EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
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Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 24: CAPÍTULO 24

 

CAPÍTULO 24

 

Desde lejos contemplé una nube negra que cubría la tierra. Absorbió la tierra y cubrió mi alma mientras los mares entraban en ella, pudriéndose y corrompiéndose ante la perspectiva del infierno y de la sombra de la muerte. Una tempestad me había sobrecogido» — leí en voz alta en el ejemplar del Aurora Consurgens de Edward.

Me giré hacia mi portátil y escribí algunas notas acerca de la imaginería que mi autor anónimo había usado para describir el nigredo, uno de los peligrosos pasos en la transformación alquímica. Durante esta parte del proceso, la combinación de sustancias como el mercurio y el plomo producía emanaciones que ponían en peligro la salud del alquimista.

Apropiadamente, una de las caras como de gárgolas de Bourgot Le Noir se apretaba la nariz para cerrarla, evitando así la nube mencionada en el texto.

—Ponte la ropa de montar.

Levanté la cabeza de las páginas del manuscrito.

—Edward me hizo prometer que te sacaría al aire libre. Dijo que eso impediría que cayeras enferma —explicó Esme.

—No tienes por qué hacerlo, Esme. Cayo y el manantial de brujos han agotado mi reserva de adrenalina, si ésa es tu preocupación.

—Edward debe de haberte dicho lo seductor que es el olor del pánico para un vampiro.

—Me lo dijo Jasper — la corregí—. En realidad, me dijo que sabor tenía. ¿Cómo es su olor?

Esme se encogió de hombros.

—Como su sabor. Tal vez un poco más exótico..., con un toque de almizcle, quizás. Nunca me atrajo demasiado. Prefiero la presa a la búsqueda. Pero cada uno tiene sus gustos.

—Estos días no estoy padeciendo tantos ataques de pánico. No hay necesidad de que me lleves a cabalgar. —Volví a mi trabajo.

— ¿Por qué crees que han desaparecido? —preguntó Esme.

—Sinceramente, no lo sé —respondí con un suspiro, levantando la mirada hacia la madre de Edward.

— ¿Te pasa desde hace mucho tiempo?

—Desde que tenía siete años.

— ¿Qué ocurrió entonces?

—Mis padres fueron asesinados en Nigeria —respondí brevemente.

—Esa fue la fotografía que recibiste, la que hizo que Edward te trajera a Sept Tours.

Cuando asentí con la cabeza como respuesta, Esme tensó los labios hasta convertirlos en una apretada línea.

—Cerdos.

Se les podría llamar de peores formas, pero «cerdos» era bastante adecuado. Y si englobaba al que me había enviado la fotografía y a Cayo Vulturi, entonces la denominación era correcta.

—Con pánico o no —continuó Esme enérgicamente —, vamos a hacer un poco ejercicio como me pidió Edward.

Apagué el ordenador y fui arriba a cambiarme. Mi ropa de equitación estaba cuidadosamente doblada en el baño, por gentileza de Marthe, aunque mis botas estaban en los establos, junto con mi casco y mi chaleco. Me puse los pantalones de

 montar, añadí un jersey de cuello alto y me puse los mocasines sobre un par de cálidos calcetines; luego bajé a buscar a lamadre de Edward.

— ¡Estoy aquí! —gritó. Seguí aquel sonido hasta una habitación pequeña pintada de cálido color terracota. Estaba decorada con antiguos grabados, cuernos de animales y un aparador de tamaño suficiente como para guardar todos los platos, vasos, tazas y cubiertos de una posada entera. Esme me miró por encima de las páginas de Le Monde, recorriéndome con su mirada centímetro a centímetro —. Marthe me ha contado que pudiste dormir.

—Sí, gracias. —Descargué mi peso de una pierna a otra, como si estuviera esperando ver a la directora de la escuela para explicar mi mal comportamiento.

Marthe me evitó aquella molesta situación al llegar con una tetera llena. Ella también me observó de pies a cabeza.

—Tienes mejor aspecto hoy —anunció finalmente, alcanzándome una taza. Permaneció allí con el ceño fruncido hasta que la madre de Edward dejó el periódico, y entonces se retiró.

Cuando terminé con mi té, fuimos a las cuadras. Esme tuvo que ayudarme con las botas, ya que todavía eran demasiado rígidas para ponérmelas y sacármelas con facilidad, y me observó con atención mientras me colocaba aquel chaleco que parecía un caparazón y el casco. Era evidente que el equipo de seguridad formaba parte de las instrucciones de Edward.

