EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
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Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 10: CAPÍTULO 10

 

 

CAPÍTULO 10

 

Todavía tratando de eliminar de mis hombros el hielo dejado por la mirada de Edward, abrí la puerta de mis habitaciones. Dentro, el contestador automático me dio la bienvenida con un número trece que titilaba. Había otros nueve mensajes en el buzón de voz de mi móvil. Todos eran de Sarah y reflejaban una creciente preocupación por lo que su sexto sentido le decía que estaba ocurriendo en Oxford.

Incapaz de enfrentarme a mis excesivamente videntes tías, bajé el volumen del contestador automático, desconecté el sonido de ambos teléfonos y me metí en la cama, agotada.

A la mañana siguiente, cuando pasé por delante de la portería para ir a correr, Fred me mostró, agitándolo en el aire, un montón de papelitos con mensajes.

— ¡Los recogeré después! —grité, y él alzó el pulgar a modo de respuesta.

Mis pies golpearon la tierra de los conocidos senderos a través de los campos y pantanos del norte de la ciudad. El ejercicio me ayudaba a mantener alejados tanto mi sensación de culpa por no llamar a mis tías como el recuerdo del frío rostro de

Edward.

De regreso a la residencia, recogí los mensajes y los tiré a la basura. Luego postergué la inevitable llamada a casa con los rituales del fin de semana: hervir un huevo, preparar el té, recoger la ropa lavada, ordenar los papeles que cubrían cualquier superficie libre. Una vez transcurrida la mayor parte de la mañana, me quedé sin nada que hacer excepto llamar a Nueva York. Todavía era temprano allí, pero no había ninguna posibilidad de que estuvieran en la cama.

— ¿Qué diablos crees que estás haciendo, Bella? —exclamó Sarah en lugar del «hola» habitual.

—Buenos días, Sarah. —Me arrellané en el sillón junto a la apagada chimenea y crucé mis pies sobre una estantería cercana.

Aquello iba a durar un buen rato.

—Nada de buenos días —replicó Sarah ásperamente—. Hemos estado muy preocupadas. ¿Qué está ocurriendo?

Emily cogió el supletorio.

—Hola, Em —saludé y volví a cruzar las piernas. Esto iba a ser mucho más largo de lo que pensaba.

— ¿Ese vampiro te está molestando? —preguntó Em con preocupación.

—No exactamente.

—Sabemos que has estado con vampiros y daimones —intervino impaciente mi tía—. ¿Te has vuelto loca o te ocurre algo muy grave?

—No me he vuelto loca y no me ocurre nada grave. —Esto último era mentira, pero crucé los dedos, deseando convencerlas.

— ¿Crees realmente que vas a engañarnos? ¡No puedes mentirle a una bruja igual que tú! —Exclamó Sarah—. Cuéntanoslo todo, Bella.

Hasta ahí llegaron mis planes.

—Déjala hablar, Sarah —pidió Em—. Confiamos en que Bella tomara las decisiones correctas, ¿recuerdas?

El silencio que siguió me hizo pensar que habían discutido bastante aquel tema.

Sarah respiró hondo, pero Em la interrumpió.

— ¿Dónde estuviste anoche?

—Yoga. —No había ninguna manera de eludir el interrogatorio, pero me beneficiaba responder de forma breve y precisa.

— ¿Yoga? —Preguntó Sarah, incrédula—. ¿Por qué estás haciendo yoga con esas criaturas? Tú sabes que es peligroso relacionarse con daimones y vampiros.

— ¡La profesora era una bruja! —reaccioné indignada, mientras recordaba la cara serena y encantadora de Amira ante mí.

— ¿Esa clase de yoga fue idea de él? —quiso saber Em.

—Sí. Fue en la casa de Cullen.

Sarah emitió un ruido de disgusto.

—Te dije que era él —le susurró Em entre dientes a mi tía, y luego se dirigió a mí—. Veo un vampiro que se alza entre tú y... algo. No estoy segura de qué es, exactamente.

—Te repito una vez más, Emily Mather, que eso es una tontería. Los vampiros no protegen a las brujas. —La voz de Sarah era clara y llena de certeza.

—Este lo hace —dije yo.

— ¿Qué? —preguntaron Em y Sarah al unísono.

—Lo ha estado haciendo durante días. —Me mordí el labio, sin saber muy bien de qué manera contar lo ocurrido; luego, me dispuse a explicarlo todo—. Algo ocurrió en la biblioteca. Pedí un manuscrito, y estaba hechizado.

Se produjo un silencio.

—Un libro hechizado. —En el tono de Sarah se notaba un gran interés—. ¿Era un grimorio? —Ella era experta en grimorios, y su pertenencia más preciada era el volumen antiguo de hechizos que había pasado de generación en generación en la familia Bishop.

—No lo creo —respondí—. Lo único visible eran ilustraciones de alquimia.

— ¿Qué más? —Mi tía sabía que lo visible era apenas el principio cuando se trataba de libros hechizados.

—Alguien ha puesto un hechizo en el texto del manuscrito. Había líneas débiles de escritura..., unas capas sobre otras... moviéndose por debajo de la superficie de las páginas.

En Nueva York, Sarah dejó su taza de café haciendo un ruido perfectamente audible.

— ¿Eso fue antes o después de que apareciera Edward Cullen?

—Antes —susurré.

— ¿Y no te pareció que todo esto era digno de mencionarse cuando nos dijiste que habías conocido a un vampiro? —Sarah no hizo nada para ocultar su irritación—. Por la diosa, Bella, llegas a ser tan imprudente... ¿Cómo estaba hechizado ese libro? Y no me digas que no lo sabes.

—Tenía un olor raro. Daba la sensación de que algo estaba... mal. Al principio, no pude levantar la tapa. Puse mi palma sobre ella.

Retorcí la mano sobre mi regazo, recordando la sensación de reconocimiento inmediato entre el manuscrito y yo, casi esperando ver el brillo trémulo que Edward había mencionado.

— ¿Y? —preguntó Sarah.

—Sentí un hormigueo en la mano, luego suspiró y... se relajó. Pude sentirlo a través del cuero y las tablas de madera.

— ¿Cómo te las arreglaste para deshacer ese hechizo? ¿Dijiste alguna palabra? ¿En qué estabas pensando? —La curiosidad de Sarah ya era imparable.

