EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
Visitas: 151975
Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

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Capítulo 80: CAPÍTULO 80

Capítulo 80

 

Mi padre parecía estar tranquilo mientras se enfrentaba a un vampiro desconocido y armado y a su propia hija, ya crecida. Solo un ligero temblor en la voz y los nudillos blancos por la fuerza con que se aferraba al tenderete lo delataban.

—El doctorSwan Proctor, supongo —dijo Edward dando un paso atrás, antes de enfundar el arma.

Mi padre se alisó la práctica chaqueta marrón. Estaba hecha un desastre. Alguien —probablemente mi madre— había intentado convertir una chaqueta con el cuello Mao en algo que recordaba a una casulla clerical. Y los bombachos eran demasiado largos, más parecidos a los que usaría Ben Franklin que a los de Walter Raleigh. Pero aquella voz familiar, que no oía hacía veintiséis años, era absolutamente perfecta.

—Has crecido en los últimos tres días —dijo, temblando.

—Pues tú estás como te recordaba —dije aturdida, todavía asombrada por el hecho de tenerlo delante de mí.

Preocupada porque dos brujos y un wearh pudieran ser demasiado para la multitud del atrio de San Pablo, y sin tener muy claro qué hacer en esa situación nueva para mí, caí en las convenciones sociales—. ¿Quieres venir a casa a tomar algo? —sugerí con torpeza.

—Claro, cielo. Eso sería genial —dijo, asintiendo con indecisión.

Mi padre y yo no podíamos parar de mirarnos, ni de camino a casa ni cuando estuvimos a salvo en El Venado y la Corona, donde, milagrosamente, no había nadie. Una vez allí, me dio un fuerte abrazo.

—De verdad eres tú. Hablas como tu madre —dijo, mientras me agarraba con los brazos estirados para analizar mis rasgos—. Y también te pareces a ella.

—La gente me dice que tengo tus ojos —dije, analizándolo yo a él. Cuando tienes siete años, no te fijas en esas cosas. Solo piensas en buscarlas después, cuando es demasiado tarde.

—Así es —rio Charlie.

—Bella también tiene vuestras orejas. Y vuestros olores son, en cierto modo, similares. Así fue como os reconocí en San Pablo. —Edward se pasó la mano nervioso por el pelo rapado y luego se la tendió a mi padre—. Soy Edward.

Mi padre se quedó mirando la mano que le tendía.

—¿Sin apellido? ¿Eres una especie de famoso, como Halston o Cher?

De pronto, se me vino a la cabeza la clara imagen de lo que me había perdido por no tener a mi padre cerca en la adolescencia, haciendo el tonto al conocer a los chicos con los que salía. Se me llenaron los ojos de lágrimas.

—Edward tiene muchos apellidos. Es… complicado — dije, sorbiéndome las lágrimas. Mi padre pareció alarmarse por el repentino brote de emoción.

—Edward Masen valdrá por el momento —dijo Edward, captando la atención de mi padre. Acto seguido, se estrecharon la mano.

—Así que tú eres el vampiro —dijo mi padre—.

Reneé está preocupadísima por las cuestiones prácticas de tu relación con mi hija, y eso que Bella todavía no sabe ni montar en bici.

—Por favor, papá.

En cuanto aquellas palabras salieron de mi boca, me ruboricé. Sonó como si tuviera doce años. Edward sonrió mientras iba hacia la mesa.

—¿No quieres sentarte y tomar un poco de vino, Charlie? —preguntó Edward, tendiéndole una copa antes de separar una silla para mí—. Bella debe de estar en una especie de estado de shock.

—Eso parece. Me encantaría tomar un poco — reconoció. Mi padre se sentó, bebió un sorbo de vino y asintió en señal de aprobación antes de hacer un visible esfuerzo para tomar las riendas—. Bien —dijo de repente —, nos hemos saludado, me has invitado a tu casa y hemos bebido algo. Esas son las bases de los rituales de bienvenida occidentales. Ahora ya podemos ir al grano.

¿Qué estás haciendo aquí, Bella?

—¿Yo? ¿Qué estás haciendo aquí? ¿Y dónde está mamá? —pregunté, mientras apartaba el vino que Edward me había servido.

—Tu madre está en casa, cuidándote. —Mi padre sacudió la cabeza, impresionado—. No me lo puedo creer.

No puedes tener más de diez años menos que yo.

—Siempre olvido que eres mucho mayor que mamá.

—¿Estás con un vampiro y todavía tienes algo que decir porque tenga una relación con una mujer joven?

La expresión juguetona de mi padre me invitaba a reírme.

Lo hice, mientras hacía las cuentas rápidamente.

—¿Entonces vienes de los años ochenta, más o menos?

—Sí. Por fin he entregado las notas y he salido a explorar un poco —dijo Charlie, observándonos—. ¿Os habéis conocido en este lugar y en esta época?

