EL MANUSCRITO ASHMOLE

Autor: kdekrizia
Género: Sobrenatural
Fecha Creación: 14/05/2013
Fecha Actualización: 07/11/2014
Finalizado: NO
Votos: 50
Comentarios: 213
Visitas: 152017
Capítulos: 85

 

En el corazón de la Biblioteca Bodleiana de Oxford, la apasionada historiadora Isabella Swan Bishop se topa en medio de sus investigaciones con el manuscrito identificado como Ashmole 782.

Descendiente de un antiguo linaje de brujas, Isabella intuye que el manuscrito está relacionado de alguna manera con la magia, pero no quiere tener nada que ver con la brujería. Y después de tomar algunas notas sobre sus curiosos dibujos, lo devuelve sin perder más tiempo a las estanterías. Lo que Isabella no sabe es que se trata de un manuscrito alquímico que ha estado perdido durante siglos y cuyo descubrimiento ha desencadenado que hordas de daimones, vampiros y brujas salgan a la luz de las salas de lectura de la Biblioteca. Una de esas criaturas es Edward Masen Cullen, un enigmático genetista, amante del buen vino y vampiro milenario, cuya alianza con Isabella se hará progresivamente más íntima y poco a poco surgirá entre ambos una relación que hará tambalear los tabúes asentados desde hace tiempo en un mundo secreto y encantado. La teoría de la evolución de Darwin no contempló todos los seres que habitan la Tierra. Desde Oxford a Nueva York, y de aquí a Francia, la magia, la alquimia y la ciencia nos desvelan sus verdaderos vínculos en el libro definitivo sobre la brujería y sus poderes.

 

BASADO EN EL DESCUBRIMIENTO DE LAS BRUJAS DE DEBORAH HARKNESS

+ Añadir a Favoritos
Leer Comentarios
 


Capítulo 27: CAPÍTULO 27

CAPÍTULO 27

 

A la mañana siguiente se me ocurrió que mis días con Edward, hasta el momento, habían caído en una de estas dos categorías: o bien él dirigía el día, manteniéndome segura y cerciorándose de que nada alterara sus cuidadosos arreglos, o el día se desarrollaba sin orden alguno. Hasta no hacía mucho tiempo, lo que ocurría en mi quehacer cotidiano había sido determinado por listas y planes cuidadosamente elaborados.

Ese día, yo me encargaría de todo. Ese día, Edward tendría que dejarme entrar en su vida de vampiro.

Desgraciadamente, mi decisión estaba destinada a arruina» lo que prometía ser un día estupendo.

Empezó al amanecer, con la proximidad física de Edward, que envió la misma oleada de deseo a través de mí que había sentido el día anterior en el patio de entrada. Era más eficaz que cualquier despertador. Su reacción fue también gratificantemente inmediata, y me besó con entusiasmo.

— Creía que nunca te despertarías —masculló entre los besos—, Temí que iba a tener que enviar a alguien al pueblo a buscar a la banda, y el único trompetista que sabía tocar diana se murió el año pasado.

Acostada a su lado, noté que no llevaba la ampolla de Betania.

¿Dónde está tu amuleto de peregrino? —Era una oportunidad perfecta para que me hablara acerca de los caballeros de Lázaro, pero no la aprovechó.

Ya no lo necesito —dijo, distrayéndome al enroscar un mechón de mi pelo alrededor de su dedo para luego echarlo a un lado y poder besarme la sensible y delicada piel de detrás de la oreja.

Dímelo —insistí, retorciéndome para apartarme un poco.

—Después —dijo, y sus labios se movieron hacia abajo, hasta donde el cuello se encuentra con el hombro.

Mi cuerpo frustró cualquier intento adicional de una conversación muy sensata. Ambos actuábamos por instinto, tocando a través de las barreras de la delgada ropa y descubriendo los pequeños cambios mi escalofrío, la piel que se eriza, un gemido suave— que prometía la llegada de un placer mayor. Cuando creció mi insistencia y traté de tocar la piel desnuda, Edward me detuvo.

—No te apresures. Tenemos tiempo.

— ¡Vampiros! —fue todo lo que pude decir antes de que interrumpiera mis palabras con su boca.

Todavía estábamos detrás de las cortinas de la cama cuando Marthe entró en la habitación. Dejó la bandeja del desayuno sobre la mesa con un ruido indiscreto y echó leña al fuego con el entusiasmo de un escocés lanzando troncos. Edward echó una ojeada fuera, proclamó que era una mañana perfecta y declaró que yo estaba hambrienta.

Marthe estalló en una serie de expresiones en occitano y se fue, tatareando una canción entre dientes. Él se negó a traducir aduciendo que la letra era demasiado obscena para mis delicados oídos.

Esa mañana, en lugar de observarme comer en silencio, Edward se quejó de que estaba aburrido. Lo hizo con una chispa picara en los ojos mientras movía nerviosamente los dedos sobre los muslos.

—Iremos a cabalgar después del desayuno —le prometí, llevando el tenedor con huevos a mi boca y tomando un sorbo de té hirviendo —. Mi trabajo puede esperar hasta más tarde.

—Cabalgar no será suficiente —susurró Edward.

Besarlo sirvió para aplacar su aburrimiento. Cuando mis labios alcanzaron cierto grado de irritación y comprendí mejor la interconexión de mi propio sistema nervioso, Edward finalmente reconoció que ya era hora de ir a cabalgar.