Esme, por supuesto, no llevaba más protección que una chaqueta acolchada marrón. La relativa indestructibilidad de la carne del vampiro era una ventaja cuando se cabalgaba.

En el picadero, Fiddat y Rakasa permanecían juntos, como si uno fuera el reflejo del otro en un espejo, incluidas las monturas como sillones que llevaban en el lomo.

—Esme —protesté—, Georges ha puesto la montura equivocada sobre Rakasa. Yo no monto a mujeriegas.

— ¿Tienes miedo de intentarlo? —La madre de Edward me miró evaluándome.

— ¡No! —Repliqué, conteniendo mi mal humor—. Simplemente prefiero montar a horcajadas.

— ¿Cómo lo sabes? —Sus ojos de esmeralda parpadearon con un toque de malicia.

Permanecimos inmóviles durante algunos momentos, observándonos la una a la otra. Rakasa dio un golpe con una pezuña y miró por encima del hombro.

« ¿Vas a montar o a hablar?», parecía estar preguntando el animal.

«Compórtate», respondí bruscamente; me acerqué y puse el espolón de ella contra mi rodilla.

—Georges se ha encargado de eso —informó Esme en un tono de aburrimiento.

—No monto caballos que no he comprobado yo misma. —Revisé los cascos de Rakasa, pasé las manos sobre sus riendas y deslice mis dedos por debajo de la silla de montar.

—Carlisle tampoco lo hacía. —La voz de Esme tenía una nota de respeto a regañadientes. Con impaciencia mal disimulada, me observó hasta que terminé. Cuando estuve lista, llevó a Fiddat hacia unos escalones y esperó que yo la siguiera. Después de ayudarme a subir en el extraño artilugio que era aquella silla de montar, saltó sobre su propio caballo.

La miré y supe que pasaría una mañana especial. A juzgar por su manera de montar, Esme era mejor amazona que Edward jinete, y él era el mejor que yo había conocido.

—Da una vuelta —ordenó Esme—. Tengo que asegurarme de que no te caigas y te mates.

—Ten un poco de confianza, Esme. —«No me dejes caer, y me aseguraré de que recibas una manzana todos los días durante el resto de tu vida», le imploré a Rakasa. Las orejas de mi montura fueron hacia delante y luego hacia atrás, y dejó escapar un relincho suave. Dimos un par de vueltas en el picadero antes de detenerme tranquilamente delante de la madre de Edward —. ¿Satisfecha?

—Eres mejor amazona de lo que esperaba —admitió —. Probablemente hasta podrías saltar, pero le prometí a Edward que no lo íbamos a hacer.

—Veo que se las arregló para sacarte una buena cantidad de promesas antes de partir —farfullé, esperando que no me escuchara.

—En efecto —admitió resueltamente —. Algunas más difíciles de mantener que otras.

Pasamos por el portón abierto del picadero. Georges se tocó la gorra al pasar Esme y cerró el portón cuando salimos, mientras sonreía y sacudía la cabeza.

La madre de Edward me llevó por un terreno relativamente plano mientras me acostumbraba a la extraña silla de montar.

El truco era mantener el cuerpo firme aunque tuviera la sensación de estar descentrada.

—Esto no es tan malo —dije al cabo de unos veinte minutos.

—Es mejor ahora que estas sillas tienen dos pomos —precisó Esme—. Antes, todas las jamugas tenían que ser conducidas por un hombre. —Su desagrado era perceptible —. Hasta que la reina italiana no puso un pomo y un estribo en su silla de montar no pudimos controlar nosotras mismas nuestros caballos. La amante de su marido montaba a horcajadas, de modo que podía acompañarle cuando él hacía ejercicio. A Catalina la dejaban en casa, lo cual es siempre muy desagradable para una esposa. —Me lanzó una mirada fulminante—. La puta de Enrique se llamaba igual que la diosa de la caza.

—No me habría atrevido a contrariar a Catalina de Medici. — Sacudí la cabeza.

—La amante del rey, Diana de Poitiers, era peligrosa —dijo misteriosamente Esme —. Era una bruja.

— ¿Literal o metafóricamente hablando? —pregunté con interés.

—Ambas cosas —respondió la madre de Edward en un tono de extrema acidez. Me reí. Esme se mostró sorprendida, y luego hizo lo mismo.

Cabalgamos un poco más lejos. Esme olfateó el aire y se alzó sobre su silla con el rostro alerta.

— ¿Qué pasa? —pregunté con preocupación mientras mantenía a Rakasa con las riendas tensas.