—No. Nos conocimos en septiembre de 2009 en Oxford. En la biblioteca Bodleiana —respondí. Luego miré a Edward, que me dedicó una sonrisa alentadora. Me volví hacia mi padre y respiré hondo—. Puedo viajar en el tiempo, como tú. Me he traído a Edward conmigo.

—Ya sé que puedes viajar en el tiempo, cielito. Le diste un susto de muerte a tu madre en agosto, cuando desapareciste el día que cumplías tres años. Un niño pequeño que viaja en el tiempo es la peor pesadilla de una madre —me aseguró, mirándome con perspicacia—. Así que tienes mis ojos, mis orejas, mi olor y mi capacidad de viajar en el tiempo. ¿Algo más?

Asentí.

—Sé tejer hechizos.

—Ah. Esperábamos que te inclinaras hacia el fuego, como tu madre, pero no ha habido suerte —dijo mi padre incómodo, bajando la voz—. Probablemente no deberías mencionar tu talento en compañía de otros brujos. Y, cuando intenten enseñarte sus conjuros, que te entren por un oído y te salgan por el otro. Ni siquiera intentes aprenderlos.

—Ojalá me hubieras dicho eso antes. Me habría ayudado con Sarah —dije.

—La buena de Sarah.

La risa de mi padre era cálida y pegadiza.

Se oyó un ruido atronador de pies en las escaleras y unas greñas con cuatro patas y un niño cruzaron a toda velocidad el umbral y golpearon la puerta contra la pared con la fuerza del entusiasmo de la entrada.

—El señor Harriot dice que puedo salir otra vez con él a ver las estrellas y promete no olvidarse de mí esta vez. El señor Shakespeare me ha dado esto —exclamó Jack, agitando un pedazo de papel en el aire—. Dice que es una carta de crédito. Y Annie se quedó mirando a un niño en El Sombrero del Cardenal mientras se comía el pastel. ¿Quién es este?

Aquella última frase fue pronunciada mientras un mugriento dedo apuntaba en dirección a mi padre.

—Es el señor Swan Proctor —dijo Edward, agarrando a Jack por la cintura—. ¿Le has dado de comer a Greñas al entrar?

—No había habido manera de separar al niño y al perro en Praga, así que Greñas se había venido a Londres, donde su extraño aspecto lo había convertido en una especie de atracción local.

—Claro que le he dado de comer a Greñas. Si me olvido, me come los zapatos y Pierre dijo que estaba dispuesto a pagarme un par nuevo sin que vos lo supieras, pero no dos.

Jack se llevó la mano a la boca con una palmada.

—Lo siento, señora Masen. —Salió corriendo calle abajo y no pude cogerlo.

Annie entró apresuradamente en la sala con el ceño fruncido. Luego se quedó de piedra y el color abandonó su rostro mientras miraba a mi padre.

—No pasa nada, Annie —dije con dulzura. Tenía miedo a las criaturas desconocidas desde lo de Greenwich—. Este es el señor Swan. Es un amigo.

—Tengo canicas. ¿Sabéis jugar al gua?

Jack observaba a mi padre especulando abiertamente, mientras intentaba determinar si el recién llegado sería una persona a la que resultaría útil tener cerca.

—El señor Swan ha venido a hablar con la señora Masen, Jack —dijo Edward, mientras lo hacía girar en redondo—. Necesitamos agua, vino y pan. Annie y tú repartíos las tareas y, cuando Pierre vuelva, os llevará a Moorfields.

Refunfuñando un poco, Jack acompañó a Annie otra vez a la calle. Finalmente, miré a mi padre a los ojos. Había estado observándonos a Edward y a mí sin mediar palabra y el aire estaba lleno de preguntas.

—¿Por qué estás aquí, cielo? —repitió en voz queda mi padre cuando los niños se retiraron.

—Pensamos que podríamos encontrar a alguien que me ayudara con algunas cuestiones relacionadas con la magia y la alquimia. —Por alguna razón, no quería que mi padre conociera los detalles—. Mi profesora se llama Goody Alsop. Ella y su aquelarre me han acogido.

—Buen intento, Bella. Yo también soy brujo, así que sé cuándo estás eludiendo la verdad —dijo mi padre, recostándose en la silla—. Tendrás que acabar contándomelo. Creía que esto nos ahorraría algo de tiempo.

—¿Y qué haces aquí, Charlie? —preguntó Edward.

—Pasar el rato. Soy antropólogo. A eso me dedico. ¿Y tú?

—Soy científico, bioquímico, trabajo en Oxford.

—Tú no has venido al Londres isabelino a «pasar el rato», papá. Ya tienes la página del Ashmole 782 — repliqué, entendiendo de pronto por qué estaba allí—. Estás buscando el resto del manuscrito.

Bajé la llama del candelabro de madera. El compendio astronómico del señor Habermel estaba agazapado entre dos velas. Teníamos que cambiarlo de sitio a diario, porque Jack lo encontraba todos los días.

—¿Qué página? —preguntó mi padre con aire sospechosamente inocente.