El bajó para cambiarse mientras yo me duchaba. Marthe subió para retirar la bandeja, y le conté mis planes mientras me sujetaba el pelo en una gruesa trenza. Abrió los ojos desmesuradamente al oír la parte importante, pero aceptó enviarle un pequeño paquete de sándwiches y una botella de agua a Georges para que lo pusiera en la alforja de Rakasa.

Después de eso, lo único que faltaba era informar a Edward.

Tarareaba sentado a su escritorio mientras aporreaba el ordenador y de vez en cuando estiraba la mano para revisar los mensajes en su teléfono. Levantó la vista y sonrió.

— ¡Ya estás aquí! —exclamó —. Creía que iba a tener que ir a pescarte para sacarte del agua.

El deseo me atravesó y mis rodillas se aflojaron. Las sensaciones estaban exacerbadas sabiendo que lo que estaba a punto de decir iba a borrarle la sonrisa de la cara.

«Por favor, que esto sea lo correcto», me susurré a mí misma al apoyar mis manos en sus hombros. Edward inclinó la cabeza hacia atrás, contra mi pecho, y me sonrió.

—Bésame —ordenó.

Obedecí sin pensarlo demasiado, asombrada por lo relajados que estábamos ambos. Esto era tan diferente de los libros y las películas, donde el amor aparecía como algo tenso y difícil... Amar a Edward era mucho más como llegar a puerto que ir hacia una tormenta.

— ¿Cómo lo consigues? —le pregunté, sujetando su cara entre mis manos —. Me siento como si te hubiera conocido siempre.

Edward sonrió con aire de felicidad, dirigió su atención al ordenador y cerró los distintos programas. Mientras lo hacía, absorbí su olor especiado y le alisé el pelo sobre la curva del cráneo.

— ¡Qué agradable sensación! —dijo, apoyando más la cabeza sobre mi mano.

Había llegado el momento de arruinarle el día. Me agaché y apoyé la barbilla en su hombro.

—Llévame a cazar.

Todos los músculos de su cuerpo se pusieron tensos,

— Eso no tiene gracia, Bella —replicó en un tono glacial.

—No es mi intención ser graciosa. —Dejé la barbilla y las manos donde estaban. Trató de apartarme encogiéndose, pero no lo dejé. Aunque no tenía yo el valor de mirarlo a la cara, no iba a escaparse —. Tienes que hacerlo, Edward. Tienes que saber que puedes confiar en mí.

Se puso de pie con brusquedad, sin dejarme otra opción que la de apartarme y dejarlo ir. Edward se alejó a grandes zancadas, y movió la mano hacia el sitio donde solía llevar su ampolla de Betania. No era una buena señal.

—Los vampiros no llevan de caza a los de sangre caliente, Bella.

Eso tampoco era una buena señal: me estaba mintiendo.

—Sí que lo hacen —reaccioné en voz baja —. Tú vas de caza con Jacob.

—Eso es diferente. Lo conozco desde hace años, y no comparto cama con él. —Había aspereza en su voz y miraba atentamente sus estanterías.

Comencé a acercarme a él, lentamente.

—Si Jacob puede cazar contigo, yo también.

—No. —Los músculos de sus hombros se pusieron tensos debajo del jersey.

—Esme me llevó con ella.

El silencio en la habitación era absoluto. Edward aspiró una vez, con un ruido áspero, y los músculos en su hombro temblaron.

—Di otro paso.

—No sigas —me detuvo bruscamente —. No te quiero cerca de mí cuando estoy enfadado.

Me recordé a mí misma que él no estaba al mando ese día y di mis siguientes pasos a un ritmo mucho más rápido hasta quedarme directamente detrás de él. De ese modo, no podía evitar mi olor ni el ruido de mis latidos, que eran mesurados y firmes.

—No quería hacerte enfadar.

—No estoy enfadado contigo. —Sonaba amargado —. Mi madre, sin embargo, tiene mucho que explicar. Ha hecho muchas cosas para poner a prueba mi paciencia durante siglos, pero que te haya llevado a cazar es imperdonable.

—Esme me preguntó si quería volver al cháteau.

— ¡No debió de darte la oportunidad de elegir! —gritó, dándose la vuelta para mirarme —. Los vampiros no controlan sus actos cuando están cazando..., no del todo. Ciertamente no se puede confiar en mi madre cuando huele sangre. Para ella todo es cuestión de matar y comer. Si el viento le hubiera llevado tu olor, se habría alimentado de ti también, sin pensárselo dos veces.

Edward había reaccionado más negativamente de lo que yo había esperado. Pero después de haber dado ya mí primer paso, bien podía dar el segundo.

—Tu madre simplemente te estaba protegiendo. Le preocupaba que yo no comprendiera los riesgos. Tú habrías hecho lo mismo por Lucas. —Otra vez el silencio fue profundo y prolongado.

—No tenía derecho a hablarte de Lucas. El me pertenecía a mí, no a ella. —La voz de Edward era suave, pero contenía más veneno del que yo jamás había escuchado en ella. Parpadeó, y dirigió la mirada al estante donde estaba la torre.

—A ti y a Blanca —insistí, con mi voz igualmente suave.

—La historia de la vida de un vampiro debe contarla él..., solo él. Nosotros tal vez seamos proscritos, tú y yo, pero mi madre también ha violado unas cuantas reglas en los últimos días. —Estiro la mano otra vez en busca de la ausente ampolla de

Betania.

Atravesé la pequeña distancia que nos separaba, moviéndome silenciosamente, con seguridad, como si él fuera un animal nervioso, como para evitar que arremetiera de una manera que después pudiera lamentar. Cuando estuve a unos pocos centímetros de él, le cogí los brazos.