—Un conejo. —Picó con los talones a Fiddat para que fuera a medio galope. La seguí de cerca, porque no quería comprobar si era tan fácil perderse en el bosque como Edward había sugerido.

Corrimos veloces por entre los árboles hasta salir a campo abierto. Esme frenó a Fiddat y yo me detuve junto a ella.

— ¿Has visto alguna vez a un vampiro cuando mata? —preguntó Esme, observando atentamente mi reacción.

—No —admití con calma.

—Los conejos son pequeños. Así que empezaremos por ahí. Espera aquí. —Saltó de la silla de montar y se dejó caer con ligereza al suelo. Fiddat permaneció obedientemente en su lugar, mirando a su dueña—. Bella — dijo con brusquedad, sin quitar ni por un momento los ojos de su presa—, no te acerques a mí mientras estoy cazando o comiendo. ¿Comprendes?

—Sí. —Mi mente se desbocó considerando las implicaciones. ¿Iba Esme a perseguir a un conejo, lo iba a matar e iba a beber su sangre delante de mí? Permanecer lejos parecía una excelente sugerencia.

La madre de Edward corrió por el campo cubierto de hierba, moviéndose tan rápido que era imposible seguirla con la mirada. Disminuyó la velocidad tal como hace un halcón en el aire antes de lanzarse en picado hacia la presa, luego se agachó y agarró

 

un conejo asustado por las orejas. Esme lo alzó triunfalmente antes de hundir los dientes directamente en su corazón.

Los conejos pueden ser pequeños, pero tienen asombrosamente mucha sangre si uno los muerde mientras todavía están con vida. Era horroroso. Esme chupó la sangre del animal, que dejó de luchar rápidamente, luego se limpió la boca con su pelaje y arrojó el cuerpo muerto del conejo sobre la hierba. Tres segundos después saltaba otra vez a la silla. Sus mejillas estaban ligeramente enrojecidas, y sus ojos centelleaban más de lo habitual. Cuando estuvo sobre el caballo, me miró.

— ¿Y bien? —preguntó —. ¿Buscamos algo que llene un poco más o prefieres regresar a casa?

Esme de Cullen me estaba probando.

—Después de ti —dije con seriedad, tocando el flanco de Rakasa con mi talón.

El resto de nuestra cabalgada fue medida no por el movimiento del sol, que todavía permanecía escondido detrás de las nubes, sino por las progresivas cantidades de sangre que la boca hambrienta de Esme extraía de sus presas. Ella comía con relativa pulcritud. De todas maneras, pasaría algún tiempo antes de alegrarme por la presencia de un gran filete.

Estaba abrumada con la visión de la sangre del conejo, del enorme animal parecido a una ardilla que Esme me dijo queera una marmota, del zorro y de la cabra montés, o por lo menos eso pensé que era. Cuando Esme persiguió a una jovenhembra de ciervo, sin embargo, sentí que algo me picaba dentro.

—Esme —protesté—, es imposible que tengas hambre todavía. Déjala.

— ¿Qué? ¿La diosa de la caza se opone a que persiga a sus venados? —Su voz era burlona, pero sus ojos tenían un brillo de curiosidad.

— Sí —dije de inmediato.

—Pues yo me opongo a que te propongas cazar a mi hijo. Mira todo lo que has provocado. —Esme desmontó de un salto.

Mis dedos se morían por intervenir, pero tenía que mantenerme fuera del camino de Esme mientras acechaba a su presa.

Después de cada muerte, sus ojos revelaban que no estaba totalmente al mando de sus emociones, ni de sus acciones.

La hembra trató de escapar. Casi lo logra metiéndose entre la maleza, pero Esme asustó al animal haciéndolo salir a campo abierto. Después de eso, la fatiga puso a la hembra en desventaja. La persecución tocó algo visceral dentro de mí.

Esme la mató rápidamente y la hembra no sufrió, pero tuve que morderme el labio para no gritar.

—Bien —dijo con satisfacción, volviendo a Fiddat—, podemos regresar a Sept Tours. —Sin decir una palabra giré la cabeza de Rakasa en dirección al château.

Esme cogió las riendas de mi caballo. Había pequeñas gotitas de sangre en su camisa color crema.

— ¿Te sigue pareciendo que los vampiros son hermosos? ¿Todavía piensas que sería fácil vivir con mi hijo, sabiendo que debe matar para sobrevivir?

