EL HEREDERO

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 26/04/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 75
Visitas: 117546
Capítulos: 65

 

Fic recomendado por LNM

BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

El éxito es su religión: el talonario de cheques su arma de dominio; la competencia su infierno cotidiano. Una vez más, se nos muestra al desnudo un mundo vertiginoso, implacable: el mundo de los grandes negocios, que forma parte ya de la mitología del siglo. Sus héroes son hombres que pervierten cuanto tocan, que destruyen y se destruyen en un juego escalofriante de posesos. Gentes como Edward Cullen, que entre negocio y negocio, en una pausa en cualquiera de sus viajes, se complace en prostituir a una muchacha en aniquilar a un hombre indefenso. Hombres como Jacob Black, gozador insaciable de placeres, cercado siempre por un ejército sumiso de aspirantes a estrellas o de estrellas fracasadas a la caza del último contrato. BASADO EN THE INHERITORS DE ROBBINS

 

Mis otras historias:

EL ESCRITOR DE SUEÑOS

EL ESCRIBA

BDSM

INDISCRECIÓN

EL INGLÉS

SÁLVAME

EL AFFAIRE CULLEN

NO ME MIRES ASÍ

EL JUEGO DE EDWARD

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 13: CAPÍTULO 12

Capítulo XII

 

Continué reforzando con brandy mi café durante toda la tarde. Me daba energías. Incluso me ayudaba a no pensar demasiado; a no pensar en mí, en Jas Hale, en Sinclair, ni en nada que no fuera mi trabajo. Eran las nueve cuando, finalmente, todo estuvo acabado.

—Esto lo contiene todo —le dije a la señorita Fogarty.

—Sí, señor —contestó con el mismo tono tranquilo de siempre.

En seguida empezó a recoger sus papeles.

—Fogarty, prepáreme algo de beber.

—Sí, señor. Se dirigió hacia el bar.

— ¿Qué le apetece?

—Un Martini seco, y por supuesto doble.

Al cabo de unos momentos ya lo tenía. Estaba muy bueno.

— ¿Daban clases de bar en la academia?

—No... Esto lo aprendí aquí, con el entrenamiento. Me reí.

—Prepárese algo, lo necesita.

Movió la cabeza negativamente.

—No, gracias, tengo el tiempo justo para recoger mis cosas y marcharme. Con esta nieve los trenes irán retrasados.

Había olvidado que vivía en Darien. Desde luego, tendría suerte si, tal como iban los transportes, lograba llegar a casa.

—Si se encuentra con algún problema, Fogarty, puede quedarse en un hotel y cargarlo a la compañía.

—Gracias, señor Cullen —dijo—. ¿Necesita algo más?

—Sí, antes de marcharse prepáreme otro de esos deliciosos Martini —le dije, mientras terminaba el primero. Tomé el vaso de su mano.

—Señorita Fogarty —empecé a decir—, un Martini como éste es razón suficiente para un aumento. Mañana, por la mañana, haga constar en nómina que va a ganar veinticinco dólares más por semana.

—Gracias, señor Cullen.

——Me parece que no lo hará, señorita Fogarty, ¿no es cierto? Cree que no hablo en serio, que estoy trastornado.

—No pienso nada de eso, señor Culllen —protestó.

— ¡Esto sí que es una leal secretaria! —dije—. Señorita Fogarty, he tomado una decisión.

— ¿Cuál es, señor?

—No debemos seguir tratándonos de esta manera, ni ser tan envarados el uno con el otro. Debe llamarme Edward, y yo la llamaré Sheila.

—De acuerdo, señor Cullen.

— ¡Edward!

—Sí, Edward.

—Así está mejor, Sheila. Ahora ya podemos hablar de cosas importantes. ¿Soy o no el presidente de esta compañía?

—Sí que lo es, señor..., digo Edward.

—Esto lo simplifica todo. Vamos a acostarnos.

Tomé otro sorbo.

Contestó de una manera un tanto extraña:

—Creo que será mejor que te lleve a tu casa.

Me enderecé con dignidad.

—Me estás deshinchando.

No dijo nada.

—Estás despedida —añadí—. Como presidente de esta sociedad te despido por no querer cumplir con tus obligaciones.

Se me quedó mirando sin decir ni media palabra.

Me senté de nuevo. De pronto, los efectos del alcohol desaparecieron.