—Esme también me dijo otras cosas. Hablamos de tu padre. Me dijo todos tus nombres, y cuáles no te gustan, y sus nombres también. Realmente no comprendo su significado, pero eso es algo que ella no cuenta a todo el mundo. También me relató la historia de tu conversación. La canción que cantó para hacer que mi manantial de brujos desapareciera era la misma que te cantaba a ti cuando acababas de nacer como vampiro. —«Cuando no podías dejar de alimentarte».

Edward me miró a los ojos con dificultad. Estaban llenos de dolor y de una vulnerabilidad que había escondido cuidadosamente hasta ese momento. Me rompió el corazón.

No puedo correr ese riesgo, Bella —dijo —. Te quiero... más que a nadie que haya conocido nunca. Te quiero físicamente, te quiero emocionalmente. Si mi concentración se desvía por un instante mientras estamos fuera cazando, el olor de los venados podría confundirse con el tuyo, y mi deseo de cazar un animal podría mezclarse con mi deseo de tenerte a ti.

—Ya me tienes —dije, aferrándome a él con mis manos, mis ojos, mi mente, mi corazón —. No hay necesidad de que me caces. Soy tuya.

—Las cosas no funcionan así —dijo —. Nunca te poseeré completamente. Siempre querré más de lo que puedes dar.

—No ha sido así en mi cama esta mañana. —Mis mejillas se enrojecieron al recordar su más reciente rechazo —. Yo estaba más que dispuesta a entregarme a ti, y tú dijiste que no.

—No dije que no..., dije «más tarde».

— ¿Así es como cazas, también? ¿Seducción, postergación, luego rendición?

Se estremeció. Esa era la única respuesta que yo necesitaba.

—Enséñame —insistí.

—No.

— ¡Enséñame!

Gruñó, pero me mantuve firme. Aquel sonido era una advertencia, no una amenaza.

—Sé que estás asustado. Yo también. —El pesar se reflejó en mis ojos, y yo hice un ruido de impaciencia—. Te lo digo por última vez, no tengo miedo de ti. Es mi propio poder lo que me asusta. Tú no viste el manantial de brujos, Edward. Cuando el agua se movió dentro de mí, podría haber destruido todo y a todos y no sentir ni un ápice de remordimiento. Tú no eres la única criatura peligrosa en esta habitación. Pero tenemos que aprender a estar el uno con el otro a pesar de quiénes somos.

Dejó escapar una risa mordaz.

—Tal vez ésa sea la razón por la que hay reglas que prohíben a los vampiros y a las brujas estar juntos. Tal vez sea demasiado difícil cruzar estas líneas después de todo.

—Tú no crees en eso —reaccioné ferozmente, cogiendo su mano en la mía y llevándola hasta mi rostro. El choque de lo frío contra lo caliente envió una sensación deliciosa a través de mis huesos, y mi corazón dio su acostumbrado salto sordo al reconocerla—. Lo que nosotros sentimos el uno por el otro no es un error, no puede ser un error.

—Bella... —empezó a decir, sacudiendo la cabeza y apartando sus dedos.

Lo aferré con más fuerza y giré su mano para verle la palma, Su línea de la vida era larga y suave, y después de seguirla con los dedos, los apoyé sobre sus venas. Estas parecían negras debajo de la piel blanca, y Edward tembló ante mi roce. Todavía había dolor en sus ojos, pero ya no estaba tan furioso.

—Esto no es un error. Tú lo sabes. Ahora tienes que saber también que puedes confiar en mí. —Entrelacé mis dedos con los suyos y le di el tiempo necesario para pensar. Pero no lo solté.

—Te llevaré a cazar —accedió finalmente —, siempre que no estés cerca de mí y no bajes de Rakasa. Si percibes el más remoto gesto de que te estoy mirando, de que estoy pensando en ti, da media vuelta y corre directo a la casa, junto a Marthe.

Una vez tomada la decisión, Edward bajó con paso majestuoso, esperando pacientemente cada vez que se daba cuenta de que yo me rezagaba. Cuando pasó con rapidez por la puerta del salón, Esme se levantó de su asiento.

— ¡Vamos! —dijo con voz tensa, cogiéndome por el codo y conduciéndome abajo.

Esme estaba sólo unos centímetros detrás de nosotros cuando llegamos a las cocinas; Marthe se encontraba en la entrada de la despensa de comidas frías, mirándonos como si estuviera viendo la última telenovela de la tarde en la televisión.

Ninguno necesitaba que le dijeran que algo no iba bien.

No sé cuándo volveremos —anunció Edward por encima del hombro. No soltó mi brazo ni me dio oportunidad de hacer otra cosa que volverme hacia ella con cara de arrepentimiento y mover los labios diciendo en silencio: «Lo siento».

Elle a plus de courage que j'ai pensé —le murmuró Esme a Marthe.

Edward se detuvo bruscamente con el labio fruncido y soltando un desagradable gruñido dijo:

Sí, mamá. Bella tiene más valor del que nos merecemos tú y yo. Y si en otra ocasión vuelves a ponerlo a prueba, será la última vez que nos veas a ninguno de los dos. ¿Comprendes?

—Por supuesto, Edward —susurró Esme. Era su respuesta evasiva favorita.

Edward no me dirigió la palabra de camino a las cuadras. Media docena de veces, me dio la impresión de que iba a dar media vuelta para hacernos volver al cháteau. En la puerta del establo me cogió por los hombros, buscando en mi rostro y en mi cuerpo señales de miedo. Alcé la barbilla.

