CAPÍTULO 32
Siento mucho despertaros -dijo Emmett-, pero el sol ha salido hace ya rato. Traigo un desayuno amistoso, si no regio: ¡torta endurecida y agua tibia!
Edward no creía lo que estaba viendo: Bella se abrazaba a él, amorosa, entregada. Así pues, no lo había soñado.
-No quisiera exagerar -declaró el cómico solemnemente-, pero si seguís viviendo bajo el mismo techo, acabaréis siendo marido y mujer.
-Eres el testigo de nuestra unión -observó Bella, sonriente-. Ahora, nuestros destinos están unidos.
La boca de Edward permaneció muda. En ese instante de suprema felicidad, el infortunio desaparecía. Y si conservaba en su corazón, en su conciencia, la verdad de aquel momento, la destrucción no podría alcanzarlo nunca.
Bella, Edward y Emmett pasaron una maravillosa jornada, fuera del tiempo.
Ya no existía el crimen, ni la conspiración, ni peligro alguno. El sol iluminaba un cielo de un azul perfecto, golondrinas y halcones saboreaban el espacio, y el entusiasmo de la juventud borraba la angustia del futuro.
-No vayas -suplicó Edwrad estrechando a Bella en sus brazos.
-Debemos obtener la ayuda de la Divina Adoradora -recordó la sacerdotisa-. Un simple viaje en barco y la esperanza se hará realidad.
-¡Corres demasiados riesgos!
-El capitán del Ibis me considera una intermediaria sin importancia. Sólo piensa en el beneficio que obtendrá, y nos llevará a buen puerto a cambio de su remuneración.
-Bella...
-En Egipto, una esposa no se somete a su marido. ¿Recuerdas las máximas del sabio Ani? En ningún caso el varón puede permitirse dirigirle injustos reproches, pues la dueña de la casa vela porque todo esté en su justo lugar.
Ambos se besaron con fervor.
Y Bella abandonó su refugio para dirigirse al puerto.
Edward sacudió a Emmett.
-¡Despierta!
El cómico salió de un delicioso sueño donde la espina no pinchaba y la serpiente no mordía.
-¿Nos atacan?
-¡Bella no ha regresado! Emmett abrió los ojos. Estaba amaneciendo.
-No ha regresado...
-¡Le ha sucedido alguna desgracia!
-¡Espera, no te precipites!
-Le ha sucedido alguna desgracia, seguro -repitió Edward, abatido.
-No saquemos conclusiones precipitadas.
-Vayamos inmediatamente al puerto. Emmett se incorporó.
-La policía y el ejército te están buscando.
-Quiero interrogar al capitán del Ibis y encontrar a Bella.
-¡De acuerdo!
«Es inútil razonar con un enamorado», estimó el actor.
-Déjame a mí-recomendó Emmett-. Cuanto menos te muestres en público, mejor.
Edward se mantuvo apartado mientras su amigo subía por la pasarela del Ibis.
En su camino se interpuso un marino.
-¿Adonde vas, muchacho?
-Deseo ver al capitán.
-Al capitán no se lo molesta así como así. ¿Quién eres?
-Habíale de un collar de sacerdotisa.
Con mirada suspicaz, el marino se dirigió lentamente a la cabina y dio varios golpes en la puerta.
Ésta se abrió, y, al cabo de una larga conversación, el marino regresó hacia el extranjero.
-El capitán acepta recibirte.
Emmett había conocido a un incalculable número de malhechores de ese tipo. Glauco, avinado, dispuesto a vender a su padre y a su madre, el jefe supremo de la tripulación del Ibis era un perfecto canalla.
-¿Tienes el collar?
-Mi patrona os lo ha entregado.
-Era la primera parte de la prima. Exijo la segunda antes de embarcar el paquete.
-Suele pagarse a la llegada.
-He cambiado las reglas del juego. En este momento, el riesgo es grande.
-¿Mi patrona ha aceptado? -¡Por supuesto! Bueno, ¿y el resto?
-No he recibido instrucciones -afirmó Emmett. El blando rostro del capitán se endureció.
-¿Qué significa eso?
-¡No he vuelto a ver a mi patronal...
-Ése es tu problema. Si no percibo el pago prometido, no transporto a nadie.
-¿No te la habrás cargado, por casualidad? El capitán se puso púrpura.
-Estás diciendo tonterías, muchacho. Yo comercio. Dado el riesgo, quiero ser retribuido al justo precio. Suprimir a los clientes me arruinaría.
-No creo que ella aprobase una modificación del contrato.
-Pues te equivocas. Ha decidido adaptarse a las circunstancias. Así que ha ido al templo de Ptah para buscar lo que me debe y traérmelo esta misma noche. El compromiso me ha aliviado, lo reconozco. La gente seria siempre acaba poniéndose de acuerdo.
-Eso es, capitán.
El glauco sonrió.
-Esta noche se paga, mañana zarpamos. ¿De acuerdo?
-De acuerdo -confirmó Emmett.
Edward no podía aguantar más. Caminaba de un lado al otro del muelle, y ya se disponía a subir a bordo del Ibis cuando su amigo bajó.
El escriba lo agarró del brazo.