—No hubo nada de brujería en ello, Sarah. Tenía que examinar el libro para mí investigación, y puse la palma de mi mano abierta sobre él. Eso fue todo. —Respiré hondo—. Una vez que estuvo abierto, tomé algunas notas, lo cerré y devolví el manuscrito.

— ¿Lo devolviste? —Se produjo un fuerte ruido cuando el teléfono de Sarah chocó contra el suelo. Hice una mueca de desagrado y sostuve el auricular lejos de mi cabeza, pero su lenguaje subido de tono seguía siendo audible.

— ¿Bella? —dijo Em débilmente —. ¿Estás ahí?

—Aquí estoy —dije con cierta brusquedad.

—Bella Swan Bishop, sabes que eso no ha estado bien —me recriminó Sarah—. ¿Cómo pudiste devolver un objeto mágico que tú no podías comprender del todo?

Mi tía me había enseñado a reconocer objetos encantados y hechizados... y qué hacer con ellos. Uno debía evitar tocarlos o moverlos hasta saber cómo funcionaba su magia. Los hechizos podían ser delicados, y muchos tenían mecanismos protectores incorporados dentro de ellos.

— ¿Y qué podía hacer yo, Sarah? —Yo misma me di cuenta de mi actitud defensiva—. ¿Negarme a abandonar la biblioteca hasta que tú pudieras examinarlo? Era viernes a última hora. Quería irme a casa.

— ¿Qué ocurrió cuando lo devolviste? —preguntó Sarah con voz tensa.

—Tal vez el aire se puso un poco raro —admití—. Y me dio la impresión de que la biblioteca, sólo un instante, parecía haber encogido.

—Enviaste el manuscrito de vuelta y el hechizo se reactivó —informó Sarah, soltando otra retahíla de imprecaciones—.

Pocas brujas son lo suficientemente expertas como para hacer un hechizo que vuelve a activarse de forma automática cuando se ha roto. No estamos tratando con ninguna aficionada.

—Esa es la energía que los atrajo a Oxford —dije al comprender de repente—. No fue el hecho de que yo abriera el manuscrito. Fue la reactivación del hechizo. Las criaturas no están sólo en la clase de yoga, Sarah. Estoy rodeada de vampiros y daimones en la Bodleiana. Cullen vino a la biblioteca el lunes por la noche, esperando poder ver aunque fuera de lejos el manuscrito después de oír hablar de él a dos brujas. El martes la biblioteca ya estaba llena de ellos.

—Y volvemos a lo importante —exclamó Sarah con un suspiro—. Antes de que termine el mes, los daimones aparecerán en Madison, buscándote.

—Debe de haber brujas en las que puedas confiar para que te ayuden. — Em estaba haciendo un esfuerzo para mantener la tranquilidad, pero yo podía darme cuenta de que su voz estaba teñida de preocupación.

—Hay brujas —dije vacilante—, pero no son de mucha ayuda. Un mago con un abrigo de tweed marrón trató de abrirse camino en mi cabeza. El también habría tenido éxito, si no hubiera sido por Edward.

— ¿El vampiro se interpuso entre tú y otro brujo? —Em estaba horrorizada—. Eso no se hace. Uno nunca se entromete en los intercambios entre brujos si no es uno de nosotros.

— ¡Deberías estarle agradecida! —Una cosa era que yo no quisiera que Cullen me sermoneara ni desayunar con él otra vez, pero el vampiro se merecía algo de crédito —. Si él no hubiera estado ahí, no sé qué habría ocurrido. Ningún ser mágico ha sido jamás tan... invasor conmigo antes.

—Tal vez deberías salir de Oxford durante una temporada —sugirió Em.

—No voy a irme porque haya un mago sin modales en la ciudad.

Em y Sarah susurraron algo entre ellas, tapando con sus manos los auriculares.

—Esto no me gusta nada —dijo mi tía finalmente en un tono que daba la impresión de que el mundo se estaba desmoronando—. ¿Libros hechizados? ¿Daimones que te siguen? ¿Vampiros que te llevan a clase de yoga? ¿Brujos y brujas que amenazan a una Bishop? Se supone que las brujas tienen que evitar hacerse notar, Bella. Hasta los humanos se enterarán de que algo está ocurriendo.

—Si te quedas en Oxford, tendrás que ser más discreta —coincidió Em—. No hay nada malo en volver a casa durante un tiempo y dejar que la situación se enfríe, si las cosas se hacen intolerables. Tú ahí no tienes el manuscrito. Tal vez pierdan interés.

Ninguna de nosotras creía que eso fuera probable.

—No pienso huir.

—No es huir —protestó Em.

—Sería una huida. —Y yo no iba a dar la menor muestra de cobardía mientras Edward Cullen estuviera cerca.

—Él no puede estar contigo en cada momento del día, querida —explicó Em con tristeza, escuchando mis pensamientos no pronunciados.

—Yo soy de la misma opinión —dijo Sarah sombríamente.

—No necesito la ayuda de Edward Cullen. Puedo cuidar de mí misma —repliqué.

—Bella, ese vampiro no te está protegiendo porque tenga buen corazón —señaló Em— Tú tienes algo que él quiere. Has de descubrir de qué se trata.

—Tal vez está realmente interesado en la alquimia. O quizás simplemente está aburrido.

—Los vampiros no se aburren —aseguró Sarah con firmeza—. Y menos cuando hay sangre de bruja cerca.

No se podía luchar en contra de los prejuicios de mi tía. Estuve tentada de hablarle de la clase de yoga, donde durante más de una hora había estado magníficamente libre de cualquier temor a otras criaturas. Pero no tenía mucho sentido.

—Basta —la detuve con firmeza—. Edward Cullen no se acercará más a mí y vosotras no tenéis por qué preocuparos de que yo pueda leer otros manuscritos hechizados. Pero no pienso irme de Oxford, y no hay más que hablar.

—Muy bien —aceptó Sarah —. Pero desde aquí no podemos hacer mucho si las cosas se ponen feas.

—Lo sé, Sarah.