— ¿Vamos? —Señalé hacia el picadero.

Hizo un ruido de exasperación y gritó llamando a Georges. Balthasar bramó como respuesta y atrapó la manzana que arrojé en mi dirección. Afortunadamente, no necesité ninguna ayuda para ponerme las botas, aunque tardé más tiempo del que le llevó a Edward. Me observó cuidadosamente mientras cerraba los broches del chaleco y ajustaba la cincha del casco.

—Toma esto —dijo, pasándome un látigo corto.

—No lo necesito.

—Llevarás la fusta, Bella.

La cogí, resuelta a deshacerme de ella entre la maleza a la primera oportunidad.

—Y si la tiras a un lado cuando entremos en el bosque, volvemos a casa.

¿Pensaba realmente que yo iba a usar la fusta contra él? La metí en mi bota, con el mango saliendo junto a mi rodilla, y me apresuré hacia el picadero.

Los caballos se movieron nerviosamente cuando aparecimos nosotros. Como Esme, ambos sabían que algo no iba bien.

Rakasa tomó la manzana que yo le debía, y le pasé los dedos sobre la crin, hablándole en voz baja en un esfuerzo por calmarla. Edward no se preocupó por Dahr. Era pura actividad, controlando los arreos del caballo con la velocidad del rayo.

Cuando terminó, Edward me alzó hacia el lomo de Rakasa. Sus manos me sostenían firmes por la cintura, pero no me agarró ni un momento más de lo necesario. Ya no quería que mi olor lo impregnara.

En el bosque Edward se aseguró de que la fusta todavía estuviera en mi bota.

—Tienes que acortar tu estribo derecho —señaló cuando pusimos los caballos al trote. Quería que mis arreos estuvieran listos como para una carrera en caso de que tuviera que salir galopando. Detuve a Rakasa con un gesto de desagrado y ajusté las correas del estribo.

El ya familiar campo se abrió ante mí, y Edward olfateó el aire. Agarró las riendas de Rakasa e hizo que me detuviera.

Todavía tenía un sombrío aspecto a causa de la cólera.

—Hay un conejo por ahí. —Edward hizo un gesto con la cabeza hacia el extremo occidental del campo.

—He presenciado lo del conejo —dije tranquilamente —. Y una marmota, una cabra y un venado hembra.

Edward soltó algunas imprecaciones. Fue conciso y exhaustivo, y tuve la esperanza de que estuviéramos fuera del alcance del agudo oído de Esme.

—Lo mejor es no dar más rodeos, ¿verdad?

—Yo no cazo venados como mi madre, asustándolos hasta morir y lanzándome sobre ellos. Puedo matar un conejo si quieres, o incluso una cabra. Pero no voy a acechar a un venado mientras estás conmigo. —Apretó la mandíbula en una obstinada línea.

—Deja de fingir y confía en mí. —Señalé mi alforja—. Estoy preparada para la espera.

Sacudió la cabeza.

No contigo a mi lado.

—Desde que te conozco —dije en voz baja—, me has mostrado todas las partes agradables de ser un vampiro. Tú pruebas cosas que yo no puedo siquiera imaginar. Recuerdas hechos y personas que yo sólo puedo conocer a través de los libros.

Puedes oler cuando cambio de idea o quiero besarte. Tú me has despertado a un mundo de posibilidades sensoriales que nunca soñé que pudiera existir.

Me detuve un instante, con la esperanza de estar haciendo progresos. Pero no era así.

—Al mismo tiempo, tú me ha visto vomitar, prenderle fuego a ni alfombra y ponerme totalmente fuera de mí al recibir algo inesperado por correo. Te perdiste los juegos de agua, pero no fueron agradables. A cambio, te estoy pidiendo que me dejes ver cómo te alimentas. Es una cosa básica, Edward. Si no puedes soportarlo, entonces podemos contentar a la Congregación y dar todo por terminado.

—Dieu. ¿Nunca vas a dejar de sorprenderme? —Edward levantó la cabeza y miró a la lejanía. Su atención fue atraída por un ciervo joven en la cima de la colina. El ciervo estaba pastando y el viento soplaba hacia nosotros, así que todavía no había percibido nuestro olor.

«Gracias», respiré en silencio. Era un regalo de los dioses que el ciervo apareciera de ese modo. Edward fijó sus ojos en la presa y el enfado lo abandonó para ser sustituido por un conocimiento sobrenatural de su entorno. Fijé mí mirada en el vampiro, atenta a pequeños cambios que indicaran lo que estaba pensando o sintiendo, pero había muy pocas pistas.

«No te atrevas a moverte», le advertí a Rakasa cuando se puso tensa preparándose para agitarse inquieta. Clavó las pezuñasen la tierra y permaneció atenta.

Edward olió el cambio en el viento y tomó las riendas de Rakasa. Lentamente movió a los dos caballos hacia la derecha, manteniéndolos dentro de la dirección de la brisa descendente. El ciervo levantó la cabeza y miró colina abajo, luego reanudó su silencioso mordisqueo de la hierba. Edward recorrió con la mirada el terreno a toda velocidad, fijándose momentáneamente en un conejo y abriendo mucho los ojos cuando un zorro asomó la cabeza por un agujero. En lo alto se movía un halcón, flotando entre las corrientes de aire como un surfista entre las olas, y el vampiro también lo percibió.

