EL ESCRIBA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 12/06/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 67
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Capítulos: 60

Egipto, año 528 antes de Cristo. En la maravillosa ciudad de Saïs, al oeste del delta del Nilo, se urde un drama decisivo para el destino del país. Un joven escriba, Edward, descubre a todo el equipo de la prestigiosa Oficina de los Intérpretes asesinado. Aterrorizado huye con el manuscrito codificado sobre el que estaba trabajando el equipo. A partir de ahora todo le señala como culpable del múltiple asesinato, convertido en un asunto de Estado, ya que Egipto vive un momento crucial de su historia. Al usurpador faraón Amasis, borracho y perezoso, sólo le interesa Grecia y no ve la inquietante sombra de los persas en las fronteras de su país, y la corte es un hervidero de intrigas y traiciones. En este ambiente el joven escriba es víctima de un complot que le señala como culpable. Solo, y perseguido por todos, deberá descodificar el misterioso manuscrito para demostrar su inocencia. Las posibilidades de salir vivo de la aventura parecen mínimas...a menos que los Dioses vengan en su ayuda.

BASADO EN THE GODS´S REVENGER DE JACQ

 

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Capítulo 59: CAPÍTULO 26

               CAPÍTULO 26

En plena noche, la Divina Adoradora llevó a Bella hasta el lago sagrado de la diosa Mut, que tenía forma de creciente lunar.

La anciana dama y la joven sacerdotisa contemplaron las aguas plateadas que un viento fresco agitaba.

—He aquí la matriz del mundo —reveló la Divina Adoradora—. Mut es a la vez la madre y la muerte, la madre que nos da la existencia terrenal y la muerte que nos devuelve a la vida del cosmos. En esta angustiosa noche, ha decidido manifestarse en su más temible forma.

De pronto, una leona brotó de las tinieblas y fue a beber el agua del lago. El silencio era absoluto, y Bella podía oír los chasquidos de su lengua.

Una vez saciada, la fiera volvió la cabeza hacia ambas mujeres. Sus ojos se volvieron de un rojo de sangre, su lomo se arqueó, parecía dispuesta al ataque.

La mano de la Divina Adoradora tomó la muñeca de Bella, impidiendo que se moviera.

La confrontación parecía interminable.

La leona emitió entonces un gruñido, arañó el suelo con sus garras, se volvió y desapareció.

—La he sometido numerosas veces durante mi reinado —reveló la soberana de Karnak—. Se ha tendido a mis pies, la he acariciado y he vuelto su poder contra los demonios. Hoy, sólo consigo impedir que nos devore. Su furor permanece intacto; nos anuncia sufrimiento y destrucción. Nuestros gobernantes han traicionado a Maat, y la hora de la venganza de los dioses se aproxima. El ojo de Ra abrasará nuestro mundo y la leona se alimentará con la sangré de los humanos.

— ¿No podéis impedir ese desastre, majestad?

—Hemos descifrado demasiado tarde el papiro codificado.

—Tal vez el juez Carlisle llegue a tiempo y convenza al rey para que acabe con la conspiración.

La Divina Adoradora permaneció muda.

 

 Emmett, relajado, se acostumbraba a su nueva existencia tebana. Desde la partida del juez Carlisle, el templo de Karnak no estaba ya rodeado por la policía. El actor, que iba y venía a su antojo, hacía frecuentes visitas a Aurora y transportaba, de buena gana, sus botes de miel.

No había tardado mucho tiempo en descubrir las mejores tabernas de la ciudad y en entablar relaciones comerciales con alegres perillanes, aficionados a las mujeres y a los buenos vinos. Sin embargo, añoraba andar por los caminos y representar el papel de los dioses. Era sólo una cuestión de paciencia, puesto que el rey Amasis, debidamente ilustrado, se libraría de la reina, mandaría ejecutar a los conspiradores e infligiría a los persas una dolorosa derrota.

A fin de cuentas, aquel insensato de Edward había hecho bien luchando contra la fatalidad. Unido para siempre a Bella, convertida en sacerdotisa de Hator y seguidora de la Divina Adoradora, ocupaba el puesto de escriba de los archivos y se atiborraba con los viejos textos que se conservaban en la Casa de Vida de Karnak. La pareja, que vivía un amor perfecto, pocas veces salía del recinto del templo. Era inútil hablarles de regresar a Sais. Y Viento del Norte, que ahora era considerado un asno de élite, se estaba aburguesando.