Me resultaba difícil asociar las palabras “Edward” y «matar» en la misma frase. Algún día, si fuera a besarlo cuando acabara de volver de la caza, todavía podría haber sabor a sangre en sus labios. Y días como el que estaba pasando en ese momento con Esme serían algo habitual.

—Si estás tratando de asustarme para apartarme de tu hijo, Esme, no lo estás consiguiendo —dije resueltamente—. Vas a tener que hacer algo más que esto.

—Marthe dijo que esto no sería suficiente para hacerte reconsiderar la cuestión —confesó.

—Ella tiene razón —solté con brusquedad —. ¿La prueba ha terminado? ¿Podemos volver a casa ahora?

Cabalgamos hacia los árboles en silencio. En cuanto estuvimos dentro de los frondosos y verdes confines del bosque, Esme se volvió hacia mí.

— ¿Comprendes por qué no debes cuestionar a Edward cuando te dice que hagas algo?

Suspiré.

—La clase ha terminado por hoy.

— ¿Crees acaso que nuestros hábitos alimenticios son el único obstáculo que hay entre tú y mi hijo?

—Dime, Esme, ¿por qué debo hacer lo que Edward dice?

—Porque es el vampiro más fuerte del château. Es el cabeza de familia.

La miré asombrada.

— ¿Me estás diciendo que tengo que escucharle porque es el macho alfa?

—Crees que tú lo eres. — Esme se rió entre dientes.

—No —reconocí. Esme no era tampoco el macho alfa. Ella hacía lo que Edward le ordenaba. Al igual que Jasper, Alice y todos los vampiros en la Biblioteca Bodleiana. Incluso Cayo, al final, se había sometido —. ¿Esas son las reglas de la manada de los Cullen?

Esme asintió con la cabeza, mientras sus ojos verdes lanzaban destellos.

—Es por tu seguridad... y la de él, y la de todos los demás... Tú debes obedecer. Esto no es un juego.

—Comprendo, Esme. —Estaba perdiendo mi paciencia.

—No, no lo entiendes —dijo en voz baja—. Ni lo entenderás hasta que te veas forzada a ver, como acabo de mostrarte, loque significa matar. Hasta entonces todo esto serán sólo palabras. Algún día tu obstinación te costará la vida, o la de algunaotra persona. Entonces sabrás por qué te digo esto.

Regresamos al château sin más conversación. Cuando pasamos los dominios de Marthe en la planta baja, ella salió de la cocina con un pollo pequeño en las manos. Palidecí. Marthe vio las pequeñas manchas de sangre en los puños de Esme y ahogó una exclamación.

—Tiene que aprender —susurró Esme.

Marthe dijo algo por lo bajo que sonó horrible en occitano, y luego me invitó con un gesto de su cabeza.

—Vamos, niña, ven conmigo y te enseñaré a hacer el té.

De repente, Esme se mostró furiosa. Marthe me hizo algo de beber y me pasó un plato con algunos quebradizos bizcochos de nueces. Me resultaba imposible comer pollo.

Marthe me mantuvo ocupada durante horas, ordenando hierbas y especias secas en pequeños montoncitos y enseñándome sus nombres. A media tarde podía identificarlas por el olor con los ojos cerrados tanto como por su apariencia.

—Perejil. Jengibre. Artemisia o altamisa. Romero. Salvia. Semillas de zanahoria de acantilado. Poleo. Hierba de los ángeles.

Ruda. Hierba lombriguera. Raíz de enebro. —Las fui señalando una a una.

—Otra vez —ordenó Marthe con tranquilidad, pasándome un montón de bolsas de muselina.

Cogí cada uno de los cordeles, y las fui colocando por separado sobre la mesa, tal como ella hacía, recitándole los nombres una vez más.

—Bien. Ahora llena las bolsas con una pizca de cada una.

— ¿Por qué no nos limitamos a mezclarlas todas y las ponemos con una cuchara en las bolsas? —pregunté, tomando una pizca de poleo entre mis dedos y arrugando la nariz ante su olor parecido a la menta.

—Podríamos olvidarnos de alguna. Cada bolsa debe tener todas y cada una de las hierbas..., las doce.

— ¿Olvidar una pequeña semilla se notaría realmente en el sabor? —Levanté una pequeña semilla de zanahoria de acantilado entre mis dedos índice y pulgar.

—Una pizca de cada una —repitió Marthe—. Otra vez.

La vampira movía sus expertas manos con seguridad de un montoncito a otro, llenando cuidadosamente las bolsas y ajustando los cordeles. Cuando terminamos, Marthe me preparó una taza de té usando una bolsa que había llenado yo misma.