Comencé a entender de qué manera había dirigido a las criaturas en la Bodleiana. No había ningún ser vivo en ese campo que él no hubiera situado, identificado y estuviera preparado para matar tras unos pocos minutos de observación. Edward movió lentamente los caballos hacia los árboles, camuflando mi presencia, poniéndome en medio de los otros olores y ruidos de los animales.

Mientras nos movíamos, Edward no dejó de advertir que al halcón se le unió otra ave, o que un conejo desaparecía en un agujero y aparecía otro para ocupar su lugar. Sobresaltamos a un animal moteado que parecía un gato, con una larga cola rayada. Por la tensión del cuerpo de Edward, estaba claro que quería perseguirlo, y si hubiera estado solo lo habría cazado antes de volverse hacia el ciervo, Con dificultad, apartó la mirada del animal cuando saltó.

Tardamos casi una hora en abrirnos paso desde el fondo del campo alrededor de los límites del bosque. Cuando estábamos cerca de la cima, Edward recurrió a su peculiar manera de desmontar con la cara hacia delante. Le dio a Dahr una palmada sobre el anca y el caballo se volvió obedientemente para dirigirse de regreso a casa.

Edward no había soltado las riendas de Rakasa durante estas maniobras, y no las soltó luego. La llevó al borde del bosque y respiró hondo, absorbiendo todo rastro de olor. Sin hacer ruido, nos dejó dentro de un pequeño grupo de abedules bajos.

El vampiro se agachó, con ambas rodillas dobladas en una posición que habría sido insoportable para cualquier humano al cabo de unos cuatro minutos. Se mantuvo así durante casi dos horas. Se me durmieron los pies y los desperté flexionando los tobillos en los estribos.

Edward no había exagerado la diferencia entre su manera de cazar y la de su madre. Para Esme se trataba principalmente de satisfacer una necesidad biológica. Necesitaba sangre, los animales la tenían y ella la tomaba de ellos de la manera más eficiente posible sin sentir remordimientos porque su supervivencia necesitara de la muerte de otra criatura. Para su hijo, sin embargo, las cosas eran evidentemente más complicadas. Él también necesitaba el alimento físico que la sangre de sus presas suministraba. Pero Edward sentía una estrecha relación con su presa que me hizo recordar el tono de respeto que había detectado en sus artículos sobre los lobos. Para Edward, cazar era principalmente un asunto de estrategia, de poner a prueba su inteligencia salvaje contra algo que pensara y sintiera el mundo tal y como él lo pensaba y sentía.

Recordé nuestros juegos en la cama aquella mañana y mis ojos se cerraron ante una repentina oleada de deseo. Lo quería tan intensamente, allí, en el bosque, cuando estaba a punto de matar algo, como lo había deseado esa mañana, y empecé a comprender lo que le preocupaba a Edward acerca de cazar conmigo. Supervivencia y sexualidad estaban unidas de maneras que nunca había apreciado hasta ese momento.

Respiró sin hacer ruido y se alejó de mi lado sin avisar, con su cuerpo deslizándose por las lindes del bosque. Cuando Edward cruzó la cresta de la colina, el ciervo alzó la cabeza, lleno de curiosidad al ver a aquella extraña criatura.

El ciervo sólo tardó unos segundos en calcular que Edward era una amenaza, que era más de lo que yo habría necesitado.

Mi vello estaba erizado y sentí por aquel animal la misma preocupación que había sentido por el venado de Esme. El ciervo entró en acción de un salto, lanzándose hacia abajo por la ladera. Pero Edward era más rápido, y cortó el paso al animal antes de que pudiera acercarse demasiado al lugar donde yo estaba escondida. Lo persiguió colina arriba y otra vez sobre la cima. Con cada paso, Edward se le acercaba más y el ciervo se ponía más nervioso.

«Sé que estás asustado —dije en silencio, con la esperanza de que el ciervo pudiera escucharme —. Él tiene que hacer esto.

No lo hace por deporte ni para hacerte daño, sino para seguir con vida».

Rakasa movió la cabeza en todas direcciones y me miró nerviosa. Estiré la mano para tranquilizarla y la mantuve sobre supescuezo.

«Quédate quieto — le indiqué al ciervo —. Deja de correr. Ni siquiera tú eres lo suficientemente veloz como para superar a esta criatura». El animal disminuyó la velocidad y tropezó con un agujero en el suelo. Estaba corriendo directamente hacia mí, como si no pudiera escuchar mi voz y la estuviera siguiendo hasta el lugar de donde salía.

Edward estiró la mano, agarró los cuernos del ciervo y le torció la cabeza a un lado. El ciervo cayó sobre el lomo, moviendo sus costados por el esfuerzo. Edward cayó de rodillas y sujetó bien la cabeza a unos seis metros de la espesura. El ciervo trató de patear para levantarse.

«No insistas —dije con tristeza—. Ha llegado la hora. Esta es la criatura que terminará con tu vida».

El ciervo dio una patada final de frustración y miedo, y luego se calmó. Edward miró profundamente en los ojos de su presa, como si esperara un permiso para terminar el trabajo, luego se movió tan rápidamente que sólo hubo una mancha de blanco y negro cuando se lanzó sobre el pescuezo del ciervo.

Mientras él se alimentaba, la vida del ciervo se apagaba y una oleada de energía entraba en Edward. Había un limpio y penetrante olor a hierro en el aire, aunque ni una gota de sangre se había derramado. Cuando la fuerza vital del ciervo se agotó, Edward permaneció inmóvil, arrodillado tranquilamente junto al cuerpo sin vida del animal, con la cabeza inclinada.

Golpeé con el tacón a Rakasa para que se pusiera en marcha La espalda de Edward se puso tensa cuando me acerqué.