—Y la próxima vez que algo mágico caiga tus manos, lo esperes o no, actúa como la bruja que eres, no como un estúpido humano. No lo ignores ni pienses que estás imaginando cosas. —La ignorancia deliberada y el desprecio por lo sobrenatural estaban al principio de la lista hecha por Sarah de las tonterías preferidas por los humanos—. Trátalo con respeto, y si no sabes qué hacer, pide ayuda.

—Lo prometo —dije rápidamente, deseando colgar ya el teléfono. Pero Sarah todavía no había terminado.

—Jamás pensé que vería el día en que una Bishop tuviera que ser protegida por un vampiro y no por sus propios poderes — dijo —. Mi madre debe de estar revolviéndose en su tumba. Esto te pasa por evitar ser lo que eres, Bella. Estás metida en un buen lío y todo porque creíste que podías ignorar tu herencia. Las cosas no funcionan así.

La amargura de Sarah siguió impregnando la atmósfera de mi habitación mucho después de haber colgado el teléfono.

A la mañana siguiente hice mis estiramientos con algunas posturas de yoga durante media hora y luego preparé el té en una tetera.

Su aroma floral y avainillado resultó reconfortante, y tenía precisamente la cantidad de teína suficiente como para impedirme dormitar durante la tarde sin mantenerme despierta por la noche. Cuando las hojas estuvieron bien empapadas, envolví la tetera de porcelana blanca en un paño para mantener el calor y la llevé al sillón junto a la chimenea, reservado para sumergirme en mis pensamientos.

Tranquilizada por el familiar olor del té, doblé las rodillas hasta la barbilla y me puse a examinar cómo había sido la semana.

Pero daba igual por dónde empezara, siempre acababa volviendo a mi última conversación con Edward Cullen. ¿Acaso mis esfuerzos para impedir que la magia se filtrara en mi vida y en mi trabajo no habían servido para nada?

Cada vez que me estancaba con mi investigación, imaginaba una mesa blanca, brillante y vacía, con los elementos de un rompecabezas que debía ser resuelto. Eso me quitaba la presión y lo vivía como un juego.

En esta ocasión coloqué sobre la mesa imaginaria todo lo de la semana anterior: el Ashmole 782, Edward Cullen, la atención de Agatha Wilson, el mago con chaqueta de tweed, mi tendencia a caminar con los ojos cerrados, las criaturas en la

Bodleiana, la forma en que saqué la revista Notas e Investigaciones de la estantería, la clase de yoga con Amira. Moví de un lado a otro las brillantes piezas de distintas formas, uniendo algunas, tratando de formar una imagen, pero había demasiados agujeros sin cubrir y no apareció ninguna figura clara.

A veces, coger una pieza cualquiera del rompecabezas me ayudaba a distinguir lo que era más importante. Puse mi dedoimaginario sobre la mesa, saqué una de las piezas esperando ver el Ashmole 782.

Los ojos oscuros de Edward Cullen se concentraron en los míos.

¿Por qué era tan importante ese vampiro?

Las piezas de mi rompecabezas empezaron a moverse por su propia cuenta, girando y haciendo dibujos que eran demasiado rápidos como para seguirlos. Golpeé con mis manos imaginarias la mesa y las piezas detuvieron su danza. El hormigueo en las palmas de mis manos indicaba un reconocimiento.

Esto ya no parecía un juego, sino algo de magia. Y si lo era, entonces la había estado usando en mi trabajo escolar, en mis cursos de la universidad y ahora en mi trabajo académico. Pero no había sitio en mi vida para la magia, y mi mente se cerró decididamente contra la posibilidad de que hubiera estado infringiendo mi propia regla sin saberlo.

Al día siguiente llegué al guardarropa de la biblioteca a mi hora habitual, subí por las escaleras, doblé la esquina junto al mostrador de préstamos y me preparé para verlo.

Cullen no estaba allí.

— ¿Necesita algo? —preguntó Alice con voz irritada, arrastrando con ruido su silla al ponerse de pie.

— ¿Dónde está el profesor Cullen?

—Está cazando —respondió Alice con una mirada llena de desprecio —. En Escocia.

«Cazando», repetí para mis adentros. Tragué saliva con fuerza.

—Ah. ¿Cuándo regresará?

—Realmente, no lo sé, doctora Bishop. —Alice cruzó los brazos y estiró su diminuto pie.

—Esperaba que me llevara a la clase de yoga del Viejo Pabellón esta noche —dije débilmente, tratando de ofrecer una excusa razonable por haberme detenido.

Alice se dio la vuelta y cogió una pelota de lana negra. Me la arrojó y la agarré al vuelo junto a mi cadera.

—Se dejó esto en su coche el viernes.

—Gracias. —Mi jersey olía a claveles y canela.

—Debería ser más cuidadosa con sus cosas —farfulló Alice—. Es usted una bruja, doctora Bishop. Cuide de sí misma y deje de meter a Edward en complicaciones.

Me di la vuelta sin hacer ningún comentario y me dirigí a donde estaba Sean para recoger mis manuscritos.

— ¿Va todo bien? —preguntó mirando a Alice con el ceño fruncido.

—Perfectamente. —Le di mi número de asiento acostumbrado cuando vi que todavía parecía preocupado, le sonreí con afecto.

« ¿Cómo se atreve Alice a hablarme de ese modo?», me dije furiosa mientras tomaba asiento en mi lugar de trabajo.

Me picaban los dedos como si cientos de insectos se estuvieran moviendo debajo de mi piel. Pequeñas chispas de color azul verdoso saltaban por las yemas, dejando vestigios de energía al salir de los bordes de mi cuerpo. Entrelacé mis manos y me senté rápidamente sobre ellas.

Algo no iba bien. Al igual que todos los miembros de la universidad, había hecho un juramento de no llevar fuego ni nada inflamable a la Biblioteca Bodleiana. La última vez que mis dedos se habían comportado de ese modo yo tenía trece años y hubo que llamar al Departamento de Bomberos para extinguir el incendio en la cocina.

Cuando la sensación de fuego desapareció, miré cuidadosamente a mí alrededor y suspiré con alivio. Estaba sola en el ala Selden. Nadie había presenciado mi despliegue de fuegos artificiales. Saqué las manos de debajo de mis muslos y las observé en busca de alguna otra señal de actividad sobrenatural. El color azul se iba convirtiendo en un gris plateado a medida que el poder se retiraba de las puntas de mis dedos.