—Está delicioso —exclamé, sorbiendo con felicidad mi propio té de hierbas.

—Te lo llevarás de vuelta a Oxford. Una taza al día. Te mantendrá sana. —Empezó a poner las bolsas en una lata—.

Cuando necesites más, sabrás cómo hacerlo.

—Marthe, no tienes por qué dármelas todas —protesté.

—Las beberás por Marthe, una taza al día. ¿Verdad?

—Por supuesto. —Me pareció que era lo menos que podía hacer por la única aliada que me quedaba en la casa, sin olvidar que era la persona que me alimentaba.

Después del té, subí al estudio de Edward y encendí mi ordenador. El largo paseo a caballo había hecho que me dolieran los antebrazos, de modo que llevé el portátil y el manuscrito al escritorio de él, con la esperanza de que me resultara más cómodo trabajar allí que en mi mesa junto a la ventana. Desgraciadamente, la silla de cuero estaba hecha para alguien de la altura de Edward, no de la mía, y mis pies se balanceaban sin llegar al suelo.

Sentarme en la silla de Edward hacía que él pareciera más cerca, de modo que me quedé allí mientras esperaba a que mi ordenador se pusiera en marcha. Posé mis ojos en un objeto oscuro metido en el estante más alto. Se confundía con la madera y las encuadernaciones de cuero de los libros, lo que lo ocultaba a cualquier mirada casual. Desde el escritorio de Edward, sin embargo, se podía ver su perfil.

No era un libro, sino un antiguo bloque de madera, de forma octogonal. Tenía pequeñas ventanas en forma de arcoesculpidas en cada lado. El objeto era negro y estaba resquebrajado y deformado por el paso del tiempo.

Con una punzada de tristeza, me di cuenta de que era el juguete de un niño.

Edward lo había hecho para Lucas antes de convertirse en vampiro, cuando estaba construyendo la primera iglesia. Lo había metido en un rincón de un estante donde a nadie le llamaría la atención, excepto a él. No podía dejar de verlo cada vez que se sentaba en su escritorio.

Con Edward a mi lado, resultaba fácil pensar que éramos los únicos en el mundo. Ni siquiera las advertencias de Cayo ni las pruebas de Esme habían roto la sensación de que nuestro cada vez más fuerte acercamiento era un tema sólo entre él y yo.

Pero aquella pequeña torre de madera, hecha con amor hacía un tiempo inimaginablemente largo, provocó el desmoronamiento de mis ilusiones. Había niños que considerar, tanto vivos como muertos. Había familias implicadas, incluyendo la mía, con genealogías largas y complicadas y prejuicios profundamente arraigados, incluyendo los míos. Y Sarah y Emily todavía no sabían que yo estaba enamorada de un vampiro. Era hora de compartir esa información.

Esme estaba en el salón, arreglando flores en un alto florero encima de un escritorio Luis XIV de un valor incalculable, en estado impecable... y con un único propietario.

— ¿Esme? —dije, vacilante —. ¿Podría utilizar el teléfono?

—Él te llamará cuando quiera hablar contigo. —Puso con gran cuidado una ramita con hojas nuevas todavía adheridas entre las flores blancas y doradas.

—No voy a llamar a Edward, Esme. Tengo que hablar con mi tía.

— ¿La bruja que llamó la otra noche? —preguntó —. ¿Cómo se llama?

—Sarah —informé, con el ceño fruncido.

—Y vive con una mujer..., otra bruja, ¿no? —Esme siguió colocando rosas blancas en el florero.

—Sí. Emily. ¿Representa eso un problema?

—No —dijo Esme, mirándome por encima de las flores —. Ambas son brujas. Eso es lo único que importa.

—Eso, y el hecho de que se aman.

—Sarah es un buen nombre —continuó Esme, como si yo no hubiera dicho nada—. Conoces la leyenda, por supuesto.

Sacudí la cabeza. Los cambios en la conversación de Esme confundían casi tanto como los cambios repentinos del estado de ánimo de su hijo.

—La madre de Isaac se llamaba Sarai, «pendenciera», pero cuando se quedó embarazada Dios lo cambió por Sarah, que quiere decir «princesa».

—En el caso de mi tía, Sarai es mucho más apropiado. —Esperé a que Esme me dijera dónde estaba el teléfono.

—Emily es también un buen nombre, un nombre fuerte, romano. — Esme cortó un tallo de rosa con sus uñas afiladas.

— ¿Qué quiere decir Emily, Esme? — Afortunadamente me estaba quedando sin miembros de la familia.