—La página con la imagen del enlace alquímico. Era de un manuscrito de la biblioteca Bodleiana. Mira, Edward.

Abrí el compendio. Estaba completamente inmóvil, como esperaba.

—Qué guay —dijo mi padre, con un silbido.

—Deberías ver su trampa para ratones —dijo Edward entre dientes.

—¿Para qué sirve eso?

Mi padre extendió la mano hacia el compendio, para verlo más de cerca.

—Es un instrumento matemático que calcula el tiempo y marca acontecimientos astronómicos como las fases de la luna. Empezó a moverse solo cuando estábamos en Praga.

Creí que significaba que alguien nos estaba buscando a

Edward y a mí, pero ahora me pregunto si no te estaba buscando a ti y al manuscrito.

Todavía se activaba de tarde en tarde y las ruedas empezaban a girar sin previo aviso. En casa todos lo llamaban «el reloj embrujado».

—Tal vez debería ir a coger el libro —dijo Edward, levantándose.

—No te preocupes —respondió mi padre, haciendo que se volviera a sentar—. No hay prisa. Reneé no me espera hasta dentro de unos días.

—¿Así que te quedarás aquí, en Londres?

La cara de mi padre se suavizó. Asintió.

—¿Dónde te alojas? —preguntó Edward.

—¡Aquí! —dije, indignada—. Se aloja aquí.

Después de tantos años sin él, perderlo de vista me resultaba impensable.

—Tu hija tiene una opinión muy clara sobre el hecho de que su familia se aloje en hoteles —le dijo Edward a mi padre con una sonrisa irónica, mientras recordaba cómo había reaccionado cuando él había intentado hacer que Jasper y Alice se quedaran en un motel en Cazenovia—.

Eres bien recibido para quedarte con nosotros, por supuesto.

—Tengo una habitación en el otro extremo de la ciudad —dijo mi padre, vacilante.

—Quédate —le pedí. Acto seguido, apreté los labios y parpadeé para reprimir las lágrimas—. Por favor. —Había tantas cosas que quería preguntarle, tantas preguntas que solo él podía responder… Mi padre y mi marido intercambiaron una larga mirada.

—Está bien —dijo mi padre, finalmente—. Será genial pasar con vosotros unos días.

Intenté cederle nuestro cuarto, ya que Edward no iba a

ser capaz de dormir con un extraño en casa y yo cabía sin problemas en el banco de la ventana, pero mi padre se negó.

En lugar de ello, Pierre le cedió el suyo. Me quedé en el rellano y escuché con envidia mientras Jack y mi padre hablaban como viejos amigos.

—Creo que Charlie tiene todo lo que necesita —dijo Edward, deslizando los brazos a mi alrededor.

—¿Está decepcionado conmigo? —me pregunté, en voz alta.—

¿Tu padre? —Edward parecía incrédulo—. ¡Por supuesto que no!

—Parece un poco incómodo.

—Cuando Charlie se despidió de ti con un beso hace unos días, eras una niña pequeña. Se siente abrumado, eso es todo.

—¿Sabe lo que les va a pasar a él y a mamá? —susurré.

—No lo sé, mon coeur, pero eso creo —respondió Edward, arrastrándome hacia el dormitorio—. Ven a la cama. Todo parecerá diferente por la mañana.

Edward tenía razón: mi padre estaba un poco más relajado al día siguiente, aunque no parecía que hubiera dormido mucho. Y Jack tampoco.

—¿El niño siempre tiene pesadillas tan terribles? — preguntó mi padre.

—Siento que no te haya dejado dormir —me excusé—.

Los cambios lo ponen nervioso. Edward suele ocuparse de él.

—Lo sé. Lo vi —dijo mi padre, antes de beber un sorbo de la tisana de hierbas que Annie había preparado.

Ese era el problema de mi padre: lo veía todo. Su capacidad de observación avergonzaba a los vampiros.

Aunque tenía cientos de preguntas —sobre mi madre y su magia, sobre la página del Ashmole 782…—, todas parecieron esfumarse bajo su silenciosa mirada. De vez en cuando me preguntaba algo trivial. ¿Sabía lanzar una bola de béisbol? ¿Creía que Bob Dylan era un genio? ¿Me habían enseñado a montar una tienda de campaña? No me preguntó nada sobre mi relación con Edward, ni a qué universidad había ido, ni siquiera a qué me dedicaba. Al no percibir ningún signo de interés por su parte, me sentía extraña proporcionando la información voluntariamente. Al final de nuestro primer día juntos, estaba prácticamente llorando.

—¿Por qué no habla conmigo? —pregunté mientras Edward me desataba el corsé.

—Porque está demasiado ocupado escuchando. Es antropólogo: un observador profesional. Tú eres la historiadora de la familia. Las preguntas son tu fuerte, no el suyo.

—Cuando estoy a su lado, me quedo muda y no sé por dónde empezar. Y, cuando habla conmigo, siempre lo hace sobre temas extraños, como el de si el hecho de permitir que haya bateadores designados ha arruinado el béisbol.