-¿Dónde está?
-Según el príncipe de los retorcidos, ha ido al templo de Ptah.
Realmente pareces un escriba -señaló Emmett-. Exprésate de modo rebuscado, así probarás tu valía y se te abrirán todas las puertas.
Edward estaba dispuesto a derribar el más macizo de los pilónos para encontrar a Bella. Si el capitán no había mentido, no tardaría en abrazarla.
El joven se presentó ante la entrada del vasto dominio sagrado de Ptah.
-Vengo a cumplir un servicio mensual -declaró ante el verificador.
-¿Cuál es tu función?
-Sacerdote puro encargado de la ofrenda del vino. -Escribe tu nombre en el registro.
Edward escribió Bak, «servidor», en hermosos jeroglíficos trazados con hábil mano.
El verificador, impresionado, lo dejó pasar. Edward se dirigió a un escriba.
-Traigo un mensaje destinado a Bella, Superiora de las cantantes y las tejedoras del templo de Sais.
-Consulta con el ritualista en jefe, él te informará.
El escriba le indicó el emplazamiento de la vivienda oficial del dignatario.
Frente a la puerta, varios sacerdotes aguardaban ser recibidos. Dominando su impaciencia. Edward esperó su turno.
Por fin, un ayudante lo invitó a entrar.
El ritualista en jefe del templo de Ptah era un hombre de edad, muy severo. Contempló al muchacho con ojos suspicaces.
-No te conozco. ¿Quién eres y qué quieres?
-Vengo de Sais para entregar un mensaje a Bella, la...
-Conozco a esa sacerdotisa, estuvo aquí y abandonó el templo hace tres días.
-¿Dónde puedo encontrarla?
-Probablemente ha regresado a Sais. El siguiente caso.
De modo que el capitán del Ibis había mentido. Era preciso ir de inmediato al puerto y hacerlo hablar. Sin duda tenía a bordo a la muchacha.
Edward le explicó los hechos a Emmett y, con Viento del Norte en cabeza, tomaron el camino más corto.
Los muelles eran un verdadero hormiguero. Allí se embarcaban y se desembarcaban mercancías, y una nutrida clientela animaba el mercado discutiendo con firmeza los precios.
Pero donde antes estaba el Ibis, había ahora otra embarcación.
-Debes de haberte equivocado -estimó Edward.
-Desgraciadamente, no.
El actor interrogó a un estibador. Al parecer, el Ibis había abandonado Menfis de madrugada, en dirección al sur.
-¿Iba alguna muchacha a bordo?
-Sólo he visto a los miembros de la tripulación habitual -respondió el estibador. Edward se derrumbó. Emmett se lo llevó aparte.
-Volvamos a nuestro refugio.
Viento del Norte tomó en seguida la dirección adecuada, evitando a los policías que, en grupos de tres o cuatro, recorrían la ciudad.
-Si ha muerto -murmuró el escriba-, no la sobreviviré.
-No hemos llegado aún ahí -repuso Emmett-. Es evidente que Bella ha sido raptada. El capitán del Ibis parece el culpable ideal.
-En ese caso, partamos hacia el sur y encontrémoslo.
-¿Y si se trata de una trampa? Tal vez ha entregado a Bella a los verdaderos raptores, que la han llevado a Sais. El juez Carlisle, la policía y los servicios secretos podrían estar implicados. ¡Existen otras hipótesis!
-Interrogaremos a mil personas si es necesario, ¡pero descubriremos la buena pista!
-Olvidas que te buscan por asesinato. ¿No sería mejor ir a Tebas y solicitar la ayuda de la Divina Adoradora?
-¡Me importa un comino el papiro codificado y la conspiración! Sólo cuenta Bella.
-Desgraciadamente, todo tiene relación, amigo mío.
Loco de angustia, Edward se negó a entregarse a la desesperación. Sentía la presencia de su esposa, la calidez de su cuerpo, la dulzura de su amor... ¡No, no había muerto!
-Bella ha caído en una trampa que implica a varias personas -sugirió-. Forzosamente hay testigos, cómplices incluso, aquí mismo, en Menfis. Me creen incapaz de actuar, pero se equivocan.
«No tanto», pensó Emmett, temiendo un lamentable fracaso que los llevara al abismo.
No obstante, no abandonaría a su amigo, presa de la desgracia y de la injusticia. Ciertamente, su empresa se volvía francamente insensata y sus posibilidades de éxito eran prácticamente nulas; ¿seguirían protegiéndolos, sin embargo, los dioses? ¡Tal vez su furor afectara, por fin, a sus adversarios!
Y, además, a Emmett le gustaba jugar. No había nada más siniestro que una existencia tediosa y bien ordenada. Pero, gracias a Edward, no corría ese riesgo.
Viento del Norte se pegó al escriba, mendigando una caricia. El asno tenía la mirada grave, pero no parecía en absoluto desesperado. Y así transmitió al joven una potente energía y una firme decisión.
Sí, Edward encontraría a Bella y demostraría su inocencia. Sí, juntos degustarían intensos momentos de paz y felicidad, a la sombra de una pérgola, contemplando el sol poniente, bañados por su luz.
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