—Significa «trabajadora». Por supuesto, el nombre más interesante pertenecía a tu madre. Rebecca significa «cautiva» o «atada» — informó Esme con un gesto fruncido de concentración en su cara mientras estudiaba el florero de un lado y luego del otro —. Un nombre interesante para una bruja.

— ¿Y qué significa tu nombre? —pregunté impaciente.

—No fue siempre Esme, pero era el nombre que a Carlisle le gustaba para mí. Quiere decir «promesa de Dios». —

Esme vaciló, escrutó atentamente mi rostro, y tomó una decisión —. Mi nombre completo es Geneviève Mélisande Hélène Ysabeau Esmeralda Aude de Cullen.

—Es hermoso. —Mi paciencia volvió a aparecer cuando pensé en la historia que habría detrás de cada nombre.

Esme me ofreció una pequeña sonrisa.

—Los nombres son importantes.

— ¿Edward tiene otros nombres? —Cogí una rosa blanca de la cesta y se la pasé. Ella murmuró un agradecimiento.

—Por supuesto. A todos nuestros hijos les ponemos muchos nombres cuando renacen como nosotros. Pero Edward era el nombre con el que nos llegó, y él quiso conservarlo. El cristianismo era muy nuevo entonces, y Carlisle pensó que podría ser útil que nuestro hijo llevara el nombre de un gran seguidor.

¿Cuáles son sus otros nombres?

—Su nombre completo es Edward Gabriel Carlisle Bertrand Sébastien de Cullen. Era también un muy buen Sébastien, y un Gabriel pasable. Odia Bertrand y no responde a Carlisle.

— ¿Qué tiene Carlisle que le molesta?

—Era el nombre favorito de su padre. — Esme se detuvo un instante —. Debes saber que está muerto. Los nazis lo atraparon luchando a favor de la Resistencia.

En la visión que yo había tenido de Esme, ella había dicho que el padre de Edward fue capturado por brujas.

— ¿Los nazis, Esme , o las brujas? —pregunté en voz baja, temiéndome lo peor.

— ¿Edward te lo dijo? —Esme parecía sorprendida.

—No. Lo vi en una de mis visiones ayer. Tú estabas llorando.

—Ambos, brujas y nazis, mataron a Carlisle —dijo, tras una pausa larga—. La pena es reciente, y profunda, pero se desvanecerá con el tiempo. Durante años después de su desaparición, yo sólo cazaba en Argentina y Alemania. Eso me mantenía cuerda.

—Esme, lo siento mucho. —Las palabras eran inadecuadas, pero sentidas. La madre de Edward pareció percibir mi sinceridad, y me dedicó una sonrisa vacilante.

—No es culpa tuya. Tú no estabas allí.

— ¿Qué nombre me pondrías si tuvieras que elegir uno para mí? —pregunté con voz suave, pasándole otra flor a Esme.

—Edward tiene razón: tú eres solamente Bella —respondió, pronunciándolo al estilo francés como siempre hacía, sin la vocal final—. No hay otros nombres para ti. Es lo que tú eres. —Esme apuntó con su dedo blanco hacia la puerta de la biblioteca—. Él teléfono está ahí dentro.

Sentada en el escritorio en la biblioteca, encendí la lámpara y llamé a Nueva York, con la esperanza de que tanto Sarah como Emily estuvieran en casa.

—Bella. —Sarah parecía aliviada—. Emily ha dicho que eras tú.

—Lamento no haber podido devolver la llamada anoche. Han ocurrido muchas cosas. —Cogí un lápiz y empecé a hacerlo girar por entre mis dedos.

— ¿Quieres hablar de eso? —preguntó Sarah. Casi se me cae el teléfono. Mi tía exigía que habláramos de las cosas, nunca lo preguntaba.

— ¿Emily está ahí? Prefiero contar la historia una sola vez.

Emily cogió el supletorio y su voz sonó cálida y reconfortante:

—Hola, Bella. ¿Dónde estás?

—Con la madre de Edward, cerca de Lyon.

— ¿La madre de Edward? — Emily era una entusiasta de la genealogía. No sólo de la propia, que era larga y complicada, sino también de la de todos los demás.

—Esme de Cullen. —Hice todo lo posible por pronunciarlo tal como lo hacía Esme, con sus vocales largas y comiéndome las consonantes—. Es todo un personaje, Emily. A veces creo que ella es la razón por la que los seres humanos tienen tanto miedo de los vampiros. Esme parece salida directamente de un cuento de hadas.

Hubo una pausa.