Abrí la primera caja después de asegurarme de que no le iba a prender fuego y fingí que nada anormal había ocurrido. Sin embargo, vacilé al tocar mi ordenador por temor a que mis dedos fundieran las teclas de plástico.

Como era de esperar, me resultó difícil concentrarme, y a la hora de comer todavíaestaba con el mismo manuscrito. Quizás un poco de té podría calmarme.

Al empezar las clases, lo normal sería encontrar algunos lectores humanos en el ala medieval de la sala Duke Humphrey.

Pero ese día había sólo uno: una mujer de cierta edad que examinaba con una lupa un manuscrito miniado. Estaba sentada entre un daimón desconocido y uno de los vampiros de sexo femenino de la semana anterior. Jessica también estaba allí, mirándome con desprecio junto a otras cuatro brujas como si yo hubiera defraudado a toda nuestra especie.

Al pasar, me detuve frente al escritorio de Alice.

—Supongo que tiene usted instrucciones de seguirme cuando salgo a comer. ¿Quiere venir?

Dejó su lápiz con exagerado cuidado.

—Después de usted.

Alice se colocó delante de mí cuando llegué a la escalera trasera. Señaló hacia los peldaños al otro lado.

—Baje por ahí.

— ¿Por qué? ¿Cuál es la diferencia?

—Haga lo que quiera. —Se encogió de hombros.

Un tramo más abajo, miré por la ventanita de la puerta que daba a la sala de lectura del piso superior, y me quedé boquiabierta.

La sala estaba repleta de criaturas. Estaban separadas. En una mesa larga sólo había daimones y se caracterizaba porque no había ningún libro —abierto o cerrado— delante de ellos. Los vampiros estaban sentados en otra mesa, con sus cuerpos perfectamente inmóviles y los ojos sin parpadear. Las brujas parecían estar estudiando, pero sus ceños fruncidos eran señal de irritación y no de concentración, ya que los daimones y los vampiros se habían adueñado de las mesas más cercanas a la escalera.

—No me sorprende que se dé por supuesto que no debemos mezclarnos. Ningún humano podría ignorar esto —observó

Alice.

— ¿Qué he hecho ahora? —pregunté en un susurro.

—Nada. Edward no está aquí —dijo con total naturalidad.

— ¿Por qué le tienen tanto miedo a Edward?

—Tendrá que preguntarle a él. Los vampiros no andan con historias. Pero no se preocupe —continuó, mostrando sus afilados y blancos dientes—, éstos funcionan perfectamente, de modo que no tiene nada que temer.

Metí las manos en los bolsillos, y bajé las escaleras haciendo ruido para abrirme paso entre los turistas en el patio interior. En Blackwell's, devore un sándwich y una botella de agua. Alice me miró a los ojos cuando pasé junto a ella de camino a la salida. Dejó de leer una novela de misterio y me siguió.

—Bella —dijo en voz baja cuando atravesamos los portones de la biblioteca—, ¿qué es lo que te propones?

—No es asunto tuyo —repliqué.

Alice suspiró.

De regreso a la sala Duke Humphrey, vi al mago vestido de tweed marrón. Alice miró atentamente desde el pasillo central, inmóvil como una estatua.

— ¿Está usted al cargo?

Inclinó su cabeza a un lado a manera de asentimiento.

—Soy Bella Bishop —me presenté estirando la mano.

—James Knox. Y sé muy bien quién es usted. Usted es la hija de Reneé y Charlie. —Tocó ligeramente las puntas de mis dedos con los suyos. Había un grimorio del siglo XIX abierto delante de él y un montón de libros de referencia a un lado.

El nombre me resultaba familiar, aunque no era capaz de recordarlo, y escuchar los nombres de mis padres saliendo de laboca de aquel mago me resultó inquietante. Tragué saliva con fuerza.

—Por favor, haga que sus... amigos se retiren de la biblioteca. Los nuevos estudiantes llegan hoy y no querríamos asustarlos.

—Si pudiéramos tener una charla tranquila, doctora Bishop, estoy seguro de que podríamos llegar a algún arreglo. —Deslizó sus gafas hacia arriba. Cuanto más me acercaba a  James Knox, más peligro sentía. La piel bajo mis uñas me empezó a picar de forma siniestra.

—No tiene nada que temer de mí —dijo lastimeramente—. Ese vampiro, en cambio...

—Usted cree que yo encontré algo que pertenece a las brujas —le interrumpí—. Ya no lo tengo. Si usted quiere el Ashmole 782, hay formularios de solicitud de préstamo sobre la mesa delante de usted.

—Usted no comprende la complejidad de la situación.

—No, y no quiero comprenderla. Por favor, déjeme tranquila.

—Físicamente se parece usted mucho a su madre. —James Knox recorrió mi rostro con sus ojos —. Pero posee también algo de la terquedad de Charlie, por lo que veo.

Sentí la habitual mezcla de envidia e irritación que acompañaba a las referencias a mis padres o a mi historia familiar hechas por alguien del mundo de la magia, como si ellos tuvieran el mismo derecho que yo.

—Trataré de hacerlo —continuó—, pero no tengo control sobre esos animales. —Hizo una señal con la mano hacia el otro lado del pasillo, donde una de las hermanas Scary nos miraba con interés a Knox y a mí. Vacilé, y luego me dirigí hacia su sitio.

—Estoy segura de que ha escuchado nuestra conversación, y debe saber que ya estoy bajo la protección directa de dos vampiros —dije—. Puede quedarse si no confía ni en Edward ni en Alice. Pero haga que los demás salgan de la sala de lectura de arriba.

—Rara vez los vampiros consideran que las brujas son dignas de atención, pero hoy tú resultas sorprendente, Bella Bishop.

Espera a que le cuente a mi hermana Clarissa lo que se ha perdido. —Las palabras de este vampiro de sexo femenino fueron pronunciadas de una manera lenta, elegante y pausada que revelaba una educación impecable. Sonrió y sus dientes brillaron en la débil luz del ala medieval—. Desafiar a Knox... ¿una criatura como tú? ¡Cuánto tengo que contar!

Aparté mis ojos de sus perfectas facciones y me fui en busca de algún daimón de rostro conocido.