—Desde luego, no está despedida. Le pido excusas, señorita Fogarty.

—No se preocupe, señor Cullen. Lo entiendo perfectamente.

Me sonrió.

—Buenas noches.

—Buenas noches, Fogarty.

 

 

La primera nevada de Nueva York es una de las cosas más preciosas que se puedan imaginar. Todo se muestra blanco, limpio, quebradizo y los copos se adhieren formando siluetas que la naturaleza misma nunca ha confeccionado. Me dirigí a casa, andando a través de un blanco mundo cubista, por cuyo traslado al lienzo Braque hubiera dado su mano izquierda, y solamente me detuve ante algún semáforo. La nieve había formado un picudo sombrero sobre las luces, y ello daba a los semáforos un aire de cíclopes que cumplieran complacientemente su trabajo en medio de la tormenta.

Cuando llegué a casa, estaba cubierto de nieve.

— ¡Mal tiempo! —me dijo el portero, pala en mano.

—Sí —contesté, aunque no era ésta mi opinión. Claro que yo no tenía que limpiar la acera.

Lo primero que vi al entrar en el apartamento fueron las velas encendidas sobre la mesa. Me paré en seco. Por unos instantes tuve la sensación de haberme equivocado de piso, pero al momento reconocí la enorme lata de caviar y el Dom Perignon en su cubo con hielo. No faltaba detalle.

— ¡Bella! —llamé.

Apareció por el dormitorio, llevando en la mano un florero de cristal con una solitaria rosa. Se me quedó mirando y luego lo colocó en el centro de la mesa.

—Queda muy bien aquí. ¿No crees?

Yo continuaba parado ante la puerta.

— ¿Qué vamos a celebrar? —pregunté.

—Está nevando.

—Ya lo sé.

—Es la primera nevada del año. He pensado que debíamos celebrarlo.

Me quedé mirándola.

—Claro.

Volviéndome, dejé el abrigo y el sombrero en el perchero. Cuando volví a ponerme de cara, vi que se encontraba a mi lado.

— ¿Qué te pasa? —me preguntó—. Te noto extraño.

—Nada. Estoy cansado y necesito beber algo.

—Tengo una botella de vodka casi helada —dijo.

—Eso estará bien.

La seguí hasta el bar. La botella estaba cubierta de hielo. Me preparó un vaso, yo esperé a que ella se sirviera; pero ella movió negativamente la cabeza.

—Bebe tú —me dijo.

Noté cómo bajaba por mi garganta, como fuego líquido. Le tendí el vaso vacío y me lo llenó de nuevo. Esta vez sólo di un sorbo.

Ella se me quedó mirando.

—Han pasado tres meses.

Asentí.

— ¿Te has preguntado lo que me ha pasado?

Negué con la cabeza.

—Me figuré que encontrarías tu camino.

—Pero sabías que estaba perdida.

— ¿No lo estamos todos? —pregunté.

Se preparó un vaso para ella, y lo levantó hacia mí.

—Tú no. Tú sabes perfectamente dónde estás. Siempre.

Vació el vaso y se sirvió otro.

—Después de todo, quizá no ha sido una idea demasiado buena el haber preparado todo esto.

—Ha sido estupenda.

—Sé que has tenido que trabajar duramente, por eso me he mantenido alejada de ti. He creído que esto sería una sorpresa.

—Lo ha sido.

De pronto, las lágrimas se agolparon en sus ojos chocolate.

—Me parece que será mejor que me vaya.

—No te vayas. No me lo voy a poder comer todo yo solo.

— ¿Es la única razón por la que quieres que me quede?

—La nieve te llega al trasero, y no hay taxis.

Por unos momentos permaneció silenciosa, mientras sus ojos buscaban los míos.

—Te quiero —dijo—. ¿Es que no piensas siquiera besarme?

La cogí entre mis brazos. Su boca era suave y estaba húmeda y salada por las lágrimas.

—Lo siento, Edward —me murmuró—. Lo siento...

La apreté contra mi pecho.

—No hay nada que sentir.

Se revolvió entre mis brazos. Su voz tenía una cierta tirantez.

—Traté de avisarte —me gritó—. Traté de decirte cómo era en realidad, pero tú te negaste a escucharme, no me hiciste caso.

Yo estaba perplejo.

— ¿Cómo..., quién?

