EL ESCRIBA

Autor: kdekrizia
Género: + 18
Fecha Creación: 12/06/2012
Fecha Actualización: 25/02/2014
Finalizado: SI
Votos: 24
Comentarios: 67
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Capítulos: 60

Egipto, año 528 antes de Cristo. En la maravillosa ciudad de Saïs, al oeste del delta del Nilo, se urde un drama decisivo para el destino del país. Un joven escriba, Edward, descubre a todo el equipo de la prestigiosa Oficina de los Intérpretes asesinado. Aterrorizado huye con el manuscrito codificado sobre el que estaba trabajando el equipo. A partir de ahora todo le señala como culpable del múltiple asesinato, convertido en un asunto de Estado, ya que Egipto vive un momento crucial de su historia. Al usurpador faraón Amasis, borracho y perezoso, sólo le interesa Grecia y no ve la inquietante sombra de los persas en las fronteras de su país, y la corte es un hervidero de intrigas y traiciones. En este ambiente el joven escriba es víctima de un complot que le señala como culpable. Solo, y perseguido por todos, deberá descodificar el misterioso manuscrito para demostrar su inocencia. Las posibilidades de salir vivo de la aventura parecen mínimas...a menos que los Dioses vengan en su ayuda.

BASADO EN THE GODS´S REVENGER DE JACQ

 

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Capítulo 33: CAPÍTULO 32

 

CAPÍTULO 32

 

 

Siento mucho despertaros -dijo Emmett-, pero el sol ha sa­lido hace ya rato. Traigo un desayuno amistoso, si no regio: ¡torta endurecida y agua tibia!

Edward no creía lo que estaba viendo: Bella se abrazaba a él, amorosa, entregada. Así pues, no lo había soñado.

-No quisiera exagerar -declaró el cómico solemnemente-, pero si seguís viviendo bajo el mismo techo, acabaréis siendo marido y mujer.

-Eres el testigo de nuestra unión -observó Bella, sonrien­te-. Ahora, nuestros destinos están unidos.

La boca de Edward permaneció muda. En ese instante de supre­ma felicidad, el infortunio desaparecía. Y si conservaba en su corazón, en su conciencia, la verdad de aquel momento, la des­trucción no podría alcanzarlo nunca.

Bella, Edward y Emmett pasaron una maravillosa jornada, fuera del tiempo.

Ya no existía el crimen, ni la conspiración, ni peligro algu­no. El sol iluminaba un cielo de un azul perfecto, golondrinas y halcones saboreaban el espacio, y el entusiasmo de la juventud borraba la angustia del futuro.

-No vayas -suplicó Edwrad estrechando a Bella en sus brazos.

-Debemos obtener la ayuda de la Divina Adoradora -recor­dó la sacerdotisa-. Un simple viaje en barco y la esperanza se hará realidad.

-¡Corres demasiados riesgos!

-El capitán del Ibis me considera una intermediaria sin im­portancia. Sólo piensa en el beneficio que obtendrá, y nos lle­vará a buen puerto a cambio de su remuneración.

-Bella...

-En Egipto, una esposa no se somete a su marido. ¿Recuer­das las máximas del sabio Ani? En ningún caso el varón puede permitirse dirigirle injustos reproches, pues la dueña de la casa vela porque todo esté en su justo lugar.

Ambos se besaron con fervor.

Y Bella abandonó su refugio para dirigirse al puerto.

 Edward sacudió a Emmett.

-¡Despierta!

El cómico salió de un delicioso sueño donde la espina no pinchaba y la serpiente no mordía.

-¿Nos atacan?

-¡Bella no ha regresado! Emmett abrió los ojos. Estaba amaneciendo.

-No ha regresado...

-¡Le ha sucedido alguna desgracia!

-¡Espera, no te precipites!

-Le ha sucedido alguna desgracia, seguro -repitió Edward, aba­tido.

-No saquemos conclusiones precipitadas.

-Vayamos inmediatamente al puerto. Emmett se incorporó.

-La policía y el ejército te están buscando.

-Quiero interrogar al capitán del Ibis y encontrar a Bella.

-¡De acuerdo!

«Es inútil razonar con un enamorado», estimó el actor.

 -Déjame a mí-recomendó Emmett-. Cuanto menos te mues­tres en público, mejor.

Edward se mantuvo apartado mientras su amigo subía por la pa­sarela del Ibis.

En su camino se interpuso un marino.

-¿Adonde vas, muchacho?

-Deseo ver al capitán.

-Al capitán no se lo molesta así como así. ¿Quién eres?

-Habíale de un collar de sacerdotisa.

Con mirada suspicaz, el marino se dirigió lentamente a la cabina y dio varios golpes en la puerta.

Ésta se abrió, y, al cabo de una larga conversación, el mari­no regresó hacia el extranjero.

-El capitán acepta recibirte.

Emmett había conocido a un incalculable número de malhe­chores de ese tipo. Glauco, avinado, dispuesto a vender a su padre y a su madre, el jefe supremo de la tripulación del Ibis era un perfecto canalla.