Levantó la vista, con sus ojos gris verdoso pálido brillantes de satisfacción. Saqué la fusta de mi bota y la arrojé lo más lejos que pude en dirección contraria. Terminó perdida en la maleza y quedó finalmente enredada entre las espinas de las zarzas.

Edward observó con interés, pero el peligro de que pudiera confundirme con una hembra de venado evidentemente había pasado.

Con toda determinación me quité el casco y desmonté dándole la espalda. Incluso en ese momento, confiaba en él, aunque él no confiaba en sí mismo. Apoyé mi mano ligeramente sobre su hombro, me arrodillé y puse el casco en el suelo, cerca de los ojos abiertos del ciervo.

Me gusta más tu manera de cazar que la de Esme. Y creo que al venado también.

— ¿Cómo mata mi madre?, ¿por qué es tan diferente de mí?

El acento francés de Edward era más fuerte, y su voz parecía todavía más fluida e hipnotizarte que de costumbre. Olía diferente también.

—Ella caza por necesidad biológica —dije simplemente—. Tú cazas porque te hace sentirte completamente vivo. Y vosotros dos llegasteis a un acuerdo. —Señalé al ciervo —. Al final estaba en paz, creo.

Edward me miró con intensidad, y la nieve se convirtió en hielo sobre mi piel cuando lo hizo.

— ¿Hablabas con este ciervo del mismo modo que te comunicas con Balthasar y con Rakasa?

—No interferí, si es eso lo que te preocupa —dije apresuradamente—. La presa era tuya. —Tal vez esas cosas les importaban a los vampiros.

Edward se estremeció.

—No llevo la cuenta. —Apartó los ojos del ciervo y se puso de pie con uno de esos movimientos suaves que lo identificaban de manera inconfundible como vampiro. Estiró hacia abajo una mano larga y esbelta —. Ven, estás cogiendo frío así arrodillada en el suelo.

Puse mi mano en la suya y me levanté, preguntándome quién se iba a hacer cargo de eliminar el cuerpo sin vida del ciervo.

Suponía que entre Georges y Marthe lo harían. Rakasa estaba pastando alegremente, sin que le preocupara el animal muerto tendido tan cerca. Inexplicablemente, yo estaba hambrienta.

« ¡Rakasa!», grité en silencio. Levantó la vista y caminó hacia mí.

— ¿Te molesta si como? —pregunté vacilante, sin saber cuál sería la reacción de Edward.

Hizo un movimiento nervioso con la boca.

—No. Después de lo que has visto hoy, lo menos que puedo hacer es observarte cuando comes un sándwich.

—No hay ninguna diferencia Edward. — Abrí la hebilla en la alforja de Rakasa y pronuncié una palabra silenciosa de agradecimiento. Marthe, bendita sea, había puesto sándwiches de queso. Sacié mi hambre y sacudí las migas de mis manos.

Edward me estaba observando como un halcón.

— ¿Te molesta? —preguntó en voz baja.

— ¿Molestarme qué? —Ya le había dicho que no estaba molesta por el venado.

—Blanca y Lucas. Que yo estuviera casado y tuviera un hijo alguna vez, hace tanto tiempo.

Estaba celosa de Blanca, pero Edward no iba a comprender cómo ni por qué. Recogí mis pensamientos y mis emociones y traté de ordenarlos en algo que fuera a la vez verdad y tuviera sentido para él.

—No me molesta ningún momento de amor que hayas compartido con cualquier criatura, viva o muerta —dije con énfasis—, siempre que quieras estar conmigo en este preciso momento.

— ¿Sólo en este momento? —preguntó con su ceja arqueada como un signo de interrogación.

—Éste es el único momento que importa. —Todo parecía muy simple —. Nadie que haya vivido tanto como tú viene sin un pasado, Edward. Tú no eras un monje, y no espero que no lamentes las cosas que has perdido por el camino. ¿Cómo podrías no haber sido amado antes, cuando yo te amo tanto?

Edward me acercó a su corazón. Y yo fui bien dispuesta, contenta de que el día de caza no hubiera terminado en desastre y de que su cólera se estuviera desvaneciendo. Todavía había algo de ella, lo cual era evidente en cierta tensión aún presente en su rostro y en sus hombros, pero ya no amenazaba con rodearnos. Envolvió mi barbilla con sus largos dedos e inclinó mi cara hacia la suya.

— ¿Te molestaría mucho si te beso? —Edward apartó la mirada por un momento cuando me lo preguntó.

—Por supuesto que no. —Me puse de puntillas para que mi boca estuviera más cerca de la suya. De todos modos, él vaciló, así que estiré mis manos hacia arriba y las entrelacé detrás de su cuello—. No seas tonto, bésame.

Lo hizo, brevemente pero con firmeza. Los últimos vestigios de sangre todavía estaban sobre sus labios, pero no fue ni espantoso ni desagradable. Simplemente era Edward.

—Sabes que no habrá hijos entre nosotros —dijo mientras me mantenía cerca, con nuestras caras casi tocándose—. Los vampiros no pueden procrear hijos de la manera tradicional. ¿Te importa eso?

—Hay más de una manera de hacer hijos. —A decir verdad, yo no había pensado hasta ese momento en los hijos —.

Esme te hizo a ti, y tú le perteneces tanto como Lucas os pertenecía a ti y a Blanca. Y hay muchos niños en el mundo que no tienen padres.

Recordé el momento en que Sarah y Emily me dijeron que los míos habían desaparecido y no regresarían nunca más —.