—Eso es de lo que hablaría un padre con su hija cuando

empezara a llevarla a los partidos de béisbol. Así que Charlie sabe que no te va a ver crecer. Lo que no sabe es cuánto tiempo le queda contigo.

Me senté en el borde de la cama.

—Era un gran fan de los Red Sox. Recuerdo que mamá solía decir que entre que se había quedado embarazada y que Carlton Fist había hecho una carrera en el sexto partido de la Serie Mundial, el de 1975 había sido el mejor semestre de otoño de su vida, aunque Cincinnati acabara ganándole a Boston al final.

Edward esbozó una sonrisa.

—Estoy seguro de que el semestre de otoño de 1976 lo superó.

—¿Los Sox ganaron ese año?

—No. Pero tu padre sí.

Edward me besó y sopló la vela.

Cuando volví a casa al día siguiente, después de hacer los recados a todo correr, me encontré a mi padre sentado en la sala del apartamento vacío con el Ashmole 782 abierto delante de él.

—¿Dónde lo has encontrado? —pregunté, mientras ponía los paquetes sobre la mesa—. Se suponía que Edward lo había escondido.

Ya tenía suficiente con mantener a los niños alejados del maldito compendio.

—Jack me lo ha dado. Lo llama «el libro de los monstruos de la señora Masen». Como comprenderás, estaba deseando verlo después de oír eso —respondió mi padre, mientras pasaba la página. Tenía los dedos más cortos que los de Edward, y eran más romos y fuertes que afilados y diestros—. ¿Es este el libro del que salió la ilustración del enlace?

—Sí. En él había dos imágenes más: una de un árbol y otra de dos dragones desangrándose —añadí, antes de quedarme callada—. No estoy segura de cuánto más debería contarte, papá. Sé cosas acerca de tu relación con este libro que tú no sabes. Cosas que ni siquiera han sucedido todavía.

—Entonces cuéntame qué te pasó después de descubrirlo en Oxford. Y quiero la verdad, Bella. Puedo ver los hilos deteriorados que hay entre el libro y tú, todos retorcidos y enredados. También veo que alguien te ha hecho daño físicamente.

Se hizo un pesado silencio en la habitación y no había ningún sitio donde pudiera esconderme de la atenta mirada de mi padre. Cuando no lo pude soportar más, lo miré a los ojos.

—Fueron unas brujas. Edward se quedó dormido y yo salí a tomar el aire. Se suponía que estaba a salvo. Una bruja me capturó —dije, revolviéndome en la silla—. Fin de la historia. Hablemos de otras cosas. ¿No quieres saber a qué universidad he ido? Soy historiadora. Y tengo una plaza fija. En Yale.

Hablaría de cualquier cosa con mi padre, salvo de la sarta de acontecimientos que empezaron con la entrega de una vieja foto en mi alojamiento del New College y finalizaron con la muerte de Tanya.

—Más tarde. Ahora necesito saber por qué otra bruja deseaba tanto ese libro que estaba dispuesta a matarte por ello. Ah, sí —dijo al ver mi mirada incrédula—, eso me lo he imaginado yo solo. Una bruja te hizo un hechizo de apertura en la espalda y te dejó una terrible cicatriz. Puedo sentir la herida. A Edward se le van los ojos hacia ella constantemente y tu dragón (también sé de su existencia) la protege con las alas.

—Jane, la bruja que me capturó, no es la única criatura que quiere el libro. James Knox también. Es miembro de la Congregación.

—James Knox —dijo mi padre en voz queda—. Vaya, vaya, vaya.

—¿Os conocéis?

—Por desgracia, sí. Siempre le ha atraído tu madre.

Afortunadamente, ella lo detesta. —Mi padre se puso serio y pasó otra página—. De verdad espero que James no sepa nada de las brujas que murieron en esto. El libro está rodeado de cierta magia oscura y a James siempre le ha interesado ese aspecto de la brujería. Sé por qué él podría quererlo, pero ¿por qué Edward y tú lo necesitáis con tanta urgencia?

—Las criaturas están desapareciendo, papá. Los daimones se están volviendo más salvajes. La sangre de los vampiros a veces es incapaz de transformar a los humanos.

Y las brujas no tienen tanta descendencia. Nos estamos extinguiendo. Edward cree que este libro podría ayudarnos a entender por qué —le expliqué—. Hay mucha información genética en el libro: piel, pelo, hasta sangre y huesos.

—Te has casado con la criatura equivalente a Charles Darwin. ¿Y le interesan también los orígenes además de la extinción?

—Sí. Lleva mucho tiempo investigando cómo los daimones, las brujas y los vampiros están relacionados entre sí y con los humanos. Este manuscrito (si logramos volver a reunirlo y entender el contenido) podría aportar pistas importantes.

Los ojos color avellana de mi padre se encontraron con los míos.

