EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117582
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

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Capítulo 7: CAPÍTULO 6

Capítulo VI

 

Cuando murieron mis padres, tenía dieciséis años y me encontraba en una escuela preparatoria. Fue uno de esos estúpidos accidentes que ocurrieron durante la guerra. En toda la costa del Este había una ley por la cual los coches debían llevar la parte de arriba de los faros pintada de negro para que los rayos no fueran vistos desde el cielo. Cuando otro automóvil había alcanzado la cima del monte, los faros cegaron a mi padre, y él se desvió levemente para evitar un encontronazo. Fue suficiente.

El gran «Packard» se salió de la carretera y fue a parar a un desnivel de unos cien metros; dio dos vueltas de campana contra las rocas y finalmente cayó al agua. Quedó a una profundidad de unos diez metros.

—Tiene que ser valiente —me dijo el señor Blake, el abogado, después del funeral, cuando yo me encontraba, secos los ojos, en su oficina—. Fue una cosa tan rápida que ni siquiera se dieron cuenta.

Miré a mi tía Esme, que estaba sentada al otro lado de la mesa. Su nombre no le pegaba nada. Hacía ya mucho tiempo que se había marchado de New Bedford para instalarse en Cape Ann. Mi padre raramente hablaba de su hermana menor, pero yo había oído un montón de historias acerca de ella.

Sabía que se había enamorado de un artista y que había huido con él a París, y luego él la había abandonado para reunirse de nuevo con su mujer. La gente murmuraba otros enredos, hasta que finalmente ella volvió a New Bedford.

Mi padre no tenía ni idea de su regreso hasta que la vio aparecer en su oficina, en el Banco. Con ella venía un chiquillo de unos cinco años que se cogía nerviosamente a sus faldas.

—Hola, John —dijo.

— ¡Esme! —exclamó mi padre duramente.

Ella miró al niño.

—Dit bonjour au monsieur, Fierre.

—Bonjour —repitió el niño tímidamente.

—Solamente habla francés —aclaró tía Esme.

— ¿Quién es? —preguntó mi padre, mirándolo fijamente.

—Es mi hijo. Lo he adoptado.

— ¿Esperas que crea eso? —preguntó mi padre.

—Me importa poco lo que creas. Sólo he venido por mi dinero.

Mi padre sabía muy bien a lo que ella se refería, pero las ideas de Nueva Inglaterra habían hecho mella en él. No se debía confiar en las mujeres, ni aun tratándose de su propia herencia.

—El dinero debe permanecer en el Banco hasta que tengas treinta años, según el testamento de nuestro padre.

—Los cumplí el mes pasado.

Dejó de mirar al niño y la observó.

—Así que ya los tienes... —dijo con tono de sorpresa—. ¡Conque ya los tienes!

Descolgó el teléfono y pidió el estado de cuentas.

—Han sido tiempos difíciles —aseguró—, pero me las he arreglado para mantener tu herencia intacta y aun acrecentarla un poco, a pesar de que has ido sacando los intereses tan pronto como se producían.

—Eso ha sido la única cosa que estaba segura que harías, John.

El empezó a mostrarse un poco más amable.

—Lo mejor que podrías hacer es dejarlo aquí. La renta es más o menos de unos tres mil quinientos al año, y con esa cantidad puedes vivir muy bien.

—Supongo que sí —repuso ella—, pero no tengo intención de hacerlo.

—Entonces, ¿qué vas a hacer con el dinero?

—Ya lo he hecho. He comprado una pequeña posada en Cape Ann. Lo tengo todo resuelto. Marcha por sí sola, y Pierre y yo podemos vivir agradablemente allí.

Mi padre intentó hablar, pero ella no le dejó.

—Quiero darle un hogar a Pierre —explicó—. ¿Crees que puedo hacerlo aquí?

La tía Esme se marchó a Cape Ann, y años después nos enteramos, por un amigo común que la había visto, de que el muchachito había muerto.

