EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117563
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

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Capítulo 22: CAPÍTULO 4

Capítulo IV

 

Siempre tenía sueños de grandeza, y principalmente sobre su estatura. En sus sueños siempre medía metro noventa, era esbelto, fuerte y ancho de espaldas; en una palabra, la clase de hombre al que las muchachas miran suspirando. No tardó mucho en darse cuenta de que por muchos ejercicios de desarrollo que hiciera, nunca pasaría del metro ochenta que la naturaleza le había otorgado. Fue entonces cuando tomó la determinación: si no podía ser gigante, obraría como gigante.

Afortunadamente para él, su herencia biológica le había concedido un cuadrado y poderoso armazón y la fuerza de un novillo. Si no hubiera sido por esto, antes de cumplir los dieciséis habría muerto. La gente del Bronx no le tenía conmiseración por su estatura cuando los fustigaba con la dureza de su palabra. Cuando se graduó en la escuela superior y comprendió que no podía ir vapuleando a todo el mundo y empezó a refrenar su lengua. Desde entonces empezó a ir bien.

Se graduó en el City College de Nueva York, y luego en la Facultad de Derecho de Fordham. Aprobados los exámenes pasó a trabajar como empleado de un primo suyo que tenía un gabinete de abogado, pero finalmente abandonó del todo su profesión. Era poco para él. No le interesaban los asuntillos que le llegaban, y los grandes siempre iban a parar a los abogados prestigiosos.

Corría el año 1933 y la depresión se extendía por todo el país. Se consideró muy feliz al encontrar trabajo como ayudante del encargado de un cine de Broadway, cerca de la calle 137. La única razón que le consiguió el empleo fue la promesa hecha al propietario de la pequeña cadena de cines, tres en total, de que él le llevaría gratis y fuera de horas, todas las gestiones legales que le encomendara. Y todo por el magnífico salario de 22,50 dólares a la semana.

En 1934 tuvo lugar la huelga de los operadores y toda la industria saltó en pedazos. El encargado del cine abandonó antes de enfrentarse con los piquetes y Jacob se vio ascendido a su puesto. Ahora era un hombre importante. Ganaba treinta dólares a la semana y además, cosa rara, le gustaba el negocio.

Le encantaban las películas, todas; buenas y malas. Las veía todas cuando finalmente se proyectaban en su cine. Algunas, dos y tres veces. Y de nuevo se encontró soñando.

Así estaba la mañana en que salía del metro, en la esquina de frente al local. Hacía mucho calor, y flotaba en la calle un bochorno agobiante. Permaneció en la esquina, contemplando el cine. El letrero más grandes de todos consistía en una franja colgada debajo de la marquesina: «DENTRO, 12 GRADOS MENOS.»

Encima, y escrito en grandes letras blancas y nítidas, se anunciaba:

 

JAMES GAGNEY Y LORETTA YOUNG

en

TAXI

 

Además, seleccionados cortometrajes

Matinal: 25 c

 

Cruzó la calle y se detuvo ante la taquilla.

—Buenos días, Marga.

—Buenos días, Jacob—contestó la cajera.

— ¿Cómo va la cosa?

Ella miró el talonario.

—No está mal, setenta entradas —luego se lo quedó contemplando. Los piquetes no han aparecido esta mañana.

El miró hacia la calle.

—Quizás hace demasiado calor para ellos.

—Parece todo raro sin su presencia —dijo ella—, cada mañana me traen café del almacén que hay en la esquina.

Miró de nuevo hacia la calle; ella tenía razón. Los huelguistas eran ya algo que pertenecía al local, y la entrada parecía desnuda sin su colorida presencia, al faltar sus carteles pintados de rojo y blanco.

—Ya lo averiguaré cuando llame al centro, con las cifras de esta mañana.

—No tardes mucho, estoy aquí desde las nueve y media y necesito relevo.

—Estaré de vuelta dentro de un minuto —prometió él.

El viejo Eddie, el portero que cogía las entradas, le sonrió.

—Buenos días, señor Black. Ya llevamos setenta, esta mañana.

Su voz denotaba un contento tal, que parecía el empresario.

—Buenos días, Eddie —le respondió.

La calmante oscuridad del local lo envolvió, y empezó a oír el diálogo de la pantalla.

Se estaba dando la película. Le echó una mirada, y se paró absorto. Era su escena preferida.

El pequeño judío, con su enorme y larga barba, y su ancho y retorcido sombrero negro, se dirigía hacia un taxi aparcado en la parada, y en yiddish preguntaba al conductor dónde se encontraba la Sinagoga.

James Gagney se volvía hacia el hombre y en perfecto yiddish también le daba la dirección. Del público salió un murmullo de risa. Jacob se rió con ellos.

Jacob subió hacia el anfiteatro. La oficina del director estaba en un pequeño rellano hacia la mitad de la escalera, abrió la puerta y entró.

Un joven de cara granujienta, primo segundo del empresario y que ahora era ayudante del encargado se lo quedó mirando.

—Buenos días, Jacob.

—Buenos días, Eli, ¿hay algo importante en el correo?