Podríamos traerlos a nuestras vidas..., todo un aquelarre de ellos, si quisiéramos.

—No he hecho un vampiro desde hace años —dijo —. Todavía puedo hacerlo, pero espero que tú no pretendas que tengamos una gran familia.

—Mi familia se ha duplicado en las últimas tres semanas añadiendo la tuya, a Marthe y a Esme. No sé cuántos miembros más puedo incorporar.

—Tienes que añadir uno más a ese número.

Abrí los ojos como platos.

— ¿Hay más?

—Oh, siempre hay más —dijo irónicamente—. Las genealogías de los vampiros son mucho más complicadas que las genealogías de las brujas, al fin y al cabo. Tenemos parientes consanguíneos por tres lados, no sólo dos. Pero éste es un miembro de la familia al que ya conoces.

— ¿Jasper? —pregunté, pensando en el joven vampiro estadounidense y en sus zapatillas altas.

Edward asintió con la cabeza.

—El tendrá que contarte su propia historia..., yo no soy un iconoclasta tan grande como mi madre, a pesar de haberme enamorado de una bruja. Yo lo hice a él, hace más de doscientos años. Y estoy orgulloso de él y de lo que ha hecho con su vida.

—Pero tú no querías que él me sacara sangre en el laboratorio — dije frunciendo el ceño—. Es tu hijo. ¿Por qué no podías confiar en él respecto a este asunto? —Se supone que los padres confían en sus hijos.

—Fue hecho con mi sangre, querida mía —explicó Edward, mostrándose paciente y posesivo al mismo tiempo —. Si yo te encuentro tan irresistible, ¿por qué no le iba a ocurrir lo mismo a él? Recuérdalo, ninguno de nosotros es inmune al atractivo de la sangre, Podría confiar en él más que en un desconocido, pero nunca estaré del todo a gusto cuando algún vampiro ande demasiado cerca de ti.

— ¿Ni siquiera Marthe? —Me sentí muy sorprendida. Yo confiaba absolutamente en Marthe.

—Ni siquiera Marthe —aseguró con firmeza—. Aunque, en realidad, tú no eres su tipo. Ella prefiere la sangre de criaturas mucho más corpulentas.

—No tienes que preocuparte por Marthe, ni por Esme tan poco. —Me mostré igualmente firme.

—Ten cuidado con mi madre —advirtió Edward—. Mi padre me dijo que nunca le diera la espalda, y tenía razón. Siempre se ha sentido fascinada por las brujas y os tiene envidia. En ciertas circunstancias y en determinado estado de ánimo... —

Sacudió la cabeza.

—Además está lo que ocurrió con Carlisle. —Edward se quedó helado —. Estoy viendo cosas ahora, Edward. Vi que Esme te hablaba sobre las brujas que capturaron a tu padre. No tiene motivos para confiar en mí, pero me dejó entrar en su casa de todos modos. La verdadera amenaza es la Congregación. Y no habría peligro por parte de ellos si me haces vampiro.

Su cara se ensombreció.

—Mi madre y yo vamos a tener que mantener una larga charla sobre algunos temas de conversación apropiados.

—No puedes mantener el mundo de los vampiros, tu mundo, lejos de mí. Estoy en él. Tengo que saber cómo funciona y cuáles son las reglas. —Mi mal genio se expandió, la furia se deslizó por mis brazos hacia mis uñas, donde estalló en forma de arcos de fuego azul.

Edward abrió los ojos desmesuradamente.

Vosotros no sois las únicas criaturas que asustan por aquí.

Agite mis manos encendidas entre nosotros hasta que el vampiro sacudió la cabeza—. De modo que deja de mostrarte heroico y hazme partícipe de tu vida. No quiero estar con sir Lancelot. Sé tú mismo..., Edward Cullen. Completo, con tus afilados dientes de vampiro y tu aterradora madre, tus probetas llenas de sangre y tu ADN, tu irritante autoritarismo y tu exasperante sentido del olfato.

Cuando hube soltado todo eso, las chispas azules se retiraron de las puntas de mis dedos. Esperaron, en algún lugar a la altura de mis codos, para el caso de que volviera a necesitarlas.

—Si me acerco —dijo Edward con tono despreocupado, como quien pregunta la hora o se interesa por el tiempo —, ¿te volverás de color azul otra vez, o eso es todo por ahora?

—Creo que he terminado por el momento.

— ¿Crees? —Enarcó de nuevo su ceja.

—Tengo todo perfectamente controlado —dije con más convicción, recordando con pesar el agujero en su alfombra, en Oxford.

Edward puso sus brazos alrededor de mí en un instante.

— ¡Ay! —Me quejé cuando aplastó mis codos sobre mis costillas—Vas a conseguir que me salgan canas (algo imposible entre los vampiros, dicho sea de paso) con tu coraje, con tus manos como petardos y las cosas imposibles que dices. —Para asegurarse de estar a salvo de esto último, Edward me besó intensamente. Cuando terminó, yo no tenía muchas ganas de decir nada, sorprendente o no. Tenía mi oreja apoyada sobre su esternón, esperando pacientemente a que su corazón latiera. Cuando lo hizo, le di un apretón de satisfacción, feliz de no ser la única cuyo corazón estaba lleno.

—Tú ganas, ma vaillante fille —dijo, acunándome contra su cuerpo—. Trataré..., trataré de no mimarte tanto. Y tú no debes subestimar lo peligrosos que pueden ser los vampiros.