—¿Y para tu vampiro son solo preocupaciones teóricas?

—Ya no. Estoy embarazada, papá —revelé, mientras posaba con suavidad la mano sobre el abdomen.

Últimamente lo hacía mucho sin darme cuenta.

—Lo sé —dijo, sonriendo—. También me lo imaginaba, pero me complace haberlo oído de tu boca.

—Solo llevas aquí cuarenta y ocho horas. No me gusta acelerar las cosas más de lo que tú lo haces —dije, avergonzada. Mi padre se levantó y me estrechó entre sus brazos. Me apretó con fuerza—. Además, deberías estar

sorprendido. Se supone que las brujas y los vampiros no deben enamorarse. Y mucho menos tener hijos juntos.

—Tu madre me lo advirtió: lo ha visto todo con esa extraña visión suya —confesó, y se echó a reír—. Menudo problemón. Si no está preocupada por ti, es por el vampiro.

Enhorabuena, cielo. Un hijo es un regalo maravilloso.

—Solo espero que podamos con él. Quién sabe cómo podrá ser un hijo nuestro.

—Puedes con más cosas de las que crees —me aseguró mi padre, antes de darme un beso en la mejilla—. Venga, vamos a dar un paseo. Podrías enseñarme tus lugares favoritos de la ciudad. Me encantaría conocer a Shakespeare. Uno de los idiotas de mis compañeros está convencido de que fue la reina Isabel quien escribió Hamlet. Y hablando de compañeros: ¿cómo es posible que, después de años comprándote biberones y manoplas, mi hija acabe dando clases en Yale?

—Tengo curiosidad por algo —dijo mi padre, mirando fijamente el vino.

Ambos habíamos disfrutado de un paseo maravilloso, acabábamos de deleitarnos con una cena distendida, habíamos mandado a los niños a la cama y Greñas roncaba al lado de la chimenea. Hasta entonces, había sido un día perfecto.

—¿De qué se trata, Charlie? —preguntó Edward, levantando la vista de su propia copa con una sonrisa.

—¿Cuánto tiempo creéis que podéis mantener bajo control esta locura de vida que lleváis?

La sonrisa de Edward se desvaneció.

—No estoy seguro de que haya entendido la pregunta — dijo, fríamente.

—Ambos os aferráis a todo con demasiada fuerza. —Mi padre bebió un trago de vino y observó deliberadamente el puño cerrado de Edward sobre el borde de la copa—. Sin darte cuenta, podrías destruir con ese puño lo que más quieres, Edward.

—Lo tendré en cuenta.

Edward estaba controlando su carácter… a duras penas.

Abrí la boca con el fin de suavizar las cosas.

—Deja de intentar arreglar las cosas, cielo —me dijo mi padre antes de que pudiera pronunciar una palabra.

—No lo hago —protesté.

—Sí lo haces —dijo Charlie—. Tu madre lo hace constantemente y reconozco las señales. Esta es la única oportunidad que tendré de hablar contigo de adulta, Bella, y  no pienso andarme con rodeos porque tú o él os sintáis incómodos.

Mi padre metió una mano en la chaqueta y sacó un panfleto.

—Tú también has estado intentando arreglar las cosas, Edward.

En él se leía en letra pequeña: «Noticias de Escocia», sobre la tipografía mayor del titular: «DECLARAN QUE LA EXECRABLE VIDA DEL DOCTOR FIAN, QUE FUE QUEMADO EN EDIMBURGO EL PASADO ENERO, FUE LA DE UN INSIGNE HECHICERO».

—Toda la ciudad habla de los brujos de Escocia —dijo mi padre, pasándole las hojas a Edward—. Pero las criaturas cuentan una historia diferente que los sangre caliente. Dicen que el grandioso y terrible Edward Masen, enemigo de los brujos, ha desoído los deseos de la Congregación y ha salvado al acusado.

Los dedos de Edward frenaron el avance de las hojas.

—No deberías creer todo lo que oyes, Charlie. Los londinenses son aficionados a las habladurías frívolas.

—Para ser dos fanáticos del control, desde luego estáis ocasionando una barbaridad de problemas. Y los problemas no acaban aquí. También os seguirán hasta casa.

—Lo único que va a seguirnos a casa desde 1591 es el Ashmole 782 —dije.

—No podéis llevaros el libro —dijo categóricamente mi padre—. Su sitio es este. Ya habéis enrevesado el tiempo lo suficiente al quedaros tanto tiempo.

—Hemos tenido mucho cuidado, papá.

Estaba perpleja por sus críticas.

—¿Cuidado? Lleváis aquí siete meses. Habéis concebido un hijo. La vez que más tiempo he estado en el pasado fueron dos semanas. Ya no sois viajeros del tiempo. Habéis sucumbido a una de las transgresiones más básicas del trabajo de campo antropológico: os habéis vuelto nativos.

—Yo ya había estado aquí, Charlie —dijo Edward con tranquilidad, aunque tamborileaba con los dedos sobre el muslo, algo que nunca había sido buena señal.

