CAPÍTULO 4
Mientras los policías buscaban documentos contables entre los archivos esparcidos, el jefe de los guardias, ausente la mañana del crimen, examinaba los cadáveres.
Tenía el corazón en un puño, y le costaba contener la emoción.
-Los conocía a todos... ¿Quién ha podido cometer semejante atrocidad?
-Dominaos -le recomendó el juez-. Faltan dos escribas, y quiero sus nombres.
-Dos de ellos se han salvado... Sí, Demos y Edward.
-Habladme de ellos.
-Demos es un griego de veinticinco años. Muy apreciado, trabaja aquí desde hace tres, bajo la dirección del especialista en diplomacia. Es cortés, amable, elegante, y no tardará en ascender en la jerarquía.
-¿Casado?
-No, soltero.
-¿Algún dato sobre su vida privada?
-Nada por mi parte. Tal vez el jefe de servicio tuviera un expediente.
Carlisle se volvió hacia Henat.
-¿Era ésa la costumbre?
-Sí.
-¿Os entregaba una copia?
-El reglamento asi lo exige.
-Me gustaría consultarla.
-Será necesario un permiso de palacio.
-Concedido -intervino Aro.
El jefe de los servicios secretos se dirigió a su asistente:
-Entregad al juez todos los expedientes referentes a los intérpretes.
Carlisle se quedó asombrado.
-¿Habíais previsto que os lo pidiera?
-Cuando el gobernador de Sais exigió mi presencia a causa de varios crímenes cometidos en el despacho de los intérpretes, pensé en seguida que el investigador exigiría esos documentos.
El juez consultó el expediente de Demos. Era el retrato del funcionario modelo.
-¿Y el otro, ese tal Edward? -le preguntó al jefe de los guardias.
-Un joven brillante, superdotado incluso, el último recluta del servicio. Su excepcional capacidad despertaba envidia, pero demostraba tanta entrega en el trabajo que los envidiosos se limitaban a murmurar. Y Demos lo animaba a seguir así, sin tener en cuenta las acidas observaciones de algunos de sus colegas.
-¿Demos y Edward eran amigos, pues?
-Les gustaba charlar.
-Cómplices -masculló el juez, al tiempo que leía el expediente de Edward-. Diecinueve años, hijo de un campesino descubierto por un notable, una beca para estudiar en Sais, la escuela de los escribas, resultados notables, progresos de extraordinaria rapidez, don de lenguas, una inmediata integración en el servicio, rigor, valor y sentido del deber. Y muy pronto, de acuerdo con las anotaciones de su jefe, un ascenso. En resumen, un futuro escriba real digno de participar en el gobierno de Egipto.
-¿Habéis oído hablar del tal Edward? -le preguntó a Henat.
-No.
-Y, sin embargo, el jefe del servicio no escatima elogios al hablar de él.
-Pocas veces se equivoca, aun mostrándose extremadamente prudente. Sin duda aguarda la confirmación de sus intuiciones antes de indicarme el caso de ese muchacho.
El juez, turbado, no tenía ante sí la descripción de dos criminales capaces de cometer semejante matanza. Sin embargo, seguían siendo sospechosos.
Puesto que los expedientes incluían sus direcciones, ordenó a los policías que fueran a sus casas de inmediato.
-Tal vez estén acostados -aventuró Aro.
-En ese caso se los abordará con tiento.
-¿Y si intentan huir? -intervino Henat.
-¡Entonces prescindiremos del tiento!
-Juez Carlisle, necesitamos vivos a esos hombres. Suponiendo que estén implicados, mucho o poco, en estos crímenes, su testimonio será muy valioso.
-¿Por quién me tomáis? No estamos en un país de bárbaros y respeto la ley de Maat.
-Nadie lo duda.
Carlisle dirigió una mirada furibunda al jefe de los servicios secretos, cuya actuación resultaba a veces oscura.
-He aquí los documentos contables -dijo un policía, satisfecho de su hallazgo.
Todos los gastos eran cuidadosamente anotados, desde la compra de papiros de diversas calidades hasta las jarras de leche diarias.
-Aquí tenemos el nombre del lechero -advirtió el juez-: el Terco.
-Lo conozco -dijo el policía-, y merece su apodo. Pero proporciona excelentes productos al mejor precio. Su establo se encuentra cerca del templo de la diosa Neit.
-Traedme en seguida a ese tipo -ordenó Carlisle.
Desamparado, Edward se hundía en la miseria. Ni siquiera Thot, el patrón de los escribas, podría disipar las tinieblas en las que estaba sumido. Y he aquí que se atrevía a sospechar de su colega Demos, ¡de su mejor amigo!
Su mejor amigo... No, su mejor amigo era su compañero de infancia, el actor Emmet, que recorría Egipto contando leyendas. Aldeanos y ciudadanos apreciaban su talento como narrador, y Emmet, durante la representación de algunos misterios accesibles a los profanos, llevaba la máscara de Horus, de Set, o de otras potencias divinas.