Era difícil poner las palabras «peligro» y «vampiro» en un mismo pensamiento mientras estaba abrazada con tanta firmeza a él. Rakasa nos miró con indulgencia con la hierba saliéndole por ambos lados de la boca.

— ¿Has terminado? —Incliné la cabeza hacia atrás para mirarlo

—Si me estás preguntando si tengo que seguir cazando, la respuesta es no.

—Rakasa va a explotar. Ha estado comiendo hierba durante bastante tiempo. Y ella no puede llevarnos a los dos. — Mis manos se apoderaron de las caderas y las nalgas de Edward.

La respiración se detuvo en su garganta, emitiendo un tipo de ronroneo muy diferente al que hacía cuando estaba enfadado.

—Tú montas y yo caminaré a tu lado — sugirió después de otro largo beso.

—Caminemos los dos. —Después de haber pasado horas sobre el animal, no tenía demasiadas ganas de volver a montar a Rakasa.

Anochecía cuando Edward nos condujo a través de los portones de acceso del chateau. Sept Tours estaba totalmente iluminado, con todas las lámparas encendidas a manera de saludo silencioso.

—El hogar —dije, y mi corazón se alegró al verlo.

Edward me miró a mí en lugar de mirar a la casa, y sonrió.

—El hogar.

 

 

Capítulo 26: CAPÍTULO 26 Capítulo 28: CAPÍTULO 28

 


Capítulos

Capitulo 1: CAPÍTULO 1 Capitulo 2: CAPÍTULO 2 Capitulo 3: CAPÍTULO 3 Capitulo 4: CAPÍTULO 4 Capitulo 5: CAPÍTULO 5 Capitulo 6: CAPÍTULO 6 Capitulo 7: CAPÍTULO 7 Capitulo 8: CAPÍTULO 8 Capitulo 9: CAPÍTULO 9 Capitulo 10: CAPÍTULO 10 Capitulo 11: CAPÍTULO 11 Capitulo 12: CAPÍTULO 12 Capitulo 13: CAPÍTULO 13 Capitulo 14: CAPÍTULO 14 Capitulo 15: CAPÍTULO 15 Capitulo 16: CAPÍTULO 16 Capitulo 17: CAPÍTULO 17 Capitulo 18: CAPÍTULO 18 Capitulo 19: CAPÍTULO 19 Capitulo 20: CAPÍTULO 20 Capitulo 21: CAPÍTULO 21 Capitulo 22: CAPÍTULO 22 Capitulo 23: CAPÍTULO 23 Capitulo 24: CAPÍTULO 24 Capitulo 25: CAPÍTULO 25 Capitulo 26: CAPÍTULO 26 Capitulo 27: CAPÍTULO 27 Capitulo 28: CAPÍTULO 28 Capitulo 29: CAPÍTULO 29 Capitulo 30: CAPÍTULO 30 Capitulo 31: CAPÍTULO 31 Capitulo 32: CAPÍTULO 32 Capitulo 33: CAPÍTULO 33 Capitulo 34: CAPÍTULO 34 Capitulo 35: CAPÍTULO 35 Capitulo 36: CAPÍTULO 36 Capitulo 37: CAPÍTULO 37 Capitulo 38: CAPÍTULO 38 Capitulo 39: CAPÍTULO 39 Capitulo 40: CAPÍTULO 40 Capitulo 41: CAPÍTULO 41 Capitulo 42: CAPÍTULO 42 Capitulo 43: CAPÍTULO 43 Capitulo 44: CAPÍTULO 44 Segundo libro Capitulo 45: CAPÍTULO 45 Capitulo 46: CAPÍTULO 46 Capitulo 47: CAPÍTULO 47 Capitulo 48: CAPÍTULO 48 Capitulo 49: CAPÍTULO 49 Capitulo 50: CAPÍTULO 50 Capitulo 51: CAPÍTULO 51 Capitulo 52: CAPÍTULO 52 Capitulo 53: CAPÍTULO 53 Capitulo 54: CAPÍTULO 54 Capitulo 55: CAPÍTULO 55 Capitulo 56: CAPÍTULO 56 Capitulo 57: CAPÍTULO 57 Capitulo 58: CAPÍTULO 58 Capitulo 59: CAPITULO 59 Capitulo 60: CAPÍTULO 60 Capitulo 61: CAPÍTULO 61 Capitulo 62: CAPÍTULO 62 Capitulo 63: CAPÍTULO 63 Capitulo 64: CAPÍTULO 64 Capitulo 65: CAPÍTULO 65 Capitulo 66: CAPÍTULO 66 Capitulo 67: CAPÍTULO 67 Capitulo 68: CAPÍTULO 68 Capitulo 69: CAPÍTULO 69 Capitulo 70: CAPÍTULO 70 Capitulo 71: CAPÍTULO 71 Capitulo 72: CAPÍTULO 72 Capitulo 73: CAPÍTULO 73 Capitulo 74: CAPÍTULO 74 Capitulo 75: CAPÍTULO 75 Capitulo 76: CAPÍTULO 76 Capitulo 77: CAPÍTULO 77 Capitulo 78: CAPÍTULO 78 Capitulo 79: CAPÍTULO 79 Capitulo 80: CAPÍTULO 80 Capitulo 81: CAPÍTULO 81 Capitulo 82: CAPÍTULO 82 Capitulo 83: CAPÍTULO 83 Capitulo 84: CAPÍTULO 84 Capitulo 85: CAPÍTULO 85

 


 
14439893 visitas C C L - Web no oficial de la saga Crepúsculo. Esta obra está bajo licencia de Creative Commons -
 10757 usuarios