—Eso ya lo sé, Edward —le espetó mi padre—. Pero has introducido demasiadas variables como para que el pasado permanezca como estaba.

—El pasado nos ha cambiado —dije, enfrentándome a la irritada mirada de mi padre—. Parece lógico que nosotros también lo hayamos cambiado a él.

—¿Y eso está bien? Viajar en el tiempo es algo serio, Bella. Incluso para una breve visita es necesario un plan en el que se incluya dejar todo como estaba.

Me revolví en el asiento.

—Se suponía que no nos íbamos a quedar tanto tiempo.

Una cosa llevó a la otra y ahora…

—Ahora vais a dejar todo hecho un desastre. Y probablemente os encontraréis con otro cuando volváis a casa.

Mi padre nos miró con aire sombrío.

—Ya lo pillo, papá. La hemos cagado.

—Pues sí —dijo con cariño—. Puede que queráis pensar en ello mientras voy a El Sombrero del Cardenal. Alguien llamado Gallowglass se me ha presentado en el patio. Dice que es pariente de Edward y ha prometido ayudarme a conocer a Shakespeare, ya que mi propia hija se ha negado a ello —añadió mi padre, antes de darme un fugaz beso en la mejilla. En él había decepción, además de perdón—. No me esperéis despiertos.

Edward y yo nos sentamos en silencio, mientras el sonido de los pasos de mi padre se apagaban. Inspiré entrecortadamente.

—¿La hemos cagado, Edward? —pregunté, mientras revisaba los meses pasados: estar con Carlisle, derrumbar las defensas de Edward, conocer a Goody Alsop y a las otras brujas, descubrir que era una tejedora, ser amiga de Mary y de las damas de Malá Strana, acoger a Jack y a Annie en nuestro hogar y en nuestros corazones, recuperar el Ashmole 782 y, sí, concebir un hijo. Dejé caer la mano sobre la barriga, en un gesto protector. No había ni una sola cosa que hubiera cambiado, si me hubieran dado la

oportunidad.

—Es difícil saberlo, mon coeur —dijo Edward con aire sombrío—. El tiempo lo dirá.

—He pensado que podríamos ir a ver a Goody Alsop. Me está ayudando con el hechizo para regresar al futuro.

Estaba de pie ante mi padre, con la caja de hechizos bien sujeta entre las manos. Todavía me sentía incómoda con él, después de la charla que nos había dado a Edward y a mí la noche pasada.

—Ya era hora —dijo mi padre, mientras cogía la chaqueta. Todavía la llevaba como un hombre moderno: se la quitaba en cuanto entraba en algún sitio y se remangaba las mangas de la camisa—. No me parecía que hubieras pillado ninguna de mis indirectas. Estoy impaciente por conocer a una tejedora experimentada. ¿Y vas a enseñarme por fin lo que hay en esa caja?

—Si sentías curiosidad, ¿por qué no me lo preguntaste?

—Estaba recubierto tan cuidadosamente con esa especie de halo tenue que creas que me imaginé que no querías que nadie hablara de ello —dijo, mientras bajábamos las escaleras.

Cuando llegamos a la parroquia de San Jacobo de Garlickhythe, el espectro de Goody Alsop abrió la puerta.

—Pasad, pasad —dijo la bruja, señalándonos su asiento al lado del fuego. Tenía los ojos brillantes y chispeantes de la emoción—. Os hemos estado esperando.

Todos los miembros del aquelarre estaban allí, sentados en el borde de las sillas.

—Goody Alsop, este es mi padre, Charlie Swan Proctor.

—El tejedor —dijo Goody Alsop, sonriendo satisfecha —. Sois de agua, como vuestra hija.

Mi padre se quedó atrás como siempre, observando a todo el mundo y hablando lo menos posible, mientras yo hacía las presentaciones. Todas las mujeres sonrieron y asintieron, aunque Catherine tuvo que repetirle todo a Elizabeth Jackson porque el acento de mi padre era demasiado raro.

—Pero estamos siendo unas groseras. ¿Os importaría compartir el nombre de vuestra criatura?

Goody Alsop observó los hombros de mi padre, donde se apreciaba el tenue perfil de una garza. Nunca la había visto antes.

—¿Podéis ver a Bennu? —dijo mi padre, sorprendido.

—Desde luego. Está posada con las alas abiertas sobre vuestros hombros. Mi espíritu familiar no tiene alas, aunque yo estoy fuertemente unida al aire. Sospecho que me resultó más fácil domesticarlo por esa razón. Cuando era niña, vino a Londres un tejedor cuyo espíritu familiar era una arpía. Se llamaba Ella y era muy difícil de instruir.

El espectro de Goody Alsop flotaba alrededor de mi padre, canturreándole suavemente al pájaro mientras este se hacía más visible.

