Capítulo Veinte
¿Qué tipo de mujer enredada y rara era que, cuando se levantó por la mañana, sentía un ligero dolor en el culo y eso la hacía sentirse temblorosa?
Bella salió rodando de la cama y flexionó sus músculos mientras se paraba y se estiraba. Un hormigueo caliente la recorría recordando la noche anterior. Edward dominando su cuerpo, haciéndola correrse.
Recordaba cada golpe a su trasero, y cómo la hicieron sentir, el delicioso balance entre dolor y placer. Pero más que eso, y algo de lo que se empezaba a dar cuenta, era que su reacción no se debía al estímulo, sino a Edward. De otra manera, Brent habría sido capaz de lograrlo igual de rápido. Bostezó y caminó hasta el baño, donde abrió la ducha, bien caliente. Diez minutos después, salió del baño, con una toalla en la cabeza, una sudadera y unos pantalones cortos de gimnasia.
A medida que caminaba alrededor de su cocina, pensaba en su más acuciante dilema: Edward.
Si viviera hasta los cien años, no entendería todavía a los hombres. Se suponía que las mujeres eran enigmáticas, ¿pero los hombres? Hijos de puta la gran mayoría. Una mujer con el síndrome premenstrual no era nada comparada con un hombre. Mientras las mujeres se ponen hormonales una vez al mes, los hombres tenían su propia dosis del síndrome a diario.
Él la deseaba, ella pudo verlo en sus ojos, en su lenguaje corporal.
Él prácticamente gritaba posesión. La hacía temblar sólo de pensar en toda esa testosterona aflorando detrás de esos músculos. ¿Entonces cuál era su problema? ¿Por qué la empujó de esa manera, como si fuera Satanás después de que salieran de La Casa?
Se sirvió un vaso de jugo de naranja y se fue al living, donde se tiró en el sofá. Echó una ojeada al mando de la televisión tres segundos antes de desviar su mirada.
No estaba de ánimo para la televisión, lo que tenía que hacer era averiguar que había entre ella y Edward.
Su directiva de que permanezca alejada de La Casa debería haberla enojado, pero sólo se encogió de hombros. Él tenía razón. Y ella no tenía intenciones de volver. ¿Por qué debería, si ya había encontrado exactamente lo que quería, y no era nada de lo que La Casa ofrecía?
No, ella estaba bastante segura de saber qué era lo que quería. Y eso venía en forma de un hombre estilizado de casi dos metros de altura. Un hombre al que se moría por saborear otra vez. Tomarlo en su boca, en su cuerpo.
Se le puso la piel de gallina, y cerró los ojos para saborear el recuerdo de sus manos en su cuerpo, sus dedos entre sus piernas.
Finalmente había encontrado a un hombre enérgico. Fuerte. Sin complejos. Un hombre que no pedía. Tomaba lo que quería.
Ahora tenía que encontrar la manera de retenerlo. Se sobresaltó cuando un golpe sonó en su puerta. Se inclinó hacia adelante a toda prisa para dejar su vaso en la mesita de café y se puso de pie tambaleándose. En el camino hacia la puerta, se encontró a sí misma conteniendo el aliento, esperando que fuera Edward. Pero cuando abrió, no era Edward el que estaba parado ahí afuera. Era Carlisle. Carlisle del club de sexo.
Él sonrió y levantó las manos con las correas de sus zapatos colgando de los dedos.
—Pensé que querrías esto devuelta—Él dijo. Ella se ruborizó y luego balbuceó y finalmente cerró la boca y rogó para que un yunque gigante cayera del cielo encima de donde él estaba parado.
— ¿Podría entrar?—preguntó el.
—No—Horrorizada de haber dicho eso en voz alta, aclaró su garganta. —Quiero decir sí. Si, por supuesto—Dio un paso atrás y abrió más la puerta.
Lo llevó al living.
— ¿Te gustaría tomar algo? ¿Zumo o agua?
Él negó con la cabeza.
—No tengo mucho tiempo.
Ella se sentó en el sofá mientras que él tomó un sillón en diagonal a ella. Ella esperó, sin saber qué diablos decir o cómo iniciar una conversación normal. ¿Qué podría decir de todas maneras? ¿Disfrutaste el show? ¿Me viste chupar a Edward después de que golpeara mi culo?
Un resplandor rojo apareció en sus mejillas, y ella miró hacia abajo. Él golpeó el suelo con sus zapatos, y eso la hizo mirar hacia arriba de nuevo.
—Sólo quería asegurarme de que estuvieras bien—Dijo él, suavemente.
Su mirada se dirigió a los ojos de él, y ella pudo ver verdadera preocupación en ellos. Ella se relajó un poco y le dio una sonrisa vacilante.