— ¡Papá! —Había escupido el nombre—. Ayer noche estuve cenando en su casa, habló por teléfono y pude oír que decía: «Ya arreglaremos a ese bastardo...», dijo. «Pronto sabrá quién es el que dirige la "Sinclair Televisión".»

Se apretó fuertemente contra mí.

—No te preocupes —susurró contra mi pecho—, pronto encontrarás otro trabajo y podrás demostrarle lo que vales.

Levanté su cabeza, y la volví hacia mí.

— ¿Por eso has venido aquí esta noche?

Asintió.

—No quería que te encontraras solo.

—Eres preciosa —exclamé sonriendo—. No me ha despedido, pero sí he sabido quién dirige la «Sinclair Televisión», y también tu padre: yo.

Con gran excitación, volvió a abrazarme.

— ¿Lo has logrado? ¿Lo has logrado?

Asentí, y cogí la botella de Dom Perignon.

—Abrámosla —dije—. Realmente tenemos algo que celebrar.

Me dio un beso furtivo.

—Abre la botella —dijo.

Sonreí mientras vi que daba la vuelta a la habitación apagando las luces. Finalmente todo quedó en la oscuridad y se dirigió hacia mí, bajo la dorada luz de las velas. Le di una copa de champaña.

—Así se está mejor, ¿no? —preguntó.

—Mucho mejor.

Hicimos chocar nuestras copas, y al beber, las burbujas me picaron en la nariz.

La bebida no me ayudó gran cosa. Caí dormido en la mesa, entre el Chateaubriand y el postre.

 

Capítulo 12: CAPÍTULO 11 Capítulo 14: CAPÍTULO 13

 


Capítulos

Capitulo 1: Aquel día de la primavera pasada, por la mañana Capitulo 2: Nueva York, 1955 _ 1960 Libro primero Capitulo 3: CAPITULO 2 Capitulo 4: CAPITULO 3 Capitulo 5: CAPITULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: Nueva York, 1955_1960 Libro segundo Capitulo 20: CAPÍTULO 2 Capitulo 21: CAPÍTULO 3 Capitulo 22: CAPÍTULO 4 Capitulo 23: CAPÍTULO 5 Capitulo 24: CAPÍTULO 6 Capitulo 25: CAPÍTULO 7 Capitulo 26: CAPÍTULO 8 Capitulo 27: CAPÍTULO 9 Capitulo 28: CAPÍTULO 10 Capitulo 29: CAPÍTULO 11 Capitulo 30: CAPÍTULO 12 Capitulo 31: CAPÍTULO 13 Capitulo 32: CAPÍTULO 14 Capitulo 33: Aquel día de la primavera pasada, por la tarde Capitulo 34: CAPÍTULO 2 Capitulo 35: CAPÍTULO 3 Capitulo 36: Hollywood 1960_1965 Libro tercero Jacob Black Capitulo 37: CAPÍTULO 2 Capitulo 38: CAPÍTULO 3 Capitulo 39: Capítulo 4 Capitulo 40: CAPÍTULO 5 Capitulo 41: CAPÍTULO 6 Capitulo 42: CAPÍTULO 7 Capitulo 43: CAPÍTULO 8 Capitulo 44: CAPÍTULO 9 Capitulo 45: CAPÍTULO 10 Capitulo 46: CAPÍTULO 11 Capitulo 47: CAPÍTULO 12 Capitulo 48: CAPÍTULO 13 Capitulo 49: Hollywood 1960_1965 Libro cuarto Edward Cullen Capitulo 50: CAPÍTULO 2 Capitulo 51: CAPÍTULO 3 Capitulo 52: CAPÍTULO 4 Capitulo 53: CAPÍTULO 5 Capitulo 54: CAPÍTULO 6 Capitulo 55: CAPÍTULO 7 Capitulo 56: CAPÍTULO 8 Capitulo 57: CAPÍTULO 9 Capitulo 58: CAPÍTULO 10 Capitulo 59: CAPÍTULO 11 Capitulo 60: CAPÍTULO 12 Capitulo 61: CAPÍTULO 13 Capitulo 62: CAPÍTULO 14 Capitulo 63: CAPÍTULO 15 Capitulo 64: CAPÍTULO 16 Capitulo 65: Aquell día de la primavera pasada, por la noche

 


 
14444297 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10761 usuarios