—Tal vez vuestro Bennu sea capaz de convencer al dragón de Bella para que revele su nombre. Eso haría que le resultara mucho más fácil a vuestra hija regresar a su propia época, creo yo. No queremos que quede aquí ningún rastro de su espíritu familiar que arrastre a Bella de vuelta a Londres.

—Guau.

Mi padre estaba intentando asimilarlo todo: la reunión de brujas, el espectro de Goody Alsop, el hecho de que revelaran sus secretos…

—¿Qué? —preguntó Elizabeth Jackson educadamente, dando por hecho que había entendido mal.

Mi padre retrocedió y observó detenidamente a Elizabeth.

—¿Nos conocemos?

—No. Lo que reconocéis es el agua que corre por mis venas. Nos alegramos de teneros entre nosotras, señor Swan. Hace tiempo que Londres no alberga a tres tejedores entre sus muros. La ciudad es un hervidero.

Goody Alsop avanzó hacia la silla que tenía al lado.

—Sentaos.

Mi padre ocupó el lugar de honor.

—En casa nadie sabe nada del tema este de tejer.

—¿Ni mamá? —pregunté, espantada—. Papá, tienes que  contárselo.

—Oh, ya lo sabe. Pero no tuve que contárselo. Se lo enseñé. —Los dedos de mi padre se curvaron y salieron disparados en un instintivo gesto de mando.

El mundo se iluminó en tonos de azul, gris, lavanda y verde mientras él cogía todas las hebras acuosas ocultas en la sala: en las ramas de sauce que había en un jarrón, al lado de la ventana, en el candelabro de plata que Goody Alsop usaba para los hechizos, en el pescado que estaba esperando a ser asado para la cena… Todas las personas y todas las cosas que se encontraban en la habitación estaban bañadas en esos mismos tonos acuosos. Bennu levantó el vuelo y sus alas de puntas plateadas agitaron el aire en oleadas. El espectro de Goody Alsop era arrastrado aquí y allá por las corrientes. Su silueta se convirtió en un lirio de largo tallo, luego volvió a adquirir forma humana y le brotaron unas alas. Era como si los dos espíritus familiares estuvieran jugando. Ante la perspectiva de pasárselo bien, mi dragón dio un coletazo y batió las alas contra mis costillas.

—Ahora no —le dije severamente, mientras me agarraba el corpiño. Lo último que necesitábamos era un dragón haciendo cabriolas. Puede que hubiera perdido el control sobre el pasado, pero no era tan tonta como para liberar a un dragón en el Londres isabelino.

—Déjalo salir, Bella —me animó mi padre—. Ben lo cuidará.

Pero no me sentía capaz de hacerlo. Mi padre llamó a Bennu, que se desvaneció en sus hombros. La magia de agua que me rodeaba también se esfumó.

—¿Por qué tienes tanto miedo? —me preguntó mi padre en voz baja.

—¡Tengo miedo por esto! —exclamé, agitando los cordones en el aire—. ¡Y por esto! —añadí, mientras me golpeaba las costillas y empujaba al dragón, que eructó a modo de respuesta. A continuación, bajé la mano hacia donde nuestro hijo se estaba gestando—. Y por esto. Es demasiado. No necesito usar la magia elemental de forma llamativa como tú acabas de hacer. Soy feliz así.

—Puedes tejer hechizos, dominar a un dragón y cambiar las reglas que rigen la vida y la muerte. Eres tan volátil como la propia creación, Bella. Esos son poderes por los que mataría cualquier bruja que se precie.

Lo miré, horrorizada. Había sacado a colación lo único que había en aquella sala a lo que no podía enfrentarme: el hecho de que los brujos ya habían matado por esos poderes.

Habían matado a mi padre y también a mi madre.

—Guardar la brujería en cajitas ordenadas y mantenerlas separadas de tu magia no nos va a alejar a mamá y a mí de nuestros destinos —añadió mi padre, con tristeza.

—No intento hacer eso.

—¿De verdad? —preguntó, alzando las cejas—. ¿Quieres volver a intentarlo, Bella?

—Sarah dice que la magia elemental y la brujería son cosas distintas. Dice que…

—¡Olvida lo que dice Sarah! —exclamó mi padre, agarrándome por los hombros—. Tú no eres Sarah. No eres como ninguna otra bruja que haya existido jamás. Y no tienes por qué elegir entre los hechizos y el poder que tienes a tu alcance. Somos tejedores, ¿no? —preguntó. Yo asentí—. Pues considera la magia elemental como el ovillo, como las resistentes fibras que forman el mundo, y los hechizos, como la trama. Ambos son parte de un único tapiz. Es todo un gran sistema, cielo. Y tú puedes llegar a dominarlo, si dejas a un lado el miedo.

Podía ver las posibilidades brillando a mi alrededor en forma de redes y sombras de colores, aunque el miedo seguía ahí.

—Un momento. También tengo una conexión con el fuego, como mamá. No sabemos cómo reaccionarán el agua y el fuego. Todavía no he llegado a esas lecciones.