—No me extraña —comentó mi padre—. No me pareció muy fuerte. De todos modos, sólo hablaba francés.

— ¿Era primo mío? —pregunté—. Yo entonces tenía unos seis años.

— ¡No! —contestó mi padre con dureza.

—Pero si era hijo de tía Esme...

—No era hijo suyo —exclamó mi padre—. Ella lo adoptó porque no tenía padres, ni hogar. A tu tía Esme le daba mucha pena; y nada más.

Estas palabras debieron de causarme mayor impresión de lo que creí. Las recordé mientras estaba sentado observándola al otro lado de la mesa del señor Blake. Ahora me tocaba a mí. Me pregunté si yo también le daba pena.

— ¡Edward!

Dejé de mirarla y me volví hacia el señor Blake.

— ¿Señor?

—Ya no eres un chiquillo, pero todavía no eres un hombre, legalmente, se entiende —me dijo—. Pero creo que hay algo que debes decidir por ti mismo. Tu padre, aunque no era un hombre rico, dejó lo suficiente para que pudieras continuar tus estudios, e incluso escoger la profesión que quieras el día de mañana. Pero el problema consiste en dónde vas a vivir. Tus padres me eligieron a mí para que cuidara de tus intereses, pero no designaron a nadie para que se ocupara de ti. Según la ley, el tribunal debe encontrar a alguien que lo haga hasta que seas mayor de edad.

En aquel preciso instante mi tía y yo nos volvimos para miramos. Me sentía como empujado hacia ella, y ya no dudé de lo que sentía por mí. Lo sabía.

—Señor Blake —empecé a decir sin dejar de mirarla—. ¿No podría mi tía Esme?... quiero decir..., ¿no podría ella?...

Hubo un momento de silencio y los dos nos volvimos para observarla. Estaba sonriendo.

—Estaba esperando que dijeras eso, Edward. No habrá ningún problema. Tu tía Esme es el familiar más cercano.

Tía Esme se levantó y vino hacia mí. Me cogió la mano y pude notar lágrimas en sus ojos.

—Yo también estaba deseando que me escogieras.

De pronto, me encontré en sus brazos, llorando, mientras ella me acariciaba suavemente el cabello.

—Vamos, cálmate, Edward ya está todo arreglado.

Un mes después, al volver del colegio para las vacaciones de verano, fui directamente a casa de tía Esme. Estaba anocheciendo y el calor del día gravitaba aún sobre la estación. Otros pasajeros bajaron conmigo, pero en un momento se perdieron de vista, y me quedé solo en el andén. Recogí mi maleta y me dirigí a la pequeña estación de madera, preguntándome si mi tía no habría recibido mi telegrama.

Nada más salir a la puerta, se paró un ajetreado «Plymouth» y bajó de él una chica. Por unos momentos, se me quedó mirando con extrañeza y por fin me preguntó:

— ¿Eres Edward Cullen?

A mi vez, la observé. En su cara había manchas de pintura y su pelo, largo y descolorido por el sol, le caía sobre una blusa de estameña azul, metida descuidadamente dentro de unos pantalones de hombre.

—Sí —contesté.

Me sonrió.                                                            

—Yo soy Nancy Vickers. Tu tía me ha mandado a la estación a recogerte. Ella no ha podido venir porque está dando una clase. Puedes poner la maleta en el asiento de detrás.

Subió al coche y yo hice lo mismo. Lo puso en marcha con seguridad.

—Me has sorprendido —dijo.

— ¿Porqué?

—Tu tía me ha dicho. «Ve a la estación y tráete a mi sobrino», y yo creí que serías un niño.

Me reí halagado.

— ¿Cómo te ha ido el viaje? —me preguntó.

—Como todos los trenes. Muy aburrido, parándose cada veinte minutos o así para dejar pasar un expreso.

Saqué un paquete de cigarrillos y le ofrecí. Tomó uno y yo le di fuego. Luego encendí el mío.

— ¿Trabajas para mi tía?