-¿Tienes el collar?

-Mi patrona os lo ha entregado.

-Era la primera parte de la prima. Exijo la segunda antes de embarcar el paquete.

-Suele pagarse a la llegada.

-He cambiado las reglas del juego. En este momento, el riesgo es grande.

-¿Mi patrona ha aceptado? -¡Por supuesto! Bueno, ¿y el resto?

-No he recibido instrucciones -afirmó Emmett. El blando rostro del capitán se endureció.

-¿Qué significa eso?

-¡No he vuelto a ver a mi patronal...

-Ése es tu problema. Si no percibo el pago prometido, no transporto a nadie.

-¿No te la habrás cargado, por casualidad? El capitán se puso púrpura.

-Estás diciendo tonterías, muchacho. Yo comercio. Dado el riesgo, quiero ser retribuido al justo precio. Suprimir a los clientes me arruinaría.

-No creo que ella aprobase una modificación del contrato.

-Pues te equivocas. Ha decidido adaptarse a las circuns­tancias. Así que ha ido al templo de Ptah para buscar lo que me debe y traérmelo esta misma noche. El compromiso me ha ali­viado, lo reconozco. La gente seria siempre acaba poniéndose de acuerdo.

-Eso es, capitán.

El glauco sonrió.

-Esta noche se paga, mañana zarpamos. ¿De acuerdo?

-De acuerdo -confirmó Emmett.

Edward no podía aguantar más. Caminaba de un lado al otro del muelle, y ya se disponía a subir a bordo del Ibis cuando su ami­go bajó.

El escriba lo agarró del brazo.

-¿Dónde está?

-Según el príncipe de los retorcidos, ha ido al templo de Ptah.

 

 

Realmente pareces un escriba -señaló Emmett-. Exprésate de modo rebuscado, así probarás tu valía y se te abrirán todas las puertas.

Edward estaba dispuesto a derribar el más macizo de los pilónos para encontrar a Bella. Si el capitán no había mentido, no tar­daría en abrazarla.

El joven se presentó ante la entrada del vasto dominio sa­grado de Ptah.

-Vengo a cumplir un servicio mensual -declaró ante el ve­rificador.

-¿Cuál es tu función?

-Sacerdote puro encargado de la ofrenda del vino. -Escribe tu nombre en el registro.

Edward escribió Bak, «servidor», en hermosos jeroglíficos traza­dos con hábil mano.

El verificador, impresionado, lo dejó pasar. Edward se dirigió a un escriba.

-Traigo un mensaje destinado a Bella, Superiora de las can­tantes y las tejedoras del templo de Sais.

-Consulta con el ritualista en jefe, él te informará.

El escriba le indicó el emplazamiento de la vivienda oficial del dignatario.

Frente a la puerta, varios sacerdotes aguardaban ser recibi­dos. Dominando su impaciencia. Edward esperó su turno.

Por fin, un ayudante lo invitó a entrar.

El ritualista en jefe del templo de Ptah era un hombre de edad, muy severo. Contempló al muchacho con ojos suspi­caces.

-No te conozco. ¿Quién eres y qué quieres?

-Vengo de Sais para entregar un mensaje a Bella, la...

-Conozco a esa sacerdotisa, estuvo aquí y abandonó el tem­plo hace tres días.

-¿Dónde puedo encontrarla?

-Probablemente ha regresado a Sais. El siguiente caso.

De modo que el capitán del Ibis había mentido. Era preciso ir de inmediato al puerto y hacerlo hablar. Sin duda tenía a bor­do a la muchacha.

Edward le explicó los hechos a Emmett y, con Viento del Norte en cabeza, tomaron el camino más corto.

Los muelles eran un verdadero hormiguero. Allí se embar­caban y se desembarcaban mercancías, y una nutrida clientela animaba el mercado discutiendo con firmeza los precios.

Pero donde antes estaba el Ibis, había ahora otra embarca­ción.

-Debes de haberte equivocado -estimó Edward.

-Desgraciadamente, no.

El actor interrogó a un estibador. Al parecer, el Ibis había abandonado Menfis de madrugada, en dirección al sur.

-¿Iba alguna muchacha a bordo?

-Sólo he visto a los miembros de la tripulación habitual -respondió el estibador. Edward se derrumbó. Emmett se lo llevó aparte.

-Volvamos a nuestro refugio.

Viento del Norte tomó en seguida la dirección adecuada, evitando a los policías que, en grupos de tres o cuatro, reco­rrían la ciudad.

-Si ha muerto -murmuró el escriba-, no la sobreviviré.

-No hemos llegado aún ahí -repuso Emmett-. Es evidente que Bella ha sido raptada. El capitán del Ibis parece el culpable ideal.

-En ese caso, partamos hacia el sur y encontrémoslo.