Un daimón amante del cafelatte se movía de un lado a otro alrededor de los ordenadores, con los auriculares puestos y tarareando en voz baja una música no escuchada mientras el extremo del cordón se balanceaba libremente por encima de sus muslos. Tan pronto como se quitó los auriculares de plástico blancos de las orejas, traté de hacerle ver la gravedad de la situación.

—Escucha, eres bienvenido a navegar por la red aquí. Pero tenemos un problema abajo. No es necesario que dos docenas de daimones estén vigilándome.

El daimón dejó escapar un indulgente sonido de su boca.

—Pronto sabrás de qué se trata.

— ¿No podríais vigilarme desde más lejos? ¿El Sheldonian? ¿El Caballo Blanco? —Yo trataba de mostrarme indulgente—.

Como sigáis así, los lectores humanos empezarán a hacer preguntas.

—No somos como tú —dijo en tono soñador.

— ¿Eso quiere decir que no puedes ayudarme o que no quieres? —Traté de no parecer impaciente.

—Es lo mismo. Nosotros también tenemos que saberlo.

Eso era imposible.

—Si puedes hacer cualquier cosa para que todos los que me presionan desde los asientos se vayan, te quedaré enormemente agradecida.

Alice todavía seguía observándome. La ignoré y regresé a mi mesa.

Al final de un día totalmente improductivo, me apreté el puente de la nariz con los dedos, musité un par de imprecaciones en voz baja y recogí mis cosas.

A la mañana siguiente, la Bodleiana estaba mucho menos llena de gente. Alice estaba escribiendo furiosamente y ni siquiera levantó la vista cuando pasé. Todavía no había señal alguna de Cullen. De todos modos, las criaturas estaban observando las reglas que él claramente, aunque en silencio, había establecido, y permanecieron fuera del ala Selden. Jessica estaba en el ala medieval, concentrada sobre sus papiros, al igual que las hermanas Scary y algunos daimones. Excepto Jessica, que estaba trabajando de verdad, el resto se limitaba a hacer los movimientos necesarios para simular una perfecta respetabilidad. Y cuando asomé la cabeza por la puerta de la sala de lectura de arriba, después de una taza de té caliente a media mañana, solamente algunas criaturas levantaron la vista. El daimón musical y amante del café estaba entre ellos. Dio unos golpecitos con los dedos y me hizo un guiño de complicidad.

Logre avanzar razonablemente en el trabajo, aunque no lo suficiente como para compensar el día anterior. Empecé leyendo poemas alquímicos —los textos más difíciles— atribuidos a María, la hermana de Moisés. «Tres cosas si uno tres horas asiste —decía una parte del poema— se encadenan al final». El significado de los versos seguía siendo un misterio, aunque el tema más probable era la combinación química de plata, oro y mercurio. « ¿Podría Chris hacer un experimento a partir de este poema?», me pregunté, anotando los posibles procesos químicos implicados.

Cuando me concentré en otro poema anónimo, titulado Poema sobre el triple fuego sófico, las semejanzas entre su imaginería y una miniatura que había visto el día anterior de una montaña alquímica, llena de minas y mineros cavando en el suelo en busca de metales nobles y piedras preciosas, eran inconfundibles.

Dentro de esta mina dos piedras antiguas fueron encontradas, por lo que los antiguos la llamaron tierra sagrada; pues conocían su valor, poder y alcance, y cómo mezclar la naturaleza con la naturaleza, pues estas cosas, si se mezclan con oro natural o plata, su escondido tesoro revelan.

Contuve un gruñido. Mi investigación se haría cada vez más complicada si iba a tener que relacionar no sólo arte y ciencia, sino también arte y poesía.

—Debe de ser difícil concentrarte en tu investigación con los vampiros vigilándote.

Jessica Chamberlain estaba erguida junto a mí, con sus ojos color avellana chisporroteando con malevolencia contenida.

— ¿Qué quieres, Jessica?

—Sólo trato de ser amable, Bella. Somos hermanas, ¿recuerdas? —El pelo negro brillante de Jessica se balanceó sobre sus hombros. Su suavidad indicaba que no estaba envuelto por oleadas de electricidad estática. Seguramente su poder era aliviado con regularidad. Me estremecí.

—No tengo hermanas, Jessica. Soy hija única.

—Eso es bueno también. Tu familia ha causado más problemas de los necesarios. Mira lo que ocurrió en Salem. Todo fue culpa de Bridget Bishop. —El tono de voz de Jessica era maligno.

«Ya empezamos otra vez», pensé mientras cerraba el volumen que tenía delante de mí. Como de costumbre, las Bishop seguían siendo un irresistible tema de conversación.

— ¿De qué estás hablando, Jessica? —Mi voz sonó hiriente—. Bridget Bishop fue encontrada culpable de brujería y ejecutada. No fue ella quien provocó la caza de brujas..., fue una víctima de esa caza, como los demás. Lo sabes perfectamente, al igual que lo saben todas las brujas en esta biblioteca.

—Bridget Bishop atrajo la atención humana, primero con esos muñecos para hacer brujerías que fabricaba, y luego con susropas provocativas y su inmoralidad. La histeria humana se habría pasado si no hubiera sido por ella.

—Fue encontrada inocente de practicar la brujería —repliqué, enfadada.

—En 1680..., pero nadie lo creyó. Y menos después de haber encontrado los muñecos en la pared de su celda atravesados con alfileres y con las cabezas arrancadas. Después, Bridget no hizo nada para proteger a sus compañeras brujas de toda sospecha.

Era demasiado independiente. —Jessica bajó la voz—. Ese fue también el principal defecto de tu madre.

—Basta, Jessica. —El aire alrededor de nosotras se había vuelto anormalmente frío y transparente.

—Tanto tu madre como tu padre eran muy distantes, igual que tú, y creían que no necesitaban el apoyo del aquelarre de Cambridge después de casarse. Así les fue, ¿no?

Cerré los ojos, pero me fue imposible borrar la imagen que había pasado la mayor parte de mi vida tratando de olvidar: la de mi madre y mi padre sin vida en medio de un círculo marcado con tiza en algún lugar de Nigeria, con sus cuerpos destrozados y ensangrentados. Mi tía no quiso contarme los detalles de su muerte en aquel momento, de modo que fui a la biblioteca pública para buscarlos. Así fue como vi por primera vez la fotografía y el titular sensacionalista que la acompañaba.