Invitado a un banquete por el gran intendente, Emmett se entregó al peluquero, al manicuro y al perfumista antes de tocarse con una peluca de moda y vestir una soberbia túnica de un color beige claro. Dado el talento del cocinero de Chechonq, se había limitado a una ligera colación, a mediodía. Entre los invitados habría, sin duda, algunas encantadoras tebanas, curiosas por conocer la experiencia de su aventurada vida.

Pero la decepción fue cruel. Allí sólo estaban la Divina Adoradora, Chechonq, Bella y Edward. Y la atmósfera no parecía muy alegre.

—Llamo a las divinidades a la comida vespertina —rogó la Divina Adoradora—. Que se reúnan a nuestro alrededor y se satisfagan con el sutil aspecto de los alimentos ofrecidos.

Luego, tomando una pizca de cada plato, compuso el menú destinado a lo invisible.

De pronto, Emmett sintió unas extrañas presencias. Escéptico, sin embargo, tuvo que admitir que el deseo de la anciana dama había sido escuchado.

—Sepamos apreciar este momento de paz en el que el más allá y el aquí se encuentran en comunión —recomendó—. Ahora, podemos beber y comer.

La Divina Adoradora hizo circular una copa de vino y partió el pan a continuación. Así, Osiris, sangre de la viña y cereal resucitado después de la muerte del grano, mantenía la vida.

Chechonq no probó el delicioso escabeche de pescado.

—Tengo noticias terribles —anunció, prácticamente sollozando—. Cambises, el emperador de los persas, ha aplastado el pequeño ejército reunido por Psamético, el hijo del rey Amasis. Ambos han muerto.

—¿Sais ha sido conquistada? —quiso saber Bella.

—Sais y las demás ciudades del Delta. La propia Menfis acaba de caer. El general Fanes de Halicarnaso ha pactado con el enemigo y el canciller Aro acepta colaborar. Para destruir cualquier ánimo de resistencia, Cambises mató al toro Apis. En adelante, la ley del más fuerte se impondrá en Egipto.

Las lágrimas corrieron por las mejillas de Bella y Edward. Emmett, en cambio, supo representar la comedia del hombre impasible.

—Los persas prosiguen su conquista —añadió Chechonq—. Su próximo objetivo es Tebas.

— ¡Resistiremos! —prometió Edward.

—No tenemos medios para hacerlo —decidió la Divina Adoradora—. Y Cambises no se atreverá a atacar Karnak. Vosotros, en cambio, debéis partir. A ti, Bella, te entrego un cofrecillo que contiene los tejidos sagrados destinados a apaciguar a la peligrosa leona. También contiene el sudario de Osiris que se utiliza durante la celebración de los misterios. Gracias a él y a tu saber de sacerdotisa de Neit, preservarás nuestra sabiduría y transmitirás nuestros valores. Tú, escriba Edward, serás iniciado esta noche, y conocerás los secretos del cielo, de la tierra y de la matriz estelar. Una nueva vida te hará respirar y formarás un hijo espiritual capaz de luchar por nuestra libertad. Al amanecer, abandonaréis juntos Karnak. Sólo una pareja como la vuestra triunfará sobre la desgracia.

— ¿Adonde iremos, majestad? —preguntó Bella.

—A Nubia. Un salvoconducto de mi propia mano os permitirá cruzar la frontera de Elefantina. Luego tomaréis la pista que bordea el Nilo. Una señal del cielo os permitirá llegar a una aldea cuyo jefe venera al dios Amón. Allí estaréis seguros y prepararéis el regreso de Maat a Egipto.

              

Tras una noche de iniciación, Edward no estaba en absoluto cansado. Su espíritu se había abierto a las realidades espirituales que se enseñaban en Karnak desde hacía siglos. Se acercaba la hora de abandonar el templo y a la Divina Adoradora. Pensaba en su patrón del servicio de los intérpretes, que había sido asesinado porque no debería haber retenido el papiro codificado para intentar descifrarlo. Pero la reina y sus cómplices habían decidido suprimir a todos sus colegas para hacer que Egipto quedara sordo y ciego, y permitir a los persas preparar su invasión sin que lo supiera el rey Amasis, que confiaba demasiado en sus aliados griegos. Edward había servido de perfecto culpable por consejo de su amigo griego Demos, eliminado a continuación.

Los dioses se vengaban de un poder que había olvidado la vía de Maat. Junto a Bella, el escriba seguiría luchando y reuniendo oponentes a los persas. Aunque sus posibilidades de éxito parecieran muy escasas, no renunciaría.

