CAPÍTULO 9
Charlie, el sumo sacerdote de Neit, celebraba todas las mañanas el culto de la diosa con más veneración hacia la divinidad.
Poco antes del alba, se purificaba en el lago sagrado, se enfundaba una túnica blanca y, en el corazón del santuario, procedía a despertar en paz a la Gran Madre de la que brotaba la luz secreta, fuente de las múltiples formas de vida.
Ese deber cotidiano no molestaba en absoluto a Charlie, al contrario. Consciente de participar en el mantenimiento de la armonía en la tierra y de luchar contra las fuerzas de la destrucción, el sumo sacerdote agradecía al destino que le concediese tanta felicidad. Así, velaba por cada detalle, para que el ritual fuera la obra de arte más perfecta posible.
A su modo de ver, nada igualaba la potencia espiritual de las pirámides del Imperio Antiguo. Sin embargo, apreciaba el esplendor del templo principal de Sais, antigua ciudad elevada al rango de capital. En el centro de la mitad occidental del Delta, ocupaba una posición estratégica, causa de su impresionante desarrollo desde hacía algunos decenios. El puerto, protegido por el muro de los Milesios,acogía impresionantes navios de guerra, prueba de la capacidad defensiva de Egipto.
El sumo sacerdote confiaba en el faraón Amasis para asegurar la salvaguarda de las Dos Tierras. El rey era un monarca experimentado, un buen gestor, un ex general que detestaba la guerra, y había consolidado una paz a menudo amenazada. A pesar de su carácter belicoso y de su sed de conquistas, los persas no se atreverían a atacar a un adversario demasiado coriáceo.
Desprendiéndose de las realidades exteriores, Charlie se felicitaba por la atención que el soberano dedicaba al templo de Neit. Éste era semejante al cielo en todas sus disposiciones, albergaba la asamblea de los dioses y las diosas, y se había beneficiado de numerosas mejoras: un propileo, una avenida de esfinges, colosos reales, un lago sagrado de sesenta y ocho codos de largo y sesenta y cinco codos de ancho, dos establos dedicados a Horus y a Neit, un lugar de reposo para la vaca sagrada de la diosa, y diversas restauraciones efectuadas con enormes bloques de granito procedentes de Elefantina.
En el interior del templo se levantaban varias estatuas de Neit, tocadas con la corona roja del Bajo Egipto, símbolo del nacimiento y el desarrollo del principio creador. Sujetaba dos cetros, Vida y Potencia. Asistida por las efigies de sus hijos y de sus hijas, la soberana de los grandes misterios abría a los iniciados las puertas del cielo.
Su función no consistía en propagar una doctrina ni en convertir, sino en prolongar la obra de Maat llevando a cabo correctamente los ritos de la Primera vez, de ese instante perpetuamente renovado en el que se había revelado la luz del Verbo. Su energía se concentraba en el santuario y debía ser manejada por especialistas que tomaran precauciones extremas.
Una vez terminado el oficio matutino, Charlie acudió al taller de tejidos. Algunas sacerdotisas preparaban allí las telas utilizadas en la celebración de los ritos osíricos, y la más joven, Bella, no era la menos hábil. Siempre a la escucha de sus Hermanas, animada por un júbilo interior y una luz que apaciguaba a los irritables y devolvía el vigor a los dolientes, Bella consumaba una especie de milagro: conseguir, en su favor, la unanimidad de la jerarquía.
Al ver al sumo sacerdote, las tejedoras se levantaron e hicieron una reverencia.
-Ven, Bella, tengo que hablarte.
La muchacha siguió a Charlie hasta un edificio llamado la «Casa de Vida». Estaba rodeado por altos muros y sólo era accesible a los iniciados a los misterios de Isis y de Osiris.
-Ha llegado el momento de cruzar esta puerta -anunció el sumo sacerdote.
Bella estuvo a punto de retroceder.
-Soy demasiado joven aún, yo...
-Te nombro Superiora de las cantantes y las tejedoras de Neit. En el interior de la Casa de Vida descubrirás los archivos sagrados, preservados desde el nacimiento de la luz, y los textos rituales que debemos reformular sin cesar. Soy viejo y estoy enfermo, y la transmisión del conocimiento debe efectuarse. Por eso consumo tu formación, para que puedas sucederme.
El peso del templo entero gravitaba de pronto sobre los hombros de la frágil muchacha.
-Señor, yo...
-Mil protestas serían inútiles. Al desarrollar tu magia y tu sentido de lo abstracto, tú misma has provocado esta irrevocable decisión. No deseé más que tú ocupar altas funciones. Debes olvidar toda ambición, servir a los dioses y no a los humanos. Sólo este rigor te permitirá soportar tu carga.
La puerta de la Casa de Vida se abrió.
Un sacerdote calvo recibió a Bella y la llevó hasta el centro del edificio, un patio cuadrado donde la joven contempló el símbolo de Osiris resucitado.
Luego, Charlie le hizo descubrir los textos formulados por los antiguos videntes, a partir de los cuales se había formado la espiritualidad egipcia. La muchacha se impregnó de aquellas palabras de poder, consciente de que nunca agotaría su significado.