—Eso fue dulce de tu parte, Carlisle, pero no necesitas preocuparte por mí. O venir hasta aquí a traerme mis zapatos. Aunque adoro esos zapatos—Ella les dirigió una mirada de nostalgia, agradecida de tenerlos de nuevo.
Carlisle se rió.
—Era lo menos que podía hacer. De alguna manera creo que anoche no fue como tú lo esperabas. Yo ciertamente no seguí mis planes…
Ella se removió en su asiento y entrelazó sus dedos en su regazo.
—No, supongo que no—Acordó. Luego lo miró directamente en sus suaves ojos marrones. —Pero estoy agradecida de que haya sucedido de esa manera. Me mostró… me mostró un montón…—Rehusó a ser más específica, pero el pareció entender.
Él asintió con la cabeza.
—Creo que lo sabía. Pero tenía que asegurarme…
Ella miró a un lado otra vez, hacia sus dedos.
— ¿Tú… tú miraste anoche?—No estaba segura por qué siquiera quería saber, que demonio la impulsaba a preguntar.
Lo miró por el rabillo del ojo y vio que las comisuras de su boca se curvaban hacia arriba.
—Mirar es lo que hago—Dijo él con indiferencia. —Es mi trabajo asegurarme de que nadie se lastima…
— ¿Y qué pensaste?—preguntó ella, inclinando la cabeza para mirarlo más directamente. Él la miró pensativo por un momento.
—Es obvio que él no era un extraño para ti. Él parecía saber que era lo que más necesitabas incluso cuando tú no estabas segura. Tú reaccionaste a él, cuando Brent te dejó fría.
Ella inhaló con sorpresa.
Él sonrió gentilmente.
—Bella, veo un montón de gente en la agonía de la pasión. Tú obviamente estabas frustrada y decepcionada. Si tu hombre misterioso no hubiera aparecido cuando lo hizo, estaba preparado para parar las cosas. Aparentemente no era la experiencia que esperabas y querías.
Ella sonrió tristemente.
— ¿Te ofendería si te digo que nunca jamás voy a volver?
Él rió.
—No. Si tuviera que adivinar, creo que tendrías un muy enojado hombre con quien discutir si volvieras a poner tus pies allí.
Ella carraspeó, pero sabía que Carlisle tenía razón. Edward podría golpear cualquier cosa si ella se aventuraba de nuevo en el club. En cambio, si reaccionaba como lo hizo la primera vez…
Una hermosa sensación atravesó su cuerpo con el pensamiento.
Carlisle se levantó, alisando con las manos sus perfectamente adaptados pantalones. Ella se fijó en su apariencia por primera vez desde que había aparecido por sorpresa en su puerta. Lucía como un hombre adinerado. Él era el epítome del refinamiento. Al parecer, no era algo que dejaba sólo para su trabajo en el club.
—Debería irme—Dijo él. —Quería traerte tus zapatos y ver como estabas después de tu experiencia de anoche.
Ella también se paró y sonrió.
—Gracias, Carlisle. Aprecio que lo hayas hecho.
—Mantenme informado, ¿de acuerdo? Déjame saber cómo va tu búsqueda.
—Uh… bueno, seguro. Tengo tu e—mail.
Él se inclinó, la tomó por el codo y la besó en la mejilla. Luego se dirigió a la puerta, dejándola parada y sintiéndose un poco confundida. Ella suspiró cuando el cerró la puerta tras de sí. Luego se dejó caer en el sofá y soltó el aliento de golpe.
¿Por qué no podía estar atraída por Carlisle? Él parecía lo suficientemente abierto a las cosas que ella quería. Demonios, él incluso la había visto chupar a otro hombre, y por alguna inexplicable razón, eso no la ofendía.
¿Quién sabía que ella era una maníaca del sexo? Bueno, no maníaca. Una instancia de acto público no la relegaba a la ninfomanía. Lo que era sorprendente para ella era su reacción a los varios escenarios de los que había sido testigo la noche pasada.
Había visto cosas que horrorizarían a una chica como ella. En vez de eso, ella había observado maravillada y sin aliento, un nuevo despertar amaneciendo dentro de ella. Pero. Surgía el “pero”. Ella no estaba segura de que quisiera experimentarlas tan clínicamente. Como una exhibición en un espectáculo de feria.
El club, si bien fue muy esclarecedor, no era lo que ella realmente quería. Lo que ella quería era ser tomada de una forma similar, pero quería que fuera real. No un falso espectáculo para una feria. Y quería un hombre que cuidara y atendiera sus necesidades.
Un hombre como Edward.
No importaba cuántas curvas tomara su pensamiento, siempre volvía al punto central de todas sus luchas: Edward.
Era abundantemente claro para ella que Edward la completaba en muchos niveles. El único problema era que el no parecía estar de acuerdo. Él estaba peleando contra su atracción por ella demasiado. ¿Por qué? Eso ella no lo sabía. Pero de pronto se sintió determinada a averiguarlo.
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