Era un gran seductor, sus conquistas eran innumerables, y gozaba de la vida con buen apetito. Siempre estaba dispuesto a arriesgar sus ganancias en el juego, a arruinarse, pues, y nunca perdía su buen humor y su dinamismo.
Emmet sabría aconsejarle... ¡Siempre que se encontrara en Sais! Puesto que no tenía hogar, y para evitar problemas domésticos, el actor se alojaba en casa de su última amante, cuidando siempre de recordarle que, pese a la costumbre, el hecho de residir por algún tiempo juntos bajo el mismo techo no equivalía a estar casados. Todas las egipcias acababan pidiéndoselo, y entonces Emmet se veía obligado a huir y encontrar un abrigo y un lecho menos exigentes.
Su último domicilio conocido era el de una cantante que oficiaba en el templo de Neit. Heredera de una considerable fortuna, disfrutaba del humor y los ardores de su nuevo compañero. Su villa, vasta y confortable, estaba rodeada de un jardín donde les gustaba retozar a los amantes.
Edward se presentó al guardián.
-Deseo ver a Emmet.
-¿Vuestro nombre?
Edward vaciló.
-El Nadador. Decidle que es urgente.
-Voy a ver si puede recibiros.
De niños, Emmet y Edward se entregaban a intensas competiciones de natación, y Edward ganaba a menudo: de ahí su apodo. El escriba aguardó largo rato.
Por fin apareció un Emmet despeinado, visiblemente molesto.
-¡Eres tú! Estaba muy ocupado y...
-Necesito hablar contigo. Se trata de un asunto grave, muy grave.
-¡Caramba, estás muy serio! Bueno, entra.
-No, prefiero caminar.
-De acuerdo, vamos. De todos modos, había previsto abandonar esta villa hoy mismo. Su propietaria está empezando a ponerse muy pesada.
-Tus cosas...
-Las he llevado ya a casa de mi nueva amiga, al otro extremo de la ciudad. Un mes de descanso y me marcharé al sur. Bueno, ¿y ese asunto tuyo tan grave?
-Todos los miembros del servicio de los intérpretes han sido asesinados.
Emmet se detuvo.
-¿Cómo?
-Envenenados con leche. Si yo no hubiera llegado con retraso, también estaría muerto.
-Hay que reconocer que no tienes la más mínima gracia contando chistes, Edward.
-No es un chiste; es la pura verdad. Además, los locales han sido registrados de arriba abajo. Los asesinos buscaban un documento, e ignoro si lo han encontrado. Yo he recuperado un papiro codificado que el jefe del servicio me había confiado.
-¿Será ése el tesoro tan deseado, a costa de varios asesinatos?
-Lo ignoro. Cuando los asesinos han regresado, he conseguido huir.
-¿Por qué no has acudido a la policía?
-Porque mi colega, el griego Demos, no se hallaba entre las víctimas. Yo estaba convencido de que se encontraba enfermo, y deseaba hablar con él. Pero ha desaparecido.
-¡La cabeza me da vueltas! -exclamó Emmet.
-Si el papiro codificado es la causa de esa matanza, ¿Demos es víctima o cómplice?... Estoy perdido.
Los dos amigos recorrieron una animada arteria, cerca de un mercado.
-Me intriga un detalle -dijo Emmet-. ¡Tú llegando tarde! ¿Por qué razón?
-Para mi gran sorpresa, fui invitado a un banquete al que asistían algunos notables. Estaba molesto, pues nada justificaba mi presencia allí. Al regresar a casa me sentí mareado y tuve que acostarme. Mi sueño estuvo poblado por pesadillas y desperté sobresaltado, a media mañana.
-¿Habías bebido mucho?
-Razonablemente.
-¿Algún sabor extraño en la boca?
-Un poco... ¿En qué estás pensando?
-En una especie de somnífero.
-¿Drogarme a mí? ¡Eso es absurdo!
-Y esos notables... ¿Quiénes eran?
-Lo ignoro.
-¿Podría ayudarte a identificarlos algún invitado? Edward recordó el admirable rostro de Bella.
-Tal vez... No, imposible.
-¿Y su nombre?
-Bella, una sacerdotisa de Neit, pero...
-Gracias a mis contactos, me resultará fácil encontrarla. Sin duda te obligaron a dormir en exceso, Edward. Debemos averiguar por qué. Te instalarás en casa de mi nueva amiga, que estará ausente hasta la luna nueva. Yo me pondré en contacto con Nedi, uno de los pocos policías de Sais que es realmente honesto. Me dirá a quién debes dirigir tu testimonio para no tener problema alguno y verte liberado rápidamente de este horrible asunto. Ahora, descansa.
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