Negó con la cabeza, mientras el humo formaba rizos alrededor de sus ojos.

—No, soy alumna suya; además, también soy modelo.

—Oh —dije—, no sabía que tía Esme enseñara arte.

Se tomó de otra manera lo que yo acababa de decir.

—No es nada malo —añadió—. El hacer de modelo me ayuda a pagar mis estudios.

— ¿Qué estás estudiando?

—Principalmente pintura, pero además escultura dos veces por semana. Tu tía dice que ayuda mucho para la forma.

La observé y, después, con una sonrisa burlona, añadí:

—Parece como si necesitaras ayuda.

Captó mi mirada y se rió.

— ¿Qué edad me has dicho que tenías?

—No lo he dicho. Diecisiete, si te interesa. —Me puse un año de más.

—Pareces mayor. Estás muy alto para tu edad. Yo no soy mucho mayor que tú. Tengo diecinueve.

Acabábamos de pasar al lado de un pequeño pueblo y tomamos hacia la izquierda por una carretera que parecía conducir a la playa. Casi habíamos llegado a ésta, cuando viró bruscamente a la derecha, a un escondido camino particular.

La casa, construida sobre una pequeña loma, daba al mar y estaba aislada de la carretera por una hilera de pinos. Paró el coche ante la casa.

—Ya estamos —dijo.

Miré a mí alrededor. La construcción era una típica casa de verano de Cape Ann, pero desde luego mucho mayor de lo normal. A cada lado de la verja había un pequeño letrero de madera.

En el de la izquierda se leía: Posada y chaléis «Cape View» para huéspedes seleccionados. Más tarde me enteré de que allí, por cuestiones de esnobismo, se utilizaba la palabra «seleccionado», en lugar de «selecto». En el letrero de la derecha ponía: Esme Cullen, clases de pintura y escultura para alumnos calificados. Finalmente supe que para mi tía, los términos «seleccionado» y «calificado» querían decir lo mismo: Quedaba todavía en ella mucho de Nueva Inglaterra, para seleccionar sus huéspedes y calificar a sus alumnas según su habilidad para pagar.

Nancy se inclinó delante de mí para abrir la portezuela y pude notar la firme presión de sus senos sobre mi brazo. En este momento, me miró sonriente. No hizo nada por apartarse y yo pude notar que me subía el sofoco por el cuello hacia la cara.

—Tú estarás en el edificio principal —explicó, apartándose finalmente—. Tu tía ha dicho que dejes las maletas ahí dentro.

Bajé del coche, sacando la maleta conmigo.

—Gracias —le dije.

— ¡Oh! no ha sido nada.

Puso el coche en marcha y antes de arrancar me dijo:

—Las estudiantes vivimos en casitas detrás del edificio principal. Por si necesitas algo estoy en el número cinco.

Soltó el embrague y condujo el coche alrededor de la casa.

Esperé hasta que se perdió de vista, y entonces empecé a subir los escalones y penetré en el interior de la casa. El recibidor estaba vacío. Dejé la maleta en el suelo, y empecé a pensar adonde podía dirigirme. Oí voces de detrás de una puerta cerrada. La abrí y di unos pasos hacia dentro.

Las voces pararon de golpe y yo también. Cuatro o cinco chicas con blusones de pintor que estaban detrás de caballetes, se volvieron a mirarme. Casi no me había dado cuenta de su presencia. Lo único que había visto era una modelo desnuda sobre una plataforma que se encontraba en medio de la clase. Me quedé con la boca abierta. Era la primera vez que veía una chica desnuda. No sabía si quedarme o dar media vuelta; y si lo hubiera sabido, dudo que hubiera podido hacer ni una cosa ni otra. Estaba helado.

—Cierra la puerta y siéntate, Edward; hay corriente —dijo sarcásticamente mi tía Esme, que estaba al lado de la modelo—. La clase terminará dentro de un momento.

Capítulo 6: CAPÍTULO 5 Capítulo 8: CAPÍTULO 7

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
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