Tras esa visión, mis pesadillas tardaron años en desaparecer.

—No había nada que el aquelarre de Cambridge pudiera hacer para impedir el asesinato de mis padres. Fueron asesinados en otro continente por humanos asustados. —Me aferré a los brazos de mi silla y esperaba que ella no viera que mis nudillos se ponían blancos.

Jessica dejó escapar una risa desagradable.

—No eran humanos, Bella. Si lo hubieran sido, quienes los mataron habrían sido atrapados y juzgados. —Se agachó, acercando su rostro al mío—. Reneé Bishop y Charlie Swan Proctor tenían secretos que no mostraban a los otros brujos y brujas. Teníamos que descubrirlos. Sus muertes fueron lamentables, pero necesarias. Tu padre tenía más poder del que jamás imaginamos.

—Deja de hablar de mi familia y de mis padres como si te pertenecieran — le advertí—. Fueron humanos quienes los mataron. —Sentía un zumbido en mis oídos y la frialdad que nos envolvía se iba intensificando.

— ¿Estás segura? —susurró Jessica, haciendo que mis huesos se estremecieran de frío

—Como bruja que eres, tú sabes si te miento o no.

Contuve mis gestos, decidida a no mostrar mi confusión. Lo que Jessica había dicho de mis padres no podía ser verdad; sin embargo, no había ninguna de las alarmas sutiles típicas de las relaciones entre brujas que acompañan a las falsedades: la chispa de la cólera, un abrumador sentimiento de desprecio.

—Piensa en lo que les pasó a Bridget Bishop y a tus padres la próxima vez que rechaces una invitación a una reunión del aquelarre. —murmuró Jessica, con sus labios tan cerca de mi oreja que sentí su respiración sobre mi piel—. Una bruja no debe mantener secretos con otras brujas. Algo malo sucede cuando eso ocurre.

Jessica se enderezó y me miró fijamente durante unos segundos. El hormigueo que me produjo su mirada se hizo cada vez más molesto durante todo el tiempo que duró. Con la vista puesta en el manuscrito cerrado que tenía delante de mí, me negué a mirarla a los ojos.

En cuanto abandonó la estancia, la temperatura del aire volvió a la normalidad. Cuando mi corazón dejó de latir con fuerza y el zumbido en mis oídos amainó, reuní mis pertenencias con manos temblorosas, deseando con todas mis fuerzas estar ya en mis habitaciones. La adrenalina corría por todo mi cuerpo, y no estaba segura de hasta cuándo iba a poder frenar mi pánico.

Me las arreglé para salir de la biblioteca sin problemas, evitando la mirada severa de Alice. Si le hacía caso a Jessica, debía protegerme de los celos de mis compañeras las brujas, no del miedo humano. Y la mención a los poderes ocultos de mi padre hizo que algo que recordaba a medias revoloteara en los confines de mi mente, pero se me escapó cuando traté de fijarlo en un sitio el tiempo suficiente como para verlo con claridad.

En la residencia, Fred me llamó desde el puesto de guardia con un montón de correspondencia en la mano. Arriba del todohabía un sobre color crema, cargado con una muy perceptible sensación.

Era una nota del director en la que me invitaba a tomar una copa antes de la cena.

En mis habitaciones pensé llamar a su secretaria e inventar una indisposición como pretexto para rechazar la invitación. Mi cabeza daba vueltas y había pocas posibilidades de que pudiera tomar ni siquiera una gota de jerez en aquel estado.

Pero la universidad se había portado espléndidamente cuando solicité una plaza en la residencia. Lo menos que podía hacer era expresar mi agradecimiento de manera personal. Mi sentido de la obligación profesional empezó a ocupar el lugar de ansiedad provocada por Jessica. Aferrada a mi identidad de académica como a un bote salvavidas, decidí demostrar mi gratitud al director.

Después de cambiarme, me dirigí a las habitaciones privadas del director y toqué el timbre. Un miembro del personal de la universidad abrió la puerta y me hizo entrar para conducirme al salón.

—Hola, doctora Bishop. —Los ojos azules con arrugas en los extremos de Nicholas Marsh, su pelo blanco como la nieve y las mejillas rojas y redondas lo hacían parecerse a Santa Claus. Tranquilizada por su calidez y fortalecida con un sentido del deber profesional, sonreí.

—Profesor Marsh —cogí la mano que me tendía—, gracias por invitarme.

—Me temo que debía haberlo hecho hace tiempo. Como usted sabe, estaba en Italia.

—Sí, el tesorero me lo dijo.

—Entonces me ha perdonado por no haberla atendido durante tanto tiempo —dijo—. Espero poder compensarla presentándole a un viejo amigo mío que está en Oxford durante unos días. Es un escritor muy conocido y sus libros tratan sobre temas que pueden interesarle.

Marsh se hizo a un lado y pude ver una sólida cabeza con pelo castaño salpicado de gris y la manga de una chaqueta de tweed marrón. Me quedé paralizada y confundida.

—Venga. Le presento a James Knox —dijo el director, tomándome gentilmente por el codo—. Él conoce bien su trabajo.

Allí estaba el mago. Por fin reconocí aquello que se me estaba escapando. El nombre de Knox estaba en los artículos periodísticos sobre los homicidios de vampiros. Era el experto a quien la policía había llamado para examinar las muertes que tenían un toque de ocultismo. Los dedos empezaron a picarme.

—Doctora Bishop —saludó Knox, tendiendo la mano—. La he visto en la Bodleiana.

—Sí, eso parece. —Tendí mi mano y me sentí aliviada al ver que no salían chispas de ella. Nos dimos las manos tan brevemente como fue posible.

Las puntas de sus dedos de la mano derecha emitieron un ligero destello, un diminuto movimiento de piel y huesos que ningún humano habría notado. Me recordó a mi infancia, cuando las manos de mi madre hacían lo mismo cuando amasaba bollos o doblaba la ropa limpia. Cerré los ojos y me preparé para alguna efusión de magia.

El teléfono sonó.

—Me temo que debo atender esa llamada —se disculpó Marsh—. Por favor, tomen asiento.