— ¿Quieres decir que estás con Mélisande de Cullen? —La voz de Emily era intensa—. Ni siquiera pensé en los Cullen cuando me hablaste de Edward. ¿Estás segura de que su nombre es Esme?

Fruncí el ceño.

—En realidad, su nombre es Geneviève. Creo que hay un Mélisande por ahí también. Sólo que ella prefiere Esme.

—Ten cuidado, Bella — advirtió Emily—. Mélisande de Cullen es bien conocida. Odia a las brujas y se abrió paso devorándolo todo a través de medio Berlín después de la Segunda Guerra Mundial.

—Tiene una buena razón para odiar a las brujas —dije, frotándome las sienes —. Me sorprende que me dejara entrar en su casa. —Si la situación fuera la inversa y los vampiros estuvieran implicados en la muerte de mis padres, yo no sería tan indulgente.

— ¿Y el agua? —Intervino Sarah—. Estoy más preocupada por la visión de una tempestad que tuvo Emily.

— ¡Oh! Empecé a convertirme en agua anoche, después de que Edward se marchara. —El acuoso recuerdo hizo que me estremeciera.

—Manantial de brujos —suspiró Sarah. Esta vez el tono fue de comprensión —. ¿Qué lo provocó?

—No lo sé, Sarah. Me sentí... vacía. Cuando Edward se alejó por el sendero de la entrada, las lágrimas que había estado conteniendo desde que Cayo apareció comenzaron simplemente a salir a borbotones.

— ¿Qué Cayo? — Emily comenzó a revisar su lista mental de criaturas legendarias otra vez.

—Vulturi..., un vampiro veneciano. —Mi voz se llenó de furia: Y si me molesta otra vez, le voy a arrancar la cabeza, vampiro o no vampiro.

— ¡Él es peligroso! —reaccionó Emily —. Esa criatura no juega de acuerdo con las reglas.

—Ya me lo han dicho muchas veces, y puedes quedarte tranquila sabiendo que estoy en guardia veinticuatro horas al día. No te preocupes.

—Nos preocuparemos hasta que dejes de estar todo el tiempo en compañía de vampiros —observó Sarah.

—Estarás preocupada durante algún tiempo, entonces —dije tercamente—. Estoy enamorada de Edward, Sarah.

—Eso es imposible, Bella. Vampiros y brujas... —empezó a decir Sarah.

—Cayo me habló del acuerdo —la interrumpí—. No le estoy pidiendo a nadie más que lo rompa, y tengo entendido que eso podría significar que vosotras no podéis o no vais a querer tener nada que ver conmigo. Para mí no hay opciones.

— ¡Pero la Congregación hará lo que debe hacer para terminar con esa relación! —dijo Emily alarmada.

—También me han dicho eso. Tendrán que matarme para conseguirlo. —Hasta ese momento no había pronunciado las palabras en voz alta, pero las había estado pensando desde la noche anterior—. No es sencillo deshacerse de Edward, pero yo soy un objetivo muy fácil.

—No puedes ir hacia el peligro como si nada. —Emily luchaba contra sus lágrimas.

—Su madre lo hizo —dijo Sarah en voz baja.

— ¿Qué es eso de mi madre? —La voz me salió entrecortada al hablar de ella, y perdí parte de mi compostura.

—Reneé se dirigió directamente a los brazos de Charlie, aunque la gente decía que era mala idea que una bruja y un brujo con los poderes que ellos tenían se unieran. Y se negó a escuchar cuando muchos le advirtieron que se mantuviera lejos de Nigeria.

—Razón de más por la que Bella debe escucharnos ahora — observó Emily—. Sólo lo conoces desde hace unas cuantas semanas. Vuelve a casa y trata de olvidarlo.

— ¿Olvidarlo? —Eso era ridículo —. Esto no es un enamoramiento pasajero. Nunca he sentido nada parecido por nadie.

—No la molestes, Emily. Ya hemos tenido muchas conversaciones así en esta familia. Yo no me olvidé de ti, y ella no va a olvidarse de él. — Sarah dejó escapar un suspiro que pudo oírse a lo largo de todo el camino hasta Auvernia —. Puede que ésta no sea la vida que yo habría escogido para ti, pero todos tenemos que decidir por nosotros mismos. Tu madre lo hizo.

Yo lo hice... y, dicho sea de paso, a tu abuela tampoco le resultó nada fácil. Ahora es tu turno. Pero ninguna Bishop le dará jamás la espalda a otra Bishop.

Las lágrimas me hacían arder los ojos.