—Os acompaño —declaró Emmett—. Viento del Norte y yo necesitamos estirar las piernas.

—El viaje se anuncia peligroso.

— ¿Y qué voy a hacer aquí, solo? En Nubia fabricaremos hermosas máscaras y montaré una compañía de divinidades capaz de representar los grandes mitos.

Los dos amigos se abrazaron.

Viento del Norte se pondría a la cabeza de una compañía de asnos robustos cargados de alimentos, de calabazas, de ropas, de productos de aseo, de material de escritura y de armas.

—Debéis partir ya —le dijo a Bella la Divina Adoradora.

— ¡Me hubiera gustado tanto quedarme junto a vos!

—Tu destino está en otra parte. Tú y Edward formáis una pareja digna de reinar. Sin embargo, tendréis que luchar en la sombra, sin obtener beneficio alguno por vuestros esfuerzos y sin desalentaros jamás. A excepción de Emmett, no tengáis amigos y contad sólo con vosotros mismos. El tiempo de la desgracia y la oposición adviene, y sólo vosotros encarnáis la esperanza.

Bella, Edward, Emmett y Viento del Norte se inclinaron ante la soberana.

Y a continuación la caravana se puso en marcha hacia el sur.

 

 —Mañana, majestad, los persas estarán en Tebas —anunció el gran intendente.

—Ya va siendo hora de que busques refugio —estimó la Divina Adoradora.

—Ya me conocéis: soy un hombre de costumbres. Alejarme de vos sería un castigo insoportable para mí.

—Cambises no nos respetará, Chechonq. Nos matará e intentará destruir Karnak. Gracias a los dioses, parte del templo subsistirá, pero los fieles de Amón serán masacrados.

—He intentado serviros fielmente y contribuir a la felicidad de esta provincia. Huir sería un acto despreciable.

Acostumbrada a dominar sus emociones, la anciana dama se limitó a una mirada de agradecimiento que turbó al gran intendente.

—Vayamos a mi capilla funeraria de Medinet Habu—exigió—. Allí llevaré a cabo el postrer acto de mi reinado, adoptando a Nitocris, la última Divina Adoradora.

Al cruzar el Nilo, la soberana dio gracias a los dioses por haberle concedido tantos favores. Durante su larga vida, la esposa de Amón había procurado, con ahínco, captar su potencia benéfica y derramarla a su alrededor.

 

 Los muros de la capilla estaban cubiertos de columnas de jeroglíficos que retomaban los temas principales de los Textos de las pirámides. La Divina Adoradora describió a la joven Nitocris los principales ritos que la elevaban a la más alta función espiritual del país y le habló, largo y tendido, sobre los deberes de su cargo. Así, la transmisión se efectuaba fuera del tiempo y del espacio humanos, como si la invasión persa no existiese.

—Nut, la diosa del cielo, rodea a los vivos con el círculo de sus dos brazos —recordó la Divina Adoradora—. Ella será nuestra salvaguarda mágica y nuestro ser estará protegido de todo mal. Nuestro Ka no se separará de nosotros.

La madre y la hija espiritual regresaron luego a Karnak. Favorito y Malabarista festejaron a su dueña. Y desde el tejado del templo, bañado por el sol, asistieron a la riada de los persas que lo devastaban todo a su paso y la emprendían, aullando, con la gran puerta de madera dorada, tras haber pisoteado el cadáver del gran intendente Chechonq.

—Tengo miedo —reconoció la joven Nitocris.

—Estréchate contra mí y cierra los ojos —ordenó la madre.

Muy pronto, los pasos de los asesinos resonaron en la escalera de piedra. Con los ojos levantados al cielo, la Divina Adoradora pronunció las fórmulas de transformación en luz.

 

 Una vez superada la frontera de Elefantina y la primera catarata, la caravana dirigida por Viento del Norte se adentraba en Nubia.

Aunque a Emmett el viaje le parecía agradable, comenzaba a impacientarse. ¡Aquel famoso signo se hacía esperar!

Encaramada en lo alto de un árbol, un ave de gran tamaño y larguísimo pico los observaba. Cuando se acercaron, ésta desplegó sus largas alas y dio algunas vueltas sobre sus cabezas.

—Es el ba, el alma inmortal de la Divina Adoradora —declaró Bella—. Se alimenta de rayos de sol y nos conducirá hacia nuestro destino.