—Lo de siempre —repuso con voz aburrida—. El folleto de la película de la próxima semana y dos facturas. La compañía de hielo que dice que no traerá más, a no ser que les paguemos. Les he dicho que los llamarías.

— ¿Cuánto han traído esta mañana?

—Cuatro barras.

—Necesitaremos más antes de que termine el día, si continúa ese calor. Ahora ve a relevar a Marga; yo los llamaré ahora, será mejor.

Llamó a la compañía y estuvo hablando con el director; por fin llegaron al acuerdo de que les traerían dos barras más, a las cuatro de la tarde y que les pagaría algo a cuenta.

Colgó el teléfono y estuvo mirando la hoja de publicidad de la película que se proyectaría la semana próxima. Era de la MGM, y la hoja estaba muy bien presentada. Desde luego, ellos siempre tenían lo mejor de todo: artistas, directores y temas. Empezó a echar un vistazo a cada hoja y a preguntarse cuántos carteles y fotografías para el vestíbulo le enviarían de la oficina central. Siempre eran avaros con los suministros de propaganda, incluso aunque los alquilaran de la «Pantalla Nacional» en vez de comprarlos como hacían los cines del centro. En ese momento oyó que se abría la puerta detrás de él y se volvió.

Era Marga, que lo estaba mirando con grave expresión de reproche.

—Ni siquiera me llamaste anoche —dijo.

—Era ya muy tarde —contestó él—. Pasaba de la una cuando salí de aquí y me imaginé que ya estarías durmiendo.

— ¡Te dije que estaría esperando!...

Empezó a sentirse molesto. Eso tiene de malo ser amable con ellas, les das dos golpes y ya creen que te tienen cogido.

—Estaba cansado —añadió.

Ella cerró la puerta cuidadosamente.

— ¿Estás cansado todavía?

Repentinamente sonrió.

—No tan cansado.

Ella dio la vuelta a la llave y se volvió hacia él. Era una muchacha alta, casi le pasaba la cabeza, y a él le encantaban las mujeres así. Tenía un cuerpo soberbio. A él le gustaban las muchachas altas y grandes. Y ella era grande por todos lados.

Se puso en pie y ella se abalanzó en sus brazos; permaneció apoyada contra la mesa, de manera que no resultara más alta que él mientras se besaban. Los dedos de él jugueteaban con los botones de la blusa.

Ella, segura ahora de sí misma, empezó a reírse suavemente. Rápidamente se desabrochó del todo la blusa.

—Vaya —exclamó él al ver como ella se apartaba—. No querrás que ahora lo dejemos correr.

—No quiero tener un niño —aclaró ella mientras dejaba caer su falda y sacaba los pies de ella. Durante unos segundos permaneció quieta, mirando a su alrededor.

El rumor que empezó a oírse, parecía lejano, aun cortado por sus jadeos, hasta que repentinamente se oyó una explosión cuya fuerza los tiró contra el muro y luego al suelo.

La mesa se volcó y la silla fue a parar a una esquina del cuarto. Durante unos momentos, él permaneció tendido, casi sin respiración, con el peso de ella encima. Luego se movió.

— ¿Estás bien? —preguntó.   

—Creo que sí —contestó vacilante—. ¿Qué ha sucedido?

Instintivamente supo la respuesta, casi antes de oír los gritos que venían del cine; él la apartó y se puso en pie. Ahora comprendía por qué no habían aparecido los huelguistas aquella mañana.

—Lo mejor será que te vistas —dijo—, creo que han tirado una bomba en el cine.

Antes de que ella tuviera tiempo de decir algo ya estaba bajando las escaleras. El cristal del fondo del vestíbulo estaba hecho pedazos, y el viejo Eddie se encontraba de pie junto a la retorcida puerta, con una herida en la frente por la que manaba abundante sangre.

—Los vi, señor Black —exclamó—. La tiraron desde un coche, un coche negro que se detuvo un instante ante el cine.

Jacob miró a su alrededor. El vestíbulo estaba completamente destrozado, y casi no se podía pasar por él a causa de los cristales esparcidos por el suelo. La multitud salía en tropel de la sala de proyección y estuvo a punto de arrollarlo.

—Eddie, abre las puertas de los lados —gritó.

Y dirigiéndose al público:

—No os preocupéis, muchachos —dijo con potente voz—, se os devolverá el dinero.

Las puertas de los costados se abrieron, y la clara luz del día lo inundó todo. Afortunadamente, no hubo pánico.

El público comenzó a salir, lentamente. El volvió al lado de Eddie.

— ¿Dónde está Eli? —preguntó.

—No lo he visto —repuso el viejo.

Repentinamente, un mal presagio vino a su mente y corrió entre los rotos cristales del vestíbulo. El joven estaba inmóvil en la taquilla. Es decir, lo que quedaba de él. Al parecer, la taquilla había sido el lugar que había recibido todo el impacto de la bomba.

A lo lejos oyó las sirenas de los coches de los bomberos. Había sido sencillamente una suerte que no estuviera en la taquilla. Si no llega a estar haciendo el amor...

 

Capítulo 21: CAPÍTULO 3 Capítulo 23: CAPÍTULO 5

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
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