-¿Y si se trata de una trampa? Tal vez ha entregado a Bella a los verdaderos raptores, que la han llevado a Sais. El juez Carlisle, la policía y los servicios secretos podrían estar implica­dos. ¡Existen otras hipótesis!

-Interrogaremos a mil personas si es necesario, ¡pero descubriremos la buena pista!

-Olvidas que te buscan por asesinato. ¿No sería mejor ir a Tebas y solicitar la ayuda de la Divina Adoradora?

-¡Me importa un comino el papiro codificado y la conspira­ción! Sólo cuenta Bella.

-Desgraciadamente, todo tiene relación, amigo mío.

Loco de angustia, Edward se negó a entregarse a la desespera­ción. Sentía la presencia de su esposa, la calidez de su cuerpo, la dulzura de su amor... ¡No, no había muerto!

-Bella ha caído en una trampa que implica a varias perso­nas -sugirió-. Forzosamente hay testigos, cómplices incluso, aquí mismo, en Menfis. Me creen incapaz de actuar, pero se equivocan.

«No tanto», pensó Emmett, temiendo un lamentable fracaso que los llevara al abismo.

No obstante, no abandonaría a su amigo, presa de la desgra­cia y de la injusticia. Ciertamente, su empresa se volvía franca­mente insensata y sus posibilidades de éxito eran prácticamen­te nulas; ¿seguirían protegiéndolos, sin embargo, los dioses? ¡Tal vez su furor afectara, por fin, a sus adversarios!

Y, además, a Emmett le gustaba jugar. No había nada más si­niestro que una existencia tediosa y bien ordenada. Pero, gra­cias a Edward, no corría ese riesgo.

Viento del Norte se pegó al escriba, mendigando una cari­cia. El asno tenía la mirada grave, pero no parecía en absoluto desesperado. Y así transmitió al joven una potente energía y una firme decisión.

Sí, Edward encontraría a Bella y demostraría su inocencia. Sí, juntos degustarían intensos momentos de paz y felicidad, a la sombra de una pérgola, contemplando el sol poniente, bañados por su luz.

Capítulo 32: CAPÍTULO 31 Capítulo 34: CAPÍTULO 1

 


Capítulos

Capitulo 1: PRÓLOGO Capitulo 2: CAPÍTULO 1 Capitulo 3: CAPÍTULO 2 Capitulo 4: CAPÍTULO 3 Capitulo 5: CAPÍTULO 4 Capitulo 6: CAPÍTULO 5 Capitulo 7: CAPÍTULO 6 Capitulo 8: CAPÍTULO 7 Capitulo 9: CAPÍTULO 8 Capitulo 10: CAPÍTULO 9 Capitulo 11: CAPÍTULO 10 Capitulo 12: CAPÍTULO 11 Capitulo 13: CAPÍTULO 12 Capitulo 14: CAPÍTULO 13 Capitulo 15: CAPÍTULO 14 Capitulo 16: CAPÍTULO 15 Capitulo 17: CAPÍTULO 16 Capitulo 18: CAPÍTULO 17 Capitulo 19: CAPÍTULO 18 Capitulo 20: CAPÍTULO 19 Capitulo 21: CAPÍTULO 20 Capitulo 22: CAPÍTULO 21 Capitulo 23: CAPÍTULO 22 Capitulo 24: CAPÍTULO 23 Capitulo 25: CAPÍTULO 24 Capitulo 26: CAPÍTULO 25 Capitulo 27: CAPÍTULO 26 Capitulo 28: CAPÍTULO 27 Capitulo 29: CAPÍTULO 28 Capitulo 30: CAPÍTULO 29 Capitulo 31: CAPÍTULO 30 Capitulo 32: CAPÍTULO 31 Capitulo 33: CAPÍTULO 32 Capitulo 34: CAPÍTULO 1 Capitulo 35: CAPÍTULO 2 Capitulo 36: CAPÍTULO 3 Capitulo 37: CAPÍTULO 4 Capitulo 38: CAPÍTULO 5 Capitulo 39: CAPÍTULO 6 Capitulo 40: CAPÍTULO 7 Capitulo 41: CAPÍTULO 8 Capitulo 42: CAPÍTULO 9 Capitulo 43: CAPÍTULO 10 Capitulo 44: CAPÍTULO 11 Capitulo 45: CAPÍTULO 12 Capitulo 46: CAPÍTULO 13 Capitulo 47: CAPÍTULO 14 Capitulo 48: CAPÍTULO 15 Capitulo 49: CAPÍTULO 16 Capitulo 50: CAPÍTULO 17 Capitulo 51: CAPÍTULO 18 Capitulo 52: CAPÍTULO 19 Capitulo 53: CAPÍTULO 20 Capitulo 54: CAPÍTULO 21 Capitulo 55: CAPÍTULO 22 Capitulo 56: CAPÍTULO 23 Capitulo 57: CAPÍTULO 24 Capitulo 58: CAPÍTULO 25 Capitulo 59: CAPÍTULO 26 Capitulo 60: Gracias

 


 
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