pero ella lo era.

—Jacob —exclamó con cálida voz. Ella le tendió la mano y se inclinó para que la besara. Jacob la besó en la mejilla.

—No puedo creerlo. Eres demasiado hermosa —dijo. Ella sonrió. Había aprendido a vivir rodeada de cumplidos y piropos y lo aceptó como cosa normal. —Gracias, Jacob.

Este se volvió para saludar a los demás.

—Hola, Nickie —dijo.

Niccoli era su marido en cualquier parte menos en Italia. Se dieron un apretón de manos y luego se volvió hacia el tercer hombre.

—Signor Pierangeli, es un placer saludarle.

El director movió la cabeza con timidez. Hablaba muy poco inglés.

—Signor Black.

Rose no pudo esperar.

—Jacob, ¿has leído el guión?, ¿qué te parece?

Sam se la quedó mirando.

—Me gusta, pero creo que no marchará. Se me han ocurrido algunos cambios, y si estás de acuerdo conmigo, iremos adelante.

—Ningún cambio, Jacob —dijo ella imperiosamente.

Jacob la miró un momento, luego se encogió de hombros.

—Rose, si ni siquiera estás dispuesta a discutir mis ideas no creo que jamás lleguemos a hacer un trato —se dirigió al dormitorio y abrió la puerta—. Y eso significa que no harás la película, pues soy la única persona que te considera buena actriz para hacerla, y suficiente buena actriz para ser la primera actriz extranjera que gane un premio de la Academia.

Cerró la puerta de golpe tras de él. Sintió correrle el sudor por la frente, entró en el cuarto de baño y de nuevo se lavó la cara. Tenía necesidad de beber algo. Oyó un suave golpe en la puerta del dormitorio.

— ¿Quién? —preguntó.

Era la voz de Nickie.

— ¿Puedo entrar, Jacob?

Rápidamente se quitó la chaqueta, se aflojó el cuello y la corbata y se tiró sobre la cama.

—Pasa.

Nickie penetró en la estancia; era delgado, bien parecido y además, cosa rara, buen productor. No dependía de Rose para realizar sus proyectos. Todo lo contrario. El había sido el primero que vio las posibilidades de Rose y el que la convirtió de una exuberante muchacha italiana en la artista que había llegado a ser.

—Tienes que comprender a Rose —dijo suavemente—. Es muy sensible.

—Lo sé —contestó Jacob—. Pero tienes que comprender que estoy cansado y exhausto, que he recorrido seis mil kilómetros por aire, pasándome la noche despierto, sólo para venir a verla, y si no podemos discutir nada, es inútil mi presencia.

Años de tratar con gente temperamental le habían proporcionado a Nickie la paciencia de Job. Sosegadamente añadió:

—Creo que ahora querría hablar contigo. Ya se ha arrepentido de su adusta observación.

—Será mejor que esta conversación la tengamos después de que yo haya dormido un poco. Creo que yo mismo seré más paciente.

—Permíteme que te haga una sugerencia —prosiguió suavemente Nickie—. Habla con ella sin Pierangeli. Así estará más indefensa, y más dispuesta a atender a razones, sin nadie a su alrededor.

—Arréglalo tú, Nickie. Yo estaré listo más tarde, desde la hora del cocktail.

—Está bien; cocktail y cena —dijo Nickie—. Ella vendrá.

— ¿Y tú?

Sus miradas se cruzaron.

—Tú solo con ella, créeme, será mejor. Es tu película, no la mía.

—Pero creía que tú ibas a ser el productor...

—Desde luego, pero como tu subordinado. Y ésta es la manera de que Rose lo entienda inmediatamente. Así se dará cuenta de que sólo existe una autoridad.

—Gracias, Nickie, aprecio lo que haces.

Por primera vez, Nickie sonrió.

—No te preocupes, Jacob, lograremos una película comercial. Juntos haremos que lo sea.

Se dieron un apretón de manos, y Nickie salió del cuarto. Jacob se estiró y al momento estaba dormido.