Deslumbrada aún, Bella no podía ocultar a su iniciador las graves preocupaciones que turbaban su serenidad. Durante su almuerzo cara a cara, se atrevió a sincerarse.
-Lamento mucho devolveros a los tormentos del mundo exterior -declaró-. Pero dada la gravedad de la situación, necesito vuestro consejo.
La seriedad de la muchacha inquietó al sumo sacerdote.
-He visto a un escriba intérprete, Edward -reveló ella-. Lo acusan de haber asesinado a sus colegas, pero él afirma su inocencia. Y yo lo creo.
Charlie quedó estupefacto.
-El despacho de los intérpretes es indispensable para la seguridad del Estado -precisó-. Sin él, nuestra diplomacia estaría sorda y ciega. No he sido informado de esa tragedia, por lo que imagino que ha sido cuidadosamente silenciada.
-Edward se considera víctima de una increíble maquinación -añadió Bella-. Si realmente se trata de una conspiración, forzosamente están implicados altos personajes en ella.
-Un caso criminal de semejante magnitud... ¿No será ese escriba un fabulador?
-Su sinceridad me ha convencido. Último recluta del servicio de los intérpretes, drogado durante un banquete para que despertara tarde y no fuera envenenado también por la leche que solía servir a sus colegas, cometió el error de ceder al pánico y huir llevándose un documento cifrado que probablemente era lo que buscaban los verdaderos asesinos.
-¿Lo ha descifrado?
-Todavía no.
-¿Te lo ha mostrado?
-Sí, pero no comprendí ni una sola palabra.
-¿Por qué no acude a la policía?
-Teme ser suprimido antes de poder explicarse.
-¿Las fuerzas del orden, cómplices de los criminales? ¡Eso es absurdo!
-Si Edward no miente, esa sospecha no puede descartarse.
-¿Desde cuándo conoces a ese escriba?
-Desde... anoche.
-¿Y no pones en duda su palabra?
-Juró que decía la verdad, se expresa de modo directo y tiene una mirada franca. Al principio me mostré incrédula, pero ahora estoy del todo convencida de su inocencia.
El sumo sacerdote guardó un largo silencio.
-¿Acusa a alguien ese escriba?
-Tal vez lo drogó el médico en jefe de palacio, Cayo. Si es así, ¿quizá obedecía a una cabeza pensante...?
-¿No habrá inventado Edward esa absurda historia?
A la sacerdotisa la invadió entonces una duda cruel. ¿Se habría burlado de ella el joven?
-Estudia el papiro consagrado a las siete palabras de Neit -ordenó el sumo sacerdote-. Yo iré a palacio con la esperanza de aclarar esta pesadilla.
-El director de palacio os recibirá inmediatamente -dijo el secretario particular de Henat al sumo sacerdote.
El jefe de los servicios secretos disponía de un despacho de rara sobriedad: ninguna decoración, un austero mobiliario.
En cuanto cruzaba el umbral, el visitante se sentía incómodo allí.
-¿Problemas, amigo mío?
-¿Han sido asesinados los escribas del despacho de los intérpretes?
Hcnat evitó la mirada del anciano.
-¡Menuda pregunta!
-¿Está o no fundado ese rumor?
-Me turbáis.
-¿Acaso os prohiben informar al gran sacerdote de Neit?
-¡No, claro que no! Pero la gravedad de la situación...
-De modo que es cierto que ha tenido lugar dicha tragedia.
-Mucho me temo que sí. Afortunadamente, la investigación ha tenido éxito muy pronto, y conocemos la identidad del culpable.
-¿Su nombre?
-Mi deber de reserva...
-¿Debo recordaros quién soy?
-¿Puedo pediros la más extrema discreción?
Charlie asintió con la cabeza.
-Se trata del escriba Edward, el último recluta del despacho.
-¿Es una certeza o se trata de simples presunciones?
-El juez Carlisle, cuya integridad y competencia no pueden ser puestas en duda, tiene pruebas irrefutables. Edward tenía un cómplice, el griego Demos, huido también. La policía no tardará en detenerlo.
-¿Por qué mataron a sus colegas?
-Lo ignoramos, aunque estamos impacientes por oírlos.
-¿Sospecháis de un asunto de espionaje?
-Hoy por hoy es imposible descartar definitivamente esa hipótesis, pero no la apoya ningún indicio concreto.
-Privada de intérpretes de alto nivel, ¿no vivirá nuestra diplomacia graves dificultades?
-Su majestad intenta resolverlo.
Naturalmente, Henat llevaba a cabo una investigación paralela y no diría ni una sola palabra. El juez Carlisle seguía las vías legales, el jefe de los servicios secretos actuaba a la sombra. Y estaba forzosamente convencido, a pesar de su reserva, de que la eliminación del servicio de los intérpretes no se reducía a un acto de locura o a un crimen execrable.
-Tranquilizaos, Henat. No tengo reputación de ser un charlatán.
-¡No he pensado eso ni por un instante, sumo sacerdote! Más vale no inquietar a la población y mostrarse discretos sobre este abominable drama. El juez Carlisle está de acuerdo en ello y trabaja sin descanso. ¿Acaso lo esencial no consiste en castigar al asesino y reconstruir el servicio de los intérpretes?
|