—«Por culpa de lo de Praga», pensé. «Porque nos hemos distraído persiguiendo el Ashmole 782 y nos hemos olvidado de centrarnos en el futuro y en volver a él».

—Así que juegas a dos bandas: eres un arma secreta brujil —dijo, y se echó a reír. Se echó a reír.

—Esto es muy serio, papá.

—No tiene por qué serlo.

Mi padre dejó que lo asimilara y luego curvó el dedo para coger por la punta una única hebra de color verde grisáceo que estaba sujeta a ella.

—¿Qué haces? —pregunté, recelosa.

—Mira —dijo en un susurro similar al sonido de las olas chocando contra la costa. Se llevó el dedo hacia él y frunció los labios como si estuviera sujetando una varita invisible para hacer pompas de jabón. Cuando sopló, se formó una bola de agua. Movió rápidamente los dedos hacia el balde de agua que había al lado del hogar y la bola se convirtió en hielo, salió flotando y cayó dentro de él con un chapoteo—. Bingo.

Elizabeth soltó una risilla y liberó un torrente de burbujas de agua que estallaron en el aire, dejando escapar cada una de ellas un diminuto aguacero.

—A ti no te gusta lo desconocido, Bella, pero a veces tienes que enfrentarte a él. La primera vez que te subí a un triciclo, estabas muerta de miedo. Y lanzabas las piezas de construcción contra la pared cuando no lograbas que volvieran a caber todas en la caja. Pero superamos esas crisis. Y estoy seguro de que podemos con esta —afirmó mi padre, tendiéndome la mano.

—Pero es tan…

—¿Caótico? Como la vida misma. Deja de intentar ser perfecta. Intenta ser realista para que se produzca un cambio. —Mi padre barrió el aire con el brazo y dejó a la vista todos los hilos que normalmente no se veían—. El mundo entero está en esta sala. Tómate tu tiempo y descúbrelo.

Estudié los patrones, observé las manchas de color que rodeaban a las brujas y que indicaban sus fortalezas particulares. Hebras de fuego y agua me envolvían en un caos de sombras encontradas. El pánico regresó.

—Invoca al fuego —dijo mi padre, como si fuera tan sencillo como pedir pizza.

Tras un instante de duda, curvé el dedo y deseé que el fuego viniera a mí. Un hilo de color rojo anaranjado cogió la punta y, cuando soplé a través de los labios fruncidos, decenas de diminutas burbujas de luz y calor salieron volando por el aire como luciérnagas.

—¡Maravilloso, Bella! —gritó Catherine, aplaudiendo.

Entre los aplausos y el fuego, mi dragón estaba deseando salir. Bennu gritó desde los hombros de mi padre y el dragón respondió.

—No —dije, apretando los dientes.

—No seas aguafiestas. Es un dragón, no una carpa dorada. ¿Por qué siempre tratas de fingir que la magia es ordinaria? ¡Déjalo volar!

Me relajé durante una fracción de segundo, las costillas se me aflojaron y se abrieron separándose de la columna como las hojas de un libro. Mi dragón abandonó el confinamiento óseo a la primera de cambio, batiendo las alas mientras se metamorfoseaba y pasaba de ser gris e insustancial a iridiscente y brillante. Su cola se curvó en un nudo flojo y planeó por la habitación. El dragón atrapó las diminutas bolas de luz entre los dientes y se las tragó como si fueran caramelos. Luego se centró en las burbujas de agua de mi padre, como si fueran del mejor champán.

Cuando acabó de darse caprichos, el dragón se sostuvo en el aire ante mí, mientras daba coletazos en el suelo. Ladeó la cabeza y esperó.

—¿Qué eres? —le pregunté. Sentía curiosidad por saber cómo lograba absorber todos los poderes contradictorios del agua y el fuego.

—Soy tú y no lo soy.

El dragón parpadeó, mientras sus ojos vidriosos me analizaban. Una bola giratoria de energía se mantenía en equilibrio al final de su rabo en forma de pica. Le echó un vistazo a la cola y dejó la bola en mis manos ahuecadas. Era exactamente igual a la que le había dado a Edward allá en Madison.

—¿Cómo te llamas? —susurré.

—Me puedes llamar Corra —dijo en un idioma de humo y niebla. Corra inclinó la cabeza a modo de despedida, se disolvió en una sombra gris y desapareció.

Sentí el golpe de su peso en el centro de mi cuerpo, noté que curvaba las alas alrededor de mi espalda y luego llegó la calma. Respiré hondo.

—Eso ha sido genial, cielo —aseguró mi padre, y me abrazó con fuerza—. Estabas pensando como el fuego. La empatía es el secreto de la mayoría de las cosas de la vida, incluida la magia. ¡Mira cómo brillan ahora los hilos!

A nuestro alrededor, el mundo refulgía de posibilidades.

Y, en las esquinas, el tejido de color añil y ámbar que no dejaba de urdirse y que cada vez brillaba más nos advertía de que el tiempo se estaba impacientando.

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