 

 

No siempre había sido así; al dormirse empezó a soñar en la primera vez que había venido a Roma. Hacía unos cuatro años. El vuelo había sido desastroso; se encontró sentado en clase turística, comprimido entre dos opulentas señoras italianas que aparte de cotorrear incesantemente, estuvieron pasándose fruta ante sus narices. Maldijo la tacañería de Roger, que había hecho las reservas. Roger no veía la necesidad de la primera clase en los viajes en avión. Al fin y al cabo, estos viajes no duraban tanto tiempo.

Aterrizó en medio del agobiante calor de una mañana de agosto, y el chófer y el coche que lo tenían que esperar en el aeropuerto no aparecían por ningún lado. Ardiendo y sudoroso montó en un taxi que lo llevó al hotel Excelsior.

El recepcionista lo acompañó hasta su habitación, y él se la quedó mirando con horror; era una estancia oscura y estrecha que daba a la parte posterior del edificio.

—Debe de haber una equivocación —dijo—, yo pedí una «suite».

—No signore —contestó el empleado educadamente, mostrándole su reserva—. Esto es lo que se pidió.

Jacob se lo quedó mirando. Desde luego, Roger había hecho otra de las suyas. Incluso podía apostar ahora a que ni siquiera había mandado un coche para que lo fuera a recoger. Devolvió su reserva al empleado.

—Me gustaría una «suite».

Jacob lo siguió de nuevo, hasta la recepción. La respuesta del ayudante del director fue definitiva.

—No tenemos ninguna «suite» disponible, signore.

Jacob hizo un gesto con la mano, y apareció la punta de un billete de cien dólares. El ayudante del director lo vio.

—A lo mejor podríamos hacer algo, eccellenza —dijo, volviendo a estudiar la lista de habitaciones.

Jacob se entretuvo observándolo manejar fichas.

—Me interesa lo mejor que tenga, pues voy a tener importantes reuniones.

—La suite Ambassador está libre, pero debo decirle que es muy cara —dijo.

—La tomaré.

—Perfectamente, signore —se volvió hacia Jacob—. ¿Cuántos días piensa permanecer aquí?

—Una semana, o puede que diez días.

—Deberá pagar por adelantado, signore.

Jacob sacó su tarjeta del «Diner Club».

El ayudante movió la cabeza negativamente.

—Lo siento, signore, pero no aceptamos tarjetas de crédito.

Entonces, Jacob sacó de un bolsillo interior su talonario de cheques.

—Tampoco cheques personales, signore, a menos que sean registrados.

— ¿Aceptan cheques de viaje? —dijo entonces Jacob, sarcásticamente.

El tono de ironía desapareció de los labios del ayudante.

—Sí, signore.

Jacob puso su cartera encima del mostrador, entre los dos. La abrió, y el ayudante pudo ver de una ojeada los paquetes de «Traveler's checks» que contenía. Sacó un paquete y cerró la cartera. Puso la contraseña rápidamente en un cheque y se lo tendió al hombre.

—Pero es de mil dólares, eccellenza —exclamó—, y la suite solamente...

—Está bien —le interrumpió Sam—. Es el más pequeño que tengo. Cóbrelo, y dígame cuando le deba pagar más.

—Sí, eccellenza —dijo el ayudante del director, rompiéndose casi de tanta reverencia.

Personalmente escoltó a Jacob hasta la «suite», y se embolsó el billete de cien dólares en el bolsillo, entre efusivos saludos.

Jacob ordenó que le instalaran un bar en su recibidor, y cuando se dirigió al dormitorio, se encontró con un criado que le estaba deshaciendo las maletas. Miró a su alrededor con satisfacción. Esto ya le gustaba más. A Roger le daría un ataque cuando se enterara del precio, pero no le importaba nada. Así aprendería.

Empezó a cambiarse; se notaba la ropa sudada y sucia a causa del viaje. Se metió en la ducha, y cuando salió estaba sonando el teléfono.

Y no dejaría de sonar mientras estuviera allí. El cheque de viajero de mil dólares, había cumplido bien su cometido y también el ayudante del director. Había proporcionado más publicidad a Jacob que si se hubiera hablado de él en las noticias de las seis. La primera llamada fue de Carlos Luongo.

 

Capítulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capítulo 21: CAPÍTULO 3

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
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