—Gracias, Sarah.

—Además —continuó Sarah, esforzándose por recobrar la compostura—, si la Congregación está formada por individuos como Cayo Vulturi, entonces pueden irse todos al infierno.

— ¿Qué dice Edward de todo esto? —preguntó Emily —. Me sorprende que te deje una vez que habéis decidido romper con mil años de tradición.

—Edward no me ha dicho cuáles son sus sentimientos todavía. —Enderecé metódicamente un clip.

Se produjo un silencio total en la línea.

— ¿A qué está esperando? —preguntó Sarah finalmente.

Me reí con ganas.

—No has hecho otra cosa que advertirme para que me aleje de Edward, ¿y ahora te molesta que se niegue a ponerme en un peligro más grande del que ya me acecha?

Tú quieres estar con él. Eso debe ser suficiente,  no es una especie de matrimonio mágico concertado, Sarah. Yo tomo mis decisiones. Y él hace lo mismo. —El diminuto reloj con esfera de porcelana que estaba sobre el escritorio indicaba que habían pasado veinticuatro horas desde su partida.

—Si estás decidida a quedarte ahí, con esas criaturas, entonces ten cuidado —advirtió Sarah cuando nos despedimos —. Y si necesitas volver a casa, hazlo.

Después de colgar, el reloj dio una campanada. Ya habría oscurecido en Oxford.

Al demonio con eso de esperar. Levanté el auricular otra vez y marqué su número.

— ¿Bella? —Estaba evidentemente preocupado.

Me reí.

— ¿Supiste que era yo o fue el identificador de llamadas?

— ¿Estás bien? —La preocupación fue reemplazada por el alivio.

—Sí, tu madre me tiene sumamente entretenida.

—Precisamente eso me temía. ¿Qué mentiras te ha estado contando?

Las partes más difíciles del día podían esperar.

—Solamente la verdad —respondí—: que su hijo es una especie de combinación diabólica de Lancelot y Superman.

—Eso es muy de Esme —dijo con aire risueño —. ¡Qué alivio saber que no se ha transformado de manera irreversible por dormir bajo el mismo techo que una bruja!

Sin duda la distancia me ayudaba a distraerlo con mis verdades a medias. Sin embargo, la lejanía no podía disminuir la imagen viva que yo tenía de él sentado en su sillón Morris en All Soul. La habitación estaría iluminada por las lámparas, y su piel parecería una perla pulida. Lo imaginé leyendo, con una arruga profunda de concentración entre sus cejas.

— ¿Qué estás bebiendo? —Ése era el único detalle que mi imaginación no podía proporcionar.

— ¿Desde cuándo te interesa el vino? —Parecía realmente sorprendido.

—Desde que descubrí cuánto había que saber. —«Desde que descubrí que te gusta el vino, idiota».

—Algo español esta noche... Vega Sicilia.

— ¿De cuándo?

— ¿Te refieres a la cosecha? —Bromeó Edward—. Es de 1964.

—Muy joven entonces, ¿no? —Le devolví la broma, aliviada por el cambio en su humor.

—Muy joven —estuvo de acuerdo. No necesité un sexto sentido para saber que estaba sonriendo.

— ¿Cómo ha ido todo hoy?

—Muy bien. Hemos aumentado nuestra seguridad, aunque no faltaba nada. Alguien trató de piratear el contenido de los ordenadores, pero Alice me asegura que no hay forma de que alguien pueda meterse en su sistema.

— ¿Vas a regresar pronto? —Las palabras se escaparon antes de que pudiera detenerlas, y el silencio subsiguiente se extendiódurante más tiempo de lo que resultaba cómodo. Me dije que era la comunicación.

—No lo sé —respondió fríamente —. Volveré cuando pueda.

— ¿Quieres hablar con tu madre? Puedo llamarla. —Su alejamiento súbito me dolió, y tuve que esforzarme por mantener la voz tranquila.

—No, puedes decirle que los laboratorios están bien. La casa, también.

Nos despedimos. Tenía un nudo en el pecho y me resultaba difícil respirar. Cuando logré ponerme de pie y dar media vuelta, la madre de Edward estaba esperando en la entrada.

—Era Edward. No hay daños ni en el laboratorio ni en la casa. Estoy cansada, Esme, y no tengo mucha hambre. Creo que me iré a la cama. —Eran casi las ocho, una hora perfectamente respetable para acostarse.

—Por supuesto. —Esme se apartó de mi camino mientras sus ojos emitían destellos — Que duermas bien, Bella.

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