Me senté lo más lejos que pude de Knox, en una silla de madera de respaldo recto generalmente reservada para los jóvenes estudiantes del college que habían cometido alguna falta.

Knox y yo permanecimos en silencio mientras Marsh murmuraba y dejaba escapar chasquidos de desaprobación al teléfono.

Apretó un botón en la consola y se acercó, con un vaso de jerez en la mano.

—Es el vicerrector. Dos novatos han desaparecido —explicó, usando la palabra de la jerga universitaria para los estudiantes recién llegados—. Ustedes dos conversen mientras me ocupo de esto en mi estudio. Por favor, discúlpenme.

Se oyó cómo se abrían y cerraban unas puertas, y voces amortiguadas conferenciaron en el pasillo antes de que se produjera el silencio.

— ¿Estudiantes perdidos? —exclamé inexpresiva. Seguramente Knox había tramado con su magia tanto la crisis como lallamada telefónica que había hecho que Marsh debiera ausentarse.

—No comprendo, doctora Bishop —murmuró Knox—. Parece lamentable que la universidad pierda a dos muchachos. Por otra parte, esto nos da la oportunidad de hablar en privado.

— ¿Y de qué tenemos que hablar? —Olí mi jerez y recé por el regreso del director.

—De muchas cosas.

Miré hacia la puerta.

—Nicholas estará muy ocupado hasta que terminemos.

—Terminemos pronto con esto entonces, así el director podrá volver a disfrutar su jerez.

—Como usted quiera —aceptó Knox—. Dígame por qué ha venido a Oxford, doctora Bishop.

—Por la alquimia. —Estaba dispuesta a responder a las preguntas de aquel hombre, aunque no fuera más que para hacer que Marsh regresara a la habitación, pero no iba a decirle más de lo necesario.

—Usted tenía que haber sabido que el Ashmole 782 estaba hechizado. Nadie, aunque no tuviera ni una gota de sangre Bishop en sus venas, podría no haberse dado cuenta. ¿Por qué lo devolvió usted? —La mirada en los ojos castaños de Knox era penetrante. Quería el manuscrito tanto como Edward Cullen, e incluso más.

—Había terminado de trabajar con él. —Me resultaba difícil mantener mi voz en calma.

— ¿No hubo nada en el manuscrito que despertara su interés?

—Nada.

James Knox torció la boca en una fea expresión. Él sabía que yo estaba mintiendo.

— ¿Ha compartido usted sus observaciones con el vampiro?

—Supongo que se refiere usted al profesor Cullen. —Cuando las criaturas se negaban a usar nombres propios, era una manera de negar que aquellos que no eran como uno fueran sus iguales.

Knox abrió los dedos otra vez. Cuando pensaba que iba a apuntarme con ellos, él, en cambio, los apretó alrededor de los brazos de su silla.

—Todos respetamos a su familia y lo que ustedes han soportado. Sin embargo, se ha cuestionado su relación poco ortodoxa con esa criatura. Usted está traicionando su linaje ancestral con este comportamiento autocomplaciente. Eso debe terminar.

—El profesor Clullen es un colega profesional —señalé, llevando la conversación lejos de mi familia—, y no sé nada acerca del manuscrito. Sólo estuvo en mis manos durante unos minutos. Sí, yo sabía que estaba hechizado. Pero eso era irrelevante por lo que a mí se refería, ya que lo había pedido para estudiar su contenido.

—El vampiro está intentando poseer ese libro desde hace más de un siglo —dijo James Knox con voz cruel—. No se puede permitir que lo consiga.

— ¿Por qué? —Aunque ocultaba mi enojo, mi voz se quebró—. ¿Porque pertenece a las brujas? Los vampiros y los daimones no pueden hechizar objetos. Una bruja lanzó un hechizo a ese libro, y ahora está otra vez dominado por el mismo hechizo.

¿Qué es lo que le preocupa?

—Posiblemente más de lo que usted podría comprender, doctora  Swan Bishop.

—Estoy segura de que puedo estar a la altura, señor Knox —le respondí. Knox tensó la boca con un gesto de desagrado cuando enfaticé su posición fuera del mundo académico. Cada vez que el mago usaba mi título, su formalidad me sonaba a burla, como si estuviera tratando de indicar que era él, y no yo, el verdadero experto. Yo podía no utilizar mi poder, pero ser tratada con esa condescendencia por aquel mago me resultaba intolerable.

—Me preocupa que usted (una Bishop) esté en contacto con un vampiro. —Levantó las manos, mientras a mis labios asomaba una protesta—. No nos insultemos mutuamente con más mentiras. En lugar de la repugnancia natural que debe sentir por ese animal, usted siente gratitud.

Permanecí en silencio, furiosa.

—Y estoy preocupado porque estamos peligrosamente cerca de atraer la atención de los humanos —continuó.

—He intentado que las criaturas se fueran de la biblioteca.

— ¡Ah, pero no se trata sólo la biblioteca! Un vampiro está dejando cadáveres secos, sin sangre, en Westminster. Los daimones están increíblemente nerviosos, más vulnerables que nunca a su propia demencia y a las oscilaciones de energía en el mundo. No podemos permitirnos atraer la atención sobre nosotros.

—Usted les dijo a los periodistas que no había nada sobrenatural en esas muertes.

Knox no podía creer lo que estaba escuchando.

—No esperará usted que yo les cuente todo a los humanos, ¿verdad?

—Uno espera eso, en realidad; sobre todo si le están pagando.

—Usted no sólo es autocomplaciente, además es estúpida. Eso me sorprende, doctora Bishop. Su padre era famoso por su sentido común.

—He tenido un día muy largo. ¿Eso es todo? —Me puse de pie bruscamente y me dirigí hacia la puerta. Incluso en circunstancias normales, me resultaba difícil escuchar a cualquiera, excepto a Sarah y Em, hablar de mis padres. En ese momento, después de las revelaciones de Jessica, había algo casi obsceno en ello.

—No, no es todo —replicó James Knox en un tono desagradable—. Lo que más me intriga en este momento es la cuestión de cómo una bruja ignorante y sin entrenamiento de ninguna clase se las arregló para romper un hechizo que ha desafiado los esfuerzos de aquellos mucho más hábiles de lo que usted llegará a ser nunca.