De hecho, el pájaro ya no se separó de ellos y los llevó hasta una aldea donde se habían refugiado los soldados de la guarnición de Elefantina y también algunos civiles, conscientes de que no podían oponerse a los persas. Todos, sin embargo, deseaban emprender la resistencia y reconquistar, poco a poco, el terreno perdido. Habían elegido a un jefe, a quien condujeron a los recién llegados.

Emmett quedó consternado.

— ¡No, vos no!

—Soy yo, en efecto —afirmó el juez Carlisle—, y ya nada tenéis que temer, puesto que la verdad ha quedado establecida. Al llegar a Menfis me enteré de la muerte de Amasis. La victoria de los persas era ineluctable, así que regresar a Sais habría sido estúpido, me habrían eliminado de inmediato. Decidí, pues, reunir a quienes tuvieran suficiente valor para proseguir la lucha.

 

A mi edad, la empresa me parecía pesada, pero vosotros sois jóvenes y sabréis asumir el mando.

Emmett se disponía a objetar cuando una magnífica Nubia que vestía un taparrabos de fibra de palmera, puramente decorativo, le ofreció una bebida de color rojo.

—Tisana de karkadé —explicó—. Su frescor disipa las negras ideas y da energía. Tengo la impresión de que tú eres un guerrero de primer orden.

Emmett no lo negó.

— ¿Dónde encuentras esta planta?

—Lejos de la aldea.

—Me gustaría ver tu huerto.

—Vamos, pues.

 

El juez Carlisle se sentó en una estera.

— ¡A nuestro actor le gustará su nueva vida! Yo me equivoqué gravemente. Y cuando la justicia se extravía, un país corre hacia la perdición. Repararé mi error combatiendo a vuestras órdenes, escriba Edward, y juntos expulsaremos a los bárbaros de las Dos Tierras.

 

Tras una cena frugal de la que Emmett no participó, ya que estaba demasiado ocupado herborizando en compañía de su iniciadora, Edward y Bella subieron a una duna dorada por los rayos del poniente. Viento del Norte se tendió a sus pies.

Y, con la mirada puesta en un Egipto martirizado, se prometieron liberarlo.

 

  Fin

Capítulo 58: CAPÍTULO 25 Capítulo 60: Gracias

 


Capítulos

Capitulo 1: PRÓLOGO Capitulo 2: CAPÍTULO 1 Capitulo 3: CAPÍTULO 2 Capitulo 4: CAPÍTULO 3 Capitulo 5: CAPÍTULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: CAPÍTULO 18 Capitulo 20: CAPÍTULO 19 Capitulo 21: CAPÍTULO 20 Capitulo 22: CAPÍTULO 21 Capitulo 23: CAPÍTULO 22 Capitulo 24: CAPÍTULO 23 Capitulo 25: CAPÍTULO 24 Capitulo 26: CAPÍTULO 25 Capitulo 27: CAPÍTULO 26 Capitulo 28: CAPÍTULO 27 Capitulo 29: CAPÍTULO 28 Capitulo 30: CAPÍTULO 29 Capitulo 31: CAPÍTULO 30 Capitulo 32: CAPÍTULO 31 Capitulo 33: CAPÍTULO 32 Capitulo 34: CAPÍTULO 1 Capitulo 35: CAPÍTULO 2 Capitulo 36: CAPÍTULO 3 Capitulo 37: CAPÍTULO 4 Capitulo 38: CAPÍTULO 5 Capitulo 39: CAPÍTULO 6 Capitulo 40: CAPÍTULO 7 Capitulo 41: CAPÍTULO 8 Capitulo 42: CAPÍTULO 9 Capitulo 43: CAPÍTULO 10 Capitulo 44: CAPÍTULO 11 Capitulo 45: CAPÍTULO 12 Capitulo 46: CAPÍTULO 13 Capitulo 47: CAPÍTULO 14 Capitulo 48: CAPÍTULO 15 Capitulo 49: CAPÍTULO 16 Capitulo 50: CAPÍTULO 17 Capitulo 51: CAPÍTULO 18 Capitulo 52: CAPÍTULO 19 Capitulo 53: CAPÍTULO 20 Capitulo 54: CAPÍTULO 21 Capitulo 55: CAPÍTULO 22 Capitulo 56: CAPÍTULO 23 Capitulo 57: CAPÍTULO 24 Capitulo 58: CAPÍTULO 25 Capitulo 59: CAPÍTULO 26 Capitulo 60: Gracias

 


 
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