—Así que por eso todos ustedes me están vigilando. —Me senté, con la espalda apretada contra las tablillas de la silla.

—No se muestre tan satisfecha consigo misma —dijo secamente—. Su éxito podría obedecer a una mera coincidencia..., una reacción de aniversario relacionada con el momento en que fue lanzado el primer hechizo. El paso del tiempo puede interferir con la brujería, y los aniversarios son momentos particularmente volátiles. Usted no ha tratado de recordarlo todavía, pero cuando lo haga podría ocurrir que no venga tan fácilmente como la primera vez.

— ¿Y qué aniversario estaríamos celebrando?

—El sesquicentenario.

Me había preguntado en primer lugar por qué razón una bruja le haría un hechizo al manuscrito. Pero seguramente alguien tenía que haber estado buscándolo desde hacía tantos años también. Palidecí. Volvíamos de nuevo a Edward Cullen y su interés por el Ashmole 782.

—Ha logrado ponerse a la altura de las circunstancias, ¿no? La próxima vez que usted vea a su vampiro, pregúntele qué estaba haciendo en el otoño de 1859. Dudo que le diga la verdad, pero podría revelarle lo suficiente como para que usted lo descubra por su cuenta.

—Estoy cansada. ¿Por qué no me dice, de brujo a bruja, cuál es su interés en el Ashmole 782? —Ya me había enterado de por qué los daimones querían el manuscrito. Incluso Edward me había dado alguna explicación. La fascinación de Knox por él era una pieza que faltaba en el rompecabezas.

—Ese manuscrito nos pertenece —dijo Knox con ferocidad—. Somos las únicas criaturas que pueden comprender sus secretos y las únicas en las que se puede confiar para que no los divulguen.

— ¿Qué hay en el manuscrito? —insistí. Mi irritación por fin salía la luz.

—Los primeros hechizos jamás formulados. Descripciones de los encantamientos que mantienen entero al mundo. —El rostro de Knox se volvió soñador—. El secreto de la inmortalidad. Cómo las brujas hicieron al primer daimón. Cómo los vampiros pueden ser destruidos de una vez por todas. —Sus ojos se clavaron en los míos—. Es la fuente de todo nuestro poder, pasado y presente. No se puede permitir que caiga en manos de los daimones, ni de los vampiros... ni de los humanos.

Los acontecimientos de esa tarde me estaban afectando, y tuve que apretar las rodillas para evitar que temblaran.

—Nadie podría poner toda esa información en un solo libro.

—La primera bruja lo hizo —replicó Knox—, Y sus hijos e hijas también, a lo largo de los años. Es nuestra historia, Bella.

Seguramente usted quiere protegerla de ojos entrometidos.

El director entró en la habitación como si hubiera estado esperando junto a la puerta. La tensión era sofocante, pero él parecía alegremente ajeno a ella.

—Cuánto alboroto por nada. —Marsh sacudió su cabeza blanca—. Los novatos cogieron sin permiso una barca. Los han encontrado atascados debajo de un puente y un poco alterados por el vino, totalmente encantados con su situación. Podría salir un idilio de todo ello.

—Cuánto me alegro —murmuré. Sonaron las campanadas de un reloj, y me puse de pie

—. ¿Ésa es la hora? Tengo un compromiso para cenar.

— ¿No va a acompañarnos para la cena? —Preguntó el director con el ceño fruncido—. Peter estaba ansioso por hablar con usted sobre alquimia.

—Nuestros caminos se cruzarán otra vez. Pronto —dijo Knox con suavidad—. Mi visita ha sido toda una sorpresa y, por supuesto, la dama tiene cosas mejores que hacer que cenar con dos hombres de nuestra edad.

«Tenga cuidado con Edward Cullen —resonó la voz de James Knox en mi cabeza—. Es un asesino ». Marsh sonrió.

—Sí, por supuesto. Espero verla otra vez... cuando los nuevos estudiantes se hayan instalado.

«Pregúntele por 1859. Verá si está dispuesto a compartir sus secretos con una bruja ».

«Difícilmente será un secreto si usted lo sabe ». La sorpresa se manifestó en el rostro de Knox cuando respondí a su advertencia mental de la misma manera. Era la sexta vez que usaba la magia ese año, pero éstas eran, seguramente, circunstancias atenuantes.

—Será un placer, señor director. Y gracias otra vez por permitirme usar la residencia este año. —Incliné la cabeza hacia el mago—. Señor Knox.

Cuando salí de las habitaciones privadas del director, me dirigí hacia mi viejo refugio en los claustros caminando entre los pilares hasta que mi pulso dejó de ir a cien por hora. Mi mente estaba ocupada sólo con una pregunta: qué hacer después de que dos brujos, mi propia gente, me hubieran amenazado en el espacio de una sola tarde. Con claridad meridiana supe la respuesta.

Ya en mis habitaciones, rebusqué en mi bolso hasta que mis dedos encontraron la arrugada tarjeta de visita de Cullen y luego marqué el primer número.

No respondió.

Cuando una voz automática me indicó que dejara el mensaje después de la señal, hablé:

—Edward, soy Bella. Lamento molestarte cuando estás fuera de la ciudad. —Respiré hondo, tratando de disipar un poco la culpa relacionada con mi decisión de no contarle nada a Cullen sobre Jessica y mis padres, sino sólo sobre Knox—.

Tenemos que hablar. Ha ocurrido algo. Es ese mago de la biblioteca. Su nombre es James Knox. Si recibes este mensaje, por favor, llámame.

Les había asegurado a Sarah y Em que ningún vampiro iba a interferir en mi vida. Jessica Chamberlain y James Knox me habían hecho cambiar de idea. Con manos temblorosas bajé las persianas y cerré con llave la puerta, deseando no haberme enterado nunca de la existencia del Ashmole 782.

 

 

 

HOLA chicas, como estan.

Parece ser que este fic no gusta mucho. ¿Quieren que lo continue o lo dejo aparcado?

Espero sus comentarios y si alguna le gusta un votito me animaria mucho. Besos a todas las lectoras silenciosas y a las poquitas que comentan. Besos.

Capítulo 9: CAPÍTULO 9 Capítulo 11: CAPÍTULO 11

 


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